Cada uno afile la lanza, prepare el escudo, dé el
pasto a los corceles de pies ligeros e inspeccione el carro, apercibiéndose
para la lucha; pues durante todo el día nos pondrá a prueba el horrendo Ares.
Ni un breve descanso ha de haber siquiera, hasta que la noche obligue a los
valientes guerreros a separarse. La correa del escudo que al combatiente cubre,
sudará en torno del pecho; el brazo se fatigará con el manejo de la lanza, y
también sudarán los corceles arrastrando los pulimentados carros. Y aquel que
se quede voluntariamente en las corvas naves, lejos de la batalla, como yo lo
vea, no se librará de los perros y de las aves de rapiña.
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