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martes, 29 de mayo de 2018

BATALLA DE LOS CAMPOS CATALÁUNICOS

FLAVIO AECIO


La batalla de los Campos Cataláunicos (también llamada batalla de Châlons o batalla de Locus Mauriacus) enfrentó en el año 451 a una coalición romana encabezada por el general Flavio Aecio y el rey visigodo Teodorico I contra la alianza de los hunos comandada por su rey, Atila. Esta batalla fue la última operación a gran escala en el Imperio romano de Occidente y la cumbre de la carrera de Aecio.
ATILA, REY DE LOS HUNOS

El lugar donde tuvo lugar la batalla fue en algún descampado en la margen izquierda del río Marne, cerca de la ciudad de Châlons-en-Champagne, en el Norte francés, aunque se desconoce la ubicación exacta.
 
El nombre de Atila había llegado a todos los rincones de Europa. Algunos pueblos bárbaros enviaban emisarios con propuestas de alianza, mientras otros buscaban apoyo en el decadente Imperio romano de Occidente. La cristiandad se había extendido por gran parte del continente; tanto el Imperio romano de Oriente como el de Occidente, habían abandonado sus antiguos cultos. Del mismo modo, diversos pueblos bárbaros se habían romanizado y abrazado el cristianismo.
 
Las noticias de los saqueos y la destrucción que había sufrido el Imperio de Oriente a manos de Atila habían llegado a Occidente. Existía el temor a que los hunos se dirigieran al Imperio de Occidente. No obstante, el emperador del imperio occidental, Valentiniano III, había entablado negociaciones con Atila para destruir entre ambos el Reino visigodo de Tolosa, en la Galia.
 
Eran precisamente esos mismos visigodos los que décadas atrás se habían visto obligados a cruzar el Danubio debido al avance huno. Por el camino, habían derrotado a los romanos en Adrianópolis, habían vagado durante años asolando los Balcanes, habían saqueado Roma en el 410 y ahora ocupaban parte de la Galia. El emperador trataba por tanto de aliarse con los hunos antes de que los visigodos supusieran una amenaza para el imperio.
 
Aunque las supuestas intenciones de Atila eran las de ayudar a los romanos y expulsar a los visigodos de la Galia, las auténticas eran apoderarse de los territorios del Imperio de Occidente. Cuando sus tropas se pusieron en marcha hacia la Galia, Aecio hizo gala de su habilidad diplomática para conseguir una alianza con los visigodos, sus antiguos enemigos, con los que lucharía conjuntamente contra Atila. Mientras tanto, los hunos habían llegado al norte de la Galia y habían comenzado a saquearla. Ciudades como Metz, Reims o Amiens fueron devastadas. Un ejército confederado de romanos, visigodos y algunos francos,​ alanos y otros pueblos emprendió camino al norte, dispuesto a enfrentarse a Atila.
 
El Imperio romano era entonces una sombra de lo que había sido. Corrupto y ajado tras siglos de existencia, agonizaba ante avalanchas de invasores que no podía frenar. Sin embargo, el general Flavio Aecio hizo frente a los ejércitos hunos.
 
En esta batalla se enfrentaron dos bandos en los que estaban integrados un gran número de pueblos de origen germánico. Por la parte huna, Atila contaba con una gran cantidad de los jinetes de las estepas que habían conformado su pueblo, así como una gran cantidad de infantería de los reinos que le habían rendido vasallaje, como los ostrogodos, gépidos, hérulos, turingios etc.
 
El ejército romano estaba comandado por el magister militum Flavio Aecio, conocido por los historiadores como «el último de los romanos», por sus denodados esfuerzos por defender un Imperio Occidental que se derrumbaba irremediablemente. Aecio buscó la ayuda de otros pueblos bárbaros, pues era consciente de que el ejército romano no podría frenar por sí solo al ejército de Atila. 
El ejército romano estaba muy debilitado: los salarios no eran tan atractivos como lo habían sido en siglos anteriores, las tácticas e incluso el armamento se habían quedado anticuados en relación a los avances que habían obtenido los enemigos de Roma y, en un imperio ya corrompido y empobrecido, el orgullo por pertenecer al ejército había desaparecido. 
El Imperio de Occidente era incapaz de controlar sus fronteras, que se habían vuelto permeables a todo tipo de invasiones, y los emperadores se veían obligados a reclutar bárbaros que penetraban en el imperio, actuando como foederati para tratar de impedir que otros bárbaros también entrasen. Aecio consiguió que se unieran a él visigodos, burgundios, francos y alanos.
 
Los dos ejércitos se desplegaron en campo abierto, en la actual Champaña, el 20 de junio del año 451 d. C. En los Campos Cataláunicos, que dan nombre a la ciudad de Châlons (Chatalan) y a la Champaña (Champs), Atila y Flavio Aecio, se batieron con sus ejércitos en la que fue una de las batallas más sangrientas hasta aquella fecha.
 
El ejército del bando romano fue el primero en desplegarse en el campo de batalla. Aecio dispuso a sus romanos en el ala izquierda, sobre una pequeña colina que dominaba el terreno. Situó a los visigodos con su rey Teodorico en el ala derecha. Entre ambos contingentes se colocaron los alanos, para dificultar una posible retirada de estos. Atila llegó a la llanura cuando el ejército confederado romano ya había tomado posiciones.
 
Pocos datos han trascendido sobre lo que ocurrió a continuación. Se sabe que Atila y su horda huna se situaron en el centro de su ejército, que los ostrogodos hicieron lo propio a su izquierda, frente a los visigodos de Teodorico, y que el resto de pueblos bárbaros se desplegaron a la derecha. Probablemente la intención del rey huno era atacar a los alanos con tal energía que abandonasen el combate. Con la huida de los alanos, el ejército de Aecio quedaría partido en dos, lo que facilitaría rodearlo y destruirlo.
 
Atila había dado orden que no se cargara hasta que no iniciase las hostilidades con sus arqueros hunos. Durante unos momentos tras finalizar el despliegue de los ejércitos, ambos bandos debieron quedarse en silencio, observándose mutuamente, hasta que Atila ordenó a los arqueros que lanzaran sus flechas contra el ejército romano.
 En ese momento, hunos, ostrogodos, gépidos y hérulos cargaron contra el ejército confederado. Atila, al frente de sus jinetes, se lanzó contra los alanos, mientras la infantería del conglomerado bárbaro chocaba con los soldados romanos de Aecio, que dominaban la colina; por último, los ostrogodos entablaron combate con los visigodos.
 
La batalla se prolongó durante horas. Los ostrogodos lucharon ferozmente contra los visigodos, aunque las tropas de Teodorico conseguieron rechazarlos una y otra vez, mientras que los hunos causaban muchas bajas a los alanos. A pesar del temor de Aecio de una deserción masiva alana, tal hecho no se produjo. Los alanos resistieron las constantes acometidas de los jinetes hunos, aunque no pudieron evitar ir cediendo terreno poco a poco.
 Sobre la colina, los soldados romanos resistían sin demasiada dificultad frente a los descoordinados bárbaros que se lanzaban contra ellos. Sin embargo la mayor presión la estaba ejerciendo Atila en el centro del ejército confederado romano, sobre los alanos, cuyas filas comenzaron a romperse. En ese momento Atila localizó a Teodorico, el rey visigodo, combatiendo en primera fila contra los ostrogodos y lo mató, lo que fue un duro golpe para la moral visigoda.
 
Sin embargo, la muerte de Teodorico no causó una desbandada visigoda. Su hijo, Turismundo, fue nombrado rey en mitad del combate. Los visigodos contraatacaron con renovadas energías contra los ostrogodos, que fueron rechazados nuevamente. 
En ese momento la batalla cambió de rumbo. Atila, que había estado a punto de lograr la retirada alana y una posible desbandada visigoda, sufrió la retirada ostrogoda y la resistencia de los alanos y visigodos, que no cedieron a los embates de sus fuerzas. Llegado este momento, Turismundo reorganizó sus filas y ordenó atacar a los hunos.
 
Por entonces, ya se había producido una sangría en el ala derecha del ejército de Atila, que no había logrado abrir brecha en las filas romanas de la colina. Atila percibió el peligro de una posible embestida visigoda por su izquierda, pues Aecio podría rodearlo por la otra ala; el rey huno envió un jinete a su campamento portando la orden de que se hiciese una pira funeraria de inmediato. La batalla estaba perdida, y Flavio Aecio asestaría el golpe definitivo en cualquier momento.
 
Atila reorganizó sus mermadas fuerzas y huyó del campo de batalla a su campamento, dispuesto a incinerarse antes de dejarse capturar. Si Aecio contraatacaba, cercaría a los supervivientes en su propio campamento y podría aniquilarlos. Sin embargo, el general romano no ordenó el contraataque. 
No se sabe con exactitud cuál fue la razón que originó tal actitud, pero se barajan varias posibilidades. Hay quien sostiene que Turismundo, el nuevo rey visigodo, rompió el acuerdo militar alcanzado por su padre con Aecio tras la retirada huna, abandonando los Campos Cataláunicos, por lo que Aecio, con un ejército reducido a casi la mitad, no podría asestar el golpe final a Atila. 
Sin embargo la razón más aceptada (propuesta por el historiador Jordanes), es que Aecio temía que, con la destrucción de los hunos, los visigodos, muy fortalecidos en ese momento, se crecieran y trataran de conquistar el Imperio romano de Occidente.
 E incluso se opina que el general romano no tenía intenciones de destruir al ejército huno con vistas a pactar una alianza en caso de que los visigodos se revolvieran contra Roma. En todo caso, Atila pudo finalmente retirarse a Germania.
 
Aecio, Turismundo y Atila abandonaron el campo de batalla de Châlons-en-Champagne dejando tras de sí unos veinte o treinta mil cadáveres.
 
A pesar de las previsiones de Flavio Aecio, Atila no se dio por vencido. Honoria, la hermana del emperador Valentiniano III, había pedido matrimonio al rey huno, y este, deseoso de recibir parte del imperio como dote, había aceptado. Aunque el emperador había desautorizado la petición de su loca hermana, Atila exigía el imperio de Occidente, por lo que al año siguiente, en el 452 d. C., los hunos invadieron el norte de Italia. Sin embargo, el papa León I acudió a hablar con Atila, y tras la entrevista, el rey huno se retiró de Italia con todo su ejército.
PAPA LEÓN I CON ATILA

Atila se retiró tras el Danubio y en el año 453, tras contraer matrimonio con la princesa goda Ildico, murió por una hemorragia nasal.
 
La retirada de Atila y su muerte al año siguiente supusieron sendos reveses para la imagen de que gozaba Aecio ante Valentiniano III, que sospechaba que su mejor general tenía aspiraciones al trono imperial. Aecio había apostado desde el principio de la invasión de Italia por una solución militar a pesar de lo reducido de sus fuerzas, pero Valentiniano III prefirió permanecer a la defensiva y resistir desde Rávena; con la muerte de Atila en 453, el emperador pensó que la habilidad negociadora y militar de Aecio ya no eran tan necesarias. 
Por estas razones, y alentado por las habituales intrigas palaciegas, en el año 454, Valentiniano III mandó llamar a Aecio a palacio donde él mismo lo asesinó por sorpresa. Al año siguiente, dos antiguos oficiales de Aecio asesinaron al emperador durante un desfile militar, seguramente a instancias del influyente y rico senador romano Petronio Máximo, que aspiraba al trono.

NEOFRÓN



 
Neofrón (Sición, 500 a. C.) fue un poeta trágico griego que escribió ciento veinte piezas dramáticas, de las que sólo conocemos un título: Medea, que inspiró la obra homónima de Eurípides.
 
Neofrón inició una tendencia "realista" con la introducción del personaje del pedagogo y escenas en las que se interrogaba a los esclavos.

domingo, 27 de mayo de 2018

DESPACHOS DE CÉSAR DESDE LA GALIA COMATA



La correspondencia con el Senado era copiosa y tenía que ser atendida antes que cualquier otra cosa, lo que tuvo a César muy ocupado durante tres días. En el exterior de la casa de madera del general las legiones estaban siempre en movimiento, proceso que no originaba demasiada confusión ni ruido, de modo que el papeleo podía llevarse a cabo con toda tranquilidad. Incluso el apático Cayo Trebacio se vio envuelto en el remolino, porque César tenía la costumbre de dictar tres cartas a la vez mientras se paseaba entre tres secretarios encorvados sobre las tablillas de cera; le dictaba a cada uno un par de oraciones rápidas antes de dirigirse al siguiente, sin mezclar nunca los temas ni las ideas. Era aquella sobrecogedora capacidad de trabajo lo que había ganado el corazón de Trebacio. Resultaba difícil odiar a un hombre que podía tener tantas ollas hirviendo a la vez.

 

Pero al final había que atender las cartas personales, por muchos comunicados de Roma que llegasen cada día. Había mil trescientos kilómetros desde el puerto Icio a Roma por unos caminos que a menudo eran ríos en la Galia de los cabelleras largas, hasta que, muy al sur de la Provenza, empezaban las carreteras de vía Domitia y vía Emilia. César tenía un grupo de mensajeros que continuamente cabalgaban o navegaban entre Roma y dondequiera que él estuviese, y esperaba que recorrieran un mínimo de ochenta kilómetros al día. De ese modo recibía las últimas noticias de Roma en menos de dos nundinae y se aseguraba de que su alejamiento no tuviese el efecto de anular su influencia. La cual crecía cada vez más en proporción directa a su riqueza, siempre en aumento. Puede que Britania no le hubiese proporcionado mucho, pero la Galia de los cabelleras largas había dado montañas de beneficios.


QUINTO TULIO CICERÓN




QUINTO TULIO CICERÓN
según un dibujo de Colleen McCullough

No debe confundirse con su hermano mayor: Marco Tulio Cicerón.
 
Quinto Tulio Cicerón (en latín, Quintus Tullius Cicero; 102-43 a. C.) fue el hermano menor del célebre orador, filósofo y político romano Marco Tulio Cicerón. Nació en el año 102 a. C. en una familia del orden ecuestre, como el hijo de un rico terrateniente de Arpino, a unos 100 kilómetros al sureste de Roma.
 
Su pudiente padre hizo que fuera educado junto a su hermano en Roma, Atenas y probablemente Rodas en 79-77 a. C. Se casó alrededor del año 70 a. C. con Pomponia (hermana del amigo de su hermano, Ático), una mujer dominante y de fuerte personalidad.​ Se divorció de ella después de un largo y poco armonioso matrimonio, con muchas discusiones entre los esposos, a finales del año 45 a. C.  Su hermano, Marco, intentó varias veces reconciliar a los esposos, pero sin éxito. La pareja tuvo un hijo nacido en 66 a. C. que recibió el nombre de Quinto Tulio Cicerón por su padre.
 
Fue edil en 66 a. C. y pretor en 62 a. C., propretor de la provincia de Asia durante tres años (de 61 a 59 a. C.) y legado de Julio César durante la guerra de las Galias, entre 54 a. C. y 52 a. C. Acompañó a César en su segunda expedición a Britania en el año 54 a. C. y sobrevivió a un asedio de la tribu de los nervios durante la revuelta de Ambiórix y de su hermano en Cilicia en 51 a. C. Durante la segunda guerra civil apoyó a la facción de Pompeyo, obteniendo posteriormente el perdón de César.
 
Durante el período en que el Segundo Triunvirato hizo de la República romana de nuevo el escenario de la guerra civil, tanto Quinto como su hermano y su hijo fueron todos proscritos. Huyó de Túsculo junto con su hermano, Marco. Regresó a su casa para coger algo de dinero que costeara los gastos del viaje. Su hijo Quinto el Menor escondió a su padre y no reveló el escondite aunque fue torturado. Cuando Quinto oyó esto, se entregó para intentar salvar a su hijo; pero, padre e hijo, y Marco, el famoso hermano de Quinto, todos fueron muertos en el año 43 a. C., como personas proscritas.​
 
Quinto fue un soldado valiente y un líder militar que estimulaba a sus soldados. En un momento crítico de la guerra de las Galias, recuperó a su legión y superó una posición aparentemente perdida; por esto fue alabado por César, quien relata el hecho con las palabras Ciceronem pro eius merito legionemque collaudat (Alabó a Cicerón y sus hombres muchísimo, como se merecían) (Comentarios a la guerra de las Galias libro V, cap. 52).
 
Quinto tenía un temperamento impulsivo, con brotes de crueldad durante las operaciones militares, algo que los romanos de la época reprochaban. El ideal romano y estoico era controlar las emociones incluso durante la batalla. Quinto Cicerón también gustaba de castigos anticuados y duros, como poner a una persona condenada por parricidio en un saco y arrojarla al agua. Este castigo lo impuso durante su propretura en Asia.​ (Para los romanos, tanto el parricidio como el matricidio eran uno de los peores crímenes). Su hermano confiesa en una de sus cartas a su amigo Ático, escrita en el año 51 a. C., que mientras era procónsul de Cilicia y había llevado consigo a Quinto como legado, no se atrevía a dejarle solo porque temía qué clase de ideas repentinas se le podían ocurrir.
 Pero visto por el lado bueno, Quinto era profundamente honrado, incluso como gobernador de una provincia, situación en la que muchos romanos amasaban sin el menor rubor considerables fortunas privadas para ellos. También era un hombre culto, que leía tragedias griegas y que escribió él mismo algunas de ellas.
 
La relación entre los hermanos fue en gran medida afectuosa, excepto durante una época en que tuvieron un serio desacuerdo durante la dictadura de César 49-44 a. C.10​ Las muchas cartas de Marco ad Quintum fratrem ("A su hermano Quinto") muestra cuán honda y afectuosa era esa relación entre hermanos, aunque Marco Cicerón a menudo asumía el papel de "más viejo y más experimentado", sermoneándole sobre lo que era correcto que hiciera. Quinto pudo también sentir en ocasiones que el egoísta Marco sólo pensaba en cómo su hermano podía estorbar o ayudar en la carrera de Marco a lo largo del Cursus Honorum.
 
Como autor, escribió durante la guerra de las Galias de César cuatro tragedias al estilo griego. Tres de ellas llevaban por título Tiroas, Erigones y Electra; todas se han perdido. También escribió varios poemas sobre la segunda expedición de César a Britania, tres epístolas a Tirón (liberto de su hermano Marco, se conserva) y una cuarta a su hermano.
 La larga carta De petitione consulatus o Commentariolum Petitionis (breve manual de campaña electoral) también se ha conservado; aunque su validez se ha cuestionado grandemente. Es, en cualquier caso, una valiosa guía del comportamiento político de la época de Cicerón.

CÉSAR DICE DE SUS LEGIONES



 
No se puede esperar que la tropas peleen bien si no están bien alimentadas, y yo nunca estoy ajeno al sufrimiento de mis legionarios. Si se raciona la comida de los legionarios, se raciona mi comida y la de mis legados y tribunos. Si yo voy a pie acompañando a mis legionarios en las marchas, ninguno de mis legados y tribunos monta en un caballo.