Como la masa del
pueblo es inconstante, apasionada e irreflexiva, y se halla además sujeta a
deseos desenfrenados, es menester llenarla de temores para mantenerla en orden.
Por eso los antiguos hicieron bien en inventar los dioses y la creencia en el
castigo después de la muerte. Son más bien los modernos los que deben ser
acusados de locura por su pretensión de extirpar tales creencias.
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