Pero,
por lo que a mí respecta, estaba presto y dispuesto, pues no tengo nada en la vida,
ni granja, ni casa, ni oro, ni herramientas, ni reputación, ni estatuas, así
que, en cuanto Atropos me hizo una seña dejé con gusto el cuchillo y el cuero
(estaba trabajando en una sandalia), me levanté de un salto y la seguí,
descalzo como estaba, sin siquiera limpiarme las manos ennegrecidas. De hecho,
fui yo delante, con la mirada al frente, pues nada dejaba atrás que me hiciera
volver la vista atrás. Y a fe del cielo que ya veo que aquí todo es espléndido,
pues que todos sean iguales y que nadie sea mejor que el vecino resulta de lo
más agradable, al menos para mí. Y deduzco que aquí no se reclama el pago de
las deudas y no se pagan impuestos y, sobre todo, no se congela uno en invierno,
ni enferma, ni es azotado por hombres importantes. Todos están en paz y se han
vuelto las tornas, pues nosotros, los pobres, reímos, mientras los ricos se
lamentan afligidos.
(Luciano en "La travesía" )
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