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viernes, 6 de enero de 2017

ANTICONCEPTIVOS DE PROSTITUTAS EN LA ANTIGUA ROMA




 Sin duda, a las prostitutas les preocupaban más temas prácticos que la supuesta vergüenza. Por ejemplo, quedarse embarazada era un gran inconveniente. Como dice Mírtile en los Diálogos de las cortesanas de Luciano, «Todo lo bueno que he obtenido de tu amor es esta enorme barriga, y pronto daré a luz a un niño, lo cual es un terrible fastidio para una mujer de mi clase»

 

Por lo que se refiere a evitar embarazos, uno de los métodos preferidos eran los hechizos mágicos, como por ejemplo este conjuro: «Coge una alubia perforada y úsala como amuleto tras atarla en una piel de mula.

 

También se utilizaba el método de la abstinencia según el ciclo menstrual de la mujer. Los médicos creían comprender la ovulación femenina, pero, de hecho, estaban completamente equivocados, y los periodos considerados seguros eran en realidad los más fértiles. Los supositorios vaginales y los ungüentos eran más prácticos; se pensaba que «cerraban» el útero y, por tanto, impedían la concepción.

 

 El aceite era una de las sustancias preferidas, ya fuese de oliva o de otro tipo, mezclado con ingredientes como la miel, el plomo o el incienso, pero carecía de eficacia. También se recomendaba el uso de pociones, como la mezcla de hojas de sauce, óxido de hierro y escoria, todo ello finamente molido y mezclado con agua, o beber raíces de helecho macho y hembra mezcladas con vino dulce.

 

Existen pruebas arqueológicas y documentales del amplio uso por parte de las mujeres de esponjas y otros métodos de barrera para evitar la concepción, con vinagre  común como espermicida (cosa que es cierta).

 

Obviamente, a menudo se producía el resultado deseado —la prevención del embarazo— coincidiendo con alguno de los muchos métodos propuestos por la medicina popular y profesional, lo cual animaba a las prostitutas a seguir recurriendo a dichos métodos, pero, en realidad, la contracepción era un tema de ensayo y error.

 

Durante el embarazo existía la opción del aborto. Como procedimiento médico era muy poco habitual, y los escritores sobre temas médicos lo desaconsejaban por ser extremadamente peligroso.

 

Sin embargo, había varias pociones que, según se aseguraba, provocaban el aborto. Se tomaban por vía oral o en forma de supositorios vaginales; en ambos casos, el desconocimiento de la fisiología hacía que se tratase de técnicas de dudosa eficacia, aunque es posible que algunos brebajes funcionasen. Cuando nacía un niño, era posible deshacerse de él recurriendo al abandono o al infanticidio.

 

En los tiempos modernos, la prostitución acarrea un peligro muy real para la salud de la prostituta y del cliente: las enfermedades de transmisión sexual. Las prostitutas del mundo grecorromano no tenían que preocuparse tanto en este sentido. Por supuesto, la ETS más mortífera de todas, el sida, no existía en la Antigüedad, y no se conocía la sífilis.

 

A pesar de que a lo largo de los años ha habido una encendida discusión entre los historiadores de la medicina que sostienen que la sífilis es una enfermedad del Nuevo Mundo que surgió en América fruto del intercambio colombino, los que afirman que existen pruebas de que se originó en el Viejo Mundo, e incluso quienes defienden ambos orígenes se manera concomitante, análisis óseos realizados en esqueletos antiguos han demostrado de manera concluyente que en la Antigüedad no existía sífilis en Occidente.

 

 Fuesen cuales fuesen los síntomas atribuidos a dicha enfermedad, pueden atribuirse a enfermedades similares. De manera que una prostituta no tenía que preocuparse por este azote concreto de los prostíbulos.

 

 Es posible que la gonorrea, la segunda enfermedad de transmisión sexual más temida, existiera en la época romana, pero, dado que no deja señales en los huesos, la osteología no puede ayudarnos, y las referencias de los autores médicos no son concluyentes.

 

 Sin embargo, de los textos de dichos autores se desprende claramente que sí existían dos enfermedades venéreas más leves (aunque también dolorosas y dañinas), concretamente el herpes genital (clamidia) y las verrugas genitales (condilomas); sin embargo, curiosamente, ningún escritor médico relaciona directamente éstas u otras infecciones con el contacto sexual.

 

Por muy molestas que fuesen estas enfermedades, una prostituta podía ejercer su oficio sin temor a que su vida se viera amenazada por enfermedades de transmisión sexual. Al menos en este sentido, la vida en la Antigüedad era más segura que hoy en día.


( Robert C. Knapp en "Los olvidados de Roma")
















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