Viendo
la imposibilidad de derrotar a César, Vercingetórix convocó un nuevo consejo en
Alesia. Demostrando su grandeza de ánimo, declaró que no había iniciado esa
guerra por su propio interés, sino por conseguir la libertad de la Galia.
Puesto que había fracasado, estaba dispuesto a dejarse matar por los demás para
que así consiguieran el perdón de los romanos o a entregarse directamente a
César. Esto último fue lo que se decidió. Tras enviar emisarios al procónsul para
negociar la rendición, Vercingetórix, tal como cuenta Plutarco, se puso su
mejor armadura, engalanó a su caballo y salió de Alesia .Una vez llegado al
campamento romano, dio una vuelta en torno al estrado donde César permanecía en
su silla curul. Después desmontó, se quitó la armadura y se sentó inmóvil y en
silencio a los pies de César. Pasado un rato, los guardias se lo llevaron y lo
encerraron hasta que llegara el momento de exhibirlo en el triunfo del
procónsul (una ocasión que por circunstancias, se retrasó unos seis años).
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