Cuando gobernaba Sicilia en calidad de pretor en 97 a. C.,
Lucio Domicio puso de manifiesto lo implacable de su carácter. Al recibir un
jabalí de tamaño extraordinario, ordenó que lo llevaran ante él al pastor que
lo había matado. Le preguntó entonces cómo había conseguido cazarlo, y al
enterarse de que lo había hecho sirviéndose de un venablo, mandó que lo
crucificaran, porque él mismo, para acabar con los salteadores que estaban
asolando la provincia, había publicado un edicto prohibiendo la posesión de
esas armas.
( Valerio Máximo en su "Hechos y dichos
memorables")
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