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martes, 1 de noviembre de 2016

CARTA DE CÉSAR A CICERÓN SOBRE LUCIO SERGIO CATILINA


 

Puede que conozcas el poder que tiene Catilina, al que todos despreciamos; pero al que no podemos ignorar. Hemos hablado de los libertos, esclavos, y delincuentes de poca monta que son sus seguidores. En sí, no son muy peligrosos. Pero es que no son los únicos que apoyan a nuestro patricio amigo. Hay hombres muy ambiciosos que son familiares suyos, por ejemplo, Pisón y Curio, por no nombrar más que dos. Muchos senadores y tribunos están pagados por él o le temen, porque él conoce sus delitos secretos. Además, hay que enumerar a las decenas de millares de atletas de Roma y hombres poderosos, capaces de cometer todo lo malo que pueda imaginarse, que viven a costa del vicio. Hay los descontentos y no los subestimes, porque forman legión. Hay muchísimos otros que no son romanos, pero que son ricos. No son leales a Roma, sino a sus propios intereses. Hombres que hacen de la traición un oficio porque odian a Roma y lo que simboliza y desean que haya despotismo.

 

Entre los desafectos hay que contar asimismo a muchos miembros de la clase patricia, que desprecian a la República y desean gobernar una nación esclavizada. Estos a su vez tienen una multitud de seguidores, que obedecerían a sus amos, los cuales siguen como un solo hombre a Catilina, que es uno de ellos.

 

Está la gentuza del arroyo, siempre obsesionada con la posibilidad de botín y la satisfacción de las necesidades de sus vientres y de sus apetitos de lujuria. ¿Qué les importa a ellos Roma o su prestigio? La traicionarían por un plato de judías o por dos entradas para el circo. Están las abigarradas criaturas de apetitos odiosos y depravados, los actores, cantantes y bailarines, que prefieren desgañitarse ante los patricios y la autoridad real, esperando alcanzar así más notoriedad y fama. Están los homosexuales y otros pervertidos que se retuercen de gozo sólo con pensar en explotación y látigos y la promesa de la protección legal.

 


Esos son los seguidores de Catilina, Marco. Esos son los que a una palabra suya podrían destruir nuestra nación.


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