Vivía en la ciudad una tal Popea Sabina, hija de Tito Olio,
pero que usaba el nombre de su abuelo materno, el antiguo cónsul Popeo Sabino,
de ilustre memoria y que había brillado con los honores del triunfo; en cuanto
a Olio, cuando todavía no había ocupado cargos, lo había perdido su amistad con
Sejano. Tenía esta mujer todas las cualidades, salvo un alma honrada. En
efecto, su madre, destacada por su belleza entre las damas de su época, le
había dado a un tiempo gloria y hermosura; sus riquezas estaban a la altura de
lo ilustre de su linaje; su conversación era grata y su inteligencia no despreciable.
Aparentaba recato pero en la práctica se daba a la lascivia; raramente aparecía
en público y sólo con el rostro parcialmente velado para no saciar a quienes la
miraran o porque así estuviera más bella. Nunca se preocupó de su fama, no
distinguiendo entre maridos y amantes; sin ligarse a afectos propios ni ajenos,
trasladaba su pasión a donde se le mostraba la utilidad. El caso es que,
estando casada con el caballero romano Rufrio Crispino, del que había tenido un
hijo, se la atrajo Otón con su juventud y sus lujos y porque se le consideraba
el más notable amigo de Nerón. No tardó el matrimonio en seguir al adulterio.
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