El gasto en los estudios, que es el mejor de
todos, sólo es razonable dentro de ciertos límites. ¿Qué utilidad tienen esos
innumerables libros y bibliotecas de los que sus dueños a duras penas pueden
leer en toda su vida los títulos? El excesivo número no instruye, antes
bien supone una carga para el que trata de aprender y es mejor entregarse a
unos pocos autores que perderse entre muchos. Sucede con muchas personas
ignorantes de lo más elemental que tienen los libros para adornar sus
comedores, en vez de como medios para aprender. Ténganse los libros
necesarios, pero ni uno solo para exhibición. Claro que se puede decir
que es preferible gastarse el dinero en libros que en vasijas corintias o en
cuadros. Siempre es malo cualquier exceso. ¿Por qué disculpar al que
desea estanterías de madera rica y marfil, al que busca las obras de autores
desconocidos y no buenos y al que bosteza entre tantos miles de libros porque
le agrada muchísimo ver los lomos y los títulos de su propiedad? Verás en
las casas de los más perezosos las estanterías llenas hasta el techo con todas
las obras de los oradores y de los historiadores. Pues hoy, como las
termas, la biblioteca se considera un ornamento necesario de la casa.
Todo ello se podría perdonar si se debiera a un gran amor a los estudios, mas,
realmente, estas colecciones de las obras de los más ilustres autores con sus
retratos se destinan para el embellecimiento de las paredes.
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