El
templo de Jano Quirino, que nuestros ancestros deseaban permaneciese clausurado
cuando en todos los dominios del pueblo romano se hubiera establecido la paz,
tanto en tierra como en el mar, no había sido cerrado sino en dos ocasiones
desde la fundación de la Ciudad hasta mi nacimiento: durante mi principado, el
Senado determinó, en tres ocasiones, que debía cerrarse.
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