El
título de Padre de la Patria se le confirió por unánime e inesperado
consentimiento; en primer lugar, por el pueblo, a cuyo efecto le mandó una
diputación a Antium; a pesar de su negativa, se le dio por segunda vez en Roma,
saliendo a su encuentro, con ramos de laurel en la mano, un día que iba al
teatro; después, en el Senado, no por decreto o aclamación, sino por voz de
Valerio Mesala, quien le dijo, en nombre de todos sus colegas: «Te deseamos,
César Augusto, lo que puede contribuir a tu felicidad y la de tu familia, que
es como desear la eterna felicidad de la República y la prosperidad del Senado,
que, de acuerdo con el pueblo romano, te saluda Padre de la Patria». Augusto,
con lágrimas en los ojos, contestó en estos términos, que refiero textualmente
como los de Mesala: «Llegado al colmo de mis deseos, padres conscriptos, ¿qué
podéis pedir ya a los dioses inmortales, sino que prolonguen hasta el fin de mi
vida este acuerdo de vuestros sentimientos hacia mí?».
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