Craso tenía como mascota una anguila a la que ponía
pendientes y un collar de piedras preciosas. Cuando murió, guardó luto por
ella, como habría hecho por su hija. Domicio le motejó por aquella conducta tan
exagerada, pero Craso le replicó que su conducta era mucho mejor que la suya,
pues había enterrado a tres esposas sin derramar ni una lágrima. Aunque la
anécdota es referida por varios autores, se desconoce la identidad exacta de
ambos personajes. Probablemente fueran Lucio Licinio Craso y Cneo Domicio
Ahenobarbo, que , como censores ambos en 92 a. C., tenían el deber de velar por
los modelos de comportamiento.
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