Me siento tremendamente preocupado por la interpretación que
de las justas y viriles leyes de la antigua Roma está haciendo el tirano Cinna,
quien no atreviéndose a mofarse de las leyes escritas y de la Constitución, se
había rodeado de una camarilla de abogados serviles, constantemente ocupados en
interpretarlas a su gusto. Esto acabaría inevitablemente en el caos, la
injusticia y la violencia, con su secuela, la tiranía. La Ley declaraba que las
propiedades de un hombre eran inviolables; pero las nuevas leyes de Cinna sobre
impuestos violaron tan antigua previsión de un país orgulloso. Por lo visto
ahora resultaba que las propiedades de un hombre sólo eran inviolables para los
ladrones particulares; pero no para el gobierno, que era el mayor ladrón de todos, chupando
constantemente la sangre del pueblo y deparándole a cambio tan solo miseria y
deudas. Todo esto lo hacía en la mayor impunidad, pues los romanos de ahora no
protestaban, lo que demostraba que la pusilanimidad en la que habían caído. El
populacho ensalzaba ahora a los Gracos, que habían despojado a la gente activa
en favor de los perezosos y derrochadores. No había duda de que los Gracos
fueron virtuosos en sus vidas particulares; pero se dejaron arrastrar por el
sentimentalismo. Y ese mismo pueblo enfurecido los mató a pedradas, habiéndose
tenido tal ejecución por justa durante mucho tiempo. Ahora eran los héroes de
un populacho degenerado, que despreciaba el trabajo honrado y prefería que le
dieran gratis pan y circo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario