Fue, en
efecto, un hombre realmente único en todas las situaciones, el primero en la
paz y en la guerra antes de exiliarse; más brillante en el exilio, bien por la
añoranza de la ciudad que, una vez en poder del enemigo, imploró su ayuda
cuando estaba ausente, o bien por la suerte con que, devuelto a su patria, a la
vez que su persona la propia patria fue devuelta con él; luego, a lo largo de
veinticinco años, estuvo a la altura de semejante título de gloria y fue digno
de que se le considerase el segundo fundador de la ciudad de Roma contando a
Rómulo.
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