Era
abril, poco después de que los recién elegidos censores hubiesen confirmado a Mamerco príncipe del Senado, cuando Pompeyo
anunció que celebraría juegos votivos triunfales que se iniciarían en sextilis
y concluirían justo antes de los ludi romani, que comenzaban el cuarto día de
septiembre. A nadie escapó su satisfacción al anunciarlo, aunque no se debía
estrictamente a los juegos en si; Pompeyo había acordado un contrato
matrimonial de gran importancia para un natural de Piceno: su hermana viuda, Pompeya,
iba a casarse nada menos que con el sobrino del difunto dictador, Publio Sila
sive Sexto Perquitieno. Sí, los Pompeyos de Piceno ascendían en el mundo
romano. Su abuelo y su padre habían tenido que contentarse con los Lucilios,
mientras que él había emparentado con los Mucios, los Licinios y los Cornelios.
Mejor no podía ser!
Pero
a Craso le importaba un bledo a quién elegía la hermana de Pompeyo por segundo marido;
lo que le fastidiaba eran los juegos triunfales.
-Yo
te digo que lo que pretende es que los campesinos se pasen dos meses en Roma gastando
dinero -dijo Craso a César-. ¡Y en pleno verano! Los tenderos le van a levantar
estatuas por toda la ciudad, y no digamos los viejos a quienes les encantará
admitir huéspedes y ganarse unos sestercios.
-Es
bueno para Roma que el dinero circule.
-Sí,
pero ¿qué pinto yo en esto? -inquirió Craso con voz chillona.
-Tienes
que crearte un lugar en que destaques.
-Dime
cómo y... cuándo. Los juegos de Apolo duran hasta los idus de quintilis; luego,
hay tres elecciones seguidas con intervalos de cinco días: las curules, las del
pueblo y las de la plebe. En los idus de quintilis, piensa celebrar su maldito
desfile del caballo público. Y después de las elecciones plebeyas hay muchísimo
tiempo para ir de compras, pero no para volver al pueblo y regresar otra vez a
Roma... y se quedarán hasta sus juegos triunfales a mediados de sextilis. ¡Y
duran quince días! ¡Qué presunción! Y cuando acaben están encima los juegos
romanos. ¡Por los dioses, César, sus espectáculos van a mantener a los palurdos
en la ciudad casi tres meses! ¿Y se me menciona a mí acaso? ¡ Para nada! ¡Como
si no existiera!
-Tengo
una idea -dijo César, imperturbable.
-¿Cuál?
-inquirió Craso-. ¿Disfrazarme de Pólux?
-¿Y
Pompeyo de Cástor? ¡ Me gusta! Pero seamos serios. Cualquier cosa que hagas, querido
Marco, tendrá que costarte más de lo que Pompeyo se va a gastar en sus
festejos. Si no, lo que hagas no le hará sombra alguna. ¿Estás dispuesto a
gastarte una gran fortuna?
-¡Estaría
dispuesto a pagar lo que fuese para acabar mi mandato con más fama que Pompeyo!
- replicó Craso con desdén-. Al fin y al cabo, soy el hombre más rico de
Roma... desde hace dos años.
-No
te engañes a ti mismo -añadió César-. Hablas de tu fortuna y nadie ha osado subestimarla; mientras que Pompeyo es un noble
rural típico que no dice lo que posee, y tiene mucho más que tú, Marco, eso te
lo aseguro. Cuando el ager gallicus se incluyó oficialmente en los dominios de
Italia, el precio subió como la espuma. Pompeyo es propietario -no
arrendatario- de varios millones de iugera de la mejor tierra de Italia, y no
sólo en Umbría y Piceno; ha heredado las magníficas propiedades de los Lucilios
en el golfode Tarentum, y regresó de Africa a tiempo de hacerse con muy buenas
fincas ribereñas del Tíber, del Volturnus, del Liris y del Aternus. No eres el
hombre más rico de Roma, Craso. Yo te digo que el más rico es Pompeyo.
-¡No
puede ser! -exclamó Craso, perplejo.
-Lo
es, lo es. Que una persona no divulgue lo que tiene no quiere decir que sea
pobre. Tú hablas a todos de tu dinero porque empezaste siendo pobre. Pompeyo no
ha sido pobre en su vida, ni lo será. Cuando dé la tierra a sus excombatientes
será un gesto magnífico, pero me apostaría algo a que se la cede sin título de
propiedad. Y seguro que todos le pagan un diezmo de lo que produzcan. Pompeyo
es una especie de rey, Craso. Por algo eligió llamarse Magnus. Sus gentes le
miran como a un rey. Y ahora que es primer cónsul, se cree que su reino ha
crecido.
-Yo
tengo diez mil talentos -dijo Craso, enfurruñado.
-Doscientos
cincuenta millones de sestercios, que diría un contable -apostilló César,
sonriendo y meneando la cabeza-. ¿Y ganas el diez por ciento anual de
beneficio?
-¡Ah,
claro!
-¿Estarías
dispuesto a prescindir de los beneficios de este año?
-¿Gastarme
mil talentos?
-Exactamente.
Le
dolía pensarlo, y se le notaba.
-Sí,
sería la única manera de eclipsar a Pompeyo -dijo.
-El
día anterior a los idus de sextilis, cuatro días antes de que comiencen los
juegos triunfales de Pompeyo, es la fiesta de Hércules invicto. Como
recordarás, Sila dedicó una décima parte de su fortuna dando una fiesta pública
de cinco mil mesas en honor del dios.
-¿Y
quién no lo recuerda? El perro negro se bebió la sangre de la primera víctima. Nunca
había visto yo a Sila aterrado como en aquella ocasión; se le cayó la corona de
hierba en el charco de sangre.
-Olvídate
de los horrores, Marco; yo te prometo que no habrá perros negros en los alrededores
cuando dediques un décimo de tu fortuna a Hércules invicto. ¡Da un banquete
público de diez mil mesas! - dijo César-. Los que habrían preferido la
comodidad de unas vacaciones a la orilla del mar, seguro que se quedan en Roma,
porque a una fiesta gratis nadie se resiste.
-¿Diez
mil mesas? Si las lleno de lubina, ostras, anguilas y salmonetes no me saldrá
por menos de doscientos talentos -dijo Craso, que conocía el precio de todo-.
Y, además, un panza llena puede hacer pensar a la gente que no va a pasar
privaciones, pero al día siguiente esa misma gente siente el hambre.
Las
fiestas son efímeras, César, igual que su recuerdo.
-Cierto.
De todos modos -añadió César, lucubrando-, con esos doscientos talentos quedan ochocientos
por gastar. Vamos a suponer que en Roma haya entre sextilis y noviembre
trescientos mil ciudadanos. El subsidio normal de trigo a cada uno es de cinco
modii, es decir un medimnus por mes al precio de cincuenta sestercios. Barato,
pero no tan barato como el precio real del trigo, por supuesto. El Erario, aun
en los años de carestía saca alguna ganancia. Me han dicho que este año no será
de carestía, y tienes suerte de que el año pasado tampoco lo fuese, pues tú
comprarás al precio de la última cosecha.
-Comprar
-dijo Craso, abrumado.
-Deja
que acabe. Cinco modii de trigo por tres meses... por trescientas mil
personas... Son cuatro millones y medio de modii. Si compras ahora en vez de en
verano, me imagino que podrás obtener cuatro millones y medio de modii a cinco
sestercios el modius. Son veintidós millones y medio de sestercios...
ochocientos talentos aproximadamente. Y en eso, mi querido Marco, es en lo que
se van los otros ochocientos talentos. Porque lo que harás, Marco Craso, es
repartir gratuitamente cinco modii de trigo mensuales durante tres meses a todos
los ciudadanos romanos. No a precio reducido, querido Marco, ¡gratis!
-Espectacular
generosidad -comentó Craso, con rostro impenetrable.
-Sí,
es cierto. Y presenta mayor ventaja que cualquier estratagema que haya pensado Pompeyo.
Sus espectáculos habrán concluido dos meses antes de que acabe tu distribución
gratuita de trigo. Si los recuerdos son efímeros, tendrás que ser el último en
jugar. Casi todos los romanos comerán pan gratis gracias a Marco Licinio Craso
entre el mes en que los precios suben y el mes en que la nueva cosecha los hace
bajar. ¡Te convertirás en su ídolo y te ganarás su afecto!
-Tal
vez dejen de llamarme incendiario -dijo Craso con una sonrisita.
-Y
ahí se verá la diferencia entre tu fortuna y la de Pompeyo -añadió César,
también sonriente-. El dinero de Pompeyo no flota como ceniza en el cielo de
Roma. Verdaderamente, ya es hora de que mejores tu imagen pública.
( C.
McC. )
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