Una vez concluido el banquete, y
mientras los asistentes bebían a discreción, el persa Atagino que con él
compartía el diván le preguntó, expresándose en griego, que de dónde era, a lo
que Tersandro le respondió que era de Orcómeno. "Pues mira -le dijo
entonces el persa-. ya que has compartido conmigo mesa y brindis, quiero
dejarte un testimonio de mi perspicacia, para que, prevenido de antemano,
puedas adoptar personalmente la decisión que más te convenga. ¿Ves a esos
persas que asisten al banquete? ¿Recuerdas al ejército que hemos dejado
acampado a la orilla del río? En breve plazo comprobarás que, de entre todos
ellos, los supervivientes son sólo unos cuantos. " Y, al tiempo que manifestaba ese comentario,
el persa se deshacía en llanto. Entonces Tersandro, perplejo ante su
afirmación, le dijo: "¿Pero es que no hay que comunicarle estas
impresiones a Mardonio y a los persas que le siguen en rango?" "Amigo -respondió el persa a sus
palabras-, lo que por voluntad divina se ha de cumplir, no está al alcance de
ser humano evitarlo: de ahí que nadie quiera prestar oídos ni a quienes
proclaman hechos dignos de crédito. Y, aunque esto que te digo lo sabemos
muchos persas, seguimos adelante, pues somos prisioneros de lo ineluctable. Por
eso, la peor angustia del mundo estriba en tener conciencia de muchas cosas
pero no poder controlar ninguna."
No hay comentarios:
Publicar un comentario