Servilia
se encogió de hombros, pues aquella conversación tan fría le desagradaba. César
no Pensaba reanudar su antigua relación; su expresión y movimientos así lo
indicaban. Al volver a ponerle los ojos encima por primera vez después de casi
diez años, Servília se volvió a ver capturada por su poder. Sí, por el poder.
Ésa había sido siempre la gran atracción de aquel hombre. Después de César los
demás hombres resultaban insulsus. Hasta Poncio Aquíla no servía más que
para mitigar el picor. Inmensurablemente más viejo, pero ni un día más viejo,
ese era César. Estaba surcado
de arrugas que hablaban de acción, de la vida en climas duros, de obstáculos
conquistados, y tenía el cuerpo tan en forma y tan competente como siempre.
Como sin duda lo estaba aquella parte de él que ella no podía ver, que nunca
volvería a ver.
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