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jueves, 21 de mayo de 2015

CARTA EN LA QUE CNEO POMPEYO MAGNO, MARIDO DE JULIA, HIJA DE CÉSAR, LE COMUNICA SU MUERTE TRAS SU PARTO FALLIDO


Oh, César, ¿cómo voy a soportarlo? Julia está muerta. Mi niña maravillosa, hermosa y dulce está muerta. Muerta a la edad de veintidós años. Yo mismo le cerré los ojos y puse sobre ellos las monedas; le puse el denario de oro entre los labios para asegurarme de que tuviera el mejor asiento en la barca de Caronte.




Murió tratando de darme un hijo. Sólo estaba embarazada de siete meses, y no había tenido ni aviso de lo que se avecinaba. Sólo que se encontraba mal de salud. Nunca se quejó, pero yo lo notaba. Luego se puso de parto y dio a luz al niño. Un niño que vivió dos días, así que sobrevivió a su madre. Julia murió desangrada. Nada podía detener aquella hemorragia. ¡Un modo horrible de morir! Consciente casi hasta el final, pero debilitándose y poniéndose pálida poco a poco, ella que era ya de por si tan blanca. Y hablando conmigo y con Aurelia, hablando sin parar.




 Recordando que no había hecho esto, y haciéndome prometerle que yo me encargaría de hacer aquello. Tonterías, como que pusiera a secar el veneno para las pulgas, aunque para eso todavía faltan meses. Me repitió una y otra vez lo mucho que me amaba, que me había amado desde que era niña. Y me dijo lo feliz que yo la había hecho, que no le había dado ni un momento de dolor. ¿Cómo podía decir eso, César? Yo le había causado el dolor que la estaba matando, aquella cosa descarnada que parecía desollada. Pero me alegro de que la criatura muriera. El mundo nunca estará preparado para un hombre que lleve tu sangre y la mía. Mi hijo lo habría aplastado como a una cucaracha.




Julia me obsesiona. No dejo de llorar, pero todavía sigo teniendo lágrimas. La última parte de ella que dejó escapar la vida eran sus ojos, tan enormes y azules. Llenos de amor. Oh, César, ¿cómo voy a soportarlo? Seis cortos años. Yo había planeado que fuera ella quien me dijera adiós. Ni en sueños pensé que sucediera al revés, y además tan pronto. ¡Oh, habría sido demasiado pronto aunque hubiéramos llevado casados veintiséis años! ¡Oh, César, qué dolor siento! Ojalá hubiera sido yo, pero ella me hizo jurar solemnemente que no la seguiría. Estoy condenado a vivir. Pero, ¿cómo? ¿Cómo puedo vivir? ¡Me acuerdo tanto de ella! De su aspecto, de su voz, de su olor, de cómo era su contacto, de su sabor. Julia tañe dentro de mí como una lira.



Pero de nada sirve. Apenas veo para escribir, pero me corresponde a mi contártelo todo. Ya sé que te enviarán esta noticia a Britania. Hice que el hijo mediano de tu tío Cotta, Marco, que es pretor este año, convocase a sesión al Senado, y les pedí a los padres conscriptos que votasen un funeral de Estado para mi querida niña. Pero ese Mentula, ese Cunnus de Enobarbo no quiso ni oír hablar de ello. Con Catón relinchando negativas detrás de él en el estrado curul. A las mujeres no se les hacen funerales de Estado; concederle uno a mi Julia sería profanar el Estado. Tuvieron que sujetarme, habría matado a esa Verpa de Enobarbo con las manos desnudas si se las hubiera puesto encima. Todavía se me crispan ante la idea de apretárselas en torno a la garganta. Se dice que la Cámara nunca va en contra de la voluntad del cónsul senior, pero en esta ocasión la Cámara lo hizo. El voto fue casi unánime a favor de un funeral de Estado.



Tuvo lo mejor de todo, César. Los de las pompas fúnebres hicieron su trabajo con amor. Bueno, Julia estaba hermosísima, aunque se había quedado tan blanca como el yeso. Así que le pintaron la cara y le dispusieron las grandes masas de cabello plateado formando el peinado alto que a ella tanto le gustaba, con el peine enjoyado que le regalé en su vigésimo segundo cumpleaños. Una vez instalada cómodamente en medio de los cojines negros y dorados de su féretro, parecía una diosa. No hubo necesidad de introducir a mi niña en el compartimento secreto del fondo y exponer un maniquí en su lugar. Hice que la vistieran de su color lavanda favorito, el mismo color que llevaba la primera vez que puse los ojos en ella y pensé que era Diana de la Noche.



El desfile de antepasados fue imponente, más que el de cualquier hombre romano. Puse a Corinna, la mimo, en la carroza delantera; llevaba en el rostro una máscara de Julia. He hecho que, en el templo de Venus Victrix que está encima de mi teatro, la diosa lleve el rostro de Julia. Corinna también llevaba puesto el vestido dorado de Venus. Todos estaban alli desde el primer cónsul juliano hasta Quinto Marcio Rex y Cinna. Cuarenta carrozas de ancestros, y cada caballo tan negro como la obsidiana.




Yo también estaba allí, aunque se supone que no puedo cruzar el pomerium y entrar en la ciudad. Informé a los lictores de las treinta curias de que, durante aquel día, iba a asumir el imperium especial para llevar a cabo mis deberes relativos al grano, lo que me permitía cruzar la linde sagrada antes de que aceptase mis provincias. Creo que Enobarbo era un hombre asustado. No puso ningún obstáculo en mi camino.



¿Y qué es lo que lo asustó? Las multitudes que había en el Foro. César, nunca he visto nada parecido. En ningún funeral, ni siquiera en el de Sila. Al de Sila la gente iba a mirar el cadáver, boquiabierta. Pero a éste venían a llorar por mi Julia. Miles y miles de personas. Sólo gente corriente. Aurelia dice que es porque Julia se crió en Subura, entre ellos. Al parecer, entonces la adoraban. Y todavía la adoran. ¡Había tantos judíos! Yo no sabía que en Roma los hubiese en tales cantidades. Inconfundibles, con esos tirabuzones largos y esas largas barbas rizadas. Desde luego tú te comportaste bien con ellos cuando fuiste cónsul. Tú también creciste entre ellos, ya lo sé. Aunque Aurelia insiste en que vinieron a llorar por Julia, por ella misma.




Acabé pidiéndole a Servio Sulpicio Rufo que pronunciara el elogio desde la tribuna de los oradores. No sabía a quién hubieras preferido tú, pero yo quería que fuese un orador verdaderamente bueno. Yde alguna manera, cuando llegó el momento, no fui capaz de infundirme los suficientes ánimos para pedírselo a Cicerón. ¡Oh, él lo habría hecho! Por mí, si no por ti. Pero pensé que no pondría el corazón en ello, nunca puede resistir la tentación de actuar a la menor oportunidad. Mientras que Servio es un hombre sincero, un patricio, e incluso mejor orador que Cicerón cuando el tema no es la política ni la perfidia.



No es que eso importase. El elogio no llegó a pronunciarse. Todo salió exactamente según lo programado desde nuestra casa de las Carinae hasta el Foro. Las cuarenta carrozas de los antepasados fueron recibidas con absoluto respeto y temor; lo único que podía oírse era el sonido de miles de personas llorando. Luego, cuando Julia pasó en su féretro por la Regia y entró en la parte inferior del Foro, todos comenzaron a emitir gritos ahogados, se atragantaban, se pusieron a chillar. He estado menos asustado al oír los aullidos de los bárbaros en el campo de batalla que al oir aquellos gritos que helaban la sangre. La multitud comenzó a moverse y se lanzó hacia el féretro. Nadie logró detenerlos. Enobarbo y algunos de los tribunos de la plebe lo intentaron, pero los empujaron a un lado como si fueran hojas en una riada. A continuación la gente llevó el féretro hasta el mismo centro del espacio abierto. 




Comenzaron a apilar toda clase de cosas hasta formar una pira: zapatos, papeles, trozos de madera. Todo llegaba desde la parte de atrás de la multitud que estaba en la parte superior; ni siquiera sé de dónde sacaban todo aquello. La quemaron allí mismo, en medio del Foro Romano. Servio estaba horrorizado en la tribuna de los oradores, donde los actores se habían refugiado poniéndose muy juntos, como las mujeres bárbaras cuando saben que las legiones van a masacrarlas. Había carretas vacías y caballos encabritados por toda Roma, y las jefas de las plañideras no habían llegado más allá del templo de Vesta, donde permanecieron de pie, impotentes.




Pero ahí no acaba todo, ni mucho menos. También entre la multitud había líderes de la plebe, y se dirigieron a las gradas del Senado a desafiar a Enobarbo. Le dijeron que Julia había de tener sus cenizas colocadas en una tumba del Campo de Marte, entre los héroes. Catón estaba con Enobarbo. Quisieron desafiar a aquella delegación. ¡No, no! ¡A las mujeres nunca las habían enterrado en el Campo de Marte! ¡Tendrían que pasar por encima de sus cadáveres para que eso ocurriera! Realmente creí que a Enobarbo iba a darle un ataque. Pero la multitud siguió amontonándose hasta que finalmente Enobarbo y Catón comprendieron que, efectivamente, acabarían siendo cadáveres a menos que accedieran a conceder aquel deseo. Tuvieron que hacer un juramento solemne.



Así que mi querida niñita va a tener una tumba en la hierba del Campo de Marte, entre los héroes. No he sido capaz de controlar mi dolor para poner eso en marcha, pero lo haré. Tendrá la tumba más magnífica que haya allí, te doy mi palabra. Lo peor de todo es que el Senado ha prohibido que se celebren juegos funerarios en su honor. Nadie confía en que la multitud se comporte como es debido.




Yo he cumplido con mi deber. Te lo he contado todo. Tu madre ha sufrido un golpe muy duro, César. Recuerdo haberte dicho que no aparentaba más de cuarenta y cinco años. Pero ahora representa los setenta cumplidos que tiene. Las vírgenes vestales se están ocupando de ella, y tu pequeña esposa Calpurnia también. Echará de menos a Julia, eran buenas amigas. Oh, aquí vuelven las lágrimas de nuevo. He derramado océanos de lágrimas. Mi niña se ha ido para siempre. ¿Cómo voy a soportarlo?

CNEO POMPEYO MAGNO

( C. McC. )







Cayo Julio César ¿Cómo voy a soportarlo? Mi única hija, mi perla perfecta. No hace mucho que cumplí cuarenta y seis años y mi hija ha muerto dando a luz. Así fue cómo murió su madre, intentando darme un hijo. ¡Qué vueltas da el mundo! Oh, mater, ¿cómo voy a enfrentarme a ti cuando llegue la hora de regresar a Roma? ¿Cómo voy a enfrentarme a los pésames, la prueba de fuerza que ha de venir después de la muerte de una amada hija? Todos querrán expresar sus condolencias, y todos lo harán con sinceridad. Pero, ¿cómo voy a soportarlo yo? Posar sobre ellos una mirada herida, mostrarles mi dolor..., no puedo hacer eso. Mi dolor es mío. No le pertenece a nadie más. Nadie más debería verlo. Hace cinco años que no veo a mi hija, y ahora nunca volveré a verla. Apenas puedo recordar qué aspecto tenía. Nunca me dio el más mínimo dolor ni disgusto. Bueno, eso es lo que dicen. Sólo los buenos mueren jóvenes. Sólo a los seres perfectos la vejez no los estropea nunca ni una larga vida acaba por agriarlos. ¡Oh, Julia! ¿Cómo voy a soportarlo?


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