La codicia y la ciega ambición de honores que fuerzan a los
míseros hombres a violar las fronteras del derecho y, a veces, haciéndose
cómplices y servidores del crimen, a esforzarse día y noche con empeñado
trabajo para escalar el poder, tales llagas de la vida en no pequeña parte son
alimentadas por el temor a la muerte.
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