La
campaña para reducir a los bitúrigos duró cuarenta días. En cuanto César llegó
de vuelta al campamento que estaba justo debajo del monte de la Bibracte edua,
reunió en asamblea a las legiones decimotercera y decimoquinta y le regaló a
cada uno de los hombres de ambas legiones una prisionera bitúriga, que podían
conservar como criada o vender a los tratantes de esclavos. Después, le dio a
cada soldado una prima en metálico de cien sestercios y a cada centurión una de
dos mil. Todo de su propio bolsillo.
-Esto
es para demostraros mi agradecimiento por vuestro maravilloso apoyo -les dijo a
sus soldados-. Lo que Roma os paga es una cosa, pero es hora de que yo, Cayo
Julio César, os dé algo de mi propio bolsillo como agradecimiento personal. Los
últimos cuarenta días hemos conseguido un botín pequeño, y yo os he sacado de
vuestro bien merecido descanso de invierno y os he pedido que marchéis ochenta
kilómetros al día durante casi todos esos cuarenta días. Después de un terrible
invierno, de la primavera y del verano en el campo de batalla contra
Vercingetórix, merecíais descansar y no hacer nada de nada durante seis meses
por lo menos. Pero ¿acaso refunfuñasteis cuando os dije que teníais que poneros
en marcha? ¡No! ¿Os quejasteis cuando os pedí esfuerzos hercúleos? ¡No!
¿Aflojasteis el paso, pedisteis más de comer, me disteis menos de lo que podéis
dar en algún momento? ¡No! ¡No, no, no! ¡Vosotros sois los hombres de las
legiones de César y Roma nunca ha visto nada semejante! ¡Vosotros sois mis muchachos!
¡Mientras yo esté vivo, seréis mis queridos muchachos!
Los
soldados lo vitorearon histéricamente, tanto por llamarlos sus queridos
muchachos como por el dinero y la esclava, que también salió del bolsillo
privado de César, pues los beneficios de la venta de esclavos pertenecían
exclusivamente al general.
( C. McC. )
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