Tengo
buenas esperanzas de que esto acabe en primavera gracias a una sorprendente circunstancia
de la que te hablaré más adelante. En primer lugar, quiero que me concedas un
favor. Si logro tomar Mitilene en primavera, ¿puedo regresar a Italia? Ha sido
una larga campaña, querido Lucio Cornelio, y tengo ganas de ver Roma, y no
digamos a ti. Mi hermano Varrón Lúculo es ya de edad y experiencia para ser
edil curul, y me gustaría compartir con él la edilidad. No hay cargo como ése
para que lo compartan dos hermanos con la aprobación popular. Imagínate qué
juegos organizaríamos! Yo tengo treinta y ocho años y mi hermano treinta y
seis, casi la edad del pretorado, y no hemos sido ediles. Te ruego que nos
concedas ese cargo y luego el de pretor lo antes posible. De todos modos, si
consideras que mi solicitud es imprudente o inmerecida, lo entenderé.
Parece
que Termo controla la provincia de Asia, una vez que a mí me ha asignado el asedio
de Mitilene para tenerme entretenido y que no le estorbe. Realmente no es mala
persona. Los indígenas le estiman porque tiene paciencia para escuchar sus
cuentos de por qué no pueden pagar el tributo, y a mí me gusta porque después
de escucharlos con tanta paciencia insiste en que deben pagarlo.
Las
dos legiones que tengo están formadas por tropas muy tormentosas. Las tuvo Murena
en Capadocia y Ponto y Fimbria antes que él. Tienen una independencia de criterio
que no me gusta nada, y estoy tratando de quitársela. Naturalmente, están resentidas
por tu edicto que no les permite regresar a Italia por haber sancionado el
asesinato de Flaco por mano de Fimbria, y periódicamente me envían una delegación
para solicitar que se derogue. Saben que dan en hierro frío y al mismo tiempo
se dan cuenta de que las diezmaré apenas me den una excusa. Son soldados
romanos y tienen que hacer lo que se les ordene. Me pongo frenético cuando los
veteranos que han ascendido a oficial y los tribunos jóvenes se creen con
derecho a opinar. Pero más adelante te hablo de esto.
Yo
creo que, tal como andan las cosas, Mitilene habrá cedido bastante en su
resistencia en primavera, y entonces intentaré un asalto frontal. Dispondré de
varias torres y no puede fallar. Si logro someter esta ciudad antes del verano,
el resto de la provincia de Asia se doblegará sumisa.
El
principal motivo por el que tengo tantas esperanzas se debe a que dispongo de
la imponente flota enviada por -ni te lo imaginas- ¡Nicomedes!. Termo envió a
tu sobrino político, Cayo Julio César, a finales de quintilis, para
solicitarla, y me escribió comunicándomelo, bien que ninguno de los dos esperábamos
contar con ella antes de marzo o abril. Pero, mira por dónde, Termo tuvo la
audacia de reírse de la seguridad que mostraba el joven César diciéndose capaz
de tener reunida la flota tan pronto. Bien, César partió y pidió la flota que
Termo quería en una fecha determinada, sin andarse con rodeos. Cuarenta naves,
la mitad de ellas quinquerremes y trirremes cubiertas, para entregar en las
calendas de noviembre. Las órdenes que había dado Termo a este joven arrogante.
¿ Y
querrás creer que César apareció en mi campamento en las calendas de noviembre
con una flota mejor de lo que habría podido esperarse de una persona como
Nicomedes? ¡Y con dos galeras de dieciséis órdenes de remos por las que no he
tenido que pagar más que la manutención y los sueldos de las tripulaciones!
Cuando vi la cuenta me quedé aturdido; Bitinia tendrá su ganancia, pero no
escandalosa. Lo que me obliga a devolvérsela honorablemente en cuanto caiga
Mitilene. Y habrá que pagar. Desde luego,
espero poder sacar la suma del botín. Pero si no fuese tan importante como
creo, ¿podrías hacer que el Tesoro concediese un empréstito especial?
Tengo
que añadir que el joven César se mostró arrogante e insolente cuando me entregó
la flota, y me vi obligado a pararle los pies. Naturalmente, sólo hay un medio
para haber podido conseguir tan magnífica flota en tan poco tiempo de ese
maricón de Nicomedes: acostarse con él. Así se lo dije para que no se diera aires,
¡pero mucho dudo que haya manera de bajarle a César los humos! Se revolvió como
una serpiente de cascabel y me dijo que no necesitaba recurrir a trucos de
mujeres para obtener las cosas, y que el día que tuviera que hacerlo se
clavaría la espada. Me dejó pensando en cómo someterle a la disciplina;
un problema que no suelo tener, como bien sabes. Al final pensé que quizá sus
colegas tribunos militares lo consigan. Los recordarás, pues debiste verlos en
Roma antes de que marcharan. Son Gabinio, los dos Léntulos, Octavio, Mesala
Rufo, Bibulo y el hijo de Filipo.
Tengo
entendido que el pequeño Bibulo lo intentó y acabó en lo alto de un armario. Desde
entonces se han dividido bastante las filas de los tribunos; César ha formado
bando con Gabinio, Octavio y el hijo de Filipo; Rufo es neutral, y los dos
Léntulos y Bíbulo le odian. Siempre surgen problemas durante las operaciones de
asedio; por supuesto, es consecuencia del hastío, y resulta difícil azotar a
estos díscolos por faltas de servicio, incluso para mi. Pero es que César causa
dificultades sin cuento. Detesto tener que molestarme con una persona a este
nivel tan bajo, pero no he tenido más remedio en varias ocasiones. César es
tremendo. Bien parecido, seguro de sí mismo, muy consciente de su, ¡ay!, gran
inteligencia.
Aunque
hay que decir que César presta servicio. No para. Yo no sé cómo puede ser, pero
casi todos los oficiales por ascenso le conocen, y -lo que es peor- le estiman.
Él sabe imponerse. Mis legados han optado por eludirle porque no acepta órdenes
en una tarea si a él no le parece bien la forma en que sehace. ¡Y
desgraciadamente, la manera que él dice es siempre la mejor! Es uno de esos individuos que se lo saben todo de antemano, antes de que se dé el primer golpe
o el subordinado grite la primera orden. La consecuencia es que la mayoría de las veces mis legados
quedan en ridículo, azorados.
La
única manera que hasta ahora he logrado descubrir que menoscaba su seguridad es
comentar cómo logró obtener la flota del rey Nicomedes a precio de ganga. Eso
sí funciona; hasta el punto de que se indigna profundamente. Pero ¿piensas que
él iba a hacer lo que yo quería, que me agrediese, dándome una excusa para
someterle a un tribunal militar? ¡No! Es demasiado listo y sabe dominarse. ¡Y
tuvo la impudicia de comentarme que mi alcurnia comparada con la suya es menos
que polvo!
Basta
de jóvenes tribunos. Tengo que encontrar algo que decir de los oficiales
mayores, los primeros legados, por ejemplo. Pero me temo que no se me ocurre
nada. Me han dicho que has entrado en el mundo de
los negocios y que le has encontrado a Pompeyo el joven Carnicero una esposa de
categoría muy superior a él. Si te queda tiempo podrías encontrarme una esposa.
Estoy fuera de Italia desde que cumplí treinta años y ya tengo casi la edad de
pretor y sin esposa ni hijo que me suceda. Lo malo está en que prefiero el buen
vino, la buena comida y pasarlo bien en vez de la clase de mujer con la que un
Licinio Lúculo debe casarse. Además, me gustan las mujeres muy jóvenes, y ¿quién
va a estar tan apurado económicamente que me dé una hija de trece años? Si sabes
de alguien, dímelo. Mi hermano se niega rotundamente a actuar de intermediario,
así que ya puedes imaginarte lo que me alegra saber que tú te dedicas a ello.
Te quiero y te echo de menos, querido Lucio Cornelio.
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