Tiempo,
detén tu curso sobre este instante. Escucha mi mensaje, dulce Antonio. Nunca
sabrás cuánto te amó la reina de Egipto. Nunca sabrá el mundo cuánto agradecí el
haberte amado. Por ti llegué a conocer todas las formas del amor. ¿Qué otro
mortal podrá decir lo mismo? Te amé cuando eras joven y arrogante, te odié
cuando te fuiste de mi lado, te deseé cuando fuiste vencedor, me enternecí
cuando te vencieron. Conocí el arrebato de la pasión, los fuegos del deseo, la
ternura de la resignación, la serenidad de la lástima... Todo lo tuve por ti.
Ya sólo queda una forma del amor, y está en manos de los dioses. A ella me
dirijo, Antonio. Es el amor que vibra más allá de las constelaciones, en el
lugar donde se encuentran para siempre los amantes...
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