Vulnerable, consumido por las dudas, inseguro de cuál
seria su futuro en Roma, Antonio estaba preparado para caer en las manos de
Cleopatra, y cayó por propia voluntad en la palma de su mano. Había alcanzado una edad
que se veía en la desesperada necesidad de algo más que el puro sexo en una
mujer; ansiaba una compañera de verdad, y no la podía encontrar entre sus
amigas, amantes o, sobre todo, en su esposa romana. Esta reina entre las
mujeres -por cierto, este los hombres- era su igual en todos los sentidos: poder, y
ambición la calaban hasta la médula.
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