Pompeyo
leyó los Comentarios de César muchas veces, y nunca con placer. El
desgraciado aquél era más que un genio militar, y además estaba dotado de un
grado de confianza en si mismo que Pompeyo nunca había poseído. César no se
tiraba de los cabellos, se golpeaba el pecho y se retiraba a su tienda de mando
desesperado después de sufrir un revés, sino que siempre era un soldado lleno
de serenidad. ¿Y por qué sus legados eran tan brillantes? Si Afranio y Petreyo,
que se encontraban en las Hispanias, hubiesen sido la mitad de capaces que
Trebonio, Fabio o Décimo Bruto, Pompeyo se hubiese sentido mucho más confiado.
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