Efectivamente
lo sabía. Su apareamiento fue lento y sorprendentemente placentero porque le
acarició el cuerpo con suaves manos y prestó a sus pechos una deliciosa
atención. A pesar de sus afirmaciones de que no ocurriría, él le hubiese hecho
daño de no haber tenido un hijo, aunque él la excitó hasta el tormento antes de
penetrarla, y sabía cómo utilizar aquel enorme miembro de muchas maneras. Dejó
que ella alcanzase el orgasmo antes que él, y su orgasmo la sorprendió. Parecía
una traición a César, pero César la había traicionado a ella, así que, ¿qué
importaba? Además, el mayor regalo de todos era que no le recordaba a César en
ningún aspecto, lo que ella tenía con Antonio pertenecía a Antonio. También era
diferente el que, después de cada orgasmo, él estuviera preparado para ella de
nuevo, y, por otra parte, era casi embarazoso contar el número de sus propios
orgasmos. ¿Tan hambrienta estaba? La respuesta obvia era sí. Cleopatra la
monarca era de nuevo una mujer.
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