Servilia
ahogó un grito, se dio la vuelta y lo vio: Lucio Poncio Aquila, su amante. Más joven
que su propio hijo, pues tenía treinta años, acababa de ser admitido en el
Senado como cuestor urbano. No era de una familia antigua, por lo tanto
provenía de una cuna inferior a la suya. Cosa que a Servilia no le importaba en
cuanto le ponía la vista encima, como sucedía en aquellos momentos. ¡Tan guapo!
Muy alto, perfectamente proporcionado, el pelo de color castaño rojizo rizado y
corto, unos ojos verdaderamente verdes, el rostro dotado de una maravillosa
estructura ósea y una boca fuerte y sensual. Y lo mejor de todo era que no le
recordaba a César.
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