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martes, 29 de julio de 2014

TAYLOR CALDWELL RETRATA UN AMBICIOSO MARCO LICINIO CRASO


Craso era un hombre de unos cuarenta y cuatro años de edad, robusto y musculoso, algo bajito y ancho de hombros. Por lo tanto asombraba ver la pequeñez de su cabeza, sus rasgos perfilados, sus hundidos y relucientes ojos grises bajo su estrecha frente. El cabello era espeso y áspero, parcialmente encanecido y rebelde al peine. Era patricio romano, como el difunto Sila, pero al revés de éste no sentía el orgullo de raza y familia, ni tenía honor, por muy pervertido que hubiera estado el de aquél.

 

A pesar de todas las cosas que hizo, Sila amaba a su país. Craso no amaba más que a su propia persona y dinero. Era un astuto financiero, inmensamente rico, traficando en esclavos y prestando dinero a rédito. No había ni un solo medio de hacer dinero, que él no lo hubiera practicado. Y ahora que era el hombre más rico de la República, se sentía inquieto. Cierto, el dinero le había dado un gran poder; pero el poder del dinero en una República es algo que esta restringido por las leyes y aunque le daba influencia, eso no bastaba a la ambición de Craso.

 


Para obtener el poder que deseaba ( el poder absoluto), hacía falta primero engañar al pueblo. Pero una nación republicana, por muy corrompida que esté, sospecha del ceremonial y de las ostentaciones y alardes de riqueza. Craso había tenido ocasión de verlo por sí mismo, porque cuando su joven y bella esposa apareció en público, llevando en la cabeza una pequeña corona de oro incrustada de piedras preciosas, y cubierta de una capa ropa de púrpura, bordada con lirios de oro, el público la silbó en el circo y la increpó con palabra burlonas y obscenas. 





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