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martes, 29 de julio de 2014

EL EMPERADOR NERÓN




LA NUEVA ROMA

El joven de 17 años llamado Nerón, reunía todo lo necesario para ser un emperador de talento.



Agripina le había dado los mejores preceptores: Burro y, sobre todo, Séneca, el filósofo. Ambos se esforzaron por reprimir la violencia de su carácter y puede decirse que al comienzo lo lograron.


El joven emperador se comprometió a respetar la clemencia, primera regla de sus educadores, y los cinco primeros años de su reinado fueron los que corresponden a un emperador generoso y prudente.


Pero su madre, irritada por la excesiva influencia de los preceptores ejercían sobre su hijo, intrigó para conducir a Británico hasta la púrpura imperial. Nerón tuvo miedo e hizo asesinar al adolescente.


Desde aquel momento, no se resistió a los atractivos que Roma ofrecía a un joven patricio, ávido de distracciones. 


Disfrazado, recorría de noche las calles de la capital raptando a los transeúntes, atracando a los que encontraba en su camino, solazándose en las tabernas. Lo hacía con tanto empeño como para dejarse engatusar por una mujer tan hermosa como carente de escrúpulos: Popea.


Esta impulsó a Nerón a repudiar a su mujer, Octavia, hija de Claudio y, temiendo la reprobación de Agripina, consiguió de su amante que hiciese asesinar a la que él solía llamar "la mejor de las madres".


En el año 62 d. de C., Burro murió y Séneca cayó en desgracia. El emperador cedió a sus malos instintos precisamente en el momento en que se apasionaba por la música y la poesía.


Intentó introducir en Italia la práctica griega de los juegos y de los concursos, pero reprobando las condenas a muerte. 


Pasaba noches enteras tañendo la lira con su maestro, jactándose de sus cualidades de actor y de poeta.


En julio del año 64 d. de C., estalló el famoso incendio de Roma: Durante seis días y seis noches, la ciudad ardió.


Cuando las cenizas se enfriaron, el pueblo acusó a su amo de haberlo provocado él mismo: habían sido vistos esclavos imperiales, blandiendo antorchas, dispersarse por las calles, y había sido visto el mismo Nerón, vestido de actor, cantando acompañándose de la lira un poema que exaltaba la destrucción de Troya.


EL EMPERADOR NERÓN, CANTANDO EL INCENDIO DE ROMA

La acusación era tal vez injustificada, pero, en cualquier caso, el emperador necesitaba un culpable.


En este sentido, como dice Tácito, encontró:


hombres aborrecidos por su infamia y que notoriamente odiaban al género humano.

Eran los cristianos, adeptos a un secta recientemente difundida en Roma, discípulos de un cierto Jesús, condenado a muerte en Jerusalén bajo el reinado de Tiberio. Nerón no tuvo dificultad en arrestar, por incendiarios, a estas pobres gentes insignificantes.



Unos fueron arrojados a las fieras, otros crucificados, otros embadurnados de pez y convertidos en antorchas humanas. Nerón, vestido de auriga, conducía su carro entre la multitud de desocupados, por las calles brillantemente iluminadas con el incendio.


Para el emperador era la oportunidad de reconstruir la ciudad a su gusto, y se reservó un palacio, la Domus Aurea, con su propia estatua de colosal tamaño, un parque inmenso poblado de animales feroces y una rotonda de giraba siguiendo el movimiento del sol.


Sus locuras y crueldades provocaron conspiraciones.


 En el año 65 d. de C., Nerón ordenó una persecución: Senadores y generales fueron condenados a muerte. Séneca, Petronio (el arbiter elegantiarum, autor de la novela picaresca) y Lucano, gran poeta, fueron obligados a abrirse las venas.


Pero la revuelta se extendía por todas partes, por Judea, por la Galia...; Galba, jefe del ejército romano de Hispania, marchó sobre Roma, donde el Senado romano lo proclamó emperador (68 d. de C.).


Nerón, abandonado por todos, huyó. Quiso envenenarse, pero le faltó el valor; quiso ahogarse en el Tíber, pero tampoco pudo. 


Entonces buscó refugio en el campo, acompañado por su liberto Epafrodito, quien, cuando el emperador bajó del caballo, extendió ante él su manto rojo, haciéndole avanzar al ritmo de los pasos de su señor.


Sintiendo el galope de sus perseguidores, Nerón cogió un puñal, lamentándose de que "hacía daño"; entonces, su sirviente, para ayudarlo, dirigió su mano hacia la carótida. "¡Qué artista muere conmigo!", exclamó Nerón en su agonía.


 Fue piadosamente sepultado y, durante mucho tiempo, unas flores frescas adornaron su tumba.


LA MUERTE DE NERÓN

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