Se sabe que la existencia del grandioso imperio romano se debía sobretodo a la disciplina y a la avanzada tecnología militar de las legiones romanas, que con pocos efectivos militares les permitía vencer a un enemigo muchísimo más numeroso y equipado. En principio los servicios militares los prestaban los ciudadanos de la nobleza, aportando ellos mismos sus propias armas de sus propias propiedades. Luego con la amenaza de los germanos, tras la victoria de Escipión el Africano sobre los cartagineses, y de la derrota de Aurasio por parte del cónsul Cepio, el general de origen plebeyo Cayo Mario incorporaría a las filas de las legiones a los romanos del “censo por cabezas”, es decir, a las masas proletarias y campesinas de las propia Roma, convirtiendo la legión como una profesión de armas, ya que tantas guerras había dejado a Roma seca de hijos de patricios con los que alistarse nuevamente a las legiones. Su famoso sobrino, Cayo Julio César aumentaría las pagas a los legionarios, y los sucesivos emperadores, ante la necesidad del apoyo militar, seguirían privilegiando a los legionarios o guardia pretoriana con buenos sueldos.
Curiosamente el único tratado militar que se conoce sobre las legiones, fue escrito en el siglo IV por un tal Flavio Vegecio Renato, ya en la época de la plena decadencia del imperio romano, aunque el autor inclina sus relatos centrándose más bien en la época de las convulsiones de los últimos años de la República Romana, y criticando la época decadente que le tocó vivir.
A Vegecio se debe el famoso proverbio romano "si vis pacem, para bellum" (si quieres la paz, prepara la guerra), aunque el texto original dice exactamente: "igitur qui desiderat pacem, praeparet bellum" ("así que quien desee la paz, que prepare la guerra").
El libro primero enseña a fondo sobre la elección de los más jóvenes, de qué lugares o cuáles han de ser aceptados como soldados, o con qué ejercicios de armas han de ser instruidos. El libro segundo contiene la costumbre de la antigua milicia en la que puede formarse al ejército de infantería. El libro tercero expone todas las clases de artes que parecen necesarias para el combate en tierra. El libro cuarto enumera todas las máquinas con las que se atacan o se defienden las ciudades; también añade los preceptos de la guerra naval.
(En todo combate suelen proporcionar la victoria no tanto el número y el valor
instintivo como el arte y el ejercicio).
I LA DISCIPLINA ROMANA: LA CAUSA DE SU GRANDEZA.
II LA SELECCION DE LOS RECLUTAS
III QUÉ PROCEDENCIA ES MEJOR PARA LA RECLUTA: LA CIUDAD O EL
CAMPO
IV LA EDAD ADECUADA DE LOS RECLUTAS
V SU TAMAÑO
VI SIGNOS DE CUALIDADES DESEABLES
VII OFICIOS ADECUADOS PARA NUEVAS LEVAS.
VIII LA MARCA MILITAR.
VIIII ENTRENAMIENTO INICIAL: EL PASO MILITAR, LA CARRERA Y EL
SALTO.
X APRENDER A NADAR.
XI EJERCICIOS DE GUARNICIÓN: USO DEL ESCUDO Y DEL PALO.
XII NO CORTAR, SINO DAR ESTOCADAS CON LA ESPADA.
XIII EL EJERCICIO LLAMADO ESGRIMA.
XIIII EL USO DE ARMAS ARROJADIZAS.
XV EL USO DEL ARCO.
XVI LA HONDA.
XVII LOS DARDOS PESADOS.
XVIII ENSEÑAR EQUITACION.
XVIIII Y A LLEVAR CARGAS.
XX LAS ARMAS DE LOS ANTIGUOS.
XXI CAMPAMENTOS ATRINCHERADOS.
XXII DE LA ELECCIÓN DEL LUGAR DEL CAMPAMENTO.
XXIII DE LA FORMA DE LOS CAMPAMENTOS.
XXIIII FORTIFICACION DE CAMPAMENTOS.
XXV FORTIFICACION DEL CAMPAMENTO EN PRESENCIA DEL ENEMIGO.
XXVI MANIOBRAS.
XXVII MARCHAS MENSUALES.
XXVIII EXHORTACION SOBRE LAS VIRTUDES Y EL ARTE DE LA GUERRA.
PREFACIO
Ha sido una antigua tradición de los autores la de ofrecer a sus Príncipes los
frutos de sus estudios sobre las artes liberales, desde el convencimiento de que
ningún trabajo puede ser publicado adecuadamente sino bajo los auspicios del
Emperador, y que el conocimiento del Príncipe debiera ser más general, y de la
mayor importancia, pues su influencia es sentida notoriamente por todos sus
súbditos. Tenemos muchos ejemplos de la favorable recepción que Augusto y sus
ilustres sucesores concedieron a los trabajos que se les presentaron; y este
estímulo del Soberano hizo florecer las ciencias. La consideración de la superior
indulgencia de Vuestra Majestad hacia intentos de esta clase, me indujo a seguir
este ejemplo, y al mismo tiempo casi me hizo olvidar mi propia incapacidad al
compararme con los escritores antiguos. Una ventaja, no obstante, se deriva de la
naturaleza de este trabajo, pues no necesita elegancia de expresión, ni una porción
extraordinaria de talento, sino solamente gran cuidado y fidelidad al recopilar y
explicar, para uso general, las instrucciones y observaciones de nuestros antiguos
historiadores de asuntos militares, o de aquellos que escribieron expresamente
sobre ellos.
Mi plan en este tratado es presentar con cierto orden las costumbres peculiares y
usos de los antiguos en la elección y disciplina de sus nuevas levas. Lejos de mí la
presunción de ofrecer este trabajo a Vuestra Majestad desde la suposición de que
no estáis al tanto de cada parte de su contenido; sino que podéis ver que las
mismas saludables disposiciones y regulaciones que Vuestra propia sabiduría indicó
para la felicidad del Imperio, fueron anteriormente observadas por los mismos
fundadores de esta materia; y así Vuestra Majestad puede hallar con facilidad, en
este breviario, cuanto resulta más útil en asunto tan necesario e importante.
I LA DISCIPLINA ROMANA: LA CAUSA DE SU GRANDEZA.
La victoria en la guerra no depende completamente del número o del simple valor;
sólo la destreza y la disciplina la asegurarán. Hallaremos que los Romanos
debieron la conquista del mundo a ninguna otra causa que el continuo
entrenamiento militar, la exacta observancia de la disciplina en sus campamentos y
el perseverante cultivo de las otras artes de la guerra. Sin esto, ¿qué oportunidad
habrían tenido los insignificantes ejércitos romanos frente a las muchedumbres de
los Galos?. ¿O con qué éxito podría su pequeño tamaño haberse opuesto a la
prodigiosa estatura de los Germanos?. Los españoles nos superaban no sólo en
número, sino en fortaleza física. Siempre fuimos inferiores a los africanos en
riqueza y desiguales en engaño y estratagema. Y los griegos, indudablemente,
fueron muy superiores a nosotros en la destreza con las artes y toda clase de
conocimientos.
Pero a todas esas ventajas, los romanos opusieron un cuidado inusual en la
elección de sus levas y en su entrenamiento militar. Comprendieron completamente
la importancia de endurecerse con la práctica continua y de entrenarse en cada
maniobra que pudiera ocurrir en la formación y en el combate. Tampoco fueron
menos estrictos al castigar la desidia y la pereza. El valor de un soldado se
enaltece con el conocimiento de su profesión, y sólo desea una oportunidad para
ejecutar aquello que él está convencido de haber aprendido perfectamente. Un
puñado de hombres, curtidos en la guerra, marcharán a un victoria cierta mientras
que, por el contrario, ejércitos numerosos con tropas indisciplinadas y novatas no
son sino multitudes de hombres llevados al sacrificio.
II LA SELECCIÓN DE LOS RECLUTAS
Para tratar nuestra materia con algún método, deberíamos antes examinar qué
provincias o naciones van a preferirse para proveer de reclutas a los ejércitos. Es
cierto que cada país produce tanto hombres valientes como cobardes; pero es
igualmente cierto que algunas naciones son naturalmente más aguerridas que otras
y que el valor, así como la fortaleza de cuerpo, dependen grandemente de la
influencia de los distintos climas.
III QUÉ PROCEDENCIA ES MEJOR PARA LA RECLUTA: LA CIUDAD O EL
CAMPO
Examinaremos a continuación si la ciudad o el campo producen los mejores y más
capaces soldados. Nadie, imagino, puede dudar que los campesinos son los más
capacitados para empuñar las armas pues desde su infancia han estado expuestos
a toda clase de climas y criados para el trabajo más duro. Son capaces de soportar
el mayor calor, desconocen el uso de baños y les son extraños otros lujos de la vida.
Son sencillos, se contentan con poco, están acostumbrados a toda clase de fatigas
y preparados, en cierta medida, para la vida militar por su continuo empleo en
labores agrícolas, en manejar la azada, cavando zanjas y llevando cargas,
soportando el Sol y el polvo. Sus comidas suelen ser rústicas y moderadas; deben
estar acostumbrados a descansar ora al aire libre, ora en tiendas. Tras esto, deben
ser instruidos en el uso de sus armas. Si se planea alguna larga expedición,
debería acampárseles tan lejos como se pueda de las tentaciones de la ciudad.
Con estas prevenciones, sus mentes y sus cuerpos serán adecuadamente
adiestradas para el servicio.
Me doy cuenta de que en las primeras épocas de la República, los romanos
siempre levantaron sus ejércitos en la misma ciudad, pero ésto sucedía en una
época donde no había placeres ni lujos que les enervaran. El Tíber era, entonces,
su único baño y en él se refrescaban, nadando, tras sus ejercicios y sus trabajos en
el campo. En aquellos días, el mismo hombre era soldado y granjero, pero un
granjero que, llegada la ocasión, dejaba a un lado sus herramientas y empuñaba la
espada. La veracidad de esto se confirma con el ejemplo de Quintius Cincinnatus,
que estaba arando cuando llegaron a ofrecerle la Dictadura. La fortaleza principal
de nuestros ejércitos, así, debe ser reclutada del campo. Pues es cierto que cuanto
menos familiarizado está un hombre con los placeres de la vida, menos motivos
tiene para temer la muerte.
IIII LA EDAD ADECUADA DE LOS RECLUTAS
Si seguimos la costumbre antigua, el momento adecuado para alistar a un joven
es a su llegada a la pubertad. En este momento, las prácticas de toda clase son
más rápidamente asimiladas y más profundamente impresas en la mente. Además
de esto, los ejercicios militares de correr y saltar deben ser adquiridos antes de que los miembros estén demasiado castigados por la edad. Así, tal actividad,
acrecentada por la práctica continua, moldea el mejor y más útil soldado.
Antiguamente, dice Salustio, la juventud romana, tan pronto como alcanzaban la
edad de portar armas, era entrenada del modo más estricto en sus campamentos en
todos los ejercicios y fatigas de la guerra. Así es ciertamente mejor que un soldado,
perfectamente disciplinado, se queje de no haber llegado aún a la edad apropiada
para el combate a padecer la mortificación de saber que ya ha pasado. Es
necesario un tiempo suficiente para su instrucción en los distintos aspectos del
servicio. No es cosa fácil entrenar la caballería o el arquero de infantería, o instruir al legionario en cada parte del orden cerrado 1, enseñarle a no abandonar su
puesto, mantener las filas, apuntar y lanzar sus armas arrojadizas, y cómo detener
un ataque con destreza. Un soldado, tan perfecto en sus cometidos, lejos de
mostrar torpeza en el enfrentamiento, estará ansioso de tener una oportunidad de
señalarse.
V SU TAMAÑO
Vemos que los antiguos procuraban disponer de los hombres más altos para el
servicio, pues la estatura normal para la caballería de las alas y las primeras
cohortes legionarias fue fijada en un metro y setenta y siete centímetros 2, o al
1 El orden cerrado ha sido el empleado para combatir hasta el tercer tercio del siglo XIX. El
advenimiento de las armas de fuego automáticas convirtió en mortales las formaciones cerradas en
que combatía la infantería. En nuestros días, el orden cerrado se emplea para la instrucción primaria
del soldado así como para desfiles y paradas militares
2 1 pie romano: 0,2958 metros. La altura exacta sería 1,7748 metros.
menos en un metro y setenta y dos centímetros 3. Tales medidas podían ser
mantenidas en aquella época cuando tantos seguían la profesión de las armas y era
costumbre de la flor de la juventud romana antes de dedicarse al servicio civil del
Estado. Pero cuando la necesidad lo imponía, la altura de un hombre no era mirada
tanto como su fortaleza; y como ejemplo de ello tenemos la autoridad de Homero,
quien nos cuenta que la deficiencia en estatura de Tideo estaba ampliamente
compensada por su vigor y coraje.
VI SIGNOS DE CUALIDADES DESEABLES
Aquellos que se dedican a supervisar las nuevas levas deberían ser
particularmente cuidadosos en examinar sus caras, sus ojos y la constitución de sus
miembros, para poder hacerse un juicio veraz y elegir a los más a propósito para ser
buenos soldados. La experiencia nos demuestra que hay en los hombres, como en
los perros y los caballos, signos evidentes por los que descubrir sus virtudes. Los
soldados jóvenes, así pues, deben tener una mirada despierta, llevar la cabeza
erguida, su pecho debe ser ancho, sus hombros musculosos y fuertes, sus dedos
largos, sus brazos fuertes, su cintura pequeña, sus piernas y pies tan nervudos
como flexibles. Cuando tales señas se encuentran en un recluta, una estatura
pequeña puede dispensarse, pues resulta mucho más importante que un soldado
sea fuerte antes que alto.
VII OFICIOS ADECUADOS PARA NUEVAS LEVAS.
Al seleccionar reclutas se ha de considerar su oficio. Pescadores, cazadores de
aves, sastres, tejedores y, en general, todas aquellas profesiones más propias de
las mujeres, deberían, en mi opinión, no ser admitidas en absoluto para el servicio.
Por el contrario, los herreros, carpinteros, carniceros y cazadores resultan los más
adecuados para ser reclutados. De la cuidadosa elección de los soldados depende
el bienestar de la República, y la esencia primordial del Imperio Romano y de su
poder está tan inseparablemente conectada con este cometido (el de soldado. N.
del T.) que resulta de la mayor importancia que tal misión se encargue a personas
de confianza. Los antiguos consideraron el cuidado de Sertorio, en este punto, era
una de sus más eminentes cualidades militares. Al soldado a quien se confía la
defensa del Imperio y en cuyas manos está la fortuna de la guerra, debe, si es
posible, pertenecer a familias reputadas e intachable en sus costumbres. De tales
consideraciones se puede esperar de esos hombres que serán buenos soldados. El
sentido del honor, impidiendo el mal comportamiento, les hará victoriosos.
Pero ¿qué bien se puede esperar de un hombre cobarde por naturaleza, aunque
sea disciplinado o aunque haya servido en muchas campañas?. Un ejército alistado
sin la adecuada atención a la selección de sus reclutas nunca ha resultado bueno a
3 1 pulgada romana: la doceava parte de un pie: 0,02454 metros. La altura exacta sería 1,7255
metros. lo largo del tiempo; y ahora estamos convencidos, por cruel experiencia, de que éste
es el origen de todas nuestras desgracias. Tantas derrotas pueden imputarse
únicamente a los efectos de una larga paz que nos ha convertido en negligentes y
descuidados en la selección de nuestras levas, así como a la preferencia
mayoritaria entre los mejores de nosotros por los puestos civiles del gobierno antes
que por la profesión de las armas, y al comportamiento vergonzoso de los
superintendentes quienes, por interés o connivencia, aceptan a muchos de aquellos
hombres enviados por quienes han de proveer reemplazos para el ejército y admiten
para el servicio a quienes ni los maestros querrían como siervos. Así, es evidente
que tal confianza no ha de encomendarse sino a hombre de mérito e integridad.
VIII LA MARCA MILITAR.
El recluta, sin embargo, no debe recibir la marca militar 4 tan pronto como es
alistado. Debe juzgarse antes si es apto para el servicio, que tiene la suficiente
fortaleza y nervio; si tiene capacidad para aprender su deber y si posee el suficiente
valor militar. Muchos, aunque prometedores en apariencia, resultan inadecuados
tras el entrenamiento. Ésos han de ser rechazados y sustituidos por hombres
mejores; pues no es la cantidad, sino el valor lo que triunfa.
Tras su examen, los reclutas recibirán la marca militar y se les enseñará el uso de
sus armas con la práctica constante y diaria. Pero esta costumbre básica ha sido
abolida por la relajación inducida por una larga paz. No podemos esperar encontrar
ahora un hombre para enseñar lo que él mismo nunca aprendió. El único método
disponible, pues, para recuperar las viejas costumbres son los libros y la consulta de los antiguos historiadores. Pero nos resultan de poca ayuda respecto a esto, pues
ellos sólo relatan las hazañas y sucesos de las guerras y no dan noticia de los
asuntos que ahora nos ocupan, pues los consideraban universalmente conocidos.
La negligencia de nuestra época ha hecho que tenga que exponer conjuntamente
en esta recopilación lo que Catón el Censor, Cornelius Celsus, Frontino y Paternvs,
autor versado en esta materia, escribieron sobre la disciplina militar; y lo que
Augusto, Trajano y Adriano mandaron en sus reglamentos. Todo se ha sacado de
estos autores, habiéndome limitado a resumirlo.
VIIII ENTRENAMIENTO INICIAL: EL PASO MILITAR, LA CARRERA Y EL
SALTO.
Lo primero que se debe enseñar al soldado es el paso militar, que sólo se puede
adquirir con la práctica constante de marchar rápido y juntos. Y es algo de la mayor
importancia, tanto en la marcha como en el frente, que mantengan sus filas con la
mayor exactitud. Las tropas que marchan de manera irregular y desordenada están
siempre en peligro de ser derrotadas. Deben marchar con el paso normal militar
veinte millas en cinco horas de verano, y a paso rápido, que es más rápido,
veinticuatro millas en el mismo número de horas, si se supera esta velocidad ya no
marchan sino que corren y no se puede precisar la cadencia.
Los jóvenes reclutas, en particular, deben ejercitarse en la carrera para poder
cargar sobre el enemigo con gran vigor; ocupar, si hay ocasión, un lugar ventajoso
con gran velocidad e impedir que el enemigo haga lo mismo; así, pueden, cuando
se les manda de reconocimiento, avanzar con rapidez, volver velozmente y
enfrentar al enemigo en una persecución.
El salto es otro ejercicio necesario, para permitirles pasar fosos u obstáculos
molestos de cualquier clase sin dificultad. Hay también otra ventaja material
derivada de tales ejercicios al llegar el combate; para un soldado que avanza con su
jabalina, corriendo y saltando, deslumbrando los ojos de su adversario, le ataca con
terror y le propina el golpe fatal antes de que haya tenido tiempo de alistar su
defensa. Salustio, hablando de la excelencia de Pompeyo el Grande en este
particular, nos dice que él disputaba la superioridad en el salto con los más activos,
en la carrera con el más raudo y en los ejercicios de fuerza con los más robustos.
No hubiera sido nunca capaz de haberse opuesto con éxito a Sertorio si no se
hubiera preparado a sí mismo y a sus soldados para la acción con ejercicios
continuos de esta clase.
X APRENDER A NADAR.
Cada joven soldado, sin excepción, debe aprender a nadar durante los meses de
verano; pues a veces es imposible atravesar los ríos por puentes, y los ejércitos que
huyen o persiguen están a menudo obligados a nadar por ellos. Una súbita fusión
de las nieves o la caída de lluvia hacen a menudo que se desborden sus márgenes
y, en tal situación, hay más peligro en no saber nadar que en el enemigo. Los
antiguos romanos, pues, perfeccionados en cada aspecto del arte militar por las
continuas guerras y peligros, eligieron el campo de Marte como el más a propósito
para sus ejercicios por su vecindad al Tíber, pues los jóvenes podían lavarse el
polvo y el sudor y refrescarse tras el cansancio con la natación. La caballería así
como la infantería, e incluso los caballos y los sirvientes del ejército deben estar
acostumbrados a este ejercicio pues todos están expuestos por igual a los mismos
accidentes.
XI EJERCICIOS DE GUARNICIÓN: USO DEL ESCUDO Y DEL PALO.
Estamos informados por los escritos de los antiguos que entre sus otros ejercicios
se contaban los de guarnición. Daban a sus reclutas escudos trenzados de sauce,
el doble de pesados de los que solían emplear en el servicio real, y espadas de
madera del doble de peso que las normales. Se ejercitaban con ellos en el palo
tanto por la mañana como por la tarde.
Este es un invento de gran utilidad, no sólo para los soldados, sino para los
gladiadores. Ningún hombre de tales profesiones se distinguió nunca en el circo o
en el campo de batalla sin ser hábil en tal ejercicio. Cada soldado, pues, fijaba un
poste firmemente en el suelo, de unos seis pies de altura. Contra ése, como contra
un enemigo real, el recluta se ejercitaba con las armas arriba mencionadas, como si
fueran los escudos y espadas normales, apuntando ora a la cabeza o cara, ora a los
lados o tratando de atacar los piernas o muslos. Eran instruidos en el modo de
avanzar y retirarse, como tomar ventaja en el cuerpo a cuerpo sobre su adversario;
pero se les prevenía a todos particularmente para no abrir su guardia al enemigo
mientras le apuntaban para atacarle.
XII NO CORTAR, SINO DAR ESTOCADAS CON LA ESPADA.
Se les enseñaba, igualmente, a no cortar, sino dar estocadas con sus espadas.
Para los romanos, no sólo resultaba motivo de chanza quienes luchaban con el
borde de tal arma, sino que constituían una fácil conquista. Un ataque con los filos,
aún los hechos con mucha fuerza, raramente mata, pues las partes vitales del
cuerpo están defendidas tanto por los huesos como por la armadura. Por el
contrario, una estocada, con que penetre dos pulgadas, es generalmente fatal.
Además, en la posición del ataque, es imposible evitar exponer el brazo derecho y el
costado; de otra parte, el cuerpo está cubierto al dar una estocada, y el adversario
recibe la punta antes de que vea la espada. Este fue el método de lucha usado
principalmente por los romanos, y sus motivos para ejercitar a los reclutas al
principio con armas de un tal peso era que cuando al fin llevaban las normales,
mucho más ligeras, la gran diferencia de peso les permitía comportarse con gran
seguridad y diligencia a la hora del combate.
XIII EL EJERCICIO LLAMADO ESGRIMA.
Las nuevas levas deben también ser instruidas por los maestros de armas en el
ejercicio llamado esgrima, que aún se conserva parcialmente entre los nuestros. La
experiencia, aún en nuestros tiempos nos persuade de que a los soldados,
experimentados en ella, les resulta del mayor valor en el combate. Y les
proporciona pruebas ciertas de la importancia y efectos de la disciplina por la
diferencia que vemos entre aquellos adecuadamente entrenados en esta instrucción
y las demás tropas. Los antiguos romanos eran tan conscientes de su utilidad que
recompensaban a los maestros de armas con doble ración. Los soldados que se
quedaban atrás en la instrucción de este ejercicio eran castigados obteniendo su
ración en cebada. Ni tampoco la recibían, como era normal, en trigo, hasta que
habían demostrado, en presencia del prefecto, de los tribunos u otros oficiales
superiores, suficientemente su conocimiento de cada parte de su instrucción.
Ningún Estado puede estar feliz ni seguro si es remiso y negligente con la
disciplina de sus tropas. Pues no es la profusión de riquezas o el exceso de lujuria
lo que pueda inducir a nuestros enemigos a juzgarnos o respetarnos. Esto sólo se
conseguirá por el terror a nuestras armas. Es una observación de Catón el que se
puede recuperar el mal comportamiento en asuntos comunes, pero resulta muy de
otra manera en la guerra, donde los errores son fatales y no tienen remedio, siendo
inmediatamente seguidos de castigo. A consecuencia de enfrentarse al enemigo sin
valor o coraje, es esta parte del ejército abandonada en el campo de batalla, y
aquellos que permanecen reciben tal impresión de su derrota que no osan luego
mirar la cara del enemigo.
XIIII EL USO DE ARMAS ARROJADIZAS.
Junto al antedicho ejercicio de los reclutas en el poste, se les proporciona
jabalinas de más peso que las normales, con las que son enseñados a arrojarlas al
mismo poste. Y los maestros de armas tenían mucho cuidado en instruirles en
cómo lanzarlas con adecuada puntería y potencia. Esta práctica fortalece el brazo y
convierte al soldado en un buen tirador.
XV EL USO DEL ARCO.
Un tercio o un cuarto de los soldados más jóvenes y capaces deben también
ejercitarse en el poste con arcos y flechas construidos expresamente con este
propósito. Los instructores de este arma deben ser elegidos con cuidado y deben
aplicarse diligentemente para enseñar a los hombres a agarrar el arco en la posición
adecuada, a tensarlo con fuerza, a mantener la mano izquierda estable, a tirar
acertadamente con la derecha, a dirigir su atención y su mirada al objetivo y a tomar
puntería con igual precisión tanto a pie como a caballo. Pero esto no se adquiere
sin gran dedicación, ni se conserva sin ejercicio diario y práctica.
La utilidad de los buenos arqueros en el combate es claramente demostrado por
Catón en su tratado sobre la disciplina militar. A la constitución de un cuerpo de
tropas de esta clase debió Claudio su victoria sobre un enemigo que, hasta ese
momento, se había mostrado superior a él. Escipión el Africano, antes de su
combate con los Numantinos, que habían hecho pasar al ejército romano bajo el
yugo, consideró que no tendría ninguna posibilidad de éxito a no ser que incorporara
cierto número de arqueros selectos con cada centuria.
XVI LA HONDA.
Se debe instruir a los reclutas en el arte del lanzamiento de piedras tanto a mano
como con honda. Se dice que los habitantes de las islas Baleares han sido los
inventores de la honda, y que su sorprendente destreza en el manejo la debían a la
forma de enseñar a sus niños. Sus madres no les permitían coger su comida si
antes no la habían derribado con sus hondas. Los soldados, a pesar de su armadura defensiva, quedan a menudo más vejados por los cantos rodados que por
las flechas del enemigo. Las piedras matan sin lacerar el cuerpo y la contusión es
mortal sin pérdida de sangre. Es universalmente sabido que los antiguos emplearon
honderos en sus combates. Existe el mayor motivo para instruir a todas las tropas,
sin excepción, en este ejercicio, pues la honda no suele considerarse de gran
importancia y a menudo resulta del mayor servicio, especialmente cuando se está
obligado a combatir en poblaciones de piedra, o a defender una montaña o
promontorio, o al rechazar al enemigo que ataca una ciudad o castillo.
XVII LOS DARDOS PESADOS.
El ejercicio de los dardos pesados, llamados mattiobarbuli, no debe omitirse.
Antiguamente teníamos dos legiones en Iliria, de seis mil hombres cada una, que
por su extraordinaria destreza y habilidad en el uso de tales armas fueron
distinguidas con el mismo nombre. Soportaron durante mucho tiempo el peso de
todas las guerras y se distinguieron tan reseñablemente que los emperadores
Diocleciano y Maximiano, en su acceso al trono, las honraron con los títulos de
Joviana y Herculana y las prefirieron sobre las otras legiones. Cada soldado lleva
cinco de tales jabalinas en el hueco de su escudo. Y así el legionario parece
sustituir el lugar de los arqueros, pues hieren tanto a los hombres como a los
caballos del enemigo antes de que entren al alcance de las armas arrojadizas
normales.
XVIII ENSEÑAR EQUITACIÓN.
Los antiguos obligaban estrictamente, tanto a los veteranos como a los reclutas, a
la práctica constante de la equitación. Ha llegado incluso a nuestros tiempos,
aunque se le dedique hoy poca atención. Tienen caballos de madera, con este
propósito, situados en invierno a cubierto y en verano al aire libre. A los jóvenes
soldados se les enseñaba a saltar sobre ellos, al principio sin armas y luego
completamente armados. Y era tal su atención hacia este ejercicio que estaban
acostumbrados a montar y desmontar por cualquier lado, indistintamente, con las
espadas empuñadas o con lanzas en las manos. Con la práctica continua en
tiempos de paz, su caballería fue llevada a tal perfección de disciplina que
montaban sus caballos en un instante incluso en la confusión de la sorpresa y de las
alarmas inesperadas.
XVIII Y A LLEVAR CARGAS.
Acostumbrar a los soldados a llevar cargas es también parte esencial de la
disciplina. A los reclutas, en particular, se les debe obligar frecuentemente a llevar
un peso de no menos de sesenta libras 7 (lo que pesan sus armas) y marchar con
ellos en las filas. Esto se debe a que, en las expediciones difíciles, a menudo se
hallaban en la necesidad de llevar sus provisiones y sus armas. No lo encontrarían
problemático cuando lo tomaron por costumbre, lo que facilita todo. Nuestras
tropas, en los tiempos antiguos, eran una prueba de esto, y Virgilio lo remarcó en los
siguientes versos:
Los soldados romanos, criados en las alertas de la guerra,
encorvados con pesos injustos y armas pesadas,
alegres sobrellevaban sus penosas marchas,
y levantaban prestos sus campamentos ante el enemigo.
XX LAS ARMAS DE LOS ANTIGUOS.
Pondremos ahora a consideración el modo de armar las tropas. Pero ya no se
sigue el método de los antiguos. Pues aunque tras el ejemplo de los Godos, los
Alanos y los Hunos, hemos hecho algunas mejoras en las armas de la caballería,
todavía es evidente que la infantería está totalmente indefensa. Desde la fundación
de la ciudad hasta el reinado del emperador Graciano, los infantes llevaron corazas
y cascos. Pero la negligencia y la pereza crecientes ha llevado, de hecho, a una
total relajación de la disciplina, los soldados empezaron a pensar que sus
armaduras eran demasiado pesadas y raramente se las colocaban. Primero
pidieron permiso al emperador para dejar las corazas y después el casco. A
consecuencia de esto nuestras tropas, en sus enfrentamientos con los Godos, a
menudo resultaron desbaratados con sus lluvias de flechas. De ahí la necesidad de
obligar a la infantería a recuperar sus corazas y cascos, pese a las repetidas
derrotas, cuya ausencia llevó a la destrucción de tantas grandes ciudades.
Las tropas, indefensas y expuestas a todas las armas del enemigo, están más
dispuestas a huir que a luchar. ¿Qué se puede esperar de un arquero de a pie, sin
coraza o casco, que no puede empuñar enseguida su arco y escudo, o de los
portaestandartes cuyos cuerpos están desnudos y que no pueden llevar a la vez un
escudo y los colores?. El soldado de infantería encuentra el peso de una coraza, o
incluso de un casco, intolerable. Ello es porque raramente se entrenan y se las
ponen.
Pero el asunto podría ser muy distinto, aunque fueran más pesados de lo que son,
si por la práctica constante estuvieran acostumbrados a llevarlas. Pero parece que
7 1 libra romana: 0,32745 kgs. 60 libras = 19,647 kilogramos.
muchos de tales hombres, que no pueden soportar el peso de la antigua armadura,
no piensan que se exponen sin defensa a las heridas y la muerte ni, lo que es peor,
a la vergüenza de ser hechos prisioneros o de traicionar a su patria con la huida; y
así, para evitarse una incierta cantidad de ejercicio y fatiga, sufren la ignominia de
ser hechos pedazos. ¿Por qué podrían llamar los antiguos muro a la infantería, sino
porque en cierto modo lo recordaban la armadura completa del legionario, con
escudos, cascos, corazas y grebas de hierro en la pierna derecha; y los arqueros
que llevaban guanteletes en el brazo izquierdo?. Tales eran las armas defensivas
de los soldados legionarios. Aquellos que luchaban en primera línea de sus
respectivas legiones eran llamados principes, los que luchaban en segunda línea,
hastati, y quienes en la tercera, triarii.
Los triarii, conforme a su sistema de disciplina, descansaban en momentos de
acción sobre una rodilla, bajo la cubierta de sus escudos, pues en esta posición
estaban menos expuestos a los dardos del enemigo que si permanecieran en pie; y
además, cuando había necesidad de llevarles al frente, estaban frescos, con todo su
vigor y cargaban con la mayor impetuosidad. Han dado muchos ejemplos de ganar
una victoria tras la completa derrota de los príncipes y los hastati.
Los antiguos tenían así mismo un cuerpo de infantería ligera, honderos y ferentarii
, que se situaban normalmente en las alas y daban comienzo al combate. Los
hombres más activos y más disciplinados se elegían para este servicio; y como su
número no era muy grande, se retiraban fácilmente, si les rechazaban, entre los
intervalos de la legion sin ocasionar el menor desorden en las líneas.
Los gorros panónicos de piel que llevan nuestros soldados, fueron inicialmente
introducidos con un diseño distinto. Los antiguos obligaban a los hombres a
llevarlas siempre para que estuvieran constantemente acostumbrados a llevar la
cabeza cubierta y que fueran menos sensibles al peso del casco.
Como armas arrojadizas de la infantería, llevaban jabalinas con una punta
triangular de hierro, de once pulgadas o un pie de largo, que llamaban pilum. Una
vez fijados en el escudo era imposible arrancarlos, y cuando se los lanzaba con
fuerza y destreza, penetraban la coraza sin dificultad. En la actualidad son
raramente empleados entre nosotros, pero son el arma principal de la infantería
pesada bárbara. Ellos la llaman bebrae, y cada hombre lleva dos o tres de ellas en
la batalla.
Ha de observarse que cuando los soldados emplean la jabalina, el pie izquierdo
debe adelantarse pues, con esta postura, la potencia del lanzamiento se
incrementa. Por el contrario, cuando están lo bastante cerca para usar sus pila y
espadas, el pie derecho debe adelantarse para que el cuerpo presente menos
blanco al enemigo y que el brazo derecho esté más cerca y en posición más
ventajosa para atacar. De aquí aparece la necesidad de proporcionar a los
soldados armas defensivas de cada clase y enseñarles el uso de las ofensivas.
Pues es cierto que un hombre luchará con más valor y confianza cuando se
encuentre adecuadamente armado para la defensa.
XXI CAMPAMENTOS ATRINCHERADOS.
Los reclutas deben ser instruidos en el modo de atrincherar campamentos, no
habiendo parte de la disciplina tan útil y necesaria como ésta. Pues en un
campamento, bien elegido y afosado, las tropas pueden descansar seguras tanto de
día como de noche entre su obra, aún cuando estén a la vista del enemigo. Parece
imitar una ciudad fortificada que ellos pueden construir para su seguridad donde
quiera que les plazca. Pero este valioso arte está ahora totalmente perdido, pues ya
hace mucho desde que nuestros campamentos fueran fortificados con foso o
empalizadas. Por esta negligencia nuestras fuerzas han sido a menudo
sorprendidas por el día y por la noche, por la caballería enemiga, sufriendo severas
pérdidas. La importancia de esta costumbre se muestra no sólo por el peligro al que
las tropas que acampan sin precauciones están constantemente expuestas sino por
la desastrosa situación de un ejército que, tras recibir un castigo en el campo de
batalla, se halla sin retaguardia y, consecuentemente, a merced del enemigo.
XXII DE LA ELECCIÓN DEL LUGAR DEL CAMPAMENTO.
Un campamento, especialmente en la cercanía del enemigo, debe elegirse con
gran cuidado. Su situación debe ser fuerte por naturaleza y debe estar bien provisto
de madera, forraje y agua. Si el ejército va a ocuparlo durante un tiempo
considerable, se debe prestar atención a la salubridad del lugar. El campamento no
debe estar dominado por terrenos más altos desde los que el enemigo les pueda
insultar o vejar, ni estar expuesto a corrientes que pondrían en gran peligro al
ejército. Las dimensiones de los campamentos han de estar determinadas por el
número de tropas y la cantidad de bagajes, que un ejército pueda tener suficiente
espacio y que uno pequeño no le obligue a extenderse fuera de su propia extensión.
XXIII DE LA FORMA DE LOS CAMPAMENTOS.
La forma del campamento debe estar determinada por la orografía del terrero y de
acuerdo con ella será cuadrado, triangular u oval. La puerta pretoriana debe dar
frente al este o al enemigo. En un campamento temporal, debe dar frente a la ruta
por la que marcha el ejército. Dentro de esta puerta, se ponen las tiendas de las
primeras centurias o cohortes y se plantan los dracos y otras insignias.
La puerta decumana está directamente opuesta a la pretoriana, en la parte de
atrás del campamento, y por ella son llevados los soldados al lugar señalado para el
castigo o la ejecución.
El draco (dragón) era la insignia particular de cada cohorte.
XXIIII FORTIFICACIÓN DE CAMPAMENTOS.
Hay tres formas de atrincherar un campamento. Cuando el peligro no es
inminente, llevan una estrecha zanja alrededor de todo el perímetro, de sólo 2,66
metros de ancho y dos de hondo 10. Con la turba que se ha sacado, se hace una
especie de muro o terraplén de noventa centímetros 11 de alto en la cara interior del
foso. Pero donde haya motivo para temer ataques del enemigo, el campamento de
rodearse de un foso regular, de 3 metros y medio 12 de ancho y 2,66 metros 13 de
hondo, perpendicular a la superficie del terreno. Se eleva entonces un parapeto en
el lado próximo al campo, de una altura de cuatro pies, con obstáculos y fajinas
(haces de palos) adecuadamente cubiertas y aseguradas a la tierra sacada del foso.
Con estas dimensiones, la altura interior del atrincheramiento alcanzará los 3,85
metros 14 y la anchura del foso, 3,55 metros 15. Encima de todo se situarán fuertes
empalizadas que los soldados llevan constantemente con este propósito. Un
número suficiente de azadas, zapapicos, canastas de mimbre y herramientas de
toda clase han de proporcionarse para tales trabajos.
XXV FORTIFICACIÓN DEL CAMPAMENTO EN PRESENCIA DEL ENEMIGO.
No hay dificultad en fortificar un campamento cuando no hay enemigo a la vista.
Pero si el enemigo está próximo, toda la caballería y la mitad de la infantería deben
formar en orden de batalla para cubrir al resto de las tropas que trabajan en el
atrincheramiento y estar dispuestos a enfrentar al enemigo si se deciden a atacar.
Las centurias se emplean por turnos en el trabajo y son llamados regularmente al
relevo por un pregonero hasta que se completa el trabajo. Luego se inspecciona y
mide por los centuriones, que castigan tanto a los indolentes como a los
negligentes. Este es un punto muy importante en la disciplina de los jóvenes
soldados quienes, cuando están adecuadamente entrenados en ello, son capaces
en una emergencia de fortificar su campamento con habilidad y rapidez.
XXVI MANIOBRAS.
Ninguna parte de la instrucción es más esencial en combate que los soldados
mantengan sus filas con la mayor exactitud, sin abrirlas o cerrarlas demasiado. Las
tropas demasiado cerradas nunca luchan como debieran, y sólo se molestan unas a otras. Si su orden es demasiado abierto y laxo, le dan al enemigo la oportunidad de
penetrar. Siempre que ocurre esto y son atacados por la retaguardia, son
inevitables la confusión y el desorden general. Los reclutas, así pues, deben estar
constantemente en el terreno, formados según su rol y dispuestos en una sólo línea.
Deben aprender a formar en línea recta y mantener la misma distancia entre hombre
y hombre. Se les ordenará luego en doble fila, lo que ejecutarán rápidamente,
cubriendo instantáneamente a sus guías de fila. A continuación doblarán otra vez y
formarán en profundidad de a cuatro. Y después el triángulo o, como se le llama
normalmente, la cuña, una formación muy útil en combate. Debe enseñárseles a
formar el círculo u orbe; para tropas bien disciplinadas, tras haber sido rotas por el enemigo, haberse colocado en esta posición ha evitado la completa ruptura del
ejército. Estas maniobras, practicadas a menudo en el terreno de ejercicios, se
ejecutarán con facilidad en el servicio actual.
XXVII MARCHAS MENSUALES.
Era una costumbre constante entre los antiguos romanos, confirmada por las
ordenanzas de Augusto y Adriano, ejercitarse tanto la caballería y la infantería tres
veces al mes con marchas de cierta longitud. La infantería era obligada a marchar ,
completamente armada, la distancia de diez millas 16 desde el campamento y
regresar con el mayor orden y con el paso militar, que cambiaban y aceleraban en
ciertos momentos de la marcha. Así mismo, su caballería, con tropas y
apropiadamente armadas, ejecutaba las mismas marchas y se ejercitaban al mismo
tiempo en sus movimientos y maniobras peculiares; a veces, como si persiguieran al
enemigo, ora iban o volvían otra vez con gran impetuosidad a la carga. Hacían tales
marchas no sólo en terrenos llanos o de tierra, sino que tanto la caballería como la
infantería eran llevadas a terrenos difíciles y abruptos y a ascender o descender
montañas, para prepararles a toda clase de accidentes y familiarizarlos con las
distintas maniobras que las diferentes orografías de una país podían requerir.
XXVIII EXHORTACION SOBRE LAS VIRTUDES Y EL ARTE DE LA GUERRA.
Estas máximas militares e instrucciones, invencible Emperador, como prueba de
mi devoción y celo en vuestro servicio, he reunido cuidadosamente a partir de los
trabajos sobre el tema de los autores antiguos. Mi deseo aquí es apuntar el método
cierto para formar buenos y útiles ejércitos, lo que sólo se puede alcanzar mediante
la exacta imitación de los antiguos en su cuidado en la selección y disciplina de las
nuevas levas. Los hombres no han degenerado en su valor, ni están todavía
exhaustos los países que produjeron a los lacedemonios, atenienses, marsianos,
samnitas, pelignos e incluso a los propios romanos. ¿No alcanzaron los epirotas en
tiempos anteriores gran reputación en la guerra?. ¿No penetraron los macedonios y
tesalianos, tras conquistar a los persas, hasta la misma India?. Y es bien conocido
que la disposición a la guerra de dacios, moesios y tracios dio lugar a la leyenda de
que Marte nació entre ellos.
Hay que recordar que 1 milla romana: 1.478,5 metros.10 millas: 14.785 metros
Pretender enumerar las diferentes naciones de los antiguos, tan formidables, que
están ahora bajo el dominio de los romanos, sería tedioso. Pero la seguridad
establecida por la larga paz ha alterado sus disposiciones, arrastrándolos fuera de la milicia a ocupaciones civiles e infundiéndoles amor la desidia y la comodidad. De
aquí se sigue una relajación de la disciplina militar, luego la negligencia en ella, para hundirse después en un completo olvido. Ahora parecerá sorprendente que esta
alteración pueda haber ocurrido en los últimos tiempos, si consideramos que la paz
de unos veinte años o algo más tras las Primera Guerra Púnica, desmadejó a los
romanos, antes por doquier victoriosos, por desidia y negligencia de la disciplina
hasta tal punto, que en la Segunda Guerra Púnica no fueron capaces de mantener
el campo frente a Aníbal. Al final, tras la derrota de muchos cónsules y la pérdida
de muchos oficiales y ejércitos, se convencieron de que el resurgimiento de la
disciplina era el único camino a la victoria y así recuperaron su superioridad. La
necesidad de la disciplina, así pues, no puede a menudo inculcarse, así como el
requisito de la estricta atención en la selección y entrenamiento de nuevas levas.
Es también cierto que es mucho menos caro para un Estado entrenar a sus súbditos
en las armas que pagar extranjeros.
LIBRO II
I DE LAS DIVISIONES DE LA MILICIA.
II DIFERENCIA ENTRE LAS LEGIONES Y LOS AUXILIARES.
III CAUSAS DE LA DECADENCIA DE LA LEGIÓN.
IV DEL NÚMERO DE LAS LEGIONES.
V DE CÓMO LEVANTAR UNA LEGIÓN.
VI DE LA COHORTES EN UNA LEGION Y LOS SOLDADOS DE CADA
COHORTE.
VII NOMBRES Y GRADOS DE LOS OFICIALES DE LA LEGIÓN.
VIII NOMBRES DE LOS MANDOS DE LOS ANTIGUOS.
VIIII DEL LAS OBLIGACIONES DEL PREFECTO DE LA LEGIÓN.
X DE LAS OBLIGACIONES DEL PREFECTO DEL CAMPAMENTO.
XI DE LAS OBLIGACIONES DEL PREFECTO DE LOS OBREROS.
XII DE LAS OBLIGACIONES DEL TRIBUNO MILITAR.
XIII DE LAS CENTURIAS Y BANDERAS DE LA INFANTERÍA.
XIIII DE LAS TURMAS DE CABALLERÍA LEGIONARIA.
XV DE LA FORMACIÓN DE BATALLA.
XVI DEL ARMAMENTO DE TRIARIOS Y CENTURIONES.
XVII EL COMIENZO DE LA BATALLA: UN MURO DE ARMADURAS PESADAS.
XVIII EN NOMBRE Y EL GRADO DE LOS SOLDADOS ESCRITOS EN SUS
ESCUDOS.
XVIIII ELEGIR RECLUTAS QUE SEPAN LEER Y ESCRIBIR, ADEMÁS DE
TENER UN CUERPO ROBUSTO.
XX LA MITAD DE LOS INGRESOS DEL SOLDADO SE DEBEN
DEPOSITAR EN EL SITIO DE LAS BANDERAS.
XXI DE LAS PROMOCIONES EN LA LEGIÓN Y ENTRE LAS COHORTES.
XXII DE LAS TROMPETAS, TROMPAS Y CUERNOS.
XXIII DE LOS EJERCICIOS DE LOS SOLDADOS.
XXIIII EJEMPLOS EXTRAÍDOS DE ALGUNAS ARTES, DONDE SE PRUEBA LA
NECESIDAD DEL ARTE MILITAR.
XXV ENUMERACIÓN DE MÁQUINAS Y PERTRECHOS DE GUERRA DE LAS
LEGIONES.
PREFACIO
Tal serie continuada de victorias y triunfos han probado incontestablemente el
completo y perfecto conocimiento de Vuestra Majestad de la disciplina militar de los
antiguos. El éxito en cualquier profesión es la muestra más cierta de la habilidad en
ella. Por vuestra grandeza de mente, por encima de la comprensión humana,
Vuestra Majestad consiente en buscar consejo de los antepasados, pese a que
Vuestras recientes y propias hazañas sobrepasan las de la misma antigüedad. Al
recibir órdenes de Vuestra Majestad para seguir con este breviario, no tanto para
Vuestra instrucción como para Vuestro interés, no supe cómo conciliar mi devoción
a Vuestras órdenes con el respeto debido a Vuestra Majestad. ¿No podría resultar
la mayor de las presunciones, pretender mencionar el arte de la guerra al Señor y
Maestro del mundo y al Conquistador de todas las naciones bárbaras, a menos que
fuera describiendo sus propias acciones?. Pero la desobediencia al deseo de tan
gran Príncipe resultaría tan grandemente criminal como peligrosa. Mi obediencia,
por lo tanto, me hizo confiado de la aprehensión por parecerlo más que por lo
contrario. Y en esto no fui poco osado, por la indulgencia, en última instancia, de
Vuestra Majestad. Mi tratado sobre la selección y disciplina de nuevas levas
encontró la favorable recepción de Vuestra Majestad, y ya de un trabajo con tanto
éxito finalizado, compuesto a mi propio entender, no podía temer de uno
emprendido por Vuestras expresas órdenes.
I DE LAS DIVISIONES DE LA MILICIA.
La institución militar (según un egregio autor latino atestigua en el comienzo de su
poema, consta de las armas y los hombres) se compone de tres partes: la
caballería, la infantería y la marina. Las alas de la caballería se llaman así por su
similitud con las alas que se extienden a ambos lados del cuerpo para su protección.
Ahora se les llama vexillationes por la clase de estandartes peculiares a ellos. La
caballería legionaria son cuerpos particularmente anexadas a cada legión y de una
clase diferente; y sobre su modelo fue organizada la caballería llamada ocreati, por
las botas ligeras que llevaban. La flota consiste en dos divisiones, la primera,
llamada liburnia y la otra con balandros armados. La caballería está ideada para
planicies. Los flotas se emplean en la protección de mares y ríos. La infantería es
adecuada para la defensa de prominencias, para la guarnición de ciudades y son
igualmente útiles en terrenos llanos como abruptos. La última es, por tanto, por su
facilidad para actuar en cualquier lugar, ciertamente la más útil y necesaria pues a
pesar de su mayor número puede ser mantenida con poco gasto. La infantería se
divide en dos cuerpos: las legiones y los auxiliares, estando compuestos los últimos
por aliados o confederados. La fortaleza peculiar de los romanos consistió siempre
en la excelente organización de sus legiones. Se denominaron así como la
expresión "ab eligendo", por el cuidado y exactitud puestos en la selección de los
soldados. El número de tropas legionarias en un ejército es generalmente más
considerable que el de los auxiliares.
II DIFERENCIA ENTRE LAS LEGIONES Y LOS AUXILIARES.
Los macedonios, los griegos y los dárdanos formaban sus fuerzas en falanges de
ocho mil hombres cada una. Los galos, celtíberos y muchas otras naciones
bárbaras dividían sus ejércitos en cuerpos de seis mil hombres cada uno. Los
romanos tenían normalmente en sus legiones una fuerza de seis mil, a veces más.
Explicaremos ahora la diferencia entre las legiones y los auxiliares. Los últimos
eran cuerpos de extranjeros a sueldo, de distintas partes del Imperio, compuestos
de diferente número, sin conocimiento entre ellos o clase alguna de lazo de afecto.
Cada nación posee su propia disciplina particular, costumbres y modos de luchar.
Poco se puede esperar de fuerzas tan disimilares en todo aspecto, pues es uno de
los más esenciales puntos del mando militar que todo el ejército debe poder ponerse
en movimiento y gobernado por un único y mismo orden. Pero es casi imposible
para los hombres actuar en concierto bajo tan variables e inusitadas circunstancias.
La legión estaba compuesta de cohortes en las que había infantería pesada como
los príncipes, hastatii o lanceros, los triarii y los antesignarios; y otros armados a la ligera como los ferentarii, los arqueros, los honderos y los ballesteros. También había una sección de caballería, llamada legionaria. Y todas estas fuerzas estaban unidas por un mismo ánimo, obrando así juntos cuando había que establecer un campamento, formar para el combate o luchar; cada legión era una unidad perfecta que no necesitaba de ayuda extraña para vencer a cualquier número de enemigos.
Y así lo prueban las numerosas victorias alcanzadas sobre los enemigos cuando fue
menester, señalando la gloria romana.
III CAUSAS DE LA DECADENCIA DE LA LEGIÓN.
El nombre “legión” permanece hasta hoy en nuestros ejércitos pero su fuerza y
esencia se fueron pues, a causa de la desidia de nuestros predecesores, los
honores y ascensos, que habían sido antiguamente las recompensas por los largos
servicios, pasaron a ser obtenidos solamente por interés y favor. Ya no se pone
cuidado al sustituir los soldados, quienes tras servir su periodo completo han
recibido sus licencias. Las bajas que se producen continuamente por enfermedad,
permisos, deserción u otras causas, si no se cubren cada año o incluso cada mes,
pueden con el tiempo deshacer los ejércitos más numerosos. Otra causa de la
debilidad de nuestras legiones es que, en ellas, los soldados hallan el servicio
penoso, las armas pesadas, las recompensas lejanas y la disciplina severa. Para
evitar tales desventajas, los jóvenes se alistan como auxiliares, donde el servicio es menos trabajoso y pueden esperar recompensas más rápidas.
Catón el Mayor, quien fue varias veces Cónsul y siempre victorioso a la cabeza de
los ejércitos, creía que él prestaría a su país un servicio más acusado escribiendo
de asuntos militares que con sus victorias en campaña. Pues las consecuencias de
las acciones valerosas son solamente temporales, mientras que lo conseguido al
escribir para el bien público era beneficioso a largo plazo. Algunos otros han
seguido su ejemplo, particularmente Frontino, quien pergeñó trabajos sobre este
asunto que fueron bien recibidos por el divino Trajano. Éstos son los autores cuyas
máximas e instituciones he tratado de resumir del modo más fiel y conciso.
El costo de mantener tropas buenas o malas es el mismo; pero depende
completamente de Vos, muy Augusto Emperador, recuperar la excelente disciplina
de los antiguos y corregir los abusos de los últimos tiempos. Es ésta una ventaja
que se dejará sentir tanto en nosotros mismos como en nuestra posteridad.
IIII DEL NÚMERO DE LAS LEGIONES.
Todos nuestros escritores coinciden en que nunca más de dos legiones, junto a
sus auxiliares, se debían poner al mando de cada cónsul para enfrentar a los
ejércitos enemigos más numerosos. Tal era la confianza que tenían en su disciplina
y resolución que este número se creyó suficiente para enfrentar cualquier guerra.
Explicaré, por lo tanto, la organización de la antigua legión de acuerdo con la
ordenanza militar. Pero si la descripción parece oscura o imperfecta no se me ha de
imputar a mí, sino a la dificultad del asunto mismo, el cual será así examinado con la mayor atención. Un príncipe, habituado él mismo a los asuntos militares, tiene en
su mano convertirse en invencible alistando el número de fuerzas bien disciplinadas
que considere apropiadas.
V DE CÓMO LEVANTAR UNA LEGIÓN.
Los reclutas, tras haber sido así elegidos cuidadosamente, con la adecuada
atención a sus personas y cualidades, habiendo sido entrenados diariamente
durante al menos cuatro meses, forman la legión a las órdenes y bajo los auspicios
del Emperador. La marca militar, que es indeleble, se imprime primero en las
manos de los nuevos reclutas y cuando sus nombres son consignados en el libro de
las legiones pronuncian el juramento habitual, llamado el juramento militar. Juran
por Dios, por Cristo y por el Espíritu Santo; y por Su Majestad el Emperador quien,
tras Dios, ha de ser principal objeto del amor y veneración de la Humanidad. Pues
cuando él ha recibido el título de Augusto, sus súbditos están obligados a prestarle
su más sincera devoción y homenaje, como representante de Dios en la tierra. Y
todo hombre, tanto en un puesto civil como militar, sirve a Dios sirviéndole a él [al
Emperador. N. del T.] con fidelidad, pues reina por Su Autoridad [la de Dios. N. del
T.]. Los soldados, así pues, juran que obedecerán deseosos al Emperador y todas
sus órdenes, que nunca desertarán y estarán siempre prestos a sacrificar sus vidas
por el Imperio Romano.
VI DE LA COHORTES EN UNA LEGIÓN Y LOS SOLDADOS DE CADA
COHORTE.
La legión debe consistir en diez cohortes, la primera de las cuales excede a las
otras tanto en el número como en la calidad de sus soldados, quienes son
seleccionados para servir en ella como hombres de ciertas familias y educación.
Esta cohorte tiene la custodia del Águila, la insignia principal de los ejércitos
Romanos y común a toda la legión, así como las imágenes de los emperadores, que
siempre se han considerado sagradas. Consta de mil ciento cinco infantes y ciento
treinta y dos caballos acorazados y se distingue con el nombre de Cohorte Miliaria.
Es la cabeza de la legión y forma siempre en primer lugar a la derecha de la primera
línea, cuando la legión forma en orden de batalla.
La segunda cohorte consta de quinientos cincuenta y cinco infantes y sesenta y
seis caballos, y es llamada Cohorte Quingentenaria. La tercera consta de
quinientos cincuenta y cinco infantes y sesenta y seis caballos, generalmente
hombres escogidos, de acuerdo con su posición en el centro de la primera línea. La
cuarta consta del mismo número de quinientos cincuenta y cinco infantes y sesenta
y seis caballos. La quinta tiene, así mismo, quinientos cincuenta y cinco infantes y
sesenta y seis caballos, y debieran ser algunos de los mejores hombres, siendo
situados en el flanco izquierdo como la primera cohorte lo está en el derecho. Estas
cinco cohortes componen la primera línea.
La sexta consta de quinientos cincuenta y cinco infantes y sesenta y seis caballos,
quienes serán la flor de los soldados jóvenes pues forman a retaguardia del Águila y
las imágenes de los emperadores y a la derecha en la segunda línea. La séptima
consta de quinientos cincuenta y cinco infantes y sesenta y seis caballos. La octava
consta de quinientos cincuenta y cinco infantes y sesenta y seis caballos, todas
tropas elegidas, pues ocupan el centro de la segunda línea. La novena tiene
quinientos cincuenta y cinco infantes y sesenta y seis caballos. La décima consta
del mismo número de quinientos cincuenta y cinco infantes y sesenta y seis caballos
y necesita buenos hombres, pues cierra el flanco izquierdo de la segunda línea.
Éstas diez cohortes forman la legión completa, constando en total de seis mil cien
infantes y setecientos veintiséis caballos. Una legión no debe constar jamás de un
número menor de hombres, pero puede ser fortalecida por la adición de otra
Cohorte Miliaria.
VII NOMBRES Y GRADOS DE LOS OFICIALES DE LA LEGIÓN.
Habiendo mostrado la antigua constitución de la legión, explicaremos ahora los
nombres de sus principales soldados o, para usar el término apropiado, los oficiales,
y sus rangos de acuerdo con la estructura actual de las legiones. El tribuno mayor
es designado por elección y comisión expresa del Emperador. El tribuno menor
alcanza ese rango por sus servicios. Los tribunos se llaman así porque manda
18 Se infiere que son jinetes y caballos acorazados. (N. del T.)
19 Y sus jinetes respectivos, claro. (N. del T.)
sobre los soldados que fueron alistados al principio, por Rómulo, a partir de las
distintas tribus. Los oficiales que mandan en acción los órdenes y divisiones se
llaman Ordinarii. Los Augustales fueron añadidos por Augusto a los Ordinarii; y los
Flaviales fueron designados por el divino Vespasiano para duplicar el número de los
Augustales. Los Aquilifer y los Signifer son los que llevan el Águila y las imágenes
del Emperador. Los Optiones son oficiales subalternos, así llamados por haber sido
elegidos por sus oficiales superiores, para cumplir sus obligaciones y sustituirles en caso de enfermedad u otro accidente. Los signifer llevan las insignias y se les llama ahora Draconarii. Los Tesserarii llevan la palabra y órdenes del general a los
distintos grupos de soldados. Los Campignei o Antesignani son aquellos cuya
obligación en mantener la adecuada disciplina y adiestramiento entre las tropas.
Los Metatores están encargados de allanar el suelo para los campamentos. Los
Beneficiarii se llaman así por haber obtenido su promoción por interés o
conveniencia de los Tribunos. Los Librarii llevan la contabilidad legionaria. Los
Tubicines, Cornicines y Buccinatores derivan sus nombres de que soplan la tuba,
cornu y buccina. Aquellos que, hábiles en sus tareas, reciben doble ración de
provisiones, son llamados Armaturae Duplares y los que reciben ración simple,
Simplares. Los Mensores se encargan de medir y marcar el terreno para las tiendas en el campamento, y asignar a las tropas sus respectivos acuartelamientos en la
guarnición. Los Torquati, así llamados por los collares de oro que se les han
concedido en recompensa por su valor, tienen además de este honor otras ventajas.
Aquellos que han recibido dos son llamados Torquati Duplares y quienes sólo uno,
Simplares.
Había, por el mismo motivo, Candidatii Duplares y Candidatii Simplares. Estos
son los soldados principales u oficiales distinguidos por su rango y privilegios. El
resto son llamados Munifices, o soldados trabajadores, ya que están obligados a
todos los trabajos militares sin excepción.
VIII NOMBRES DE LOS MANDOS DE LOS ANTIGUOS.
Antiguamente, era norma que el primer Princeps de la legión fuera ascendido
regularmente al empleo de Centurión de los Primipile. No sólo se le confiaba el
Águila sino que mandaba cuatro centurias, o sea, cuatrocientos hombres en la
primera línea. Como cabeza de la legión él tenía distinciones de gran honor y
provecho. El primer Hastatus tenía el mando de dos centurias o doscientos
hombres en la segunda línea y se le llama hoy Ducenarius. El Princeps de la
primera cohorte mandaba una centuria y media, o sea, ciento cincuenta hombres y
mantenía en gran medida el detalle general de la legión. El segundo Hastatus
mandaba igualmente una centuria y media, o ciento cincuenta hombres. El primer
Triarius tenía el mando de cien hombres. Así las diez centurias de la primera
cohorte eran mandadas por cinco Ordinarii, que por las disposiciones de los
antiguos disfrutaban de grandes honores y emolumentos que se añadían a su rango
para inspirar a los soldados de las legiones por la emulación, para obtener tan
grandes y considerables recompensas. Designaban también centuriones para cada
centuria, que ahora se llaman Centenarii y Decani, que mandaban diez hombres,
ahora llamados cabeza de contubernio. La segunda cohorte tenía cinco
Centuriones; y todo el resto, el mismo número. Había cincuenta y cinco en toda la
legión.
VIIII DEL LAS OBLIGACIONES DEL PREFECTO DE LA LEGIÓN.
Los legados del emperador, de dignidad consular, eran enviados, antiguamente,
para mandar en los ejércitos, y su autoridad se extendía tanto sobre las legiones
como sobre los auxiliares en tiempo de paz como de guerra. En vez de tales
oficiales, personas de alta alcurnia son ahora sustituidas con el título de Magistros
Militum. No se limitan al mando de sólo dos legiones, sino que a menudo lo hacen
sobre más. Pero el oficial propio de la legión es el Prefecto, quien siempre fue un
conde de primer orden. En él recae el mando en ausencia del legado. Los tribunos,
centuriones y todos los soldados en general están bajo sus órdenes: Da los
comunicados y órdenes para la marcha y las guardias. Y si un soldado comete un
crimen, bajo su autoridad es juzgado y castigado por el tribuno. Está a cargo de las
armas, caballos, vestidos y provisiones. Es también su obligación el entrenamiento
diario de la caballería legionaria y de la infantería y mantener la más estricta
disciplina. Debe ser un oficial diligente y cuidadoso, pues la sola obligación de
formar la legión con regularidad y obediencia depende de él y la excelencia de los
soldados redundará enteramente en su honor y crédito.
X DE LAS OBLIGACIONES DEL PREFECTO DEL CAMPAMENTO.
El Praefectus Castrorum, aunque inferior en rango al anterior, tiene un puesto de
no menor importancia. La ubicación del campamento, la dirección de los
atrincheramientos, la inspección de las tiendas o cabañas de los soldados y la
impedimenta están dentro de sus obligaciones. Su autoridad se extiende sobre el
enfermo, y los médicos que cuidan de ellos; y controla los gastos. Está a cargo de
suministrar carruajes, herraduras y herramientas adecuadas para serrar y cortar
madera, hacer trincheras, aprestar parapetos, obtener bienes y llevar agua al
campamento. También está a su cargo suministrar a la tropa madera y paja, así
como los arietes, onagros, balistas y otras las demás máquinas de guerra bajo su
dirección. Su puesto se concede siempre a un oficial de gran competencia,
experiencia y largo servicio, siendo por tanto capaz de instruir a otros en aquellos
aspectos de la profesión en los que se ha distinguido él mismo.
XI DE LAS OBLIGACIONES DEL PREFECTO DE LOS OBREROS.
La legión tenía un tren de adjuntos, albañiles, carpinteros, herreros, pintores y
trabajadores de toda clase para la construcción de barracones en los campamentos
de invierno y para hacer o reparar la torres de madera, armas, carruajes y las
distintas clases de máquinas e ingenios para el ataque y defensa de las plazas.
Tenían también fábricas portátiles en la que construían escudos, corazas, cascos,
arcos, flechas, favalinas y armas ofensivas y defensivas de todas clases. Los
antiguos hicieron cuanto pudieron para tener todos los servicios del ejército dentro
del campamento. Incluso tenían un cuerpo de mineros que, trabajando bajo tierra y
horadando los cimientos de los muros, de acuerdo con las prácticas de los Bessos,
penetraban en el interior de una plaza. Todos ellos estaban bajo la dirección de un
oficial llamado Praefectus Fabrum.
XII DE LAS OBLICACIONES DEL TRIBUNO MILITAR.
Ya dijimos que las legiones tenían diez cohortes, la primera de las cuales, llamada
Cohorte Miliaria, estaba compuesta por hombres elegidos de acuerdo con sus
circunstancias, nacimiento, educación, persona y valor. El tribuno que les mandaba
se distinguía, así mismo, por su competencia en su profesión, por las virtudes de su
persona y la integridad de sus costumbres. Las otras cohortes eran mandadas, de
acuerdo con los deseos del Emperador, tanto por tribunos como por otros oficiales
designados con tal propósito. En los primeros tiempos la disciplina era tan estricta
que los tribunos u oficiales arriba mencionados no sólo obligaban a las tropas bajo
su mando a entrenarse diariamente en su presencia, sino que ellos mismos eran tan
diestros en su ejecución que les servían de ejemplo. Nada hace tanto honor a las
habilidades o aplicación del tribuno como el aspecto y disciplina de los soldados,
cuando su apariencia es limpia y clara, sus armas brillantes y en buen orden y
cuando ejecutan sus ejercicios y evoluciones con destreza.
XIII DE LAS CENTURIAS Y BANDERAS DE LA INFANTERÍA.
La insignia principal de la legión es el Águila y es llevaba por el aquilifer. Cada
cohorte tiene también su propia insignia, el Dragón, portada por el Draconarius. Los
antiguos, sabedores de que las filas eran fácilmente desordenadas en la confusión
del combate, dividieron las cohortes en centurias y dieron a cada centuria una
enseña inscrita con el número tanto de la cohorte como de la centuria, para que los
hombres, teniéndola a la vista, evitaran separarse de sus camaradas en los
mayores tumultos. Además, los centuriones, ahora llamados centenarii, se
distinguían por diferentes cimeras atravesadas sobre sus cascos, para ser más
fácilmente conocidos por los soldados de sus respectivas centurias. Tales
precauciones evitaban cualquier error, pues cada centuria era guiada no sólo por
sus propias insignias, sino así mismo por la forma peculiar del casco de sus oficiales al mando. Las centurias estaban además divididas en grupos de diez hombres que dormían en la misma tienda y estaban bajo las órdenes e inspección de un Decanus
o caput contubernii [cabeza de contubernio. N. del T.]. A tales grupos se les llamaba
también Manípulos, por su constante costumbre de combatir juntos en la misma
compañía o división.
XIIII DE LAS TURMAS DE CABALLERÍA LEGIONARIA.
Así como las divisiones de la infantería son denominadas centurias, así aquellas
de la caballería son llamadas turma. Una turna consiste en treinta y dos hombres y
es mandada por un Decurión. Cada centuria tiene su insignia y cada turna un
estandarte. El centurión en la infantería es elegido por su tamaño, fortaleza y
destreza en lanzar sus armas arrojadizas y por su habilidad en el uso de su espada
y escudo, así como por su experiencia en todos los ejercicios. Debe ser despierto,
moderado, activo y presto a ejecutar las órdenes que recibe, en vez de discutirlas.
Estricto en el ejercicio y en mantener la adecuada disciplina entre sus soldados, en
obligarles a permanecer limpios y bien vestidos y en tener sus armas
constantemente bruñidas y brillantes. Del mismo modo el Decurión es preferido
para el mando de la turma por su actividad y habilidad en montar su caballo
completamente armado, por su destreza al cablagar y en el uso de la lanza y el
arco, por su atención al instruir a sus hombres en todas las evoluciones de la
caballería, y por su cuidado al obligarles a mantener sus corazas, lanzas y cascos
siempre brillantes y en buen estado. El esplendor de las armas no tiene una
importancia menor en infundir terror al enemigo. ¿Pueden ser considerados buenos
soldados quienes dejan, por negligencia, sus armas sucias y cubiertas de polvo?.
En fin, es obligación del Decurión estar atento a cuanto concierne a la salud o
disciplina de los hombres o caballos de su turma.
XV DE LA FORMACIÓN DE BATALLA.
Mostraremos el modo de formar un ejército en orden de batalla con el ejemplo de
una legión, que puede servir para cualquier número de ellas. La caballería se sitúa
en las alas. La infantería empieza a formar en una línea, con la primera cohorte a la
derecha. La segunda cohorte se sitúa a la izquierda de la primera; la tercera ocupa
el centro; la cuarta se coloca a continuación y la quinta cierra el flanco izquierdo.
Los ordinarii, los demás oficiales y los soldados de la primera línea, extendidos
delante y alrededor de las insignias, eran llamados Principes. Eran todos tropas
pesadamente armadas y tenían cascos, corazas, grebas y escudos. Sus armas
ofensivas eran espadas largas, llamadas spathae, y otras más pequeñas llamadas
semispathae, así como cinco dardos pesados en la concavidad del escudo, que
arrobajan en la primera carga. Así mismo tenían otras dos jabalinas, la mayor de
ellas compuesta por un hasta de cinco pies y medio de largo y una punta triangular
de hierro de nueve pulgadas de largo. A ésta se la llamaba antiguamente pilum
aunque ahora se la conoce como spiculum. Los soldados se entrenaban
especialmente en el uso de esta arma porque, cuando se la arrojaba con fuerza y
habilidad, a menudo penetraba los escudos de la infantería y las corazas de la
caballería. La otra jabalina era más pequeña; su punta triangular tenía sólo cinco
pulgadas de largo y el hasta tenía tres pies y medio. Antiguamente se le llamaba
vericulum, pero ahora se le dice verutum.
La primera línea, como dijimos, estaba formada por los Principes; los Hastati
formaban la segunda y estaban armados del mismo modo. En la segunda línea, la
sexta cohorte estaba situada en el flanco derecho, con la séptima a su izquierda; la
octaba formaba en el centro; la novena estaba a continuación y la décima siempre
cerraba el flanco izquierdo. A retaguardia de estas dos líneas estaban los ferentarii
y la infantería ligera, a quienes ahora denominamos exculcatores et armaturas21 y
las tropas armadas con escudos, plumbata, espadas y armas arrojadizas normales,
a la manera de nuestros soldados de hoy. Este era también el lugar de los
arqueros, que llevaban cascos, corazas, espadas, arcos y flechas; el de los
honderos que arrojaban piedras con la honda normal o con el fustibalus y el de los
tragularii, que fustigaban al enemigo con fechas desde las manubalistas y
arcubalistas.
XVI DEL ARMAMENTO DE TRIARIOS Y CENTURIONES.
En la retaguardia de todas las líneas, formaban los triarii, completamente
armados. Tenían escudos, corazas, cascos, grebas, espadas, puñales, plumbatas y
dos armas arrojadizas comunes. Descansaban, durante la acción, sobre una rodilla,
de manera que si las primeras líneas eran obligadas a retroceder, ellos
permanecían frescos cuando se lanzaban a la carga y de tal modo se detenía la
retirada y se alcanzaba la victoria. Todos los portaestandartes de la infantería
llevaban corazas de menor tamaño y cubrían sus cascos con las pieles velludas de
bestias para hacer su visión más terrible al enemigo. Los centuriones llevaban
corazas completas, escudos, y cascos de hierro cuya cimera, situados
transversalmente, ornamentaban con plata para poder ser más fácilmente
distinguidos por sus soldados respectivos.
XVII EL COMIENZO DE LA BATALLA: UN MURO DE ARMADURAS
PESADAS.
La siguiente disposición merece la mayor atención. Al empezar el enfrentamiento,
la primera y segunda líneas permanecían inmutables en sus puestos y los triarii en
su formación habitual. Las fuerzas ligeras, compuestas como se dijo arriba,
avanzaban al frente de las líneas y atacaban al enemigo. Si les podían hacer huir,
les perseguían; pero si eran rechazados por el número superior o por el valor, se
retiraban tras su infantería pesada, la cual parecía un muro de hierro y renovaban el
ataque, lanzando primero sus armas arrojadizas y luego con las espadas. Si
rompían al enemigo nunca lo perseguían por si, desordenadas sus filas, tomando
ventaja de su desorden, volvía el enemigo al ataque y les destruían sin dificultad.
La persecución, así pues, era dejada a las tropas ligeras y a la caballería. Con
exculcatores et armaturas: estas palabras no aparecen, incomprensiblemente, en la traducción inglesa, aunque sí en el original latino. Hemos creído conveniente hacerlas constar para que no se perdiera en la traducción ninguna información valiosa del original. (N. del T.)
Honda con asta para aumentar el alcance del proyectil. (N. del T.)
estas precauciones y disposiciones la legión obtenía la victoria sin peligro, o si
sucedía lo contrario, se preservaba sin pérdidas considerables pues así como no
estaba pensada para perseguir, del mismo modo no era fácilmente conducida al
desorden.
XVIII EN NOMBRE Y EL GRADO DE LOS SOLDADOS ESCRITOS EN SUS
ESCUDOS.
Para que los soldados, en la confusión de la batalla, no se separen de sus
camaradas, cada cohorte tenía sus escudos pintados de un modo propio. El
nombre de cada soldado se escribía, también, en su escudo, junto con el número de
la cohorte y centuria a la que pertenecía. De esta descripción podemos comparar la
legión, formada, con una ciudad bien fortificada que contenía en sí misma todo lo
necesario para la guerra, donde quiera que fuese. Estaba asegurada contra
cualquier intento repentino o por sorpresa del enemigo por su método expeditivo de
atrincherar sus campamentos, incluso en terrenos abiertos, y estaba siempre
provista de armas y tropas de toda clase. Para alcanzar, así pues, la victoria sobre
nuestros enemigos en el campo de batalla, debemos suplicar sin desánimo al cielo
para que el Emperador reforme los abusos al hacer levas y que reclute nuestras
legiones siguiendo el método de los antiguos. El mismo cuidado al elegir e instruir a
nuestros jóvenes soldados en todos los ejercicios militares y maniobras les hará
pronto iguales a las antiguas tropas romanas que subyugaron el mundo entero.
Que esta alteración y pérdida de la antigua disciplina no afecte en modo alguno a
Vuestra Majestad, pues es una felicidad reservada únicamente a Vos el restaurar
las antiguas ordenanzas y establecer otras nuevas para el bienestar público. Todo
trabajo, antes de intentado, tiene apariencia de difícil; pero en este caso, si las levas
se hacen por oficiales cuidadosos y experimentados, se puede levantar un ejército,
disciplinarlo y prepararlo para el servicio en un corto tiempo, pues una vez
dispuestos los necesarios gastos, la diligencia pronto surte efecto una vez
acometidos aquéllos.
XVIIII ELEGIR RECLUTAS QUE SEPAN LEER Y ESCRIBIR, ADEMÁS
DE TENER UN CUERPO ROBUSTO.
Varios puestos en la legión precisan hombres de cierta educación, los
superintendentes de las levas deben elegir algunos reclutas por su habilidad en
escribir y llevar cuentas, además del resto de características necesarias en general
como tamaño, fortaleza y adecuada disposición al servicio. Para el completo
detalle de la legión, incluyendo las listas de los soldados exentos de servicio por
asuntos particulares, la lista de sus turnos de servicios y las listas de pagos, se
inscribirán diariamente en los libros legionarios y se guardará cuanto ya hemos
dicho, con mayor exactitud que las regulaciones de las provisiones u otros asuntos
civiles en los registros de policía. Las guardias de día en tiempo de paz, las
guardias avanzadas y escuchas en tiempo de guerra, que se establecerán
regularmente por centurias y contubernios, por su turno, se guardarán así mismo
puntualmente en rollos con este propósito, con el nombre de cada soldado cuyo
turno haya pasado, para que no se le haga injusticia o sea eximido, por favoritismo,
de su obligación.
Serán, además, exactos al asentar el tiempo y límites de las licencias, que
antiguamente no se solían conceder sino con gran dificultad y sólo por asuntos
verdaderos y urgentes. Así no sufrirán los soldados por atender sólo a sus
personas ni por ocuparse en negocios privados, pues es absurdo e impertinente
pensar que los soldados del Emperador, vestidos y mantenidos a expensas
públicas, siguieran cualquier otra profesión. Algunos soldados, sin embargo, eran
destinados al servicio de los prefectos, tribunos e incluso los demás oficiales,
llamados accensi o supernumerarios, o se incorporaban una vez completada la
legión. Las tropas regulares estaban obligadas a llevar su madera, heno, agua y
paja al campamento, por tal clase de servicio a sí mismos se les llamaba munifices.
XX LA MITAD DE LOS INGRESOS DEL SOLDADO SE DEBEN
DEPOSITAR EN EL SITIO DE LAS BANDERAS.
Las disposiciones de los antiguos que obligaban a los soldados a depositar la
mitad de los donativos que recibían bajo las enseñas era sabia y juiciosa; la
intención era preservarlos para que no fueran gastados en lujos ni gastos
semejantes. La mayoría de los hombres, particularmente los de la clase más pobre,
pronto gastan todo cuanto obtienen. Una reserva de esta clase, así pues, resulta
evidentemente del mayor servicio a los propios soldados; ya que son mantenidos a
expensas públicas, su ahorro, por este método, se incrementará continuamente. El
soldado que sabe que su fortuna está depositada bajo sus insignias no tiene
pensamientos de desertar, concibe la mayor afición por ellas y lucha con la mayor
intrepidez en su defensa. Se mantiene así, también, por su interés, que es lo que
más cuidan los hombres. El dinero se depositaba en diez bolsas, una por cada
cohorte. Había una undécima bolsa con las pequeñas contribuciones de toda la
legión, como un fondo común para subvenir a los gastos de enterramiento de
cualquiera de sus camaradas. Estos ahorros se guardaban en cestas bajo la
custodia de los Signiferos, escogidos por su integridad y capacidad, para hacerles
cargo de los depósitos y que dieran cuenta a cada uno de lo que le tocaba.
XXI DE LAS PROMOCIONES EN LA LEGIÓN Y ENTRE LAS COHORTES.
El Cielo inspiró, ciertamente, a los Romanos, con la organización de la legión,
pues parece algo superior en vez de una invención humana. Así son el
alineamiento y disposición de las diez cohortes que la componen, que semejan un
cuerpo perfecto y componen un todo completo. Un soldado, al ascender, lo hacía
por rotación entre los distintos grados de varias cohortes, de tal manera que quien
era ascendido pasaba de la primera cohorte de la décima e iba pasando
regularmente por todas las demás, incrementando su rango y paga, hasta llegar otra
vez a la primera. Así el centurión primipilo, tras haber desempeñado el mando en
las distintas filas de cada cohorte, llegaba a la mayor dignidad en la primera con
infinitas ventajas sobre toda la legión. El prefecto principal de la Guardia Pretoriana ascendía por el mismo método de rotación hasta tan lucrativo y honorable puesto.Así la caballería legionaria contraía un sentido de afecto hacia la infantería de sus propias cohortes, a pesar de la natural antipatía existente entre ambos cuerpos. Y esta conexión establecía una unión y lazo recíprocos entre todas las cohortes y la caballería e infantería de la legión.
XXII DE LAS TROMPETAS, TROMPAS Y CUERNOS.
La música de la legión consiste en trompetas rectas, cuernos y trompetas
curvas23. El sonido de la tuba marca la carga y la retirada. Los cornu se usaban
sólo para regular los movimientos de las insignias; las bucinae sirven cuando los
soldados están ordenados para hacer algo sin las enseñas; pero en el momento de
la batalla las tuba y los cornu tocan juntos. El classicum, que es un sonido propio de
la tuba o del cornu, es propio del comandante en jefe y se emplea en presencia del
general o en la ejecución de un soldado, como señal de que se ejecuta por su
autoridad. Las guardias ordinarias y puestos exteriores se montan y relevan con el
toque de tuba, que además dirige los movimientos de los soldados en las partidas
de trabajo o en días de maniobras. Los cornu tocan siempre que las insignias se
izan o plantan. Tales reglas deben ser observadas puntualmente en todos los
ejercicios y revistas, para que los soldados estén prontos a obedecerlas en acción
sin titubeos, conforme a las órdenes del general de atacar o detenerse, de perseguir
al enemigo o de retirarse. Por esta razón estamos convencidos de que lo que será
necesario acometer en el calor del combate debe ser constantemente practicado en
tiempo de paz.
XXIII DE LOS EJERCICIOS DE LOS SOLDADOS.
Habiendo así explicado la organización de la legión, volvamos a los ejercicios, de
donde deriva el nombre ejército. Los soldados jóvenes y los reclutas efectuarán
todas sus maniobras cada mañana y tarde y los veteranos y más expertos una vez
al día. El tiempo de servicio o la edad, por sí solas, no formarán nunca un militar,
pues tras servir muchos años, un soldado indisciplinado es todavía un novato en su
profesión. No sólo aquéllos, bajo los maestros de armas, sino todos los soldados en
general fueron antiguamente entrenados sin cesar en los ejercicios de esgrima, que
ahora sólo se exhibe en paradas en el circo, en ciertas solemnidades. Sólo con la
práctica se alcanza la agilidad de cuerpo y la habilidad precisa para enfrentarse a un
enemigo con ventaja, especialmente en el combate cuerpo a cuerpo. Pero el punto
más esencial de todos es enseñar a los soldados a mantener sus filas y no
abandonar nunca sus insignias durante las evoluciones más difíciles. Los hombres
así entrenados nunca se perderán entre la confusión de la muchedumbre.
Los reclutas, igualmente, deben ejercitarse con espadas de madera en el palo,
para aprender a atacar a este enemigo imaginario en todas partes, apuntando a los
costados, pies o cabeza, tanto con la punta como con el filo de la espada. Se les
debe enseñar a herir y a saltar, a mirar por encima del escudo y luego volverse a
cubrir tras él, así como a avanzar y retirarse. Deben también arrojar sus jabalinas al
palo desde una distancia considerable para adquirir buena puntería y fortalecer los
brazos.
Los arqueros y honderos ponían blancos de leña o paja y les lanzaban flechas o
piedras con el fustibalus a una distancia de hasta seiscientos pies. Así se
adistraban y acostumbraban a hacer en la acción lo que habían perfeccionado en el
campo de entrenamiento. Los soldados deben aprender a girar una sóla vez la
honda sobre la cabeza antes de lanzar la piedra. Antiguamente todos los soldados
se entrenaban lanzando piedras de una libra de peso con la mano, pues era un
método más rápido al no requerir de una honda. El uso de las armas arrojadizas
normales y de la plumbata era otra parte del entrenamiento a la que se atendía
estrictamente.
Para seguir este entrenamiento sin interrupción durante el invierno, erigían, para la
caballería, picaderos y soportales cubiertos con tejas o tablillas, o si no podían
procurárselas, con cañas, hierbas o paja. Se construían también grandes
soportales de la misma guisa para la infantería. De tal manera, las tropas tenían
sitios donde entrenar a cubierto del mal tiempo. Pero incluso en invierno, si no llovía
o nevaba, se les obligaba a ejecutar sus maniobras en el campo, para que la
interrupción de la disciplina no afectara el valor y fortaleza del soldado. En
resumen, tanto los legionarios como los auxiliares deben ejercitarse continuamente
en cortar madera, llevar fardos, pasar zanjas, nadar en el mar o en los ríos, marchar
a paso completo o incluso a correr con sus armas y equipajes de modo que,
acostumbrados al trabajo en paz, no encuentren dificultad en la guerra. Pues, así
como el soldado bien entrenado está presto a la acción, el que no lo está la teme.
En la guerra es más importante la disciplina que la fuerza; pero si se omite la
disciplina, no hay diferencia entre el soldado y el paisano.
XXIIII EJEMPLOS EXTRAÍDOS DE ALGUNAS ARTES, DONDE SE PRUEBA
LA NECESIDAD DEL ARTE MILITAR.
Los atletas, los cazadores o los aurigas, por interés o por conseguir el favor del
pueblo, se entrenan continuamente para mantener o aumentar su habilidad. Los
soldados, que sirven al bien público, se deben entrenar diariamente, con mayor
motivo, en todos los asuntos de la guerra. No solo la victoria premia su habilidad,
también los botines, objetos y ascensos con que les premia el Emperador. Si un
actor ensaya sin descanso para obtener el elogio del pueblo; ¿Qué no debe hacer el
soldado, aunque sea veterano, juramentado y obligado a mantener su propia vida y
la libertad pública?. Es cierta la vieja máxima de que la esencia de todo arte
consiste en su práctica incesante.
XXV ENUMERACIÓN DE MÁQUINAS Y PERTECHOS DE GUERRA DE LAS
LEGIONES.
La legión debe su éxito tanto a sus armas y máquinas como al número y valor de
sus soldados. En primer lugar, cada centuria tiene una carrobalista montada en un
carro tirado por mulas y servida por un contubernio, esto es, por diez hombres de la
centuria a la que pertenecen. Cuanto mayor es la máquina, mayor es su alcance y
su fuerza. Se emplea no solamente para defender los atrincheramientos de los
campamentos, sino que se sitúan en el campo de batalla a retaguardia de la
infantería pasada. Y es tal la violencia con que arroja los dardos que ni las corazas
de la caballería ni los escudos de la infantería pueden resistir su impacto. El
número de carrobalistae, en la legión, es de cincuenta y cinco. Junto a ellas hay
diez onagros, uno por cada cohorte; son arrastradas en carros tirados por bueyes.
En caso de ataque, defienden los muros del campamento arrojando piedras tal y
como las balistas hacen con las fechas.
La legión lleva un cierto número de canoas, cada una ahuecada y con una
pequeña pieza de madera, así como cables y cadenas de hierro, para unirlas con
rapidez. Estos botes, unidos y cubiertos con tablas, sirven como puentes sobre ríos
no vadeables sobre los que puede pasar la infantería y la caballería sin riesgo. La
legión lleva ganchos de hierro, llamados lupos, y guadañas de hierro unidas a largas
hastas; y con horcas, azadas, palas, zapapicos, carretillas y cestas para cavar y
llevar tierra; junto con hachuelas, hachas y sierras para cortar madera. Además de
esto, un tren de trabajadores diestros y provistos de todos los instrumentos
necesarios para la construcción de tortugas, musculi, arietes, vineas, torres móviles
y otras máquinas para el ataque de las plazas. Y como la enumeración de cada una
de ellas sería demasiado tediosa, diré sólo que la legión las llevará consigo, donde
quiera que vaya, todo lo necesario para el servicio y que los campamentos tengan la
fortaleza y lo propio de una ciudad fortificada.
LIBRO III
I LA DIMENSIÓN ADECUADA DE UN EJÉRCITO.
II MEDIOS PARA MANTENER LA SALUD.
III CUIDADOS PARA LA PROVISIÓN DE FORRAJE Y PROVISIONES.
IIII MÉTODOS PARA PREVENIR MOTINES EN UN EJÉRCITO.
V DE LAS SEÑALES MILITARES.
VI MARCHAS EN PROXIMIDAD DEL ENEMIGO.
VII CRUCES DE RÍOS.
VIII REGLAS PARA EL ACAMPAMIENTO DE UN EJÉRCITO.
VIIII DE LA ELECCIÓN DEL MODO DE ATAQUE: EN EMBOSCADA O EN
CAMPO ABIERTO.
X CÓMO MANEJAR TROPAS INDISCIPLINADAS Y NOVATAS.
XI DISPOSICIONES PARA EL DÍA DE LA BATALLA.
XII INVESTIGAR LOS SENTIMIENTOS DE LAS TROPAS.
XIII ELECCIÓN DEL CAMPO DE BATALLA.
XIIII ORDEN DE BATALLA.
XV DISTANCIAS ADECUADAS E INTERVALOS ENTRE LOS SOLDADOS.
XVI DISPOSICIÓN DE LA CABALLERÍA.
XVII DE LAS RESERVAS.
XVIII EL LUGAR DEL GENERAL Y DEL SEGUNDO Y TERCERO AL MANDO.
XVIIII CÓMO RESISTIR LOS ATAQUES ENIMIGOS.
XX CÓMO DAR BATALLA Y GANAR CON MENOS SOLDADOS Y MENOS
FUERTES.
XXI LA HUÍDA DEL ENEMIGO NO DEBE SER IMPEDIDA, SINO FACILITADA.
XXII MODOS DE REHUSAR BATALLA, SI NO CONVIENE.
XXIII CAMELLOS Y CABALLERÍA PESADA.
XXIIII DEFENSA CONTRA CARROS CON GUADAÑAS Y ELEFANTES.
XXV RECURSOS EN CASO DE DERROTA.
XXVI MÁXIMAS GENERALES DE LA GUERRA.
PREFACIO
Los atenienses y lacedemonios dominaron en Grecia antes de los macedonios,
como nos informa la Historia. Los atenienses sobresalieron no solamente en la
guerra sino en las demás artes y ciencias. Los lacedemonios hicieron de la guerra
su estudio principal. Afirmaban ser los primeros que razonaron sobre los sucesos
de las batallas y pusieron por escrito sus observaciones con tanto éxito que
resumieron el arte militar, antes considerado como dependiente en todo del valor o
la fortuna, en reglas determinadas y principios fijos. Como resultado, establecieron
escuelas de táctica para la instrucción de la juventud en todas las maniobras de la
guerra. ¡Cuán dignos de admiración son tales pueblos por aplicarse en el estudio
de la guerra, sin el que no podría existir ningún otro!. Los romanos siguieron su
ejemplo, tanto practicando cuando dispusieron como preservándolo mediante su
escritura. Tales son las máximas e instrucciones dispersas por los trabajos de
diferentes autores, que Vuestra Majestad me ha ordenado resumir, pues la lectura
cuidadosa de todos ellos sería demasiado tediosa y la autoridad de sólo una parte
insatisfactoria. El resultado de la propiedad de las disposiciones lacedemonias para
la disciplina militar aparece evidentemente en el único ejemplo de Jántipo, que
ayudó a los cartagineses. Su sóla habilidad y superior mando derrotó a Atio Régulo
a la cabeza de un ejército romano, hasta aquel momento victorioso. Jántipo le hizo
prisionero y así terminó la guerra, con una sola acción. Aníbal, además, antes de
acometer su expedición a Italia, tomó el consejo de los lacedemonios en asuntos
militares; y por su consejo, aunque inferior a los romanos tanto en número como en
fortaleza, derrotó muchos cónsules y a tan poderosas legiones. El que desee la paz,
así pues, ha de prepararse para la guerra. Quen aspire a la victoria, no reparará
esfuerzos en entrenar a sus soldados. Y quien espere el éxito luchará según reglas,
no según la fortuna. Nadie osa ofender o insultar a una potencia de reconocida
superioridad en el combate.
I LA DIMENSIÓN ADECUADA DE UN EJÉRCITO.
El primer libro trata de la selección y entrenamiento de nuevas levas; el segundo
explica la organización de la legión y el sistema de disciplina; y el tercero contiene
las disposiciones para el combate. Con esta progresión metódica, las siguientes
instrucciones sobre las acciones generales y la consecución de las victorias serán
de mayor utilidad y mejor comprensión. Se llama ejército a una cantidad de tropas,
legiones y auxiliares, caballería e infantería, destinados a hacer la guerra. Este
número es limitado, según los jueces de la profesión. Las derrotas de Jerjes, Darío,
Mitrídates y otros monarcas que condujeron innumerables multitudes sobre el
campo de batalla, muestran claramente que la destrucción de tan prodigiosos
ejércitos se debió más a su propio número que al valor de sus enemigos. Un
ejército demasiado numeroso está sujeto a muchos peligros y desventajas. Su
volumen le hace lento al ejecutar sus maniobras; y está obligado a marchar en
columnas de gran longitud, expuesto al riesgo de ser continuamente acosado y
ofendido aun por escasos enemigos. La multitud de bagajes es a menudo motivo
de ser sorprendido a su paso por lugares difíciles o incluso ríos. La dificultad de
proveer de forraje para tantas caballerías y otras bestias de carga es muy grande.
Además, la carestía de provisiones, contra la que hay que precaverse en todas las
expediciones, de hecho arruina a tan grandes ejércitos, donde el consumo es tan
alto, pues no obstante el cuidado puesto en proveer los almacenes, pronto
comienzan a faltar. Y a veces no pueden evitar ser deshechos por la falta de agua.
Pero, si desafortunadamente tales ejércitos son derrotados, el número de pérdidas
es necesariamente muy grande y los que restan, salvándose mediante la lucha,
quedan demasiado desaminados para ir nuevamente al combate.
Los antiguos, enseñados por la experiencia, prefirieron la disciplina al número. En
guerras de importancia menor consideraron que una legión con sus auxiliares, esto
es, diez mil infantes y dos mil de caballería, eran suficientes. Y a menudo
concedieron el mando a un pretor antes que a un general de segundo orden.
Cuando los preparativos del enemigo eran formidables, enviaban a un general de
dignidad consular con veinte mil infantes y cuatro mil de caballería. En nuestros
días se da el mando a un conde de primer orden. Pero cuando se produce
cualquier revuelta peligrosa apoyada por infinitas multitudes de fieras y bárbaras
naciones, en tales emergencias salían en campaña con dos ejércitos bajo dos
cónsules responsables, tanto individual como colectivamente, de preservar a la
República del peligro. De esta manera, con tales disposiciones, los romanos, casi
continuamente envueltos en guerras con diferentes naciones de distintas partes del
mundo, se vieron capaces de oponérseles en cada ocasión. La excelencia de su
disciplina bastó para que sus pequeños ejércitos enfrentaran a todos sus enemigos
con éxito. Pero fue una regla invariable de sus ejércitos que el número de los
aliados o auxiliares nunca excediera al de los ciudadanos romanos.
II MEDIOS PARA MANTENER LA SALUD.
El siguiente punto es de la mayor importancia: los medios para mantener la salud
de las tropas. Ésta depende de la elección del asentamiento y agua, de la estación
del año, de los médicos y del ejercicio. En cuanto a la situación, el ejército no debe
nunca permanecer por mucho tiempo en la vecindad de pantanos insalubres, o en
planicies secas y prominencias sin alguna clase de sombra o techo. En verano, las
tropas no deben acampar nunca sin tiendas. Y sus marchas, en esta época del año
cuando el calor es excesivo, deben comenzar al romper el día para que lleguen al
punto de destino con tiempo agradable. De otro modo, caerán enfermos por el calor
y la fatiga de la marcha. En inviernos severos, no marcharán nunca por la noche,
con hielo y nieve, ni se expondrán sin madera o abrigo. Un soldado aterido por el
frio nunca estará saludable ni será adecuado para el servicio. El agua debe ser
salubre y no estancada. El agua insalubre es una especie de veneno y la causa de
enfermedades epidémicas.
Es obligación de los oficiales de la legión, de los tribunos y aún del propio
comandante en jefe, procurar que a los soldados enfermos se les suministre una
dieta adecuada y sean atendidos con diligencia por los médicos. Pues poco se
puede esperar de hombres que han de combatir tanto con la enfermedad como con
el enemigo. Sin embargo, los más expertos en la materia han sido siempre de la
opinión de que la práctica diaria de los ejercicios militares es mucho más eficaz para
la salud de un ejército que todo el arte de la medicina. Por este motivo, ejercitaban
a su infantería sin cesar. Si llovía o nevaba, lo hacían a cubierto y, si el tiempo era
bueno, en el campo. Solían también ejercitar a su caballería, no sólo en las
llanuras, sino también en terreros quebrados y horadados por zanjas. Los caballos,
igual que los hombres, estaban así entrenados del modo antes indicado y
preparados para el combate. De aquí podemos percibir la importancia y necesidad
de una estricta observancia de los ejercicios militares en un ejército, pues la salud
en el campamento y la victoria en la batalla dependen de ellos. Si un ejército
numeroso permanece largo tiempo en un lugar, en verano u otoño, las aguas se
corrompen y el aire se infecta. Enfermedades malignas y fatales proceden de esto y
se pueden evitar sólo mediante cambios frecuentes de asentamiento.
III CUIDADOS PARA LA PROVISIÓN DE FORRAJE Y PROVISIONES.
El hambre provoca más destrozos en un ejército que el enemigo y es más terrible
que la espada. El tiempo y las ocasiones pueden ayudar a reparar otras desgracias,
pero cuando no se proporcionan víveres y forrajes cuidadosamente, el hambre no
tiene remedio. El mayor y principal punto en la guerra en asegurarse provisiones de
sobra y destruir al enemigo por hambre. Un cálculo exacto, así pues, debe ser
efectuado al comienzo de la guerra teniendo en cuenta el número de tropas y el
gasto a realizar; para que las provincias puedan reunir y transportar en tiempo el
forraje, grano y las demás clases de provisiones que se les requieran. Deben ser
más que suficientes en cantidad y almacenadas en las ciudades más fuertes y
convenientes antes de dar comienzo a la campaña. Si las provincias no pueden
suministrar sus cuotas, se les permutará por dinero para comprar todas las cosas
necesarias para el servicio. Pues las posesiones de los súbditos no se pueden
asegurar más que con la defensa de las armas.
Tales precauciones a menudo resultan doblemente necesarias pues los sitios a
menudo duran más de lo previsto y los sitiadores terminan por sufrir ellos mismos
los inconvenientes de querer levantar pronto el asedio, si tienen esperanzas de
rendir la plaza por hambre. Se deben dictar bandos para que los campesinos
recojan su ganado, grano, vino y otras provisiones en guarniciones fortificadas o
ciudades seguras, para que no sean de utilidad al enemigo. Y si no cumplen con tal
orden, se destinarán oficiales para obligarles a hacerlo. Los habitantes de una
provincia deben, así mismo, ser obligados a retirarse, con sus efectos, en algún
lugar fortificado antes de la irrupción del enemigo. Las fortificaciones y todas las
máquinas de diversa clase deben ser inspeccionadas y reparadas a tiempo. Pues
una vez que resultas sorprendido por el enemigo antes de estar con la adecuada
disposición defensiva, se te arroja en una confusión irrecuperable y no puedes
esperar ningún apoyo de sitios vecinos, pues las comunicaciones habrán quedado
cortadas. Sin embargo, una administración fiel de los almacenes y una distribución
frugal de las provisiones, habiendo tomado al principio las adecuadas precauciones,
asegurarán un abastecimiento suficiente. Una vez que empiezan a fallar los
víveres, la parsimonia es inoportuna y llega demasiado tarde.
En las expediciones dificultosas, los antiguos distribuían las provisiones de un
modo fijo a cada hombre, sin distinción de grado; y cuando la emergencia había
pasado, la República proveía las proporciones completas según el grado de cada
cual. A las tropas no les ha de faltar madera y forraje en invierno o agua en verano.
Deben siempre tener grano, vino, vinagre y sal. Las ciudades y fortalezas
guardadas por tales hombres han de ser provistas también para la batalla. Se les
suministrará con toda clase de armas, flechas, fustibales, hondas, piedras, onagros
y ballestas para su defensa. Se pondrá gran cuidado para que la sencillez de los
habitantes no sea motivo de que el enemigo les engañe o hiera, pues las
conferencias fingidas o las apariencias engañosas han sido con frecuencia más
fatales que la fuerza. Observando las precauciones anteriores, el sitiado puede
tener en su mano rendir al enemigo por hambre, si mantiene sus tropas juntas o si
las divide, con salidas frecuentes y por sorpresa.
IIII MÉTODOS PARA PREVENIR MOTINES EN UN EJÉRCITO.
A veces, un ejército. disperso por diversos lugares, se amotina. Y las tropas,
aunque no estén inclinadas a la lucha, fingen estar enfadadas porque no se las
conduzca contra el enemigo. Pero la disposición a la sedición se muestra
mayormente en aquellos que viven acuartelados, ociosos y afeminados. Tales
hombres, desacostumbrados a la necesaria fatiga de la campaña, se disgustan con
su severidad. Su ignorancia de la disciplina les hace temer la acción y les hace ser
insolentes.
Hay varios remedios para este mal. Mientras las tropas estén aún separadas y
cada cuerpo siga en sus respectivos cuarteles, mandaréis a los tribunos, sus
lugartenientes y a los oficiales, en general, ocuparse de mantener una disciplina tan
estricta que no se les de ocasión a albergar pensamientos que no sean los de
sumisión y obediencia. Se les hará trabajar constantemente tanto en maniobras
como inspeccionando sus armas. No se les permitirá ausentarse con permisos. Se
pasará revista y se les impondrá en la observancia exacta de cada orden. Se les
entrenará en el uso del arco, lanzando armas arrojadizas y piedras, tanto a mano
como con la honda, así como con la espada en el palo; se les hará repetir todo esto
continuamente y se les mantendrá bajo las armas hasta que estén cansados. Se
les ejercitará en la carrera y el salto para facilitar el paso de zanjas. Y si sus
cuarteles están cerca del mar o de ríos, se les hará a todos, sin excepción, practicar
la natación. Se les acostumbrará a marchar por espesuras y terrenos estrechos y
quebrados, a talar árboles y hacer tablones, a deshacer tierra y defender un puesto
contra sus camaradas, a quienes se habrá dispuesto para desalojarles; y en el
enfrentamiento, cada parte debe emplear sus escudos para desalojar y derribar a su
antagonista. Todas las distintas tropas, así entrenadas y ejercitadas en sus
cuarteles, se hallarán inspiradas por emulación para la gloria y prestos para la
acción cuando vayan a la batalla. Un soldado que tenga confianza en su propia
habilidad y fortaleza no guarda pensamientos de sedición.
Un general debe estar atento para descubrir a los soldados turbulentos y
sediciosos en el ejército, legiones o auxiliares, caballería o infantería. Debe
procurar obtener esa inteligencia no de informadores, sino de los tribunos, sus
lugartenientes y los demás oficiales de indudable veracidad. Debe entonces ser
prudente para separarles de los demás [a los sediciosos. N. del T.] fingiendo que les
encarga servicios que les agraden o enviándoles de guarnición a ciudades o
castillos, pero con tal discreción que piensen que los honra o que se crean tratados
con preferencia y favor. Una multitud no entra nunca enseguida abiertamente en
sedición sin unanimidad. Se les prepara y excita por unos pocos sediciosos, que
esperan asegurarse la impunidad de sus crímenes por el número de sus cómplices.
Pero si la gravedad del motín precisara remedios violentos, será más aconsejable,
al modo de los antiguos, castigar a los cabecillas para que, con el sufrimiento de
unos pocos, todos queden asustados con el ejemplo. Pero es más merecedor de
crédito un general que induce a sus tropas a la sumisión y a la obediencia que el
que se ve obligado a forzarlos a cumplir con su deber mediante el terror o el castigo.
V DE LAS SEÑALES MILITARES.
Muchas son sin duda las cosas que han de decirse y observarse por los que
luchan, supuesto que no hay ninguna condescendencia a la negligencia, cuando por
la salvación se lucha. Pero entre las restantes nada más hace avanzar hacia la
victoria que someterse a los avisos de las señales. Pues como con la voz sola entre
el tumulto de los combates no puede mandarse a la multitud, y como por necesidad
muchas cosas han de mandarse y hacerse al tiempo, el uso antiguo de todos los
pueblos inventó de qué manera lo que solo el jefe considerara útil por medio de
señales lo percibiera y lo siguiera el ejército todo. Y así consta que existen tres
clases de señales: vocales, semivocales y mudas. De ellas las vocales y
semivocales se perciben por los oídos, pero las mudas se emiten para los ojos.
Vocales se llaman las que se pronuncian por la voz humana, como en las guardias y
en el combate se dice por ejemplo “victoria”, “palma”, “valor”, “Dios con nosotros” “el
triunfo del Emperador” y cualesquiera otras que quisiera dar el que en el ejército
tiene la máxima potestad. Sin embargo, se debe saber que esos vocablos deben
variarse diariamente, para que los enemigos no conozcan la señal con el uso ni sus
exploradores se muevan entre los nuestros impunemente. Semivocales son las que
se dan con la tuba, el cuerno o la bocina; tuba se llama la que es recta; bocina la
que se dobla sobre sí en un círculo de aire; cuerno el que de uros salvajes,
engastado en plata, templado con el arte y el aliento del que toca, emite un sonido
conocido. En efecto, siendo indudables los sonidos de estos, el ejército sabe si
conviene resistir o avanzar o bien retroceder (o si perseguir lejos a los que huyen o
tocar a retirada). Las señales mudas son las águilas, los dragones, los estandartes,
los banderines, los penachos, las plumas; en efecto, a donde quiera que el jefe
mande que sean llevadas estas, allí es necesario que acompañando a su señal
continúen los soldados. Hay también otras señales mudas que el jefe del combate
manda que se guarden en los caballos o en las ropas y en las armas mismas, para
que se distinga el enemigo; además hace alguna señal con la mano, o con un látigo,
según la costumbre bárbara, o con un movimiento del vestido el que lo usa. Todas
estas acostumbran a seguirlas y a entenderlas la totalidad de los soldados en los
campamentos, en las marchas en cualquier ejercicio castrense. En la paz parece,
pues, necesario el uso continuo de este asunto, para que sea observado en la
confusión del combate. Así mismo, mudo y común signo es siempre que surge polvo
que se levanta a semejanza de las nubes por una tropa que avanza, y muestra la
llegada de los enemigos. De modo semejante, si las tropas están divididas, hacen
señales que de otro modo no pueden comunicarse a sus aliados, con fuegos
durante la noche, por el día con humo. No pocos cuelgan vigas en las torres de los
castillos o de las ciudades, con las que, unas veces levantadas, otras depuestas,
indican lo que pretenden.
VI MARCHAS EN PROXIMIDAD DEL ENEMIGO.
Está asegurado por aquellos que se han dedicado al estudio de su profesión que
un ejército está expuesto a más peligro durante las marchas que durante las
batallas. En un combate, los hombres están adecuadamente armados, ven a sus
enemigos con anterioridad y se preparan para la lucha. Pero en una marcha el
soldado está menos alerta, no tiene siempre dispuestas sus armas y se le lleva al
desorden por un ataque sorpresa o una emboscada. Un general, así pues, debe ser
muy cuidadoso y diligente al tomar las precauciones necesarias para prevenir una
sorpresa sobre la marcha y en rechazar al enemigo, si tal sucede, sin pérdidas.
En primer lugar, debe tener una descripción exacta del país, o sea, el mapa de
campaña, en el que las distancias de las plazas, especificadas por el número de
pasos, la naturaleza de los caminos, las rutas más cortas por caminos, montañas y
ríos, deben reflejarse correctamente. Se nos ha dicho que los más grandes
generales han llevado sus prevenciones sobre este extremo tan lejos que, no
satisfechos con la simple descripción del país donde están empeñados, ordenaron
no sólo delinear, sino pintar planos para llevarlos en campaña y regular sus marchas
con sus ojos con mayor seguridad. Un general debe también informarse por sí
mismo de aquellos particulares sobre personas honradas y de buena reputación y
conocimiento del país, examinando por separado sus descripciones y luego
comparándolas para conocer la realidad con certeza.
Si surge cualquier dificultad sobre la elección de los caminos, debe procurar tener
guías adecuados y hábiles. Debe ponerles bajo custodia y esperar que o las
promesas o las amenazas les hagan mantener su fidelidad. Ellos mismos
accederán de grado cuando se den cuenta de que les resulta imposible escapar y
que serán recompensados por su fidelidad o castigados por su perfidia. Debe estar
seguro de su capacidad y experiencia, y no se debe poner en peligro a todo el
ejército por los errores de dos o tres personas. A veces, las gentes del común
piensan que saben lo que realmente no saben, y, por su ignorancia, prometen más
de lo que son capaces.
Pero de todas las precauciones la más importante es guardar completo secreto
sobre cuál ruta o por cuál camino va a marchar el ejército. Pues la seguridad de
una expedición depende de la ocultación de todos los movimientos al enemigo.
Existía antiguamente entre las enseñas legionarias la del Minotauro, significando
que este monstruo, según la fábula, estaba oculto en el mayor secreto en los
huecos y alas del laberinto, justo como los deseos de un general debieran ser
impenetrables. Cuando el enemigo no está al tanto de una marcha, ésta se hace
con seguridad; pero como a veces los exploradores sospechan o descubren el
levantamiento del campamento, o los desertores o traidores proporcionan informes
de ello, será adecuado mencionar el modo de actuar en caso de un ataque sobre la
columna en marcha.
El general, antes de poner sus tropas en movimiento, debe enviar destacamentos
de soldados experimentados y de confianza en buenas monturas, para reconocer
los lugares por los que se va a marchar, al frente, a la retaguardia y a la izquierda y
la derecha, para no caer en emboscadas. La noche es más segura y ventajosa que
el día para que nuestros exploradores hagan su trabajo, pues si se les toma
prisioneros nosotros, si así fuere, nos traicionaríamos. Tras esto, la caballería debe
salir primero y después la infantería; el equipaje, arqueros, sirvientes y carruajes
siguen, en el centro, y parte de la mejor caballería e infantería irán a la retaguardia
pues ésta parte es más a menudo atacada, durante las marchas, que la vanguardia.
Los flancos de los equipajes, expuestos a frecuentes emboscadas, deben ser
también cubiertos con guardia bastante que los asegure. Pero, sobre todo, la parte
donde más se espere el ataque enemigo debe reforzarse con alguna de la mejor
caballería, infantería ligera y arqueros de a pie.
Si se es rodeado por todas partes por el enemigo, deben tomarse disposiciones
para afrontarles por donde quiera que ataquen, y los soldados se deben precaver de
antemano para tener listas sus armas y estar prestos a prevenir los efectos
indeseables de un ataque por sorpresa. Los hombres se atemorizan y caen en el
desorden por accidentes repentinos y sorpresas, que no tienen consecuencias
cuando se preveen. Los antiguos cuidaban mucho que los siervos y seguidores del
ejército, si eran heridos o se atemorizaban con el ruido de la batalla, no pudieran
inducir el desorden entre las tropas mientras combatían, y también para evitar que
se extravíen o que en la multitud se alejen los unos de los otros y entorpezcan a sus
propios hombres y den ventaja al enemigo. Alistaban los bagajes, así pues, del
mismo modo que a las tropas, bajo sus propias enseñas. Elegían de entre los
sirvientes y a los que llamaban galearios, pues llevaban las corazas de los soldados,
a los más adecuados y experimentados y les daban el mando de cierto número de
siervos y muchachos, sin exceder los doscientos, y sus enseñas les mostraban
dónde dirigirse y congregarse. Se deben mantener los intervalos adecuados entre
las tropas y los equipajes, para que los últimos no estorben cuando se refugien en
caso de un ataque durante la marcha.
El modo y disposición de la defensa puede cambiar de acuerdo con la naturaleza
del terreno. En campo abierto estaréis más expuestos a ataques de caballería que
de infantería. Pero en terrenos montañosos, boscosos o pantanosos, el peligro se
debe esperar de la infantería. Algunas unidades, por descuido, se pueden mover
demasiado rápidas y otras demasiado lentas; se debe tener mucho cuidado en que
el ejército no sea roto ni de que se extienda con demasiada longitud, para que el
enemigo no tome instantáneamente ventaja del descuido y penetre sin dificultad.
Los tribunos, sus lugartenientes o los maestros de armas de mayor experiencia,
así pues, deben ser situados a distancias adecuadas para detener a aquellos que
avancen demasiado rápidos y apremiar a quienes se marchan muy lentos. Los
hombres a gran distancia del frente, al aparecer el enemigo, están más dispuestos a
huir, no prestar ayuda, caer masacrados por el enemigo y a su propio sacrificio. El
enemigo, se puede concluir, buscará tanto tender emboscadas o atacar
abiertamente, de acuerdo con la naturaleza del terreno. El miramiento al examinar
cada lugar será una seguridad contra peligros ocultos; y una emboscada, si se
descubre y se rodea prestamente, se volverá en contra de quien la intenta.
Si el enemigo planea caer en masa sobre vosotros en un país montañoso, se
deben enviar destacamentos en vanguardia para ocupar las prominencias, para que
por su llegada no osen atacaros en terreno tan desventajoso, con vuestras tropas
situadas a mayor altura y presentando un frente listo a recibirles. Es mejor enviar
hombres por delante con hachuelas y otras herramientas para abrir caminos que
sean estrechos pero seguros, sin obviar el trabajo, en vez de correr más riesgos por
caminos mejores. Es necesario estar bien familiarizado sobre si el enemigo suele
hacer sus ataques por la noche, al romper el día o en las horas de comida o
descanso; y con este conocimiento de sus costumbres nos guardaremos de sus
costumbres. Debemos también informarnos de si son fuertes en caballería o
infantería; si su caballería está principalmente armada con lanzas o con arcos; o si
su principal fortaleza consiste en su número o en la bondad de sus armas. Todo
esto nos permitirá tomar las medidas más adecuadas para afligirles y para nuestra
ventaja. Cuando tenemos un objetivo en proyecto, debemos considerar si es más
aconsejable emprender la marcha por el día o por la noche; debemos calcular la
distancia de los lugares a los que queremos llegar y tomar las disposiciones para
que en verano las tropas no sufran de sed en sus marchas, ni sean estorbados en
invierno por torrentes o cenagales que exponen al ejército a gran peligro antes de
que puedan llegar al lugar de destino. Y nos importa mucho guardarnos contra tales
inconvenientes con prudencia, pues es inexcusable no aprovecharnos de la
ignorancia o descuido del enemigo para derrotarle. Debemos enviar espías
constantemente, no tener miedo de atacar a sus hombres y dar facilitar sus
desertores. Por tales medios procuraréis tener conocimiento de sus planes
presentes o futuros. Y tendremos siempre dispuestos algunos destacamentos de
caballería e infantería ligera, para caer sobre ellos cuando menos lo esperen, tanto
durante la marcha como cuando estén forrajeando o merodeando.
VII CRUCES DE RÍOS.
El paso de ríos es muy peligroso si se hace sin gran cuidado. Al cruzar corrientes
rápidas o anchas, los equipajes, sirvientes y a veces hasta los soldados más
incautos están en riesgo de perderse. Habiendo primero sondeado el vado, se
deben montar dos líneas de la mejor caballería, alineadas a una distancia adecuada
hasta abarcar toda la anchura del río, para que la infantería y los equipajes pasen
entre ellos. La línea superior del vado rompe la fuerza de la corriente y la línea
inferior recupera y transporta a los hombres arrastrados por la corriente. Cuando el
río es demasiado profundo para ser vadeado tanto por la caballería como por la
infantería, y corre por un lugar llano, se le puede desaguar con gran número de
acequias, y pasarlo así con facilidad.
Los ríos navegables se pasan colocando pilones fijados al fondo y situando sobre
ellos tablones; o si ocurre algún imprevisto, se juntan rápidamente cubas vacías y se
las cubre con tablones. La caballería, quitándose su impedimenta, hace pequeños
flotadores con ramas secas sobre las que pueden colocar sus armas y corazas para
preservarlas de la humedad. Ellos mismos llevan a nado sus caballos para cruzar el
río y arrastran los flotadores tras ellos con una correa de cuero.
Pero el invento más cómodo es el de los pequeños botes hechos de una sola
pieza y muy ligeras tanto por su construcción como por la calidad de la madera. El
ejército siempre tiene cierto número de tales botes sobre carros, junto con una
cantidad bastante de planchas y clavos de hierro. Así, con la ayuda de cables para
atar los botes entre sí, se construye instantáneamente un puente, que
temporalmente tiene la solidez de uno de piedra.
Como el enemigo generalmente se esfuerza en caer sobre un ejército cuando está
pasando un río, por sorpresa o en emboscada, es necesario asegurar ambos
flancos colocando destacamentos para que las tropas no sean atacadas y
derrotadas mientras están separadas por la corriente del río. Pero es aún más
seguro poner empalizadas en ambos extremos, pues os permitirán sostener
cualquier ataque sin muchas pérdidas. Si se quiere mantener el puente, no sólo
para este transporte sino para la vuelta y para las expediciones de avituallamiento,
será conveniente excavar fosos para cubrir cada cabeza del puente, y guarnecerlas
con un número suficiente de hombres que las defiendan tanto tiempo como lo
requieran las circunstancias.
VIII REGLAS PARA EL ACAMPAMIENTO DE UN EJÉRCITO.
El ejército en marcha no puede siempre esperar hallar ciudades amuralladas en
las que acuartelarse y es muy imprudente y peligroso acampar de cualquier manera,
sin ningún atrincheramiento. Es fácil sorprender a las tropas cuando hacen la
aguada o están diseminadas en sus diversas ocupaciones. La oscuridad de la
noche, la necesidad de sueño y la dispersión de los caballos por los pastos ofrecen
oportunidades para la sorpresa. Una buena situación del campamento no es
suficiente; debemos escoger la mejor que podamos hallar, no sea que habiéndolo
ocupado el enemigo, seamos grandemente perjudicados.
Un ejército no debe acampar, en verano, cerca de aguas malas o lejos de las
buenas ni, en invierno, sin estar totalmente aprovisionados de forraje y madera. El
campamento no debe estar expuesto a inundaciones repentinas. Las calles no
deben ser muy empinadas ni estrechas para que, si se es invadido, las puedan
encontrar sin dificultad las tropas al retirarse; ni debe estar el campamento
dominado por alturar desde las cuales les puedan ofender las armas enemigas.
Tras estas precauciones, el campamento tendrá forma rectangular, circular,
triangular u oblinga, de acuerdo con la naturaleza del terreno. Pues su bondad no
depende de la forma. Aquellos que se consideran mejores, sin embargo, son
aquellos un tercio más de largo que de ancho. Las dimensiones han de medirse
exactamente por los ingenieros para que el tamaño del campamento sea
proporcional al número de tropas. Un campamento demasiado estrecho no
permitirá que las tropas ejecuten sus movimientos con libertad y uno demasiado
extenso les separará demasiado.
Hay tres métodos para fortificar un campamento.
El primero es para cuando el ejército está marchando y permanecerá en el
campamento sólo una noche. Harán un parapeto de turba y colocarán sobre ésta
una fila de empalizadas o estacas de madera. Los terrones se cortarán con
instrumentos de hierro. Si la tierra está apelmazada en torno a las raíces, se
cortarán con forma de ladrillos de un pie y medio de alto, uno de ancho y uno y
medio de largo. Si la tierra está demasiado suelta para que se hagan ladrillos,
harán una pequeña trinchera alrededor del campo, de cinco pies de ancho y tres de
profundidad. La tierra sacada de la trinchera formará un parapeto en la parte interior
y asegurará al ejército del peligro. Este es el segundo método.
Pero los campamentos permanentes, tanto en verano como en invierno, en
proximidad del enemigo, son fortificados con mayor cuidado y regularidad. Una vez
que se señala el terreno por los oficiales competentes, se asigna a cada centuria
una porción para atrincherar. Alinean entonces sus escudos y equipajes en un
círculo en torno a sus propias insignias y, sin otras armas que sus espadas, abren
una trinchera de nueve, once o trece pies de ancho. O, si están bajo gran acecho
del enemigo, la ensanchan hasta diecisiete o diecinueve pies (es una regla general
usar números impares). En el interior construyen un terraplén con haces o manojos
de árboles bien asegurados con estacas, para que la tierra se aguante mejor. Sobre
este terraplen elevan un parapeto almenado como en las fortificaciones de una
ciudad. Los centuriones miden el trabajo con varas de diez pies de largo y
comprueban que cada uno haya terminado la porción que se le asignó. Así mismo,
los tribunos supervisarán el trabajo y no abandonarán el lugar hasta que no se haya
terminado en su totalidad. Y para que los trabajadores no sean interrumpidos
repentinamente por el enemigo, toda la caballería y parte de la infantería exentas,
por el privilegio de su rango de tales trabajos, permanecerán en orden de batalla
ante el atrincheramiento, listos para rechazar cualquier ataque.
Lo primero que hay que hacer tras atrincherar el campamento es plantar las
insignias, llevadas por los soldados con la mayor veneración y respeto a sus lugares
adecuados. Tras ello, el pretorio se prepara para el general y sus lugartenientes, y
las tiendas dispuestas para los tribunos, quienes tienen soldados particularmente
destinados a tal servicio y para buscar su agua, madera y forraje. Entonces las
legiones y auxiliares, caballería e infantería, se distribuyen por el terreno para
plantar sus tiendas de acuerdo con la clase de los distintos cuerpos. Cuatro infantes
de cada centuria y cuatro soldados de cada tropa se designan para montar guardia
cada noche. Como parece imposible que un centinela permanezca toda la noche
en su puesto, las guardias se dividían en cuatro partes con un reloj de agua25, para
que cada soldado pemanezca sólo tres horas. Todas las guardias se montaban con
el sonido de una tuba y cambiadas con el del cornu. Los tribunos designarán
hombres adecuados y de confianza para visitar los distintos puestos de guardia e
informarles de cuanto no encuentren adecuado. Este es ahora un oficio militar y a
las personas destinadas para ello se les llama circitores.
La caballería hace rondas por la noche y vigila los puestos exteriores por el día.
Son relevados cada mañana y cada tarde por la fatiga de hombres y caballos. Es
incumbencia, particularmente, del general mirar por la protección de los pastos y de
las caravanas con grano y otras provisiones, tanto en campo abierto como en
guarnición, y asegurar la madera, agua y forrajes contra las incursiones del
enemigo. Esto sólo se puede hacer situando destacamentos ventajosamente en las
cimas o torreones por donde la caravana avanza. Y si no se encuentran antiguas
fortificaciones, se deben construir, en sitios a propósito, castillos, diminutivo del
nombre castra, rodeados con anchos fosos, para alojar destacamentos de caballería
e infantería y que las caravanas tengan la adecuada protección. Pues un enemigo
difícilmente se aventura en un territorio donde sabe que las tropas enemigas están
dispuestas para enfrentarse a él donde quiera que sea.
VIIII DE LA ELECCION DEL MODO DE ATAQUE: EN EMBOSCADA O EN
CAMPO ABIERTO.
Los que se dignen leer este breviario esperarán, quizas impacientes, instrucciones
respecto a los enfrentamientos. Mas debieran considerar que una batalla se decide
normalmente en dos o tres horas tras las que no suelen quedar esperanzas para el
ejército derrotado. Cada plan, así pues, debe ser considerado, cada situación
probada y cada método adoptado antes de llevar las cosas hasta su último extremo.
Los buenos oficiales declinan los enfrentamientos generales, donde el peligro es
general, y prefieren el empleo de las estratagemas y la inteligencia para destruir al
enemigo tanto como puedan e intimidarle sin exponer las fuerzas propias.
Daré algunas instrucciones necesarias sobre este asunto, tomadas de los
antiguos. Es deber e interés del general reunir frecuentemente a los oficiales más
prudentes y experimentados, de los distintos cuerpos del ejército, y consultarles
sobre el estado de sus propias fuerzas y de las del enemigo. Toda adulación, de la
más funesta de las consecuencias, debe prohibirse en las deliberaciones. Ha de
examinar quién tiene la superioridad numérica; qué tropas están mejor armadas, las
propias o las enemigas, cuáles son más disciplinadas y más resolutivas ante una
emergencia. Se debe averiguar el estado de la caballería de ambos ejércitos, pero
muy especialmente el de la infantería, pues la mayor fortaleza de un ejército reside
en ésta última. Con respecto a la caballería, debe insistir en cuál tiene el mayor
número de arqueros o lanceros, cuál tiene más coraceros y mejores caballos. Por
último, ha de considerar el campo de batalla y si el terreno le favorece a él o a su
enemigo. Si es superior en caballería, preferirá terrenos llanos y abiertos; si es
superior en infantería, eligirá lugares con estrechamientos, trincheras, cenagales o
bosques e, incluso, a veces montañosos. La abundancia o escasez en ambos
ejércitos se considerará de no poca importancia pues el hambre, según los antiguos
proverbios, es un enemigo interior que provoca más bajas que la espada. Pero el
asunto más principal es determinar si es más adecuado presentar batalla enseguida
o retardarla. El enemigo a veces confía que una expedición se haga enseguida y, si
la espera se dilata por algún tiempo, sus tropas se consumirán por la ansiedad,
querrán volver a su hogar para ver a sus familias o, no habiendo hecho nada
reseñable en el campo de batalla, se dispersarán por no haber tenido éxito. Tales
números, cansados por la fatiga y disgustados por el servicio, desertan; otros les
traicionan y muchos se rinden. Raramente se encuentra fidelidad en las tropas
descorazonadas por el infortunio. Y en tal caso, un ejército que era numeroso sobre
el campo de batalla, se diluye en nada poco a poco.
Es esencial conocer el carácter del enemigo y de sus principales jefes; si son
impetuosos o prudentes, emprendedores o tímidos, si luchan por principios o como
mercenarios y si las naciones a las que se han enfrentado antes eran valerosas o
cobardes.
Hemos de conocer cuánto podemos confiar en la fidelidad y fortaleza de nuestros
auxiliares, la confiabilidad de nuestras tropas y las del enemigo y cuáles están más
seguras de la victoria, lo que es del mayor valor para estimar el valor de un ejército.
Un arenga del general, especialmente si él mismo no parece atemorizado, puede
animar a sus soldados si están decaídos. Sus espíritus reviven si se obtiene
cualquier ventaja considerable, tanto por una estratagema como por otro método, si
empeza a cambiar la fortuna del enemigo o si logramos golpear algunos de sus
destacamentos más débiles o pobremente armados.
Pero bajo ningún concepto se debe guiar un ejército irresoluto o de poco fiar a la
batalla. La diferencia es grande, tanto si las tropas son novatas o veteranas, o si
están habituadas a la guerra por servicios recientes como si llevan varios años sin
ser empleadas. Pues a los soldados que llevan largo tiempo desacostumbrados a la
guerra se les deberá mirar del mismo modo que a los reclutas. Tan pronto como las
legiones, auxiliares y caballería estén asentados en sus distintos acuartelamientos,
es obligación de un buen general que cada parte del ejército sea entrenado en sus
propios ejercicios por tribunos, designados para esto, de reconocida capacidad.
Tras esto, deberá formarles en un cuerpo y entrenarles en todas las maniobras que
se dan en el frente durante una batalla campal. Debe entrenarles él mismo
frecuentemente para comprobar su habilidad y fortaleza y para ver si ejecutan las
maniobras con la regularidad precisa y si están suficientemente atentos al sonido de
las tubas, el movimiento de las insignias y a sus propias órdenes y señales. Si hay
deficiencias en cualquiera de tales particulares, se les debe instruir y ejercitar hasta
que lo hagan a la perfección.
Pero aunque estén totalmente disciplinados y hayan completado sus ejercicios de
campaña, los del uso del arco y la jabalina, y las evoluciones en línea, no es
aconsejable llevarles inmediatamente a la batalla. Se debe esperar una oportunidad
favorable y se les ha de preparar con escaramuzas frecuentes y encuentros ligeros.
Así, un general prudente y avezado pesará cuidadosamente con su Consejo el
estado de sus propias fuerzas y las del enemigo, como un magistrado civil juzga
entre dos partes litigantes. Si se considera superior en muchos aspectos a su
enemigo, no debe, de ninguna manera, diferir el enfrentamiento; pero si se sabe
inferior, debe evitar batallas campales y procurar la victoria mediante sorpresas,
emboscadas y engaños. Éstas, cuando son manejadas con habilidad por los
buenos generales, a menudo reportan la victoria sobre enemigos superiores en
número y fortaleza.
X CÓMO MANEJAR TROPAS INDISCIPLINADAS Y NOVATAS.
Todas las artes y obras han sido siempre llevadas a la perfección por la práctica
continua. ¡Cuánto consideraremos esta máxima, cierta en asuntos menores, para
ser observada en asuntos de importancia!. Y cuán superior a todas las demás es el
arte de la guerra, por el que son preservadas nuestras libertades, perpetuadas
nuestras dignidades y existen las provincias del mismo Imperio. Los lacedemonios,
y tras ellos los romanos, eran tan conscientes de esta verdad que a esta ciencia
superditaron las demás. Y hasta las naciones bárbaras, en nuestros días, piensan
que sólo este arte merece atención, pues creen que incluye o confiere todas las
demás. En resumen, es totalmente necesario para quienes se ven envueltos en la
guerra que se instruyan no sólo en los métodos para proteger sus vidas, sino en
cómo ganar la victoria sobre sus enemigos.
Un general, así pues, cuyo poder y dignidad son tan grandes, y a quien se le
confían los compatriotas que le honran con fidelidad y valor, la defensa de sus
ciudades, las vidas de sus soldados y la gloria del Estado, no debe solamente
buscar el provecho del ejército en general, sino extender su cuidado a cada soldado
particular. Pues cuando ocurra alguna desgracia a alguno bajo su mando, se
considerará una pérdida para la república y se achacará enteramente a su
responsabilidad. Si, de este modo, encontrara su ejército compuesto por tropas
novicias y si llevaran mucho tiempo desacostumbradas de la lucha, deberá estudiar
cuidadosamente la fortaleza, el espíritu, las costumbres de cada legión en particular,
de cada cuerpo de auxiliares, caballería e infantería. Debe conocer, si es posible, el
nombre y capacidad de cada conde, tribuno, subalternos y soldado. Ha de asumir la
más respetable autoridad y mantenerla con severidad. Debe castigar todos los
crímenes militares son el mayor rigor de las leyes. Debe ser inexorable hacia los
ofensores y procurar dar ejemplo público en distintos sitios y ocasiones.
Una vez establecidas tales normas firmemente, debe buscar la oportunidad en
que el enemigo, disperso en busca de botín, se crea seguro, y le atacará con
destacamentos de caballería probada o infantería, mezclados con soldados jóvenes
y los que estén por debajo de la edad militar. Los veteranos refrescarán su
experiencia y los demás se inspirarán, por el coraje, de las grandes ventajas que les
ofrecen tales oportunidades. Deberán montar emboscadas con el mayor secreto,
para sorprender el enemigo en el pasaje de ríos, en los escabrosos pasos de
montañas, en desfiladeros en bosques y cuando esté entorpecido por cenagales o
caminos difíciles. Deben regular su marcha para caer sobre ellos mientras comen o
duermen, están desarmados y sus caballos sin aprestar. El general seguirá con tal
clase de enfrentamientos hasta que sus soldados tengan la necesaria confianza en
ellos mismos. Pues las tropas que nunca han entrado en acción o que llevan cierto
tiempo sin hacerlo, suelen impresionarse grandemente a la vista de los heridos y
moribundos y el miedo que perciben les dispone más a huir que a luchar.
Si el enemigo efectuara salidas o correrías, el general las atacará tras la fatiga de
una larga marcha, cayendo sobre ellos por sorprensa, acosando su retaguardia.
Debe destacar partidas para tratar de alcanzar por sorpresa los cuarteles
establecidos a distancia del ejército enemigo para el almacenamiento de forrajes y
provisiones. Tales medidas se acometerán en primer lugar, pues si fracasan no
llevarán a malas consecuencias y si tienen éxito supondrán una gran ventaja. Un
general prudente tratará de sembrar la discordia entre sus adversarios, pues no hay
nación, aún débil, que pueda resultar completamente arruinada por sus enemigos a
no ser que ella misma lo facilite con su desidia. En las discordias civiles los
hombres están más interesados en la destrucción de sus enemigos particulares que
en el cuidado de la seguridad pública.
Una máxima se ha de recordar en estos menesteres: que nadie debe desesperar
de realizar lo que ya antes se llevó a cabo. Se puede decir que, durante muchos de
los años anteriores, nuestras tropas ni siquiera han fortificado sus campamentos
permanentes con trincheras, terraplenes o empalizadas. La respuesta es clara. Si
se hubiesen tomado tales precauciones, nuestros ejércitos nunca habrían sufrido las
sorpresas del enemigo, de día y de noche. Los persas, siguiendo el ejemplo de los
antiguos romanos, rodeaban sus campamentos con fosos y, como la tierra de su
país es normalmente arenosa, siempre llevaban consigo sacos vacíos para llenarlos
con la arena sacada de los fosos y elevar con ellos un parapeto, apilándolos los
unos sobre los otros. Todas las naciones bárbaras alinean sus carros alrededor de
ellos, en círculo, un sistema que guarda cierta similitud con un campamento
fortificado. Así, pasan las noches seguros contra las sorpresas.
¿Temeremos no poder aprender de otros lo que ellos antes aprendieron de
nosotros?. En la actualidad, todo esto sólo se puede hallar en los libros aunque
antiguamente se practicaba de continuo. Nadie se pregunta ahora sobre las
costumbres que hace tanto fueron abandonadas, porque en medio de la paz la
guerra es mirada como un asunto demasiado distante para tenerlo en
consideración. Pero ejemplos pasados nos convencerán de que el restablecimiento
de la antigua disciplina no es, en absoluto, imposible, aunque ahora se haya perdido
del todo.
En tiempos antiguos, el arte de la guerra, a menudo olvidado y dejado, fue
recuperado con frecuencia a partir de los libros y restablecido por la autoridad y
atención de nuestros generales. Nuestros ejércitos en España, cuando Escipión el
Africano tomó el mando, estaban deshechos y con frecuencia vencidos bajo los
generales anteriores. Él pronto los reformó con una disciplina severa y les obligó a
sobrellevar la mayor fatiga en todos los trabajos militares reprochándoles que, ya
que no podían manchar sus manos con la sangre del enemigo, habrían de hacerlo
con el barro de las trincheras. En resumen, con tales tropas, después de todo, tomó
la ciudad de Numancia y la quemó hasta los cimientos con tal destrucción que no
escapó ninguno de sus habitantes. En África, un ejército que bajo el mando de
Albinus fue forzado a pasar bajo el yugo, fue puesto por Metello en tal orden y
disciplina, según el modelo de los antiguos, que después vencieron a los mismos
enemigos que los vejaron con tan ignominioso tratamiento. Los cimbrios derrotaron
a las legiones de Caepio, Manilus y Silanus en la Galia, pero Mario reunió los
pedazos dispersos y los disciplinó con tanta efectividad que destruyó una
innumerable multitud de los Cimbrios, Teutones y Ambrones en una batalla campal.
No obstante, es más fácil formar jóvenes soldados e inspirarles con ideales de
honor que reanimar tropar que ya han sido derrotadas alguna vez.
XI DISPOSICIONES PARA EL DÍA DE LA BATALLA.
Tras haber explicado los aspectos menos importantes del arte de la guerra, el
orden de los asuntos militares nos lleva naturalmente a la batalla campal. Esta es
una circunstancia llena de incertidumbre y funesta para reinos y naciones, pues de
la resolución de una batalla depende enteramente la victoria. Este momento, por
encima de los demás, precisa de todas las habilidades de un general y su buena
conducción en tales ocasiones le ganará la mayor de las glorias, aunque sus
peligros le expondrán al mayor riesgo y desgracia. Este es el instante en que su
talento, habilidad y experiencia se mostrarán en toda su extensión.
Antiguamente, para que los soldados cargaran con mayor vigor, era costumbre
suministrarles un refrigerio moderado antes del combate, para que su fortaleza se
mantuviera durante un largo conflicto. Cuando el ejército va a marchar fuera del
campamento o ciudad, en presencia del enemigo formado y listo para la acción, se
han de observar grandes precauciones para que no sean atacados mientras desfilan
por las puertas y que no sean hechos pedazos. Así pues, se han de tomar las
medidas adecuadas para que todo el ejército pueda salir por las puertas y formar en
orden de batalla antes de que se aproxime el enemigo. Si el enemigo está
dispuesto antes de que hayáis dejado el lugar, deberéis retardar vuestra decisión de
marchar en espera de otra oportunidad o disimularla al menos para que, cuando
empiecen a insultaros suponiendo que no queréis comparecer y se desmanden
para dedicarse al pillaje o para regresar, entonces salgáis y caigáis sobre ellos de
improviso. Nunca se emplearán las tropas en una batalla campal inmediatamente
después de una larga marcha, cuando los hombres están fatigados y los caballos
cansados. La fuerza necesaria para el combate es gastada en la faena de la
marcha. ¿Qué puede hacer un soldado que carga cuando está sin aliento?. Los
antiguos evitaron cuidadosamente tal inconveniente, pero en los últimos tiempos
algunos de nuestros generales romanos por ignorancia, para no decir más,
perdieron sus ejércitos por olvidar imprudentemente tal precaución. No contenderán
en igualdad de condiciones dos ejércitos: uno cansado y desgastado y el otro fresco
y con todo su vigor.
XII INVESTIGAR LOS SENTIMIENTOS DE LAS TROPAS.
Es necesario conocer los sentimientos de los soldados el día de la batalla. Su
confianza o miedos se descubren fácilmente por sus aspectos, sus palabras, sus
acciones y sus movimientos. No se ha de confiar en la ansiedad de los jóvenes
soldados por la batalla, pues ésta es deseada por aquellos que no la han conocido.
Por otra parte, será malo arriesgar un combate si los soldados veteranos muestran
poca inclinación a la lucha. Un general, sin embargo, puede animarles y subir el
valor de sus tropas con arengas y exhortaciones apropiadas, especialmente si su
descripción de la batalla próxima les lleva a la creencia en una fácil victoria. En este
punto, puede persuadirles de la cobardía e inutilidad de sus enemigos y recordarles
todas las ventajas que antes hubieran adquirido sobre ellos. Debe emplear
cualquier argumento capaz de excitar los ánimos, elevar el odio y la indignación
contra los adversarios en las mentes de los soldados.
Es natural que los hombres se vean afectados por el miedo al principio de un
combate, pero hay, sin duda, algunos de más temerosa disposición que se inquietan
a la menor visión del enemigo. Para disminuir tales aprehensiones antes de entrar
en acción, llevaréis vuestro ejército frecuentemente, en orden de batalla y en
situación secura, para que vuestros hombres se acostumbren a la visión y
apariencia del enemigo. Cuando se ofrezca la oportunidad, se les hará caer sobre
ellos y se tratará de ponerlos en huída o matarles algunos hombres. Así se
acostumbrarán a ellos, sus armas y caballos. Y los sujetos con los que estamos
familiarizados ya no serán capaces de inspirarnos terror.
XIII ELECCIÓN DEL CAMPO DE BATALLA.
Los buenos generales saben bien que la victoria depende mucho de la naturaleza
del campo de batalla. Cuando intentes, así pues, entablar combate, trata de tomar
ventaja de tu situación. Los terrenos altos son tenidos por mejores. Las armas
arrojadas desde la altura impactan con mayor fuerza; y la tropa que está sobre sus
antagonistas los puede rechazar y derrotar con mayor impetuosidad, mientras que
los que atacan cuesta arriba han de luchar con el terreno y con el enemigo. Hay, sin
embargo, esta diferencia con respecto al lugar: Si dependes de la infantería contra
la caballería enemiga, debes elegir un lugar montañoso, desigual y quebrado. Pero
si, por el contrario, esperas que sea tu caballería la que actúe con ventaja contra la
infantería enemiga, tu terreno debe ser más alto, pero llano y abierto, sin obstáculos
de árboles o cenagales.
XIIII ORDEN DE BATALLA.
Al formar un ejército en orden de batalla, tres cosas se han de considerar: el sol, el
polvo y el viento. El sol en vuestras caras deslumbra los ojos; si el viento está en
vuestra contra, desviará y debilitará la fuerza de vuestras armas mientras ayudará a
las del adversario; y el polvo dándoos de frente enturbiará los ojos de vuestros
hombres y les cegará. Hasta los más incompetentes tratan de evitar tales
inconvenientes en el momento de tomar sus disposiciones; pero un general
prudente debe anticiparse a lo que pueda suceder; tomará las medidas necesarias
para no ser incomodado en el transcurso del día por los movimientos del sol o por
vientos contrarios que a veces se levantan a ciertas horas y pueden ser
inconvenientes durante la acción. Nuestras tropas deben disponerse para tener
estos elementos a sus espaldas, dando por el frente a sus enemigos.
Se llama Acies al ejército formado y frente a la parte de enfrenta al enemigo. En
la batalla, si se sabe disponer la formación correcta, se vence y si la formación no es
adecuada, por buenas que sean las tropas, se es derrotado. Se han de poner en
primera línea a los soldados veteranos y más hábiles, llamados antiguamente
principes. En la segunda, a los que están armados de corazas, lanzas, espículos y
dardos, que se llamaban hastatos. Cada soldado ocupa tres pies de terreno; o sea,
en una línea de mil pasos se forman mil seiscientos sesenta y seis infantes,
teniendo bastante espacio para ellos y para mover sus armas. Entre fila y fila se
dejan seis pies para que al luchar con la espada puedan avanzar y retroceder pues
los dardos que se arrojan al correr o saltar le impulsan con más fuerza. En estas
dos filas se forman los soldados de más edad, más expertos y con armadura
pesada. Se mantienen firmes sin mandárseles avanzar o retroceder, para que
mantengan el orden de la línea y rechacen al enemigo y le hagan huir. La tercera
línea esta´compuesta de luchadores muy rápidos, arqueros jóvenes y lanzadores de
jabalina, antes llamados ferentarios. La cuarta fila se compone de soldados muy
ágiles armados con escudos, los arqueros más jóvenes y los que llevan verutis y
mattiobarbulis, antes llamados plumbatas, conocidos por levis armaturas.
Al principio, las dos primeras filas se mantienen quietas y la tercera y la cuarta
provocan al enemigo lanzándoles sus armas arrojadizas y flechas. Si el enemigo se
da a la fuga, se les persigue con la caballería; si el enemigo les rechaza se retiran
entre la primera y segunda línea. La primera y segunda filas, con las espadas y las
pila, así pues, sostienen el combate.
A veces se formaba una quinta línea, con carroballesteros, manuballesteros,
fustibalarios y honderos. Los fustibalarios son los que lanzan piedras con el
fustibalus, que es un palo de cuatro pies a cuya mitad se ata una honda de cuero y
que, manejada con las dos manos, dispara las piedras como un onagro. Los
honderos llevan la honda, hecha de lino o de cerda, que son las mejores, y lanzan el
tiro con dándoles una vuelta sobre la cabeza. Los que no poseían escudo se
ponían en esta fila y lanzaban piedras u otras armas arrojadizas con las manos.
En la sexta línea se colocaban los hombres aguerridos y diestros, armados con
todas las armas, que los antiguos llamaban triarios. Para poder atacar al enemigo
con más vigor, reposaban sentados tras las demás líneas. Si el resto de las líneas
eran derrotadas, sólo quedaba la esperanza de los triarios.
XV DISTANCIAS ADECUADAS E INTERVALOS ENTRE LOS SOLDADOS.
Habiendo explicado la disposición general de las líneas, trataremos ahora de las
distancias y dimensiones. Mil pasos comprende una sóla fila de mil seiscientos
cincuenta y seis infantes, con tres pies por cada hombre. Seis filas formadas en la
misma extensión de terreno necesitan nueve mil novenientos noventa y seis
hombres. Para formar sólo tres filas con el mismo número se necesitan dos mil
pasos, pero es mucho mejor incrementar el número de filas que hacer el frente
demasiado extenso. Hemos antes observado que la distancia entre cada fila debe
ser seis pies, y el siguiente de los cuales es ocupado por los hombres. Así, si
formas un cuerpo de diez mil hombres en seis filas, ocuparán cuarenta y dos pies de
profundidad y mil pasos de frente. Por este cálculo es fácil calcular la extensión de
terreno necesaria para formar veinte o treinta mil hombres. Tampoco se puede
equivocar un general cuando sabe, así, la cantidad de terreno precisa para cierto
número dado de hombres.
Pero si el campo de batalla no tiene espacio suficiente o vuestras tropas son muy
numerosas, podéis formarlas en nueve líneas o incluso más, pues es más ventajoso
enfrentarse en orden cerrado que extender demasiado vuestra línea. Un ejército
que se extiende por un frente demasiado grande y con poca profundidad, puede ser
rápidamente penetrado por la primera oleada enemiga. Tras esto no hay remedio.
Y por lo que hace al puesto de los distintos cuerpos en el ala derecha, izquierda o
en el centro, es norma general formarlas de acuerdo con sus rangos respectivos o
distribuirlos según las circunstancias o disposiciones del enemigo.
XVI DISPOSICIÓN DE LA CABALLERÍA.
Una vez formada la infantería en línea, la caballería forma en las alas. La
caballería pesada, o sea, los coraceros y tropas armadas con lanzas se unirán a la
infantería. La caballería ligera, compuesta por los arqueros y los que no llevan
corazas, se situarán a mayor distancia. Los caballos más pesados y mejores son
para cubrir los flancos de la infantería y los ligeros se sitúan en el lugar arriba
mencionado para rodear y desordenar las alas enemigas. Un general debe saber
qué parte de su propia caballería es más adecuada para enfrentarse a cualquier
escuadrón de infantería o caballería enemiga. Por ciertos motivos que no vienen al
caso, algunas unidades concretas luchan mejor contra otras, y aquellas que han
derrotado a enemigos superiores a menudo son derrotadas por una fuerza inferior.
Si vuestra caballería no es igual a la del enemigo, lo adecuado, según la antigua
costumbre, es mezclarla con infantería armada a la ligera con pequeños escudos,
llamados velites, y entrenarlos en esta clase de lucha. Guardando este sistema,
aún cuando la flor de la caballería enemiga os ataque, nunca podrán copar esta
disposición mixta. Éste era el único método de los antiguos generales para suplir
los defectos de su caballería, y mezclaban los hombres entre la caballería, armados
para que pudieran correr con escudos ligeros, espadas y jabalinas.
XVII DE LAS RESERVAS.
El método de tener cuerpos de reserva en la retaguardia del ejército, compuestos
de infantería y caballería escogida, al mando de lugartenientes del general, condes
y tribunos, es muy juicioso y de gran utilidad para vencer en la batalla. Algunos se
deben situar en la retaguardia de las alas y algunos cerca del centro, para estar
prestos a acudir inmediatamente en ayuda de cualquier parte de la línea que esté en
dificultades, para evitar que sean penetrados, para reponer las bajas durante el
combate y, por tanto, para sostener el valor de sus camaradas y detener la
impetuosidad del enemigo. Esto fue una invención de los lacedemonios, en lo que
fueron imitados por los cartagineses. Los romanos desde entonces lo observaron y
no se ha podido encontrar mejor disposición.
La línea está pensada únicamente para rechazar o, si es posible, romper al
enemigo. Si es necesario formar la cuña o la pinza, debe hacerse con las tropas
sobrantes estacionadas en la retaguardia con tal propósito. Si se va a formar la
sierra, también se hará con las reservas, pues si comenzáis a quitar hombres del
frente los llevaréis a todos a la confusión. Si cualquier pelotón del enemigo cae
sobre vuestro flanco o cualquier otra parte de vuestro ejército, y no tenéis tropas
sobrantes para oponérseles o si pretendéis destacar caballería o infantería de
vuestro frente para tal servicio, por tratar de defender una parte expondréis a la otra
a un peligro mayor. En ejércitos no muy numerosos, es mucho mejor acortar el
frente y tener reservas fuertes. En resumen, debéis tener una reserva de buena
infantería, bien armada, cerca del centro para formar la cuña y penetrar así la línea
enemiga; y también cuerpos de caballería armadas con lanzas y corazas, junto a
infantería ligera, cerca de las alas, para rodear los flancos del enemigo.
XVIII EL LUGAR DEL GENERAL Y DEL SEGUNDO Y TERCERO AL
MANDO.
El lugar del comandante en jefe está, generalmente, a la derecha, entre la
caballería y la infantería. Desde este lugar puede dirigir mejor los movimientos de
todo el ejército y mover las unidades con la mayor facilidad a donde lo considere
necesario. Es también el sitio más conveniente para dar sus órdenes tanto a la
caballería como a la infantería y para animarles por igual con su presencia. Es su
obligación rodear el ala izquierda enemiga, que se le opone, con sus reservas de
caballería e infantería ligera y atacarles por su flanco y retaguardia. El segundo al
mando se sitúa en el centro de la infantería para enardecerles y darles apoyo. Una
reserva de buena infantería, bien armada, está cercana a él y bajo sus órdenes.
Con esta reserva puede tanto formar la cuña para penetrar la línea enemiga como,
si ésta forma antes la cuña, disponer la pinza para recibirles. El puesto del tercero
al mando está a la izquierda. Debe ser un oficial prudente e intrépido; esta parte del
ejército es difícil de manejar e imperfecta por su ubicación en el frente. Así pues, ha
de disponer una reserva de buena caballería y rápidos infantes que le permitan
siempre extender su flanco izquierdo de tal manera que no pueda ser rodeado.
No se debe lanzar el grito de guerra hasta que hayan chocado ambos ejércitos,
pues es señal de ignorancia y cobardía lanzarlo a distancia. Es mucho mayor el
efecto sobre el enemigo cuando son alcanzados al mismo tiempo por el terror que
produce el grito de guerra y las puntas de las armas.
Debéis tratar siempre de formar vuestro ejército antes que el enemigo, pues así
podréis tomar vuestras propias disposiciones sin obstrucción. Esto incrementará el
valor de vuestras propias tropas e intimidará a las de vuestro adversario. Pues la
superioridad en el valor parece estar implícita en aquel ejército que ofrece batalla,
mientras que las fuerzas que ven atacar primero al enemigo se vuelven temerosas.
Os habréis de asegurar de otra gran ventaja, que es marchar en orden y caer sobre
ellos mientras están formando y aún en confusión. Parte de la victoria consiste en
poner desorden en el enemigo antes de enfrentaros a él.
XVIIII CÓMO RESISTIR LOS ATAQUES ENEMIGOS.
Un general capaz nunca pierde una oportunidad favorable de sorprender al
enemigo, sea cuando está cansado por la marcha, dividido al cruzar un río,
entorpecido por cenagales, estrechado por desfiladeros de montaña, dispersos
sobre el terreno al creerse seguros o durmiendo en sus cuarteles. En todos estos
casos, los adversarios resultan sorprendidos y destruidos antes de que tengan
tiempo de ponerse en guardia. Pero si son demasiado precavidos como para
ofreceros la oportunidad de sorprenderlos, estaréis obligados entonces a
enfrentaros en campo abierto y en igualdad. Ahora esto es ajeno al asunto que nos
ocupa. Sin embargo, la habilidad militar es tan necesaria en las batallas campales
como en la guerra mediante subterfugios y estratagemas.
Vuestro primer cuidado es asegurar que el enemigo no rodee el ala izquierda o
derecha, aunque esto sucede menos, para que no lo rodee ni lo ataque de flanco o
por la retaguardia con unidades volantes llamadas drungos, una desgracia que a
veces sucede. Sólo hay un remedio para esto: rotar hacia atrás vuestro flanco. Con
esta maniobra, vuestros soldados darán frente al enemigo y protegerán la espalda
de sus camaradas. Y vuestros mejores hombres se han de colocar en los ángulos
de los flancos, pues contra tal lugar hace el enemigo sus mayores esfuerzos.
Hay también un método para resistir la cuña, cuando la forme el enemigo. La
cuña es una disposición de un cuerpo de infantería que se ensancha gradualmente
hacia atrás en la base y termina en punta hacia el frente. Penetra la línea enemiga
con una multitud de armas arrojadizas lanzadas hacia el mismo punto. Los
soldados la llaman caput porcinum. Para oponerse a esta maniobra, se ha
inventado otra llamada la pinza, que semeja la letra V, compuesta de un cuerpo de
hombres en orden cerrado. Recibe la cuña, la encierra por ambos lados y así evita
que el frente propio sea penetrado.
La sierra es otra disposición, formada por soldados decididos, que se envía a
reparar una línea rota y desordenada por el enemigo. El pelotón, o globus, es un
cuerpo de hombres separados del frente para rondar por ambos flancos y atacar al
enemigo cuando encuentren la ocasión. Contra éste, hay que destacar un globus
más numeroso y fuerte.
Por encima de todo, un general nunca debe intentar alterar sus formaciones o
deshacer su orden de batalla durante el combate, pues tal alteración producirá
desorden y confusión de inmediato y el enemigo no dejará de aprovecharse de ello.
XX CÓMO DAR BATALLA Y GANAR CON MENOS SOLDADOS Y MENOS
FUERTES.
Un ejército puede adoptar siete formaciones distintas para la batalla: La primera
formación es un rectángulo de amplio frente, de uso común tanto en tiempos
antiguos como modernos, aunque no se la considera como la mejor por varios
expertos, pues no siempre se puede encontrar un terreno lo bastante llano para
adoptarlo y si se produce cualquier irregularidad o hueco en la línea resulta a
menudo penetrado por tal parte. Además, un enemigo superior en número puede
rodear su ala derecha o izquierda, la consecuencia de lo cual es muy peligrosa a
menos que tengáis un cuerpo de reserva listo para avanzar y sostener su ataque.
Un general debe emplear esta disposición sólo cuando sus fuerzas sean mejores y
más numerosas que las del enemigo, estando por lo tanto en su voluntad atacar
tanto los flancos y rodearlos por cada lado.
La segunda y mejor disposición es la oblicua. Aunque vuestro ejército no tenga
muchas fuerzas, si se las sitúa bien y con ventaja, esta disposición puede permitiros
obtener la victoria, no obstante el número y valor del enemigo. Es como sigue:
Conforme los ejércitos marchan para el ataque, vuestra ala izquierda se debe
mantener retrasada a cierta distancia de la derecha enemiga para quedar fuera del
alcance de sus dardos y flechas. Vuestra ala derecha avanzará oblicuamente sobre
la izquierda enemiga y comenzará el combate. Y debéis tratar, con vuestra mejor
caballería e infantería, de rodear el ala con la que lucháis, hacerla huir y caer sobre
el enemigo por la retaguardia. Una vez que huyen, si el ataque es adecuadamente
secundado, sin duda obtendréis la victoria mientras vuestro flanco izquierdo, que
seguirá a distancia, permanecerá indemne. Un ejército formado de tal manera,
guarda cierta semejanza con la letra A o una escuadra de albañil. Si el enemigo se
os adelanta a esta maniobra, se recurrirá a la caballería e infantería situadas en
reserva, a retaguardia, como ya dije. Debe ordenárseles apoyar vuestro flanco
izquierdo. Esto os permitirá oponer una vigorosa resistencia contra el artificio del
enemigo.
La tercera formación es como la segunda, pero no tan buena, pues os obliga a
comenzar el ataque con vuestra ala izquierda sobre la derecha enemiga. Los
esfuerzos de los soldados de la izquierda son más débiles e imperfectos por su
situación expuesta y difícil en la línea. Expondré esta formación con más claridad.
Aunque vuestra ala izquierda pueda ser mucho mejor que la derecha, debe ser
todavía reforzada son alguna de la mejor caballería e infantería y ordenársele
comenzar el combate con la derecha enemiga para desordenarla y rodearla tan
rápidamente como se pueda. Y la otra parte de vuestro ejército, compuesta por
tropas peores, debe quedar a tal distancia de la izquierda enemiga que no pueda
ser herida por sus dardos o en peligro de ser atacada cuerpo a cuerpo. En esta
formación oblícua, se ha de poner cuidado de que la línea no sea penetrada por las
cuñas del enemigo y sólo se debe emplear cuando el ala derecha enemiga es débil
y vuestra mayor fortaleza resida en el ala izquierda.
La cuarta formación es ésta: Conforme vuestro ejército está marchando para
atacar en orden de batalla y llegáis a cuatrocientos o quinientos pasos del enemigo,
debéis ordenar de repente a vuestras alas que aceleren el paso y avancen con
rapidez. Cuando se vean atacados por ambas alas al mismo tiempo, la sorpresa les
desconcertará tanto que os dará una fácil victoria. Pero aunque este método, si
vuestras fuerzas son expertas y resolutivas, puede destruir en seguida al enemigo,
es todavía peligrosa. El general que la intenta está obligado a abandonar y exponer
su centro y a dividir su ejército en tres partes. Si el enemigo no es obligado a huir
con la primera carga, tendrá una clara oportunidad de atacar las alas que están
separadas entre sí y el centro, que no tendrá ayuda.
La quinta formación es parecida a la cuarta pero con este añadido: La infantería
ligera y los arqueros se forman delante del centro para cubrirlos de los intentos del
enemigo. Con esta precaución el general puede seguir con seguridad el método
arriba mencionado y atacar la izquierda enemiga con su ala derecha y su izquierda
con el flanco derecho. Si les hace huir, obtiene una victoria inmediata y si fracasa
su centro no queda en peligro, estando protegido por la infantería ligera y los
arqueros.
La sexta formación es muy buena y casi tanto como la segunda. Se emplea
cuando el general no puede confiar en el número o valor de sus tropas. Si se hace
con juicio, no obstante su inferioridad, tiene a menudo una buena ocasión para
vencer. Conforme vuestra línea se aproxima al enemigo, avanzaréis vuestra ala
derecha contra su izquierda y comenzaréis el ataque con vuestra mejor caballería e
infantería. Al mismo tiempo mantendréis el resto del ejército a gran distancia de la
derecha enemiga, extendida en una línea recta como una jabalina. Así, si podéis
rodear su izquierda y atacarles de flanco y por la retaguardia, inevitablemente les
derrotaréis. Es imposible para el enemigo retirar refuerzos de su derecha o de su
centro para sostener a su izquierda en esta emergencia, pues la parte restante de
vuestro ejército está extendida y a gran distancia de ellos, con forma de letra l. Es
una formación empleada a menudo en combates sobre la marcha.
La séptima formación obtiene su ventaja de la naturaleza del terreno y os permitirá
enfrentar un enemigo con un ejército inferior tanto en número como en fortaleza,
apoyado uno de vuestros flancos en una altura, el mar, un río, un lago, una ciudad,
un pantano o terreno quebrado inaccesible al enemigo. El resto del ejército debe
formarse, como siempre, en una línea recta y el flanco no asegurado debe estar
protegido por vuestras tropas ligeras y toda vuestra caballería. Defendido
suficientemente por un lado por la naturaleza del terreno y por el otro por el doble
apoyo de la caballería, podréis aventuraros al combate con seguridad.
Se debe observar una regla general y excelente. Si tratáis de combatir sólo son
vuestra ala derecha, ésta debe estar compuesta por vuestras mejores tropas. E
igual vale para la izquierda. O si tratáis de penetrar la línea enemiga, las cuñas que
forméis con éste propósito delante de vuestro centro han de estar compuestas por
los soldados más disciplinados. La victoria, en general, es obtenida por un pequeño
número de hombres. Así pues, la sabiduría de un general se muestra solamente
con la disposición y elección de tales hombres, como los más adecuados con la
razón de su empleo.
XXI LA HUIDA DEL ENEMIGO NO DEBE SER IMPEDIDA, SINO
FACILITADA.
Los generales poco avezados en la guerra creen una victoria incompleta a menos
que el enemigo esté tan encerrado en su terreno o tan rodeado por el número que
no tenga posibilidad de escapar. Pero en tal situación, donde no queda esperanza,
el propio miedo armará al enemigo y la desesperación le inspirará valor. Cuando los
hombres se encuentran inevitablemente perdidos, resuelven morir con sus
camaradas y con las armas en las manos. La máxima de Escipión, que se debe
tender un puente de oro al enemigo que huye28, debe ser muy encarecida. Pues
cuando tienen una vía de escape no piensan en otra cosa más que en salvarse
huyendo y la confusión se generaliza, haciéndose gran carnicería de ellos. Los
perseguidores no estarán en peligro al desprenderse los vencidos de sus armas
para huir mejor. En tal caso, cuanto mayor sea el número del ejército que huye,
mayor será la matanza. La cantidad no tiene importancia cuando las tropas han
caído en la desmoralización y están igualmente aterrorizadas por la visión del
enemigo y la de sus armas. Por el contrario, los hombres encerrados, por débiles
que estén o pocos que sean, se vuelven un problema para su enemigo al entender
que no tienen más recurso que la desesperación. Así, según la máxima de Virgilio,
“La seguridad del vencido es la esperanza de no haberla”. La sentencia, en castellano, es casi idéntica: “A enemigo que huye, puente de plata”
XXII MODOS DE REHUSAR BATALLA, SI NO CONVIENE.
Habiendo repasado algunos de los particulares referidos a las batallas campales,
queda ahora explicar la manera de retirarse en presencia del enemigo. Ésta es una
operación que, a juicio de hombres de gran capacidad y experiencia, ha de
atenderse con gran cuidado. Un general verdaderamente desmoraliza a sus propias
tropas y anima a sus enemigos si retira sus fuerzas del campo de batalla sin luchar.
Pero si esto debe hacerse algunas veces, será adecuado considerar cómo
ejecutarlo con seguridad.
En primer lugar, vuestros hombres no han de pensar que os retiráis o que
rehusáis el combate, sino creer que vuestra retirada es un engaño para tender una
emboscada al enemigo, o para llevarle a una posición ventajosa donde podáis
derrotarle más fácilmente si os sigue. Las tropas que perciben que su general no
confía en el éxito están prontas a huir. Debéis ser cuidadoso para que el enemigo
no descubra que os retiráis y caiga sobre vosotros. Para evitar este peligro, la
caballería se sitúa delante de la infantería para encubrir sus movimientos y retrasar
los del enemigo. Las primeras divisiones se retiran en primer lugar, las otras les
siguen por turnos. La última mantiene el terreno hasta que el resto se ha marchado
y después rompen filas y se juntan con ellos pausada y regularmente. Algunos
generales han juzgado mejor ejecutar su retirada durante la noche, tras reconocer
sus rutas, y así ganar tanto terreno al enemigo que, al no descubrir éste su retirada
hasta el romper del día, no les puede seguir de cerca. La infantería ligera, además,
se envía por delante para ocupar las alturas bajo las que el ejército se retirará con
seguridad; y el enemigo, en el caso de que nos persiga, estará expuesto a la
infantería ligera, dueños de las alturas y secundada por la caballería.
Una huida repentina y poco meditada expone a un ejército al mayor riesgo posible,
como caer en emboscadas a manos de tropas dispuestas para ello. Pues la
temeridad de un ejército se incrementa y su precaución disminuye al perseguir a un
enemigo que huye; ésta es la oportunidad más favorable para tales artimañas.
Cuanto mayor sea la seguridad sentida, mayor será el peligro. Los tropas, cuando
no están dispuestas, cuando están comiendo, cansadas tras una marcha, cuando
sus caballos están pastando y, en resumen, cuando se creen más seguros, pueden
sufrir más fácilmente una sorpresa. Todos los peligros de esta clase deben ser
cuidadosamente evitados y todas las oportunidades de destrozar al enemigo con
tales métodos, aprovechadas. Ni el número ni el valor sirven en tales infortunios.
Un general que ha sido derrotado en una batalla campal, aunque la habilidad y la
conducta tengan la mayor parte de la importancia, puede en su defensa apelar a la
mala fortuna. Pero si ha sido sorprendido, o conducido a tales trampas por el
enemigo, no tiene excusa alguna, pues debía haber tomado las prevenciones
adecuadas o haber usado espías de cuyos informes pudiera fiarse.
Cuando el enemigo persigue a un adversario que se retira, se suele emplear el
siguiente truco: Se ordena a un pequeño cuerpo de caballería que le persiga a
descubierto. Al mismo tiempo, se manda secretamente un destacamento más
fuerte por otra ruta para ocultarse en el camino. Cuando la caballería ha alcanzado
al enemigo, lanza ataques de distracción y se retira. El enemigo, creyendo que el
peligro ha pasado y que ha escapado de la trampa, descuida su orden y marcha sin
regularidad. Entonces, el destacamento enviado a interceptarle, aprovechando la
oportunidad, cae sobre ellos de improviso y les destruye con facilidad.
Muchos generales, al verse obligados a retirarse por bosques, envían por delante
partidas para tomar los desfiladeros y pasos difíciles, para evitar emboscadas y
bloquear los caminos con barricadas de árboles cortados para impedir ser
perseguidos y atacados por la retaguardia. En resumen, ambas partes tienen
posibilidades de tender emboscadas al adversario durante su marcha. El ejército
que se retira deja tropas tras él con tal propósito, situadas en valles convenientes o
montañas cubiertas de bosques; y si el enemigo cae en la trampa, vuelve de
inmediato en su ayuda. El ejército que persigue destaca varios grupos de infantería
ligera para ir por delante y, por otros caminos, interceptar al enemigo quien así se
ve sorprendido y atacado tanto al frente como a la retaguardia. El ejército que huye
puede volverse y caer sobre el enemigo mientras duerme por la noche. Y el ejército
perseguidor puede, aunque la distancia sea grande, sorprender a su adversario con
marchas forzadas. El primero intento puede darse al cruzar un río, para destruir a la
parte del ejército enemigo que ya ha cruzado. Los perseguidores pueden apresurar
su marcha para caer sobre las unidades del enemigo que aún no hayan cruzado.
XXIII CAMELLOS Y CABALLERÍA PESADA
No pocas naciones entre las antiguas llevaron en formación camellos, y los
urcilianos en África o los demás maziques hoy los llevan. Con todo se recuerda que
esa raza de animales, apta para las arenas y para soportar la sed, encuentra incluso
los caminos confundidos por el viento entre el polvo y sin errores. Por lo demás,
excepto por su novedad, si no se está acostumbrado a verlos, son ineficaces para la
guerra. Los catafracti, a salvo de las heridas por las protecciones que llevan, pero
fáciles de capturar y expuestos frecuentemente a las emboscadas por causa de la
impedimenta y del peso de las armas, mejores en la lucha contra la infantería
dispersa que contra la caballería, sin embargo rompen la formación de los
enemigos, o puestos delante de las legiones o mezclados con los legionarios,
cuando se lucha de cerca, esto es mano a mano.
XXIIII DEFENSA CONTRA CARROS CON GUADAÑAS Y ELEFANTES.
Los carros armados de guadañas fueron empleados en la guerra por Antíoco y
Mitrídates y aterrorizaron al principio a los romanos, pero después éstos los tomaron
a broma. Como un carro de este tipo no siempre encuentra un terreno llano y
nivelado, la menor obstrucción los detiene. Y si uno de los caballos resulta herido o
muerto, cae en manos enemigas. Los soldados romanos los volvieron inútiles por
medio de la siguiente contramedida: en el momento de empezar el combate,
esparcían por el campo de batalla abrojos, y los caballos que tiraban de los carros,
corriendo a toda velocidad sobre ellos, resultaban infaliblemente heridos. Un abrojo
es una máquina compuesta por cuatro pinchos dispuestos de manera que, al ser
arrojados, descansaban sobre tres de ellos y presentaba el cuarto hacia arriba.
Los elefantes, por su gran tamaño, horrible bramido y la novedad de su forma,
resultaron al principio muy terribles contra los romanos en Lucania, llevados por
Pirro. Y después Aníbal los llevó con él a la batalla en África. Antíoco en el oriente
y Yugurta en Numidia tenían gran número de ellos. Muchos artificios se han usado
contra ellos. En Lucania, un centurión cortó la trompa de uno con su espada. Dos
soldados armados de pies a cabeza en un carro tirado por dos caballos, también
cubiertos por armadura, atacaron tales bestias con lanzas de gran longitud31.
Habían cubierto, con sus armaduras, de los arqueros de los elefantes y evitaron la
furia de los animales por la agilidad de sus caballos. Soldados de infantería, con
armaduras completas y largos pinchos de hierro fijados a sus brazos, hombros y
escudos para precaverse de la trompa de los elefantes, se emplearon también
contra ellos.
Pero fueron los vélites, entre los antiguos, quienes generalmente se enfrentaban a
ellos. Eran soldados jóvenes, armados ligeramente, rápidos y muy expertos en
arrojar sus armas desde las ancas de los caballos. Tales tropas se mantenían
rondando los elefantes contínuamente y matándoles con lanzas largas y jabalinas.
Después, los soldados, al disminuir la aprehensión, les atacaban en el cuerpo y,
arrojando juntos sus jabalinas, les destruían por la multitud de heridas. Honderos
con piedras redondas, disparadas con hondas y fustibalis, mataban tanto a los
hombres que los guiaban como a los soldados que luchaban desde las torres sitas
en sus espaldas. La experiencia mostró que éste era el mejor y más seguro
sistema. Otras veces, al aproximarse tales bestias, los soldados abrían sus filas y
les dejaban pasar a través de ellas. Cuando estaban en medio de las tropas, que
les rodeaban por todas partes, eran capturados con sus guardias indemnes.
Grandes balistas, sobre carros tirados por dos caballos o mulas, se colocaban a
retaguardia del frente, de modo que cuando los elefantes se ponían a tiro podían ser
traspasados con dardos. La balista debía ser más grande, y las cabezas de los
dardos más fuertes y anchas de lo normal, para que los dardos alcanzaran más
lejos, con más fuerza y que las heridas fueran proporcionales al tamaño de las
bestias. Era necesario describir tales métodos para enfrentarse a los elefantes,
para que sea conocido si se da la ocasión de tener que enfrentarse a tan
prodigiosos animales.
XXV RECURSOS EN CASO DE DERROTA.
Si mientras una parte de vuestro ejército vence, la otra es derrotada, no debéis
desesperar pues aún en tal extremo la constancia y resolución de un general
pueden lograr una victoria completa. Hay muchos ejemplos en que la parte que no
desesperó consiguió vencer. Donde las pérdidas y ganancias son más o menos
iguales, venció quien luchó contra sus desventajas con mayor resolución. Habéis
de ser, pues, el primero en tomar el botín de los muertos y lanzar gritos de victoria.
Tales signos de confianza desmoralizan al enemigo y redoblan el valor de los
vuestros.
No obstante, aún en caso de una completa derrota, se han de intentar todos los
remedios, pues muchos generales han sido lo bastante afortunados como para
reparar tal pérdida. Un oficial prudente nunca arriesgará una batalla campal sin
tomar aquellas precauciones que le prevengan contra pérdidas considerables en
caso de derrota, pues la incertidumbre de la guerra y la naturaleza de las cosas
pueden hacer tal desgracia inevitable. La proximidad de una montaña, un puesto
fortificado en la retaguardia o una resistencia decidida a cargo de un buen cuerpo de
tropas que cubran la retirada pueden significar la salvación del ejército.
Un ejército, tras ser derrotado, a veces se ha recuperado, vuelto sobre el enemigo
y lo ha derrotado persiguiéndolo con orden y destruyéndolo sin dificultad. No
pueden estar los hombres en mayor peligro que cuando, en medio de la alegría de
la victoria, su exultación se ha convertido de repente en terror. Como quiera que
suceda, los restos del ejército han de ser inmediatamente reagrupados, reanimados
por exhortaciones convenientes y provistos con nuevas remesas de armas. Se han
de hacer inmediatamente nuevas reclutas y proveer nuevos reemplazos. Y es de la
mayor conveniencia aprovechar toda oportunidad de sorprender a los enemigos
victoriosos, llevarles a trampas y emboscadas para, de esta manera, recuperar los
ánimos decaídos de vuestros hombres. No han de ser difíciles de hallar tales
oportunidades, pues está en la naturaleza humana el actuar con poca precaución y
regocijo en la prosperidad. Si alguno cree que no queda recurso alguno tras la
pérdida de una batalla, que reflexione sobre lo ocurrido en casos similares y verá
que los que resultaron victoriosos al final fueron, a menudo, los que al principio
parecían perdedores.
XXVI MÁXIMAS GENERALES DE LA GUERRA.
Es la naturaleza de la guerra que lo que os resulta beneficioso va en desventaja
del enemigo y que, lo que a él sirve, a vosotros os daña. Es, pues, una máxima, no
nacer nunca, u omitir hacer, algo que le sirva sino atender siempre a vuestro propio
interés. Os perjudicaréis si hacéis lo mismo que él hace en su propio beneficio. Por
el mismo motivo, será malo para él imitaros en lo que ejecutáis en vuestro provecho.
Cuanto más acostumbradas estén vuestras tropas a las guardias del campamento
en lugares de frontera y cuanto más disciplinadas sean, a menos riesgos estarán
expuestas en el campo de batalla.
Los hombres han de estar suficientemente entrenados antes de llevarlos frente al
enemigo.
Es mucho mejor derrotar al enemigo por hambre, sorpresa o terror que en batallas
campales pues, en última instancia, la fortuna ha tenido a menudo más cuenta que
el valor. Tales empeños resultan mejores cuando el enemigo los ignora
completametne hasta el instante en que se ejecutan. En la guerra, se depende más
a menudo de la casuallidad que del valor.
Es de mucha utilidad atraerse a los soldados enemigos y estimularles cuando son
sinceros en su rendición, pues un adversario resulta más debilitado por la deserción
que por la muerte.
Es mejor tener varios cuerpos en reserva que extender demasiado vuestro frente.
Un general no será fácilmente derrotado si tiene una idea clara de sus fuerzas y
de las del enemigo.
El valor es superior al número.
A menudo, vale más la elección del terreno que el valor.
Pocos hombres nacen valerosos; muchos lo son por la fuerza de la disciplina.
Un ejército se fortalece con el trabajo y se debilita con la inacción.
No se han de conducir al combate las tropas sin confianza en la victoria.
Lo novedoso y la sorpresa llevan al enemigo al temor, pero lo conocido no le
afecta.
Quienes persiguen desordenadamente a un enemigo que huye, parece rehusar la
victoria que antes había ganado.
Un ejército sin suministros de grano y otras provisiones necesarias será vencido
sin lucha.
Un general cuyas tropas sean superiores tanto en número como en valor, luchará
en formación de rectángulo oblongo, que es la primera formación.
Quien se juzgue inferior debe avanzar su ala derecha oblícuamente contra la
izquierda enemiga. Ésta es la segunda formación.
Si vuestra ala izquierda es más fuerte, debéis atacar la derecha enemiga
conforme a la tercera formación.
El general que pueda confiar en la disciplina de sus hombres debe empezar el
combate atacando enseguida los flancos enemigos; ésta es la cuarta formación.
El que tenga buenas tropas de infantería ligera, la formará delante de su centro y
cargará sobre los flancos enemigos enseguida. Ésta es la quinta formación.
Quien no pueda fiar en el valor o número de sus tropas, si está obligado a
combatir, debe empezar la lucha con su ala derecha y tratar de romper la izquierda
enemiga; el resto del ejército permanecerá formada en una línea perpendicular al
frente y extendido hacia la retaguardia, como una jabalina. Esta es la sexta
formación.
Si vuestras fuerzas son pocas y débiles en comparación con el enemigo, debéis
usar la séptima formación y cubrir uno de vuestros flancos por una altura, una
ciudad, el mar, un río o alguna protección de tal índole.
Un general que tiene buena caballería debe elegir el terreno adecuado a ella y
emplearla principalmente en el combate.
Quien tenga una buena infantería debe escoger la situación más adecuada a ella
para servirse de todas sus ventajas.
Si en el campamento se introduce algún espía, ordenad a todos vuestros soldados
que se introduzcan en sus tiendas y lo aprehenderéis de inmediato.
Si véis que el enemigo conoce vuestros planes, cambiadlos inmediatamente.
Consultad con muchos las medidas que se hayan de tomar, pero comunicad a
pocos los planes que queréis ejecutar y que éstos sean de la mayor fidelidad o, aún
mejor, no lo digáis a nadie.
El castigo y el miedo son necesarios para mantener el orden de los soldados en el
cuartel; pero en el campo de batalla se les estimula más con la esperanza y la
recompensa.
Los buenos oficiales nunca combaten en batallas campales a menos que se les
presente una oportunidad o les obligue la necesidad.
Derrotar al enemigo por hambre antes que por la espada es una muestra de
habilidad excelente.
Muchas normas se pueden dar respecto a la caballería. Pero, pues que esta arma
ha crecido en perfección desde los antiguos escritos y se han hecho considerables
mejoras en sus formaciones y maniobras, en sus armas y en la calidad y manejo de
sus caballos, nada se puede obtener de sus escritos. Nunca disciplina actual es
bastante.
El orden de combate debe ser cuidadosamente ocultado al enemigo, para que no
pueda precaverse contra aquél y tomar sus propias medidas.
Este compendio de los más eminentes escritores militares, Invencible Emperador,
contiene las máximas e instrucciones que nos han dejado los autores antiguos,
probados en varias épocas y confirmados en repetidas experiencias. Los persas
admiran vuestra habilidad como arquero, los hunos y alanos tratan en vano de imitar
vuestra destreza como jinete, los sarracenos e indios no pueden igualar vuestra
rapidez en la carrera, y aún los maestros de armas tratan de aprehender alguna
parte de vuestra sabiduría y experiencia, de las que habéis dado tantos ejemplos
con Vuestra propia actividad. ¡Qué glorioso, así pues, resulta Vuestra Majestad,
con tantas virtudes unidas al conocimiento del arte de la guerra y de la conquista, y
que maravilla al Imperio con su conducta y valor tanto ejecutando los deberes del
soldado como los del general!.
LIBRO IV
I De la fortificación natural y artificial de las plazas.
II De la necesidad de construir las murallas con ángulos y no en línea
recta.
III De cómo se debe usar en la muralla la tierra extraída del foso.
IIII De rejas y puertas y de cómo protegerlas del fuego.
V De los fosos
VI De cómo protegerse de la flechas de los asediadores.
VII De los medios por los que los asediados pueden evitar el hambre.
VIII Del aprovisionamiento de municiones para la defensa de las plazas.
VIIII De lo que se debe hacer cuando fallan las cuerdas de las máquinas.
X De las maneras de impedir la falta de agua en la plaza.
XI De cómo solucionar la falta de sal
XII De cómo rechazar un primer asalto.
XIII De las máquinas para atacar las plazas.
XIIII Del carnero, la guadaña y la tortuga.
XV De las vineas, el mantelete y el caballero.
XVI Del musculus.
XVII De las torres de asalto.
XVIII De cómo prender fuego a una torre de asalto.
XVIIII De cómo aumentar la altura de las murallas.
XX Del uso de minas para defenderse de las torres de asalto.
XXI De las escalas, arpa, exostra y tollenon.
XXII De las Balistas, Onagros, Escorpios, Ballestas, Fustibales, Hondas, etc.
Para defender la plaza.
XXIII De los colchones, nudos corredizos, lobos y columnas pesadas contra
el ariete.
XXIIII De las minas, sean para derruir las murallas, sean para penetrar la plaza.
XXV Último recurso de una plaza forzada.
XXVI De las precauciones a tomar para evitar que el enemigo tome
furtivamente los muros.
XXVII De los engaños de los asaltantes.
XXVIII De cómo los asaltantes pueden protegerse de los engaños de los
asediados.
XXVIIII De las máquinas que sirven para la defensa de las plazas.
XXX De cómo saber la altura de las murallas.
XXXI De cómo los Romanos siempre tuvieron una flota presta.
XXXII De los oficiales de las flotas navales.
XXXIII Del origen de las galeras (liburnae).
XXXIIII Del cuidado con que son construidos los navíos de Liburnia.
XXXV De las reglas a seguir para cortar las maderas.
XXXVI Del mes en que se deben cortar las maderas.
XXXVII Del tamaño de las galeras.
XXXVIII Del nombre y número de los vientos.
XXXVIIII De los meses más seguros para la navegación.
XL De los signos para reconocer la proximidad de una tormenta.
XLI De los pronósticos del buen y el mal tiempo.
XLII Del flujo y el reflujo.
XLIII Del conocimiento de los lugares, o de la maniobra.
XLIIII De las armas y máquinas navales.
XLV De los engaños que se practican en el mar. De lo que sucede en
las batallas navales en mar abierto. Enumeración de las armas
que son necesarias. De los postes herrados, de las hoces, y de las
hachas de doble hoja.
XLVI ¿Qué hacer cuando se emprende una batalla naval en un combate
abierto?
Prólogo
Es gracias al establecimiento de pueblos y ciudades que el hombre grosero y
salvaje de los orígenes del mundo se distinguió de las bestias salvajes y de los
animales en general. El bien común hizo nacer el nombre de república. Es por esto
que las naciones más poderosas y los príncipes que reciben su título del mismo
Dios, no han podido imaginar mayor gloria que fundar ciudades o dar su propio
nombre a otras ya fundadas, a la vez que las engrandecen. Es en esto en lo que
Vuestra Serenidad se lleva la palma. Otros príncipes han trabajado con pocas
ciudades o incluso en una sola; vuestra Piedad , por sus continuos trabajos, ha
llevado a un número inmenso a un punto tal de perfección que menos parecen
erigidas por la mano de los hombres que por la voluntad del cielo.
Vuestra felicidad, vuestra moderación, la pureza de vuestras costumbres, vuestra
ejemplar clemencia, vuestro amor por las cosas del espíritu, os colocan por encima
de todos los emperadores. Contemplamos los bienes que nos vienen de vuestra
virtud y vuestro reino; poseemos lo que era deseado en los siglos precedentes y lo
que la posteridad querría ver durar para siempre. Nos felicitamos, con todo el
universo, de haber recibido todo lo que los deseos humanos pueden pedir y todo lo
que la bondad divina les puede conceder. Nada demuestra mejor la utilidad de las
fortificaciones, y la sabiduría de las ideas de vuestra Majestad en las grandes obras
que ha encargado, que el ejemplo de Roma misma, que en otros tiempos debió la
salud de sus ciudadanos a la defensa del Capitolio: un solo fuerte salvó a esta
ciudad, destinada al imperio de todo el mundo. El ataque y la defensa de las plazas
son pues un tema muy importante, que entra necesariamente en la obra que he
empezado por orden de vuestra Majestad. Voy a tratarlo metódicamente, según los
diferentes autores que han escrito sobre el mismo; no me quejaré por hacer un
trabajo que puede contribuir tanto a la utilidad pública.
I De la fortificación natural y artificial de las plazas.
Las plazas y castillos son fuertes bien por la naturaleza, bien por el arte, y mejor
aún cuando lo son por la una y por el otro: por la naturaleza, cuando se asientan
sobre lugar elevado o escarpado, rodeado de mar, de marismas o de ríos; por el
arte cuando se los rodea de murallas y de fosos. Es mejor y más seguro aprovechar
las ventajas naturales del lugar cuando se trata de construir una plaza, pues si se
las olvida, todo se ha de basar en la industria y el trabajo. Sin embargo se
encuentran antiguas plazas dispuestas en llanuras abiertas, que a pesar de ello se
han convertido en inexpugnables a fuerza de trabajos y arte.
II De la necesidad de construir las murallas con ángulos y no en línea
recta.
Nuestros antepasados ya vieron que no se debía hacer el cercado de una plaza
en una línea continua, a causa de los arietes que abrían brechas con toda facilidad;
pero por medio de torres erigidas en las murallas, muy cercanas entre sí, las
murallas presentaban salientes y entrantes. Si los enemigos querían colocar escalas
o acercar máquinas contra una muralla de esa construcción, se les veía de frente,
de lado y casi que por detrás; así se encontraban como rodeados en medio de las
baterías de la plaza, que les fulminaban.
III De cómo se debe usar en la muralla la tierra extraída del foso.
Esta es la manera de construir la muralla para dotarla de la máxima fuerza: Se
construyen dos muros paralelos a veinte pies de distancia uno del otro; en este
espacio, que será el espesor de la muralla, se tira la tierra que se extraiga del foso,
y se compacta a fuerza de golpes. Los dos muros no se elevan a la misma altura: el
que mira hacia el interior de la plaza debe ser mucho más bajo que el otro, a fin de
poder construir una pendiente suave y cómoda para subir desde el pueblo a sus
defensas.
Es difícil para un ariete derribar un muro que está sostenido por tierras; y si por
azar derriban las piedras de la muralla, esta masa de tierras compactas aún resistirá
sus golpes como si de una verdadera muralla se tratara.
IIII De rejas y puertas y de cómo protegerlas del fuego.
Se trata de cómo proteger las puertas del fuego que se les pueda lanzar. Para
conseguirlo, se deben cubrir de pieles frescas o de planchas de hierro; pero estas
soluciones no son tan buenas como la de nuestros antepasados, que consistía en
añadir delante de la puerta un espacio, en la entrada del cual se coloca una reja
colgada de sogas o cadenas de hierro: si los enemigos intentan entrar, la reja cae
sobre ellos, los encierra y los libra a los asediados. Es necesario, sin embargo,
construir la muralla sobre la puerta con matacanes, para poder lanzar agua sobre
ella si el enemigo consigue prenderle fuego.
V De los fosos
Es necesario construir fosos delante de las plazas, muy anchos y profundos, para
que los asediadores no puedan llenarlos fácilmente, y para que las aguas de los
mismos, filtrándose en sus minas, les impidan continuarlas. La profundidad de los
fosos y sus aguas son los mayores obstáculos para esos trabajos subterráneos.
VI De cómo protegerse de la flechas de los asediadores.
Es muy de temer que la gran cantidad de flechas que los asaltantes pueden lanzar
haga abandonar las murallas y les facilite escalar hasta la plaza, así que la mayoría
de la guarnición debe tener grandes escudos y armaduras completas; y para
protegerlos aún mejor, se deben tender sobre las murallas lienzos de tela y mantas
de crin. Esta doble protección flotante amortigua el impacto de las flechas, y
difícilmente las deja pasar.
Se ha de añadir a todo esto la invención de las metellas, que son cajas de madera
llenas de piedras; se colocan a lo largo de los parapetos con un arte tal que los
asaltantes, al subir por las escalas, no pueden tocarlas sin producir una lluvia de
piedras sobre sus cabezas.
VII De los medios por los que los asediados pueden evitar el hambre.
En su momento hablaremos de los diferentes métodos de ataque y defensa; pero
antes es necesario saber que hay dos maneras, en general, de atacar una plaza: la
primera, tomándola por la fuerza, por medio de asaltos; la segunda cuando,
después de haber sitiado la plaza, se desvían las fuentes de agua de los sitiados, y
se les corta la provisión de víveres, para conseguir su rendición por el hambre; y es
la manera más fácil de desmoralizar a los sitiados, sin correr riesgo alguno. Para no
correr este riesgo, es necesario a la más mínima sospecha de las intenciones de
enemigo, transportar a la plaza todos los víveres que se puedan encontrar en el
campo a fin de que los sitiados puedan tener más incluso de lo necesario, y que la
escasez obligue a los enemigos a retirarse. Es adecuado salar no solamente los
cerdos sino también todos los animales que no puedan mantenerse vivos en un
espacio cerrado, para proporcionar carne a los sitiados. La volatería es necesaria
para los enfermos y se alimenta con poco gasto en la plaza. Es imprescindible reunir
todo el forraje posible y quemar todo lo que no se pueda llevar. Se deben hacer
también grandes provisiones de vino, vinagre, de frutas y legumbres de todos los
tipos, y no dejar nada que pueda ser de utilidad para el enemigo. Se debe tener
gran cuidado de los jardines públicos y particulares, pues son muy útiles en esas
circunstancias.
Pero de nada sirve reunir gran cantidad de alimentos si la distribución de los
mismos no se hace desde el principio con sabiduría. Aquellos que han vivido en una
economía de la abundancia nunca han estado expuestos al hambre. A menudo se
ha hecho salir de una plaza sitiada a las mujeres, los niños y los ancianos por temor
a que la escasez de víveres forzara a la guarnición a rendirse.
VIII Del aprovisionamiento de municiones para la defensa de las plazas.
Se debe hacer provisión de betún, azufre, pez líquida, y ese aceite al que llaman
incendiario para quemar las máquinas del enemigo. Se debe guardar en los
almacenes suficiente hierro y acero, junto con carbón, para fabricar armas, y
madera preparada para fabricar astas de todo tipo y manera. Se deben recoger de
las riveras todo tipo de piedras redondas, pues son más pesadas y se lanzan mejor.
Estos cantos se amontonan en las torres y murallas, los más pequeños para ser
lanzados a mano o con la honda o el fustibal (honda con asta), los medianos para
ser lanzados con los onagros (catapultas); y se colocan los mayores y más
redondos a lo largo de los parapetos, para aplastar a los asaltantes y destrozar sus
máquinas. También se construyen grandes ruedas de madera verde, o bien se
cortan grandes cilindros de los troncos de los árboles más gruesos, pulidos para que
puedan rodar bien. Estas masas, dejadas caer por su propio peso sobre los
escombros de las brechas de las murallas, derriban a los enemigos y producen
temor por doquier. También es necesario tener en el almacén postes, maderos y
clavos de todos los tamaños; pues la única manera de enfrentarse a las máquinas
de los asaltantes es con otras máquinas, sobre todo cuando se trata de aumentar
rápidamente la altura de murallas y parapetos para no ser dominados por las torres
móviles de los asediantes.
VIIII De lo que se debe hacer cuando fallan las cuerdas de las máquinas.
Es necesario prestar una atención particular a dotarse de cuerdas de nervios
(tendones): Los onagros, las balistas y las otras máquinas no sirven para nada si no
son armadas con cuerdas de este tipo. Algunos aseguran sin embargo que las
cuerdas de crin de caballo sirven igualmente; y está fuera de toda duda, sobre todo
por la experiencia práctica que tuvieron los romanos en un caso de urgencia, que
los cabellos de mujer no tienen menor fuerza. En el sitio del Capitolio, las máquinas
estaban desarmadas a fuerza de usarlas, y carecían totalmente de cuerdas de
nervios, las damas hicieron donación de sus cabellos a los maridos, que rearmaron
las máquinas y rechazaron vigorosamente a los enemigos: loable sacrificio, que
preservó la libertad de esas damas virtuosas y la de sus esposos. También es
necesario hacer acopio de mantas de pelo y pieles crudas, para cubrir las balistas y
las otras máquinas.
X De las maneras de impedir la falta de agua en la plaza.
Es una gran ventaja para una plaza estar surtida en el interior de su cercado de
fuentes que no se agoten. Cuando no se dispone de ellas, es necesario excavar
pozos profundos y extraer el agua con cubos. Pero si el asedio se da en una
fortaleza erigida en terreno montañoso, o en terreno seco o rocoso como suele
ocurrir, se deben buscar vías de agua más bajas, fuera del cerco de la plaza, y se
las protege con las baterías de las murallas y de las torres para asegurar la
comunicación. Y si la fuente está fuera del alcance de nuestras armas, pero a nivel
inferior y del lado de la plaza, es necesario construir entre la plaza y la fuente un
pequeño fuerte, que se suele llamar burgo, en el que se colocan balistas y arqueros
para alejar a los enemigos y defender a las gentes enviadas para acarrear el agua.
También se deben excavar grandes cisternas en todos los edificios públicos, y en
gran parte de las casas particulares, para recoger las aguas de lluvia. Por lo demás,
la sed raramente ha hecho caer una plaza, por poca agua que haya disponible,
siempre que los asediados solo la usen para beber.
XI De cómo solucionar la falta de sal
Si se está asediado en una villa costera, y se agota la sal, se debe desviar el agua
del mar por canales hasta estanques llanos, donde el calor del sol la reducirá a sal.
Pero si el enemigo os impide recoger el agua, como puede llegar a pasar, se
recogen las arenas que la tormenta haya acercado, y se lavan en agua dulce que la
acción del sol convertirá también en sal.
XII De cómo rechazar un primer asalto.
Cuando se atacan plazas por la fuerza, el peligro es recíproco: sin embargo
cuesta más sangre a los asediadores por los asaltos sangrientos que realizan,
aunque los asediados sienten más el efecto del miedo. La violencia de los
asaltantes amenazando con tomar la plaza, el aspecto aterrador de las tropas
luchando bajo las murallas, el sonido de las trompetas, los gritos de los hombres,
aterrorizan más cuanto menos acostumbrado se esté a ello. Entonces, si los
asediados no están acostumbrados a los peligros, y se dejan sorprender por el
primer asalto, se colocan las escalas y la villa puede darse por tomada. Pero si este
primer asalto es soportado de forma rigurosa por gente aguerrida, el valor se crece
también entre los asediados; el miedo desaparece y las dos partes acaban usando
solamente la fuerza y el arte.
XIII De las máquinas para atacar las plazas.
Para tomar una plaza se puede usar: tortugas (testudos), carneros (arietes),
guadañas, vineas (galerías cubiertas), manteletes, musculus (otro tipo de galerías) y
torres. Voy a mostrar la forma de construir estas máquinas, junto con la manera de
usarlas en el ataque y de resistirse a ellas en la defensa.
XIIII Del carnero, la guadaña y la tortuga.
Se construye la tortuga con un armazón de tablones, y se la protege del fuego
cubriéndola de cueros crudos, mantas de pelo o piezas de lana: la tortuga protege
una viga armada en uno de sus extremos de un hierro ganchudo usado para
arrancar las piedras de las murallas: entonces se llama guadaña a dicha viga,
debido a la forma del hierro; o bien se la arma de una gran pieza de hierro, a la que
se llama carnero, ya sea porque derriba las murallas por la dureza de su frente, o
bien porque recula, a la manera de los carneros, para volver a golpear enseguida
con más fuerza. La tortuga es llamada así también por su parecido al animal del
mismo nombre. De la misma manera que la tortuga esconde la cabeza o la saca,
esta máquina retira y vuelve a sacar la viga para golpear con más fuerza.
XV De las vineas, el mantelete y el caballero.
Antiguamente se llamaba Vineas a las galerías de aproximación, a las que los
soldados dan hoy en día un nombre bárbaro (causias). Esta máquina se construye
con una estructura de carpintería ligera, de siete pies de alto, ocho pies de ancho y
dieciséis pies de largo, con un doble techo de tablas y planchas. Sus lados se
cubren con un tejido de mimbres impenetrable a piedras y proyectiles; y por temor al
fuego se cubre todo su exterior con cueros frescos o mantas de lana; se colocan
varias de estas máquinas, unidas por el extremo, de forma que los asaltantes
pueden avanzar a cubierto hasta el pie de las murallas, para minarlas. Los
manteletes están hechos de carpintería ajustada y recubiertos de un tejido de
mimbres, guarnecido de pieles frescas o piezas de lana. Se las colocan a placer,
como carretas, por medio de tres pequeñas ruedas colocadas, una en el centro de
la parte delantera, y las otras dos en los dos extremos traseros. Los asediadores
acercan estos manteletes a las murallas; y desde esa protección desalojan a los
defensores de las murallas a base de flechas, con las hondas y con proyectiles de
todo tipo, para facilitar la escalada. El caballero es una plataforma que se va
elevando por medio de maderas y tierra contra las murallas, para lanzar proyectiles
hacia la plaza.
XVI Del musculus.
Llamamos musculus a unas pequeñas máquinas bajo las que los asaltantes
rellenan el foso de la plaza con piedras, tierras y manojos que acercan hasta el
mismo.; consolidan y aplanan el terreno para que las torres de asalto puedan
acercarse a las murallas sin obstáculo alguno. Se les llama musculus por el nombre
de un animal marino. Al igual que dicho pez sirve de guía a las ballenas, y les es de
gran utilidad, a pesar de su diminuto tamaño, de la misma manera estas pequeñas
máquinas destinadas al servicio de las grandes torres, caminan delante de ellas
abriéndoles paso y franqueándoles el camino.
XVII De las torres de asalto.
Las torres son grandes construcciones de vigas y maderos, revestidas con
cuidado de cueros crudos o mantas de lana para protegerlas del fuego del enemigo.
Su anchura es proporcional a la altura, a veces tienen treinta pies en cuadrado, a
veces cuarenta o cincuenta: pero su altura excede la de las murallas o las torres de
piedra más altas. Están construidas con destreza sobre numerosas ruedas, que
permiten mover estas masas prodigiosas. La plaza está en claro peligro cuando una
de estas torres logra unirse a las murallas; sus pisos se comunican interiormente por
escalas, y contiene en su interior diferentes máquinas para conquistar la villa. En el
piso inferior hay un carnero (ariete) para abrir brecha en las murallas; el piso central
tiene un puente hecho con dos armazones y rodeado de un parapeto. Este puente
puede ser lanzado y colocado entre la torre y lo alto de la muralla y crea un pasillo
por el que los soldados pueden penetrar en la plaza. La parte superior de la torre
está ocupada por combatientes armados de lanzas, arcos y piedras para limpiar de
defensores las murallas. Desde el momento en que llegamos a esta situación, la
villa es tomada en poco tiempo. ¿Qué recurso les queda a los que se confían a la
altura de sus murallas cuando de pronto ven una más alta sobre su cabeza...?
XVIII De cómo prender fuego a una torre de asalto.
Hay varias maneras de defenderse de estas temibles máquinas. Si los asediados
tienen el coraje y la seguridad suficiente, pueden hacer una salida con tropas de
élite; y después de rechazar al enemigo, pueden arrancar los cueros que cubren la
torre y prenderle fuego: pero si la guarnición no osa arriesgarse a una salida, se
pueden lanzar con grandes balistas unos proyectiles llamados malleolus u otros
llamados falaricas que atraviesan los cueros y las coberturas, y llevan el fuego hasta
las maderas. Los malleolus (martillitos) son una especie de flechas ardientes, que
prenden fuego en todas las partes donde se clavan. La falarica es una especie de
lanza armada con una gran punta, entre la cual y el asta se atan unas estopas
empapadas de azufre, betún, resina y aceite incendiario. Este proyectil, lanzado por
las balistas, atraviesa las coberturas de la torre, se clava en el cuerpo de la máquina
y normalmente le prende fuego. Si se escoge un momento en que los asaltantes
tengan la guardia baja, por medio de cuerdas se hace descender las murallas a
unos cuantos hombres con linternas encendidas, y se les vuelve a subir después de
que hayan prendido fuego a las máquinas.
XVIIII De cómo aumentar la altura de las murallas.
Los asediados, para no ser dominados y atacados por una máquina más alta que
sus defensas, remontan la parte de muralla por donde la torre intenta acercarse; y
eso se consigue con una construcción de piedra y cemento, de tierra o de ladrillo, o
incluso de carpintería. Esas torres temibles dejan de serlo en cuanto se ven
inferiores a las defensas que se les oponen. Pero los atacantes suelen emplear una
treta para esto.
La máquina aparece de menor altura que las murallas de la plaza; y de hecho lo
es, pero encierra en su interior una pequeña torreta invisible para los asediados, y
que se hace subir por medio de cuerdas y poleas en el momento adecuado; de
pronto se eleva por encima de las defensas de la plaza y los soldados que hay en
ella penetran en la villa.
XX Del uso de minas para defenderse de las torres de asalto.
A veces se colocan largas vigas revestidas de acero en el camino de las torres de
asalto para alejarlas de las murallas. En el sitio de Rodas los asediadores habían
construido una torre de asalto, muy superior en altura a las murallas y torres de la
villa, pero un ingeniero imaginó un sistema para inutilizarla. Durante la noche excavó
una galería subterránea que pasaba por debajo de las murallas de la plaza, llegando
hasta un lugar por donde la torre debía pasar al día siguiente, en su camino hacia
las murallas. Los enemigo, sin sospechar ningún artificio, condujeron la torre hasta
el lugar minado. La galería no pudo soportar el peso enorme de la torre, y se hundió
de manera que no fue posible retirar la torre del lugar. Tuvieron que dejarla allá, lo
que salvó la plaza.
XXI De las escalas, arpa, exostra y tollenon.
En cuanto la torre de asalto llegaba a las murallas, los honderos con piedras, los
arqueros, los manubalistarios y ballesteros con flechas y en general todos los
hombres con armas arrojadizas, desalojaban a los asediados de los contrafuertes; y
acto seguido se alzan las escalas: pero generalmente se está expuesto a la suerte
de Capaneo, a quien se atribuye la invención de la escalada, y a quien los tebanos
precipitaron tan violentamente que los poetas temieron que hubiese sido alcanzado
por un rayo. Los asaltantes se sirven de otros medios para tomar la plaza, como por
ejemplo el Arpa o puente colgante, la Exostra o pasarela extensible y el Tollenon o
báscula. El Arpa es una especie de puente levadizo, llamado así por su parecido
con el instrumento musical del mismo nombre: es un puente de estructura ligera,
unido perpendicularmente a la torre, y es bajado por medio de cuerdas y poleas
hasta alcanzar la muralla; e inmediatamente los soldados saliendo de la torre, y se
lanzan sobre las murallas atravesando el pasadizo. La Exostra es el mismo puente
que hemos descrito antes, y que se extiende desde la torre hasta la muralla. El
Tollenon es una báscula hecha con dos grandes trozos de madera, la una bien
plantada en tierra y la otra, mucho más larga, bien asentada al través en la punta de
la primera, y en equilibrio de manera que cuando se baja uno de los extremos, el
otro se eleva. En ese extremo se ata una caja de mimbre o madera con un puñado
de soldados en su interior; y bajando el otro extremo, se les hace alcanzar la altura
de las murallas.
XXII De las Balistas, Onagros, Escorpios, Ballestas, Fustibales, Hondas, etc.
Para defender la plaza.
Los asediados oponen a las máquinas de asalto que acabamos de nombrar otras
llamadas balistas, onagros, escorpios, ballestas, fustibales, hondas y flechas.
La balista se monta con cuerdas de tendones; y dispara más lejos cuanto mayor es
la longitud de sus brazos; siempre que haya sido construida según las proporciones
dictadas por el arte, y servida por personal preparado que haya estudiado su
alcance, puede atravesar todo lo que golpea. El onagro se usa para lanzar piedras;
y según su tamaño y el grosor de las cuerdas de tendones, puede lanzar cuerpos
más o menos pesados, con una violencia comparable al rayo. Estas dos máquinas
son las más terribles de todas. Lo que hoy es llamado manubalista, era llamado
antiguamente escorpio, porque esta máquina mata con dardos finos y delgados. Me
parece superfluo describir el fustibal, la ballesta o la honda, armas suficientemente
conocidas por el uso que se hace de ellas en la actualidad. Añado que en lo
referente al onagro, las masas que lanza son de un peso suficiente para destrozar
no solo a hombres y caballos sino también a las máquinas del enemigo.
XXIII De los colchones, nudos corredizos, lobos y columnas pesadas contra
el ariete.
Hay varios medios de resistir el ataque de los arietes y hoces. Algunos bajan por
medio de cuerdas unos colchones y mantas de lana, a lo largo de la muralla, por
delante del lugar donde golpea el ariete, para amortiguar la violencia de los golpes.
Otros enlazan la cabeza del ariete con nudos corredizos, tiran de ellos a fuerza de
brazos desde lo alto de las murallas y consiguen volcar ariete y tortuga. Muchos
cuelgan de cuerdas unos hierros dentados, a manera de pinzas, que se llama lobo,
con el que agarran el ariete y lo levantan de manera que no pueda seguir su labor.
Otras veces se tiran de lo alto de las murallas columnas y masas de piedras o
mármol sobre los arietes para destrozarlos. Si a pesar de todo esto el ariete perfora
la muralla, cosa que ocurre a menudo, la única solución posible es derruir las
viviendas y construir otro muro interior, combatiendo a los enemigos sobre las
murallas si intentan forzarlas.
XXIIII De las minas, sean para derruir las murallas, sean para penetrar la plaza.
Hay otra manera, silenciosa y traicionera, de tomar las plazas: son las minas o
conejeras, porque se parece a las galerías de los conejos. Se emplea un gran
número de trabajadores para abrir la tierra, como hacen los mineros para sacar la
plata y el oro de la tierra de los Besas32, pueblos industriosos en la excavación de
minas de oro y plata, y se dirige hacia la villa una galería subterránea. Esta obra
tiene dos usos posibles: o bien los asaltantes la hacen llegar hasta el interior de la
plaza, se introducen de noche, sin que los asediados se aperciban, abran las
puertas de la plaza a sus gentes y degüellen a los habitantes en el interior de sus
casas; o bien cuando los mineros llegan a los cimientos de las murallas, los excavan
a lo largo, por gran extensión, y los apuntalan con maderos secos, que rodean de
sarmientos y diferentes materiales combustibles. Después de haber dispuesto las
tropas para el asalto, se prende fuego al apuntalamiento y la muralla, hundiéndose
de golpe, abre una larga brecha que permite el asalto.
XXV Último recurso de una plaza forzada.
Hay multitud de ejemplos de villas forzadas y tomadas por sorpresa, que han
logrado hacer perecer a todos los enemigos que habían entrado en ellas. En
realidad la villa no se puede considerar perdida si los asediados siguen siendo
dueños de las murallas, las torres y los lugares altos de la plaza. Desde la altura, la
guarnición puede rodear a los infiltrados y atacarlos por todos lados, en las calles y
las plazas, mientras que desde las ventanas y los tejados de las casas, la burguesía
de todo sexo y edad hace llover sobre ellos piedras y dardos. Para no correr este
riesgo, normalmente se abren las puertas a los asediados para evitar la decisión de
una defensa obstinada, producida por la desesperación.
XXVI De las precauciones a tomar para evitar que el enemigo tome
furtivamente los muros.
A menudo los asaltantes usan del engaño, simulan retirarse y levantar el asedio;
pero en cuanto la guarnición, creyéndose segura, abandona la guardia de las
murallas, aprovechando la oscuridad de la noche vuelven sobre sus pasos y escalan
los muros. Por esto es imprescindible hacer una guardia más estricta cuando el
enemigo se retira que antes. Por la misma razón, las murallas y las torres deben
estar dotadas de garitas donde los centinelas estén a cubierto del frío y la lluvia
durante el invierno, y del ardor del sol durante el verano. En ocasiones se alojan en
las torres perros feroces, de buena nariz, para olfatear de lejos a los enemigos que
se aproximan; y se cuenta que las ocas tiene similar sagacidad para alertar con sus
gritos los ataques nocturnos. Roma no hubiese subsistido al ataque de los galos,
que ya entraban en el Capitolio, si Manlio, alertado por los gritos de las ocas, no
hubiese salvado la ciudadela con su valor. Así, estos hombres que iban a ser
sojuzgados, conservaron la libertad gracias a la vigilancia de un ave, o una suerte
increíble.
XXVII De los engaños de los asaltantes.
No solo en los asedios sino que en todo lo que concierne a los asuntos de la
guerra, es imprescindible estudiar y conocer a fondo las costumbres de los
enemigos. Solo se encontrará la ocasión apropiada para tenderle trampas si se
conocen los momentos en que relaja la guardia, que presta menos atención: si es a
mediodía, por la tarde o por la noche cuando sus soldados comen o reposan. En
cuanto son conocidas estas costumbres de los asediados por los asaltantes, se
suspenden los ataques a esas horas para fomentar la negligencia; y cuando se han
confiado lo suficiente, debido a la falta de ataques en esos momentos, se acercan
las máquinas rápidamente, se levantan las escalas y se toma la plaza. Por esto es
necesario disponer en las murallas montones de piedras y máquinas siempre
preparadas, para que si se produce un ataque sorpresa, los soldados que acuden a
la primera señal de alarma tengan siempre a mano proyectiles para usar contra los
enemigos.
XXVIII De cómo los asaltantes pueden protegerse de los engaños de los
asediados.
La negligencia expone a los asaltantes, al igual que a los asediados, al peligro de
los ataques por sorpresa. Pues si la guarnición sabe aprovechar los momentos
adecuados, puede hacer una salida, matar fácilmente a los que coja desprevenidos,
quemar los arietes, las máquinas y plataformas y destruir todas las obras de asedio.
Pero los asaltantes deben excavar alrededor de la plaza, fuera del alcance de los
proyectiles, un gran foso, rodeado con una empalizada de tierra y madera,
flanqueada por pequeñas torres para impedir las salidas de los asediados. Esta obra
se llama contravallado y suele encontrarse citado en las crónicas, en la descripción
de los asedios, que tal o cual villa ha sido rodeada por una construcción similar.
XXVIIII De las máquinas que sirven para la defensa de las plazas.
Las mismas máquinas sirven para el ataque y para la defensa de las plazas, con
la diferencia de que las armas arrojadizas, ya sean dardos arrojadizos33, picas,
lanzas o jabalinas golpean más duramente cuando son lanzadas desde arriba. De la
misma manera, las flechas disparadas por los arcos, y las piedras lanzadas con la
mano, la honda o el fustibal, alcanzan mayor distancia cuanto mayor es la altura
desde la que son lanzadas. En cuanto a las balistas y onagros, si son servidos por
gentes hábiles, sobrepasan a todas las otras máquinas y no hay valor ni armadura
que protejan de sus golpes: como el rayo, rompen y destruyen todo lo que alcanzan.
XXX De cómo saber la altura de las murallas.
Para que las escalas y máquinas cumplan con la función que se espera de ellas,
es necesario construirlas con una altura superior a la de las murallas. Hay dos
métodos para encontrar esa medida. El primero consiste en atar una cinta delgada y
ligera a la punta de una flecha que se lanza contra la muralla; y cuando llega a la
parte superior de la misma, se estima la altura de la muralla según la longitud
conocida de la cinta: o si se prefiere, se puede medir esa altura gracias a la sombra
de las murallas y torres, sin que los asediados se den cuenta. Se planta en tierra un
poste de diez pies de altura, y se mide la longitud de la sombra que proyecte.
Entonces se puede calcular la altura de las murallas por la proporción entre las
longitudes de las dos sombras, al saber lo que mide la sombra del poste.
A mi parecer, he redactado por el bien público todo lo que los autores militares nos
han legado desde la antigüedad y las novedades que la experiencia nos ha
enseñado en los últimos tiempos sobre el ataque y la defensa de las plazas. Y repito
una vez más que es imprescindible tomar las mayores precauciones para evitar la
falta de víveres o de agua, pues es mal sin remedio. Se tienen que almacenar más
provisiones de las necesarias para subsistir el máximo tiempo que el enemigo
pueda tener la plaza asediada.
Aquí comienza el Libro V de la traducción francesa.
XXXI34 De cómo los Romanos siempre tuvieron una flota presta.
Después de haber tratado, por orden de vuestra Majestad, de la guerra que se
desarrolla en tierra, solo queda, a mi parecer, hablar de la marina ; y no hay mucho
que decir sobre este aspecto de la milicia, pues estando la mar en paz desde hace
tanto tiempo, solo tenemos pendencias con las naciones bárbaras en tierra.
El pueblo romano, desde el principio de su historia, siempre había tenido una flota
equipada para la grandeza y el bien del estado; no por una necesidad bélica
concreta, sino por la posibilidad de dicha necesidad, dicha flota siempre estaba
presta a zarpar. Nadie osa insultar fácilmente a una potencia preparada para resistir
y tomar cumplida venganza. Siempre se disponía de dos flotas preparadas en
Misena y Rávena compuestas por una legión cada una. Estos puertos fueron
designados por su cercanía a Roma y para velar por su seguridad, y a la vez para
poder salir sin retrasos ni rodeos en dirección a cualquier parte del mundo. La flota
de Misena estaba próxima a las Galias, las Españas, la Mauritania, Africa y Egipto,
Cerdeña y Sicilia ; y la flota de Rávena tenía ruta directa hacia el Epiro, la
Macedonia, la Propóntide, el Ponto, Oriente, las islas de Creta y de Chipre. Esta
situación era muy ventajosa, pues en las expediciones, a menudo la velocidad es
más importante que la fuerza o el valor.
XXXII De los oficiales de las flotas navales.
Da aquí comienzo el Libro V, tanto en la traducción francesa como en la de Jaime de Viana,
aunque el texto latino original lo engloba en el Libro IV. Como se cambiaba totalmente de tema (de
poliorcética a guerra naval) y existía un primer párrafo a modo de prefacio, ambos traductores
decidieron iniciar aquí la cuenta de un nuevo libro. Nosotros hemos preferido mantener la estructura
y numeración del original latino. (N. de los Traductores)
El prefecto de la flota de Misena estaba al mando de las galeras (liburnae) de los
mares de la Campania, y el de la flota de Rávena de los mares Jonios. Diez
tribunos, comandando otras tantas cohortes, obedecían a cada uno de estos
oficiales. Cada galera tenía su capitán, que, a excepción de algunas partidas del
servicio de marineros, estaba al cargo de controlar las funciones cotidianas de
timoneles, remeros y soldados.
XXXIII Del origen de las galeras (liburnae).
A lo largo del tiempo, diversas provincias han sido muy poderosas en el mar, lo
que les ha hecho imaginar diferentes tipos de navíos. Pero debido a la gran victoria
que Augusto obtuvo en Actium, debido principalmente a sus galeras de Liburnia,
hizo que se les diera preferencia sobre todas las demás; y los emperadores
romanos han compuesto desde entonces sus flotas con navíos similares. En el
presente, todos los navíos de guerra se construyen sobre el mismo modelo, y se
llaman liburnas, por el nombre de Liburnia. Esta provincia formaba parte de la
Dalmacia, y su capital era la ciudad de Jadere.
XXXIIII Del cuidado con que son construidos los navíos de Liburnia.
Si para construir una casa se debe escoger con gran cuidado la calidad de la
arena y las piedras, con más razón deben ser escogidos con cuidado los materiales
para la construcción de las galeras, pues es mucho mayor el riesgo de navegar un
mal navío que el de habitar una casa mal construída. Se construyen principalmente
con ciprés, pino cultivado o salvaje, alerce y abeto ; y es preferible usar clavos de
cobre para unir las piezas que clavos de hierro. Por grande que parezca el gasto,
todo eso se gana sin embargo en duración del barco. Los clavos de hierro,
expuestos al aire y a la humedad, son rápidamente destruídos por el óxido; en vez
de los de cobre, que se mantienen enteros incluso en el agua.
XXXV De las reglas a seguir para cortar las maderas.
Los árboles para la construcción de las galeras, deben cortarse entre el quince y
el veintitrés de la luna; la madera cortada en este intervalo de ocho días se conserva
perfectamente ; si se corta en cualquier otro momento, se corre el riesgo de que sea
comido por los gusanos y se pudra en el mismo año: esto dicen los conocimientos
del arte, es confirmado por la práctica constante de todos los arquitectos y
consagrado por la religión, verdad eterna, pues las fiestas siempre se celebran en
estos días.
XXXVI Del mes en que se deben cortar las maderas.
Las maderas para construcción de barcos deben cortarse después del solsticio de
verano, es decir en los meses de Julio y Agosto, y después del equinoccio de otoño,
hasta el primero de Enero: en esos meses la savia no circula y la madera está más
seca y dura; sin embargo no se debe trabajar la madera en cuanto se abate el árbol,
ni usarlo en la construcción de barcos en cuanto es aserrado. Los árboles cortados
deben reposar cierto tiempo en tierra, sin tocarlos; y los tablones que se sacan
también necesitan reposo. Si no se secan completamente, la savia que no ha salido
les hace germinar: así se producen las vías de agua tan peligrosas en el mar.
XXXVII Del tamaño de las galeras.
En cuanto al tamaño de la construcción, las galeras más pequeñas tienen una
sola fila de remos, las medianas dos, y las de tamaño apropiado tienen tres, cuatro y
algunas veces hasta cinco filas de remos. Y no nos ha de parecer muy grande, pues
se cuenta que en la batalla de Actium había navíos aún más grandes, de seis filas
de remos, e incluso más. A estas grandes galeras se les unen unos barcos dotados
de unos veinte remeros por borda: los bretones los llaman barcos pintados. Están
destinados a tender emboscadas y para interceptar los barcos de carga y
provisiones del enemigo, para observar sus movimientos y descubrir sus designios.
Pero como que el color blanco les haría muy visible en el mar, se tiñen las velas y
los cordajes de un color verde agua que imita el color del mar, todas las partes son
pintadas de ese color: incluso los marineros y los soldados se visten de ese color,
para ser menos visibles de noche y de día, mientras navegan a la descubierta.
XXXVIII Del nombre y número de los vientos.
Todo hombre que esté al mando de un ejército en el mar debe conocer el
pronóstico de las tempestades ; pues muchos más navíos han sido hundidos por las
tormentas y las olas que por los enemigos. Gracias al estudio de esta parte de la
filosofía natural, aprenderá la naturaleza de los vientos y los fenómenos del cielo
que producen las tempestades. El mar es un elemento muy difícil para los hombres
prudentes y mortal para los que carecen de previsión. Por esto, la primera regla en
el arte de la navegación es conocer el número y el nombre de los diferentes vientos.
Antiguamente se creía que, según la posición de los puntos cardinales, solo existían
cuatro vientos, que soplaban desde las cuatro partes del mundo : pero por la
experiencia que hemos adquirido desde entonces, ahora sabemos que existen
doce. Para eliminar la más mínima duda, hemos dado a estos vientos, no solo los
nombres latinos, sino también los que tienen en lengua griega; de forma que
después de conocer los cuatro vientos principales, indicamos todos los que soplan a
derecha e izquierda de las cuatro direcciones principales.
Empecemos por el solsticio de primavera u oriente, de donde viene el viento del
este (aaphliwthV), que mira al sol levante. A su derecha tiene el viento del noreste
(kaikiaV), a la izquierda el eurus (euroV), o vulturno. A mediodía está el viento del
sur, el auster (notoV). Tiene a su derecha el notus blanco (leukonotoV), a su
izquierda el corus (libonotoV). A poniente sopla el zéfiro (zefuroV) o viento de
poniente; tiene a su derecha el africus (liy) ; a la izquierda el iapix (iapux) o
favonius. A septentrión está el viento del norte (aparktiaV), que tiene a su derecha
el circius (qraskiaV), y a la izquierda el bóreas (boreaV), o aquilon.
Estos vientos soplan a menudo solos, a veces dos a la vez, incluso tres en las
grandes tempestades. Por su violencia, los mares, que son de natural tranquilo, se
vuelven furiosos, y sus soplos caprichosos cambian según las estaciones y las
costas, la calma en tempestad o la tempestad en calma. Un viento favorable lleva a
una flota al puerto deseado, mientras que el viento contrario la para, la obliga a
recular y a afrontar los peligros del mar: pero no se ha visto naufragar a los que han
conseguido un perfecto conocimiento de los vientos.
XXXVIIII De los meses más seguros para la navegación.
El rigor y la inconstancia de las estaciones no permite navegar todo el año. Hay
meses apropiados para la navegación; los hay dudosos y otros en los que la mar es
absolutamente impracticable. Después de la aparición de las Pléyades, desde el 27
de mayo hasta la aparición de Arturo, es decir, hasta el 14 de septiembre, la
navegación se considera segura, porque la dulzura del verano calma la furia de los
vientos. Desde ese momento hasta el 11 de noviembre, empieza a ser peligrosa;
pues la violenta constelación de Arturo aparece a partir del 13 de septiembre; el 24
del mismo mes llega el molesto tiempo del equinoccio; los lluviosos Cabritillos
aparecen sobre el 7 de octubre y el Toro el 11 del mismo mes: pero es en
noviembre cuando la desaparición de las Vergilias (Pléyades) empieza a producir
frecuentes tempestades. Así, desde el 11 de noviembre hasta el 10 de marzo, los
mares están cerrados. En ese tiempo los días son cortos y las noches largas : las
nubes espesas, las nieblas, el complejo rigor de los vientos, de la lluvia y de la
nieve, impiden el viaje no solo de las naves de la mar sino también de los viajeros
por tierra. Sin embargo, después de la abertura de la navegación, que se celebra
con solemnes juegos, a la vista del pueblo y de muchas naciones extranjeras, aún
hay peligro en la navegación marítima hasta el 15 de mayo, a causa de muchos
astros peligrosos y de la estación misma. No digo que la laboriosa industria de los
mercaderes deba quedar parada, pero hay muchas otras consideraciones, para una
armada naval, que no debe exponerse en el mar como si se tratase de particulares,
a quien el deseo de beneficios hace afrontar el peligro.
XL De los signos para reconocer la proximidad de una tormenta.
La salida y la puesta de algunos astros producen violentas tormentas. Aunque
algunos autores les han asignado fechas fijas, a menudo varían por causas
diversas; aunque hemos de confesar que el conocimiento perfecto del cielo está
vedado al espíritu humano. Por eso, el arte náutico ha establecido tres órdenes de
observación que deben hacerse. Hay que notar que las tempestades llegan, o bien
el día marcado, o la víspera o al día siguiente; de ahí la distinción que hacían los
griegos entre las que precedían (proceimasin), las que llegaban el día marcado
(epiceimasin), y las que venían después (metaceimasin). Pero este detalle sería
inútil sin las observaciones circunstanciales, no sólo de los meses sino incluso de
los días, que tantos autores nos han dado. Los cambios de planeta cusan también
mal tiempo, cuando entran o salen de ciertos signos. Las razones de los sabios, así
como la experiencia del vulgo nos informan también que los días interlunares son
extremadamente tempestuosos.
XLI De los pronósticos del buen y el mal tiempo.
La luna es una especie de espejo donde se pueden ver reflejados muchos signos
de tempestades o de buen tiempo. El color rojo anuncia vientos; el azulado la lluvia;
y cuando se mezclan, anuncian grandes lluvias y furiosas tempestades. La luna
brillante y serena promete a los navíos la serenidad que refleja su pálida faz, sobre
todo si al cuarto día los cuernos del creciente no son romos, ni el disco está
enrojecido u ofuscado por vapores. También deben tenerse en cuenta las salidas y
puestas de sol. Si ilumina de forma pareja todo el horizonte, o si las nubes lo tapan
por momentos ; si es brillante o si la fuerza de los vientos hace que parezca un
incendio; si se ve pálido y manchado por la amenaza de lluvia, todos estos son otros
tantos pronósticos conocidos. El aire, el mismo mar, el tamaño y color de las nubes
instruyen a los marineros atentos sobre lo que pueden esperar. Los pájaros y los
peces también les ofrecen signos. El genio divino de Virgilio los ha reunido en sus
Geórgicas y Varrón los ha descrito en sus libros sobre la navegación. Los pilotos
hacen profesión de saber todas esas cosas, pero la costumbre y el uso participan
más de sus conocimientos que la reflexión sobre sus observaciones.
XLII Del flujo y el reflujo.
El mar es la tercera parte del mundo. Aparte del soplo de los vientos que lo agitan,
está animado por un movimiento y una respiración propias. A ciertas horas del día y
de la noche, va y viene debido a una agitación llamada flujo y reflujo. En un caso,
como un torrente se desborda hacia tierra, y en el otro retrae sus aguas hacia el
lecho. Este movimiento recíproco ayuda o retarda a los navíos, según sea favorable
o contrario; y por eso es importante tomar medidas cuando se quiere entrar en
combate. La violencia de la marea no se puede vencer por la fuerza de los remos,
pues hasta el mismo viento cede ante ella; y dado que varía según la diversidad de
las costas y de las fases de la luna, es necesario, antes de enzarzarse en un
combate naval, conocer las horas de la marea para las costas en las que se esté en
ese momento.
XLIII Del conocimiento de los lugares, o de la maniobra.
La habilidad del piloto consiste en conocer bien los mares que navega, para poder
evitar los arrecifes, los bancos de arena, los bajíos y otro peligros. Cuanto más
profunda es la mar, más seguro se está. Si se pide vigilancia al capitán y sabiduría
al piloto, los remeros necesitan fuerza, porque las batallas navales ocurren en
tiempo de calma, cuando no se dispone del soplo de los vientos para mover las
grandes masas de las galeras. Necesitan de toda la fuerza de los remos para
golpear violentamente con los espolones contra los barcos enemigos, o para evitar
que los enemigos choquen contra ellas. En estas maniobras, la victoria depende en
gran parte del brazo de los remeros y de la destreza del timonel.
XLIIII De las armas y máquinas navales.
En una batalla marítima se usan, además de todos los tipos de armas que usan en
batalla los ejércitos en tierra, algunas de las máquinas e instrumentos que se usan
para atacar o defender las plazas. Nada es tan cruel como una batalla naval, donde
los hombres mueren por el fuego o por el agua. Por esto, la primera precaución
debe ser dotar a los soldados de protección suficiente, armaduras completas o
medias corazas, con cascos y grebas, más si tenemos en cuenta que no pueden
quejarse por el peso de las armas dado que el combate se realiza en los navíos, sin
moverse del lugar. También se les dan escudos más duros, para soportar los
impactos de piedras, y más amplios por las guadañas y los ”colmillos” y demás
armas usadas en las batallas navales. Desde las dos bandas se lanzan piedras,
flechas, dardos, plumbatas , por medio de hondas, fustibales, onagros, balistas y
escorpiones: pero el abordaje es terrible. Los más atrevidos juntan sus galeras de
las del enemigo, lanzan unos puentes por la borda para pasar; y entonces es
cuando se inicia el combate cercano con espadas, cuerpo a cuerpo como se suele
decir. En las galeras grandes se suelen levantar castillos y torres, a fin de poder,
como desde lo alto de una muralla, hostigar al enemigo y llegar a matarlo. Por fin,
las balistas lanzan a los navíos enemigos flechas rodeadas de estopa embebida de
aceite incendiario, azufre y asfalto, las cuales incendian rápidamente las planchas
de madera tratadas con cera, brea y resina. En estos combates algunos perecen por
el hierro, otros aplastados por las piedras; otros son consumidos por las llamas, en
medio de las olas; y entre todas las muertes diferentes, lo más cruel es que los
cuerpos sin sepultura sirven de pasto a los peces.
XLV De los engaños que se practican en el mar.
De lo que sucede en las batallas navales en mar abierto. Enumeración de las armas que son
necesarias. De los postes herrados, de las hoces, y de las hachas de doble
hoja.
Los engaños se dan de la misma manera en el mar que en tierra. Se tienden
emboscadas en las zonas más favorables de las islas, para vencer fácilmente a un
enemigo que no está en guardia. Si sus marineros están cansados por haber
remado demasiado tiempo ; si tienen el viento o la marea en contra ; si están en una
rada sin salida; en fin, siempre que la situación de combate se presente como la
hemos deseado, hay que aceptar los dones de la fortuna, y entrar en combate con
las ventajas que nos ha ofrecido. Pero si, al estar vigilantes, los enemigos no caen
en las trampas que les hemos tendido, y nos fuerzan a entrar en combate, entonces
debemos colocar nuestras galeras en orden de batalla, no en línea recta, como se
colocan los ejércitos en tierra, sino en una línea curva en forma de creciente.
Vuestro centro será cóncavo, y las alas se adelantarán, curvándose hacia el interior,
de manera que si el enemigo quiere atravesar el centro, se encontrará rodeado por
la misma disposición de vuestras alas. Por la misma razón, se deben colocar las
mejores tropas en las alas, y las galeras más fuertes de la flota.
XLVI ¿Qué hacer cuando se emprende una batalla naval en un combate
abierto?
Hay que tratar de tener el viento favorable para vuestra flota y empujar la del
enemigo contra la costa, porque los navíos que son empujados hacia tierra pierden
el empuje necesario para la maniobra que piden las acciones navales. En estos
combates se consiguen grandes ventajas del uso de tres tipos de armas, que son
los postes herrados, las hoces y las hachas de dos filos. Los postes herrados por los
dos extremos son largos y finos, y están colgados del mástil a manera de verga.
Cuando los navíos llegan a abordarse por la derecha o la izquierda, se ponen en
funcionamiento estas especies de arietes que derriban y matan a los marineros y a
los soldados, y a menudo perforan las bordas de los navíos. Las hoces son hierros
curvos y afilados unidos a una larga pértiga: sirven para cortar de un solo golpe
todos los cordajes de las vergas y las velas, para inutilizar el barco enemigo. Las
hachas de doble filo es un hacha doble, hecha a partir de un hierro grande y
acerado, y que corta por los dos lados. La usan los marineros o los soldados más
osados, que, en el calor del combate y usando pequeñas canoas, disimuladamente
cortan con ellas el cordaje del timón de los navíos enemigos: lo que vuelve
inevitable la toma del barco, ya que queda totalmente fuera de combate. ¿Qué
defensa puede tener una vez perdido el timón?. Creo necesario no comentar nada
sobre los barcos de crucero, que se usan para las guardias diurnas y nocturnas en
el Danubio: dado el gran uso que se hace de ellos en la actualidad, ha llevado estos
navíos a un punto de perfección tal que no se encontraría nada parecido en los
libros de nuestros ancestros.
GLOSARIO.-
Además de las descripciones que el propio Vegecio hace en su obra sobre las
armas y elementos militares que menciona, hemos decidido insertar el siguiente
glosario de términos militares; para su confección nos hemos basado en el
publicado en http://antalya.uab.es/pcano/aulatin/llibreIII/cultura.asp
ACIES
Línea de soldados dispuestos para la batalla, y por tanto, ejército formado en
batalla; a veces significa la batalla misma. Distíngase de agmen, "ejército en
marcha". Locuciones: acies triplex: disposición de las tropas en tres líneas, con
intervalos entre las cohortes y éstas puestas al tresbolillo: - - - - - prima acies - - - -
secunda acies - - - - tertia acies aciem instruere, formar las tropas en orden de
batalla; in aciem exire, salir al combate; aciem loco movere, hacer retroceder al
ejército; acies integra, tropas frescas, que todavía no han entrado en combate; in
aversam aciem incurrere, coger de revés al ejército enemigo.
AGGER
Terraplén que rodeaba el campamento; se formaba con la tierra excavada para
hacer la fossa y se coronaba con una empalizada (vallum ); ésta era la fortificación
usual del campamento romano. En los sitios se levantaba un agger con materiales
de toda especie, de la misma altura que las murallas de la plaza sitiada, para
facilitar el asalto de ésta.
AGMEN
Ejército en marcha, columna. Cuando la marcha se hacía por un país amigo, en el
que no era de temer ningún ataque, las legiones marchaban en una sola columna,
cada una seguida de sus bagajes; entonces se decía de ellas que marchaban
impeditae. Cuando se contaba con la posibilidad de un ataque, iban en cabeza de la
columna las tres cuartas partes de la tropa, prestas a combatir ( expeditae); seguían
los bagajes (impedimenta ). y el resto de las tropas cerrando la marcha.
Locuciones: primum agmen , vanguardia de la columna; medium agmen, el centro o
el grueso de la columna novissimum o extremum agmen (extrema agminis), la
retaguardia de la columna; quadratum agmen, formación de marcha en cuadro, con
los bagajes en el centro, orden que se adoptaba cuando se temía una emboscada;
citatum agmen, marcha forzada ; composito agmine, conservando un buen orden de
marcha.
ANTESIGNANI
Antesignanos: soldados escogidos que protegían las enseñas (signa) y combatían
delante de ellas en primera fila; en cada legión los antesignani representaban los
efectivos de una cohorte y a ellos se encargaba la ejecución de golpes de mano y
empresas audaces.
ARIES
Ariete: larga viga de madera, en uno de cuyos extremos se encastaba un pesado
bloque de hierro, generalmente en forma de cabeza de carnero; servía para abrir
brecha en un muro, golpeándolo con fuerza por medio de un sistema de cuerdas;
solía ir protegido por una barraca de madera (vinea).
ARMA
El armamento del soldado romano constaba de: arma (armas defensivas y
ofensivas) y tela (armas ofensivas, en especial las arrojadizas). Arma eran: casco
(galea), coraza (lorica), escudo (sculea), espada (gladius). Arma expedire es
aprestar las armas para el combate: se coge el escudo (que en la marcha se lleva
colgado del hombro izquierdo) y se le saca de su funda; se ajusta el casco (que se
lleva colgado del hombro derecho) y se comprueba si las armas ofensivas están en
las condiciones debidas.
ARMATURA LEVIS
Armatura levis. Tropas armadas a la ligera, que luchaban fuera de las legiones y
eran generalmente auxiliares reclutados entre los pueblos aliados y extranjeros; sus
armas eran un casco ligero, escudo redondo, espada y varias jabalinas. Entre ellos
se contaban los honderos, que sólo llevaban sus hondas, y los arqueros con sus
arcos y saetas.
ARMIGER
Escudero: esclavo que llevaba las armas de los oficiales y jefes, y les servía de
asistente.
ARX
Ciudadela: último reducto fortificado de la ciudad, generalmente en lugar elevado,
preparado para una defensa desesperada caso de que el enemigo forzara el recinto
de murallas exteriores; en ella solía haber el templo principal de la ciudad. La arx de
Roma era el Capitolium (véase esta palabra).
AUXILIA ; auxiliares
Tropas auxiliares, reclutadas en las provincias o proporcionadas por los pueblos
aliados; combatían agrupados en cohortes pero sin constituir legiones; a veces
formaban cuerpos especiales que usaban las armas propias de su país, así los
honderos baleares (funditores), los saeteros númidas (sagittarii), los cetrati
(armados con la cetra o escudo ligero) de la Celtiberia. La caballería solía estar
formada en gran parte por tropas auxiliares.
BARBARI
Bárbaros: palabra griega con que se designaba a los pueblos extranjeros que
hablaban en lengua ininteligible. Paulatinamente fue tomando un sentido
despreciativo, significando pueblos no civilizados, rudos, toscos. Para los romanos,
los bárbaros eran los pueblos que vivían fuera de las fronteras del Imperio, sin
participar de la civilización grecolatina.
CAMPUS (MARTIUS)
Campo de Marte: explanada de Roma, situada entre el Tíber y las murallas, detrás
del Capitolio, fuera del pomoerium o recinto sagrado de la ciudad. En el Campo de
Marte se hacían los ejercicios militares y se celebraban los comicios electorales. El
Senado se reunía en alguno de sus templos cuando debía dar audiencia a un
general con imperium o a parlamentarios enemigos, que no podían entrar en la
ciudad. La frase in campum descendere significa acudir el pueblo a los comicios
centuriados, para proceder a unas elecciones.
CAPITOLIUM
Capitolio: la ciudadela de Roma, último reducto fortificado de la ciudad. Era una
colina con dos cumbres; una constituía la ciudadela propiamente dicha (arx), en la
otra se alzaba el templo de Júpiter Capitolino ( construido el 508 a. C. ), el dios
supremo de los romanos.
CASTRA
Campamento: el campamento romano tenía forma cuadrangular y estaba rodeado
por un terraplén (agger), defendido por un foso (fossa) y coronado por una estacada
(vallum). En el interior, las tiendas se disponían en cuadros, dejando entre sí calles
que se cortaban en ángulo recto; en la intersección de las dos calles principales se
encontraba el praetorium, con la tienda del general, el altar para los sacrificios y el
espacio para arengar a los soldados. El campamento romano era una verdadera
fortaleza móvil, muy difícil de tomar por asalto; amparado por sus defensas, el
general quedaba en libertad de aceptar o no batalla, esperar circunstancias
favorables, fatigar al enemigo, etc. El ejército en marcha construía un campamento
al final de cada etapa. Locuciones: castra facere, ponere o locare , construir un
camp., acampar; locum castris deligere o capere, elegir emplazamiento para el
camp.; castra metari, trazar el plano de un camp.; castra munire, fortificar un camp.;
castra movere, levantar el camp.; (castra) stativa , campo permanente; (castra)
navalia , campo naval; hiberna , campamento de invierno.
CENTURIA
Centuria: agrupación de ciudadanos establecida por la constitución del rey Servio
Tulio en vistas a las elecciones y distribución de impuestos. Era también una unidad
militar, la menor de las subdivisiones de la legión (véase legio).
COHORS
Cohorte: décima parte de la legión; comprendía tres manípulos de dos centurias
cada uno. Teóricamente tenía 600 hombres, pero su efectivo normal era de 300 a
360. Cohortes legionariae eran las cohortes de infantería legionaria, por oposición a
las cohortes de tropas auxiliares o de caballería (llamadas cohortes alarias porque
su puesto de combate estaba en las alas). Cohors praetoria era la guardia personal
del general en jefe, formada por hijos de familias notables que hacían su
aprendizaje militar.
CORONA
Recompensa concedida a los soldados que se habían distinguido por alguna
hazaña. Había diversas clases de coronas: la corona muralis se concedía al primero
que escalaba una muralla; la corona vallaris, al primero que forzaba la entrada de un
campamento; la corona civica, al que salvaba la vida de un ciudadano a punto de
perecer a manos de los enemigos, etc. La corona tenía una forma alusiva a la
hazaña cumplida.
ESSEDARIUS
Combatiente en un essedum (véase esta palabra).
ESSEDUM
Carro de guerra usado por los britanos, de dos ruedas y tirado por dos caballos; iba
montado por dos hombres, un cochero (auriga) y un combatiente armado con
dardos.
EXPEDITUS
Expedito: adjetivo aplicado al soldado que ha dejado su equipaje y está en
disposición de combatir; legiones expeditae son las que marchan sin sus bagajes. A
veces se aplica a las tropas armadas a la ligera.
FABRI
Artesanos: en el ejército se daba este nombre a las tropas de ingenieros y
zapadores, que no formaban un cuerpo especial, sino que, llegado el caso, se
reclutaban entre los soldados de las legiones más aptos para este cometido. En el
estado mayor del general existía un jefe de ingenieros que recibía el nombre de
praefectus fabrum.
FOEDERATI
Pueblo unido a Roma por un pacto o tratado recíproco (foedus); las civitates
foederatae conservaban su autonomía administrativa, acuñaban moneda y estaban
exentas del servicio militar en las legiones, aunque debían proporcionar un
contingente de tropas auxiliares.
FOEDUS
Tratado: para sancionar un tratado los sacerdotes feciales sacrificaban un cerdo,
degollándolo con un sílex consagrado. De aquí la expresión foedus percutere, icere
o ferire (literal., "herir un tratado") .
FOSSA
Foso o zanja que en los campamentos y obras de fortificación se excavaba delante
del agger o terraplén.
GLADIATOR
Gladiador; los gladiadores eran esclavos, generalmente prisioneros de guerra, que
se entrenaban para luchar en los espectáculos del circo o en los funerales
solemnes. Combatían por parejas y la lucha era a muerte, a menos que el público
perdonara al vencido. Muchos romanos tenían tropas de gladiadores (familiae)
organizadas militarmente y sometidas a un severo régimen de entrenamiento y
disciplina, dirigido por un lanista (gladiador retirado), con el objeto de alquilarlos en
los juegos o servirse de ellos como escolta; tropas de gladiadores intervinieron con
frecuencia en los tumultos políticos del siglo I a. de C.
HASTA
Lanza, que podía servir como jabalina para arrojar o como pica. La extremidad
superior ( cuspis) era de hierro, el asta de madera y en el extremo inferior se fijaba
una punta de hierro (spiculum) para poder clavarla en el suelo; en el centro podía
llevar un anillo o asa (ansa, hasta ansata) o una correa (amentum, hasta amentata)
para cogerla o blandirla mejor. Una hasta sin hierro se concedía a los soldados
como recompensa militar (hasta pura). Cuando se vendía un botín de guerra se
clavaba en el suelo una lanza, de donde las expresiones hastam ponere,
literalmente, "clavar una lanza ", o sea, vender en subasta; sub hasta vendere,
subastar".
HASTATI
Hastados: combatientes de primera línea; véase manipulus.
HIBERNA
Cuarteles de invierno : campamento permanente que se establecía para acantonar
las tropas durante el invierno, estación impropia para las operaciones militares.
IMPEDIMENTA
Impedimenta: bagajes pesados de una tropa, llevados por acémilas y caballos:
tiendas, máquinas de guerra, material de fortificación, armas de repuesto, etc.; cada
acémila iba conducida por un mulatero o calo; una legión tenía unas 520 bestias de
carga. Debe distinguirse la impedimenta de las sarcinae, o bagajes individuales de
los soldados.
IMPERATOR
Título que, después de una victoria de cierta importancia, los soldados conferían por
aclamación a su general; este título podía conservarse aún después de haber
cesado en el cargo. César lo adoptó como denominación permanente, uso que
siguió Augusto, gracias a lo cual imperator vino a significar "emperador" en el
sentido que nosotros damos a esta palabra. Aplicado a personajes no romanos,
significa simplemente "general en jefe".
IMPERIUM
Poder militar supremo, reservado a ciertas magistraturas (dictadores, cónsules,
pretores), en contraposición a la potestas, poder administrativo. Comprende el
mando de tropas, con poder de vida o muerte sobre los soldados, facultad de hacer
levas, nombrar oficiales, concluir tratados, imponer tributos, administrar justicia,
acuñar moneda. El imperium no puede conservarse dentro del recinto sagrado
(pomoerium) de la ciudad de Roma.
IUGUM
Yugo: especie de puerta formada por dos lanzas clavadas verticalmente en el suelo
y unidas transversalmente por una tercera. El mayor oprobio para un ejército
vencido era que sus hombres se vieran obligados a pasar bajo el yugo (sub iugum
mittere).
LEGATUS
Legado: oficial superior de la legión, ayudante y lugarteniente del general en jefe.
Pertenecían al orden senatorial y podían recibir mandos importantes por delegación
de su jefe.
LEGIO
Legión: es la unidad táctica del ejército romano, adaptación de la falange
macedónica. Constaba teóricamente de 6.000 hombres de infantería, aunque en la
práctica su efectivo medio era de 3.500. Se dividía en 10 cohortes, la cohorte en 3
manípulos, el manípulo en 2 centurias. Hablando de pueblos extranjeros, significa
simplemente "tropas", "unidad militar".
MANIPULUS
Manípulo: subdivisión de la legión cuya composición era la siguiente: la centuria=
100 pedites; el manipulus= 200 pedites; la cohors=600 pedites= 3 manipuli. Antes
de reforma militar llevada a cabo por Mario ( s. I. a.C.) el manípulo era la unidad
táctica militar. En formación de batalla (acies) se disponían en tres líneas: la primera
la formaban diez manípulos de hastati, la segunda diez de principes, la tercera diez
de triarii; los hombres de las dos primeras líneas iban armados con el pilum, y los de
la tercera con el hasta. Estas distinciones desaparecieron en la reforma introducida
por Mario.
MISSIO
Licenciamiento: liberación del servicio militar; podía ser de tres clases: honesta, la
que se obtenía después de cumplido el tiempo reglamentario de servicio (emeritis
stipendiis) o como recompensa por algún mérito especial; causaria, provocada por
una imposibilidad física, heridas o enfermedad; ignominiosa, la que seguía a una
degradación o castigo militar.
MUNITIO
Fortificación o trabajos de fortificación; la normal de un campamento consistía en
una trinchera (fossa) y un terraplén (agger) coronado por una empalizada (vallum).
NAVIS ACTUARIA
Nave ligera, con una sola fila de remeros.
NAVIS LONGA
Nave de guerra, larga y estrecha, construida para alcanzar grandes velocidades y
provista de un espolón (rostrum) para atacar al abordaje las embarcaciones
enemigas. Se movían a vela y a remo.
OBSES
Rehén: persona que un pueblo sometido o aliado entregaba a otro para responder
de su fidelidad y del respeto a los tratados. Los obsides solían ser hijos o parientes
próximos de las personas notables del pueblo.
ORDO
Orden: esta palabra se usa con dos sentidos principales: 1.°, el de "clase" social o
política; así en Roma había tres ordines, el de los senadores (ordo
senatorius,llamado ordo amplissimus), el de los caballeros (ordo equester, llamado
ordo splendidissimus) y el de la plebe.2.°: en el ejército ordo significa fila o
formación; así ordines servare es guardar cada soldado su puesto en la formación.
Se usa también (sobre todo en César) en el sentido de "cohorte".
PILUM
Lanza que se podía arrojar como una jabalina o emplear como arma de mano en el
combate a corta distancia. Tenía una asta de madera de 1,30 m. con una punta de
hierro de la misma longitud, encajada en aquélla hasta su mitad. Los legionarios
llevaban dos pila, uno pesado y otro más ligero (llamado también verutum) que se
disparaba antes de echar mano del primero.
PRAEFECTUS
Prefecto: en principio se da este nombre a todo aquel a quien se confía un cargo
civil o militar; así praefectus classis o navium es el almirante de la escuadra;
praefectus fabrum, el jefe de las tropas de ingenieros; praefectus aerarii, el
encargado del tesoro público, etc.
PRAETOR
Pretor: magistrado romano encargado de administrar justicia. Terminado el año de
su magistratura, el pretor recibía el gobierno de una provincia con plenos poderes
militares y civiles.
Hablando de pueblos extranjeros, praetor significa general.
PRAETORIUM
Pretorio: residencia del gobernador en una provincia. En el campamento, tienda del
general, ante la cual daba sus órdenes y administraba justicia.
PRAETORIUS
Praetorius, ex pretor: personaje que ha ejercido el cargo de pretor. Domus praetoria
se dice de la residencia del pretor y equivale a praetorium.
PRAETURA
Pretura: cargo y dignidad de pretor; véase praetor.
PRÍNCIPE / PRINCIPADO
Augusto inaugura un sistema personal de gobierno que pretende continuista con la
república, pero supone de hecho una monarquía maquillada: para sí mismo toma el
nombre de "príncipe" ("principal", "primer ministro") y el sitema se nomina
"principado". El sistema, de hecho, consistía en poner los diferentes poderes, que
tradicionalmente ocupaban diversas personas y por diversos sistemas de
representación, en manos del príncipe, que representaba el poder civil, como
tribuno, el legal y religioso, como pontífice máximo, y el coercitivo, al ser también
imperator, general en jefe de todos los ejércitos.
PRINCIPES
Combatientes de 2ª línea en la organización antigua del ejército romano; véase
manipulus.
PROVINCIA
Provincia: país conquistado por Roma y sometido a la administración romana. La
reducción de un país a provincia era una medida de precaución contra las naciones
vencidas; algunas de sus ciudades recibían privilegios especiales que las ponían en
una situación jurídica más favorable. Bajo la república las provincias estaban
gobernadas por ex cónsules y ex pretores (proconsules y propraetores) asistidos por
cuestores. En el Imperio se dividieron en senatoriales, gobernadas por el sistema
antiguo, e imperiales, dependiendo directamente del Emperador. En un sentido más
general, se da el nombre de provincia al círculo de atribuciones de un magistrado,
aun sin aludir a una circunscripción territorial.
SAGULUM
Capote de los soldados, largo hasta las rodillas, abierto por delante y abrochado
sobre el hombro derecho, de modo que dejaba libre el brazo de este lado. El
paludamentum de los generales era un sagulum más largo y adornado.
SARCINA
Bagaje individual del soldado, distinto de la impedimenta, bagajes pesados de la
legión; durante la marcha cada soldado llevaba su sarcina.
SCUTUM
Escudo: arma defensiva. El escudo romano tenía forma cilíndrica u oval,
aproximadamente de 1,20 m. de alto y 0,80 de ancho; estaba formado de planchas
de madera recubiertas de cuero, con rebordes y bandas de metal. En su centro
tenía un saliente (umbo) para hacer resbalar los proyectiles.
SIGNUM
Enseña militar: la enseña de la legión era un águila de oro, plata o bronce fijada al
extremo de una lanza; las cohortes, manípulos y centurias tenían sus enseñas
particulares, que consistían generalmente en un vexillum o estandarte. Signa se
emplea, a veces, en el sentido de "filas" o "unidades"; así ab signis discedere, "salir
de filas".
SOCIUS
Aliado del pueblo romano; pueblo sometido a Roma, cuyos derechos y deberes
estaban regulados por un tratado; los socii estaban obligados a facilitar un
contingente militar que combatía al lado de las legiones en calidad de tropas
auxiliares.
STADIUM
Estadio: medida de longitud griega, equivalente a 184,84 metros; la milla romana
(mille passus) tenía 8 estadios.
STATIVA (CASTRA)
Campamento permanente, destinado a albergar las tropas durante algún tiempo;
sus fortificaciones estaban más reforzadas que las del campamento corriente.
STIPENDIUM
Estipendio: sueldo militar, que recibía el soldado durante su permanencia en filas.
stipendia facere, merere , literalmente, "ganar el sueldo militar", significa "servir en
filas", "hacer el servicio militar".
SUDES
Estacas, agudas y endurecidas al fuego, que podían servir como una especie de
arma ofensiva grosera.
TABERNACULUM
Tienda de campaña, de cuero, formando como una pequeña cabaña capaz de
albergar diez hombres; en invierno se recubría de pieles.
TESTUDO
Tortuga: 1.° Maniobra que consiste en hacer avanzar un destacamento de soldados
que se cubren la cabeza con los escudos, formando techo; los de delante se cubren
asimismo el pecho con sus propios escudos, de modo que el conjunto presenta el
aspecto de un caparazón de tortuga 2.° Máquina de guerra usada en los sitios; era
una galería blindada y sobre ruedas que permitía el acceso a las murallas
enemigas.
TORQUIS
Collar pesado de metal precioso, signo distintivo de ciertas naciones bárbaras,
especialmente los galos y otros pueblos de raza céltica. En Roma se usaba como
recompensa militar.
TRIARII
Triarios, combatientes de la tercera línea en la organización antigua de la legión;
véase manipulus.
TRIBUNICIA
Tribunicia potestas: Autoridad de los tribunos de la plebe; véase tribunus.
TRIBUNUS
Tribuno: 1.° Tribunus plebis: magistrados elegidos por la plebe para defender sus
derechos contra los patricios. Son los jefes naturales del partido democrático, y
entre sus atribuciones y privilegios figuran: sacrosanta potestas, o inviolabilidad;
auxilium, derecho a defender a todos los ciudadanos romanos contra los abusos de
cualquier magistrado; intercessio, derecho de veto a cualquier resolución del
Senado; prehensio, derecho de arrestar o hacer comparecer ante el pueblo a
cualquier ciudadano. 2.° Tribunus militum: tribuno militar, oficial superior de la legión,
sin mando definido; formaban el estado mayor de los generales y podían recibir el
mando delegado de una legión o de un cuerpo de tropas. En principio había seis
tribunos por legión.
TRIUMPHUS
Triunfo: solemne procesión militar con la que los generales victoriosos hacían su
entrada en Roma al frente de sus tropas. Encabezando la procesión iba el Senado,
seguían unas carrozas llevando el botín, los prisioneros, el general sobre una
cuádriga, sus oficiales y las tropas. El cortejo, siguiendo un itinerario fijo, se dirigía al
Capitolio para ofrecer un sacrificio a Júpiter.
UMBO
Saliente de metal en el centro del escudo; véase scutum.
VALLUM
Empalizada que defendía el campamento; se construía sobre el terraplén (agger) y
detrás de la trinchera (fossa)
VECTIGAL
Tributo que las provincias y pueblos sometidos pagaban al Estado romano; la
percepción de estos tributos se arrendaba a sociedades de recaudadores o
publicanos.
VELITES
Vélites: tropas ligeras adscritas a las legiones, encargadas de misiones de
exploración y hostigamiento que combatían fuera de la formación en cohortes y
centurias.
VIGILES
Guardias o centinelas que prestaban su servicio durante la noche.
VIGILIA
Vigilia: turno de guardia durante la noche; había cuatro vigilias, desde la puesta a la
salida del sol y servían para contar el tiempo nocturno; la tertia vigilia empezaba a
media noche.
VILEA
Barraca de madera, sobre ruedas, que permitía el acceso hasta los muros
enemigos; ejercía una función parecida a la de las trincheras modernas.
ILUSTRACIONES LEGIONES ROMANAS:
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