No todos esos trabajos
eran inhumanos. Los esclavos de las canteras de Sicilia llevaban una vida lo
bastante estable como para crear sus propias familias. Los hijos de algunos de
ellos, que no habían visto nunca una ciudad, salieron corriendo y dando gritos
cuando fueron llevados a Siracusa y vieron caballos enjaezados y bueyes uncidos
al carro.
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