Era grueso y robusto, y su estatura mayor
que la ordinaria, ancho de hombros y de pecho, apuesto y bien proporcionado.
Tenía la mano izquierda más robusta y ágil que la otra, y tan fuertes las
articulaciones, que traspasaba con el dedo una manzana, y de un coscorrón abría
una herida en la cabeza de un niño y hasta de un joven. Tenía la tez blanca;
los cabellos, según la costumbre de la familia, los llevaba largos por detrás,
cayéndole sobre el cuello; tenía el rostro hermoso, pero sujeto a cubrirse
súbitamente de granos; sus ojos eran grandes y, cosa extraña, veían también de
noche y en la oscuridad… Marchaba con la cabeza inmóvil y baja, con aspecto
triste y casi siempre en silencio; no dirigía ni una palabra a los que le
rodeaban, o si les hablaba, cosa muy rara en él, era con lentitud y con blanda
gesticulación de dedos.
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