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PIRRÓN DE ELIS, EL PRIMER FILÓSOFO ESCÉPTICO

Pirrón de Elis (Πύρρων ῾Ηλείος, Elis, ca. 360 - ca. 270 a. C.) fue un filósofo griego de la Antigüedad clásica, a quien se considera el primer filósofo escéptico, e igualmente la inspiración de la escuela conocida como pirronismo fundada por Enesidemo en el siglo I a. C. Era natural de Elis –ciudad provincial al noroeste del Peloponeso, Grecia–. Hizo de la duda el problema central de toda su filosofía.
 
El único testimonio escrito de la obra pirrónica es una oda laudatoria dedicada a Alejandro Magno. El legado de su doctrina filosófica, recogido por su discípulo Timón el Silógrafo nos ha llegado principalmente a través de Sexto Empírico. Según su testimonio, Pirrón era tan radical en su postura que negaba que se pudiera llegar a los primeros principios de la deducción aristotélica (aunque no era tan radical como Antístenes, que renunció a toda clase de filosofía).
 
No se sabe por qué motivos la Edad Media escolástica fue tan hostil hacia la filosofía pirroniana, pero como consecuencia de ello se destruyeron gran parte de los contenidos escépticos. Por conjetura inverosímil se puede deducir que al no estar Pirrón con el principio del silogismo (si A es B y B es C, entonces A es C), los escolásticos medievales no lo aceptarían.
 
Tuvo gran ayuda de su discípulo Diónidas, que junto con sus compañeros esceptistas Pargus y Lopecio contribuyeron a la difusión de sus enseñanzas.
 
Su frase celebre: "Suspende el juicio"



EL EMPERADOR MAGNO MÁXIMO



Magno Clemente Máximo (Latín: Magnus Maximus; Hispania, c. 335-40 - Aquileia, 28 de agosto de 388) fue un usurpador hispano-romano que gobernó en la pars occidentalis del Imperio romano desde 383 hasta su muerte.


Proclamado emperador en Britania por sus tropas, logró imponerse al augusto Graciano el Joven y gobernar Britania, Galia e Hispania desde Tréveris, siendo reconocido por Valentiniano II y Teodosio el Grande. En 386 marchó contra Valentiniano, que huyó a Oriente, y en cuyo favor intervino Teodosio. Derrotado en batalla, Máximo fue asesinado por sus propias tropas.


Es conocido como Maximiano y Macsen Wledig en las tradiciones de Gales.


ORÍGENES Y CARRERA MILITAR

Magno Máximo nació en Hispania (posiblemente en la provincia de Gallaecia, o quizás en la Tarraconense), en torno al año 340 d. C. Al parecer, procedía de una familia humilde emparentada de algún modo (por sangre o más bien por lazos de clientela) con el general hispano Teodosio el Viejo.


En 368 marchó junto a su patronus y Teodosio el Joven a Britania, para participar en la campaña que rechazó una invasión de varios pueblos bárbaros en la llamada por Amiano Marcelino, Conspiración Bárbara. Allí cimentaría buena parte de su prestigio personal al participar activamente en la campaña de un modo destacado pero desconocido en sus detalles. Durante estos años crearía fuertes lazos con la población britana.


Expulsados los bárbaros por Teodosio el Viejo, le acompañaría de nuevo en su campaña africana contra Firmo, participando activamente en la captura de algunos de los líderes rebeldes. Desconocemos su actuación ante la conjura palaciega que acabó con la ejecución de Teodosio el Viejo, pero tras la muerte de su patronus se retiró de la escena militar, al igual que Teodosio el Joven, aunque marcharía a Britania, en lugar de su Hispania natal. En 379, tras la batalla de Adrianópolis, el nuevo Emperador de Occidente Graciano nombró a Teodosio emperador en Oriente. En ese momento, Máximo quizás ocupaba ya el título de Dux o tal vez Comes Britanniae, donde habría llevado a cabo una magnífica labor en la lucha contra los piratas sajones y los pictos y attacotes.


TOMA DE LA PÚRPURA IMPERIAL

A finales de 382 o en la primavera del año 383 (en 381 según otras fuentes), en el territorio Attacotes al norte de la frontera, tras una aplastante victoria contra los pictos durante una ofensiva, sus soldados lo nombraron Emperador desembarcando poco después en la Galia para atacar a Graciano quien, tras algunas escaramuzas cerca de Lutetia Parisiorum (act. París), es abandonado en masa por su ejército tras la traición de su magister militum (y cónsul para aquel año) Merobaudes.


El lugar exacto del desembarco se discute. Geoffrey de Monmouth, menciona Armórica y esto ha hecho que algunos historiadores hayan enfocado sus búsquedas sobre Bretaña. Zósimo propone un desembarco en la desembocadura del Rin, lo que contradice a Geofrey de Monmouth, pero sin identificar ni el lugar exacto del desembarco, ni la ruta que siguió hasta París, donde derrotó a Graciano. Autores más modernos como Léon Fleuriot, un respetado historiador bretón, fallecido en 1987, propuso que Máximo, tras desembarcar en la desembocadura del Rhin, se encaminaría primero hacia la región de Maastricht para más tarde caer sobre París antes de conseguir la sumisión de Tréveris. Recientemente se ha propuesto como el lugar del desembarco en Saint-Valery-sur-Somme en la antigua Leuconos en la desembocadura del Somme.


Tras la deserción de su ejército que fue gradual pero casi total, Graciano huyó junto a su guardia personal de 300 jinetes alanos, pero fue alcanzado y asesinado en Lyon, con la supuesta connivencia del gobernador de la ciudad, por Andragatio, uno de los generales de Máximo. Tras su victoria, favorecida por la deserción de Merobaudes, general de Graciano, Máximo estableció su capital en Tréveris.



Muerto Graciano, Máximo trató de ejercer un protectorado sobre Valentiniano II, y compartir el poder con Teodosio, pero una embajada enviada por Justina, madre de Valentiniano II con Ambrosio de Milán, logró ganar tiempo y eludir las intenciones de Máximo.


En 384 Máximo, Teodosio y Valentiniano II pactaron en Verona un reparto del Imperio; Máximo se quedó con Britania, la Galia e Hispania, estableciendo su capital en Tréveris,Teodosio con Oriente y Valentiniano II con Italia, el Ilírico y África.


Aunque Máximo obtuvo del reconocimiento de Milán y Constantinopla, nunca gozó de gran simpatía dentro de la corte de Valentiniano II, y los enfrentamientos y maniobras políticas estaban a la orden del día. Justina, la madre de Valentiniano II siempre lo consideró un usurpador, mientras que Teodosio, si es que no estaba de acuerdo con Máximo, mantuvo, al menos temporalmente, actitud más templada, llegando a una especie de reconocimiento como se manifiesta en el hecho de que se llegó a acuñar moneda con su imagen e instalar estatuas suyas en algunas ciudades de oriente.


POLÍTICA RELIGIOSA

La política religiosa de Máximo se vio marcada por una pronunciada defensa del credo Niceno, establecido por el Concilio de Constantinopla de 381 d. C. El hecho más destacable de su política religiosa fue el proceso conocido como los Juicios de Treveris contra los priscilianistas que acabó con la ejecución del líder de la secta, Prisciliano, y de algunos de sus seguidores. A pesar de todo, Máximo mantuvo buenas y estrechas relaciones con la Iglesia, y únicamente se le ha reprochado su modo de resolver el asunto priscilianista, especialmente por parte del clero galo. Su enfrentamiento más duro fue con Ambrosio de Milán, quien además de censurar la ejecución de Prisciliano, defendía los intereses de Valentiniano II emperador en Milán. Destacan las excelentes relaciones con Martín de Tours, quien le visitaba con frecuencia entre otros motivos para interceder por Prisciliano y por aquellos que aún eran leales a Graciano y a quien Máximo siempre trató con respeto, hasta el punto de compartir mesa con él junto a su esposa en no pocas ocasiones.


GUERRA CONTRA TEODOSIO
En el año 387 d. C., aprovechando una invasión de los alamanes en Retia y respondiendo a una petición de ayuda por parte de la corte de Milán, Máximo ocupa lo territorios pertenecientes a Valentiniano II apropiándose así de toda la parte occidental del Imperio romano tras lo cual nombró a su joven hijo Flavio Víctor césar e intentó obtener el pleno reconocimiento de Teodosio. Éste, que acababa de enviudar de su mujer Aelia Flacila, recibió una jugosa oferta de la emperatriz Justina, que le ofreció a su hija Gala en matrimonio a Teodosio con la condición de que se enfrentara y derrotara a Máximo, que fue declarado usurpador. En el año 388 Valentiniano II desembarcó en Ostia tras eludir a la flota de Máximo mandada por Andragatio, mientras tanto el ejército de Teodosio atacaba a Máximo en el Ilírico, que este comenzaba a ocupar tímidamente la prefectrura de Ilírico. Tras las batallas de Siscia (Sisak) y Poetovio (Ptuj), Teodosio ocupa Emona (Liubliana) y obliga a Máximo a refugiarse en Aquilea, donde fue asesinado por sus soldados el 28 de julio o de agosto de 388 d. C. Su cabeza fue entregada a Teodosio y paseada por todas las provincias. Su hijo Flavio Víctor fue asesinado poco después por orden de Teodosio a manos de Argobasto.


BALANCE DE SU REINADO

En general, el gobierno de Máximo en Occidente no fue del todo negativo. Sabemos que recibió un panegírico, por desgracia perdido, obra de Quinto Aurelio Simmaco, y que muchos autores como Zósimo, Sulpicio Severo y Orosio, a pesar de tacharlo de tirano, le reconocen algunas virtudes. Sólo después de ser derrotado por Teodosio I se le convirtió en usurpador y por lo tanto receptor de los ataques de los panegiristas teodosianos quienes le criticarían con fuerza.


Su reinado se considera como el inicio del fin del dominio romano en Britania.


Su actuación ante un asunto religioso, el juicio a Prisciliano, fue quizás el aspecto negativo y por el que sus contemporáneos le censuraron acusándole de dejarse llevar por el consejo de obispos.


Desde el punto de vista administrativo, sabemos que creó al menos, dos nuevas provincias de rango presidial una en Galia (Máxima Sequania) y otra en Hispania, en laTarraconense. También mantuvo a salvo el limes de incursiones bárbaras, aunque al final de su reinado, mientras luchaba contra Teodosio tuvo lugar una invasión franca que sus generales, Quintinius y Nannienus por la traición de uno de ellos, no pudieron detener. Según Sulpicio Alejandro:


En aquellos tiempos, los francos que tenían como jefes a Genobaudo, Marcomir y Sunnon, entraron en Germania y cuando invadieron la frontera, provocaron grandes masacres, devastaron los países más fértiles y sembraron el pánico en Colonia. Cuando la noticia llega a Tréveris, Nannienus, y Quintiniu, jefes de la milicia, a quienes Máximo había dejado el cuidado de su hijo, que aún era un niño, y la defensa de las Galias, levantaron un ejército y se reunieron en Colonia. Pero los enemigos que tras haber saqueado las provincia iban cargados de botín, cruzaron el Rhin, dejando en el suelo romano numerosos préstamos que recoger. Los romanos se enfrentaron a ellos con facilidad y muchos francos fueron masacrados en el Bosque Carbonario.


En el aspecto económico creó una nueva moneda de oro el Tremis. En el aspecto negativo se le achaca el haber dejado casi sin guarnición Britania, de donde procedían sus tropas más fieles, iniciando así el proceso que culminaría su total abandono por parte de Roma en 409.


LEYENDA

Según la Historia de los reyes de Britania de Godofredo de Monmouth (base para muchas leyendas inglesas y galesas), fue Rey de Britania. De acuerdo con el relato delMabinogion Breuddwyd Macsen (El sueño de Macsen Wledig) la esposa de Máximo era la hija de un poderoso jefe britano de Segontium de la región de Caernarfon en el norte de Gales, conocida como Elen o Elen Luyddog (Elena, también conocida como Saint Helen of Caernarfon o Elen of the Host. A Máximo se le atribuye la iniciativa de la colonización de Bretaña que realizaría con los soldados que trajo desde Britania.


El destino de su familia nos es desconocido aunque parece cierto que además de su esposa e hijas le sobrevivió su madre, perdonadas por Teodosio, y es probable seguir el rastro de algunos de sus descendientes.


-Su hijo y colega en el trono Flavio Víctor fue asesinado por el general Arbogastes, poco después de su padre por orden de Teodosio.
-Su hermano Marcelino, que ya ocupaba algún puesto importante durante el gobierno de Graciano, sirvió a las órdenes de su hermano muriendo probablemente en alguna de las batallas libradas contra Teodosio.
-Su hija Severa nos es conocida por una inscripción de época altomedieval, procedente del Gales, llamada el Pilar de Eliseg, en ella Severa aparece como la esposa de Vortigern, Rey de los bretones. Sus descendientes darían lugar a la dinastía Gwerthernion, que gobernaría el reino de Powys en Gales.
-Otra de sus hijas, de nombre desconocido, fue esposa de Ennodius, procónsul Africae en 395.
-Su nieto, Petronio Máximo, fue otro emperador de trágico final, tras gobernar Roma durante 77 días, murió lapidado el 24 de mayo de 455.
-Entre otros posibles descendientes se encuentran Olibrio, emperador en 472, lo mismo que varios cónsules y obispos como San Enodio (obispo de Pavía en 514-21).
Sin embargo, aparte de Marcelino, de Flavio Víctor y de un tal comes Víctor, que podría ser un tío suyo, los otros nombres citados son sólo suposiciones gratuitas, pues no están comprobadas del todo históricamente, aunque buena parte se basa en tradiciones posteriores.


Otra leyenda dice que San Ilidio de Clermont curó a una de sus hijas que estaba endemoniada



CÉSAR OCTAVIO ( HIJO ADOPTIVO DE CAYO JULIO CÉSAR), MATA A CESARIÓN (HIJO CARNAL DE CAYO JULIO CÉSAR Y CLEOPATRA)



SEGÚN EL RELATO DE COLLEEN MCCOLLOUGHT EN SU OBRA "ANTONIO Y CLEOPATRA", CESARIÓN FUE ASESINADO A LOS 17 AÑOS, POR OCTAVIO AUGUSTO DURANTE SU CAMPAÑA DE CONQUISTA DE EGIPTO. HE AQUÍ EL RELATO :

Él entró con la cabeza todavía cubierta, pero rápidamente se quitó la capa para mostrarse con su túnica de cuero sencillo. ¡Tan alto! Más alto incluso que Divus Julius. Los generales de Octavio contuvieron el aliento, se tambalearon.

- ¿Qué estás haciendo aquí, rey Ptolomeo? -preguntó Octavio desde su silla curul de marfil en la que se había sentado.

No habría apretones de mano, ninguna bienvenida cordial. Ninguna hipocresía.

- He venido a negociar.

- ¿Te envió tu madre?

El joven se rió y dejó a la vista otra faceta de su parecido a Divus Julius.

- ¡No, por supuesto que no! Ella cree que voy de camino a Berenice, desde donde debo viajar a la India.

- Hubieses hecho bien en obedecerla.

- No. No puedo dejarla; no dejaría que se enfrentase a ti sola.

- Ella tiene a Marco Antonio.

- Si lo he interpretado bien, él estará muerto.

Octavio se desperezó, bostezó hasta que le lloraron los ojos.

- Muy bien, rey Ptolomeo, negociaré contigo. Pero no con tantos oídos escuchando. Caballeros legados, podéis marcharos. Recordad el juramento que habéis prestado a mi persona. No quiero que ni un susurro de todo esto vaya más allá de vosotros, ni tampoco hablaréis de esto entre vosotros. ¿Está claro?

Estatilio Tauro asintió; él y los demás legados se marcharon.

- Siéntate, Cesarión.

Proculeio, Thyrso y Epafrodito se alejaron lo suficiente de la pared de la tienda para no escuchar a los dos participantes de aquel drama, casi sin respirar deterror.

Cesarión se sentó, con sus ojos azul verde, la única parte que no pertenecía a Divus Julius.

 

- ¿Qué crees que puedes conseguir que no lo puede hacer Cleopatra?

- Una atmósfera tranquila, para empezar. Tú no me odias. ¿Cómo podrías hacerlo, cuando nunca nos hemos conocido? Quiero conseguir una paz que te beneficie tanto a ti como a Egipto.

- Explica tus propuestas.

- Que mi madre se retire a una vida privada en Menfis o Tebas. Que sus hijos con Marco Antonio vayan con ella. Que yo gobierne en Alejandría como rey y en Egipto como faraón, como cliente de Cayo Julio César Divi Filius, como su más leal, más fiel cliente-rey. Te daré todo el oro que pidas, además del trigo para alimentar a las multitudes de Italia.

- ¿Por qué vas tú a reinar con más sabiduría que tu madre?

- Porque soy hijo de sangre de Cayo Julio César. Ya he comenzado a rectificar los errores que cometieron muchas generaciones de la casa de Ptolomeo. He dispuesto una ración de trigo gratis para los pobres, he ampliado la ciudadanía de Alejandría a todos sus residentes y estoy en el proceso de establecer elecciones democráticas.

- Muy cesariano, Cesarión.

- Verás, encontré sus documentos; aquéllos donde detalla sus planes para Alejandría y Egipto y así sacarlos del estancamiento que ha sufrido Egipto durante milenios. Vi que sus ideas eran las correctas, que estábamos hundidos en un fangal de privilegios para las clases superiores.

- ¡Oh, hablas como él!

- Gracias.

- Es verdad que compartimos un padre divino -manifestó Octavio-, pero tú te pareces mucho más a él.

- Eso es lo que siempre dijo mi madre. Antonio también.

- ¿No se te ha ocurrido lo que eso significa, Cesarión?

El joven lo miró desconcertado.

 

- No. ¿Qué podría significar aparte de su realidad?

- Su realidad. En una palabra, ése es el problema.

- ¿Problema?

- Sí. -Octavio exhaló un suspiro y unió sus dedos torcidos-. De no haber sido por el accidente de tu aparición, rey Ptolomeo, quizá hubiese aceptado negociar contigo. Tal como son las cosas, no tengo alternativa. Debo matarte.

Cesarión soltó una exclamación, comenzó a levantarse y después permaneció sentado.

- ¿Quieres decir que caminaré con mi madre en tu destile triunfal y luego iré al estrangulador? Pero ¿por qué? ¿Qué hace que mi muerte sea necesaria? Ya que ha salido en la conversación, ¿por qué es necesaria la muerte de mi madre?

- Te equivocas conmigo, hijo de César. Nunca caminarás en mi desfile triunfal. Es más, nunca te permitiría acercarte a mil millas de Roma. ¿Es que nunca nadie te lo explicó?

- ¿Explicarme qué? -preguntó Cesarión con una expresión de enfado-. ¡Deja de jugar conmigo, César Octavio! -Tu parecido con Divus Julius es una amenaza para mí.

-¿Yo una amenaza debido al parecido? ¡Eso es una locura!

 

-Cualquier cosa menos una locura. Escúchame y te lo explicaré; qué extraño que tu madre nunca lo hiciese. Quizá creyó que si tú lo sabías la suplantarías en el Capitolio de inmediato. ¡No, siéntate y escucha! Te hablaré sinceramente de Cleopatra no para enfadarte, sino porque ella ha sido mi implacable enemiga. Mi querido muchacho, he tenido que luchar con uñas y dientes contra viento y marea para establecer mi poder en Roma. ¡Durante catorce años! Comencé cuando tenía dieciocho, adoptado como el hijo romano de mi divino padre. Acepté mi herencia y me aferré a ella, aunque muchos hombres se me han opuesto, incluido Marco Antonio. Ahora tengo treinta y dos y (una vez que hayas muerto) estaré seguro por fin. No tuve una juventud como la tuya. Era un muchacho enfermo y débil. Los hombres se burlaban de mi coraje. Me esforzaba en parecerme a Divus Julius: ensayaba su sonrisa, llevaba botas con alzas para parecer más alto, copiaba su discurso y su estilo de retórica. Hasta que finalmente, a medida que la imagen terrenal de Divus Julius se borraba del recuerdo de los hombres, creyeron que él se parecía a mí. ¿Comienzas a comprender, Cesarión?

- No. Sufro por tus tribulaciones, primo, pero no alcanzo a entender qué tiene que ver mi apariencia con todo esto.

- La apariencia es la base sobre la que gira mi carrera. Tú no eres romano y no has sido criado como un romano. Tú eres un extranjero. -Octavio se inclinó hacia adelante con los ojos resplandecientes-. Déjame que te diga por qué los romanos, un pueblo pragmático y sensible, divinizaron a Cayo Julio César. Algo en absoluto romano. ¡Lo amaban! Se ha dicho de muchos generales que sus soldados morirían por ellos, pero todo el pueblo de Roma e Italia por el único que hubiesen muerto era por Cayo Julio César. Cuando caminaba por el foro romano, por las callejuelas y los barrios de Roma o de cualquier otra ciudad italiana, trataba a la gente que encontraba como sus iguales, bromeaba con ellos, escuchaba sus pequeñas quejas, intentaba ayudar. Nacido y criado en los barrios bajos de la Subura, se movía entre el Censo por Cabezas como uno de ellos; hablaba su jerga, dormía con sus mujeres, besaba a sus malolientes bebés y lloraba cuando sus sufrimientos lo conmovían, algo que sucedía a menudo. Cuando aquellos orgullosos estrafalarios y amantes del dinero lo asesinaron, el pueblo de Roma e Italia no pudo soportar perderlo. ¡Ellos lo hicieron un dios, no el Senado! De hecho, el Senado (¡dirigido por Marco Antonio!) intentó por todas las maneras posibles aplastar el culto a César. Sin éxito. Sus clientes eran legión, y yo los heredé junto con su fortuna.

Se levantó, dio la vuelta alrededor de la mesa para acercarse al joven de aspecto preocupado y lo miró.
 

- Si dejamos que el pueblo de Roma e Italia te vea, Ptolomeo César, ellos se olvidarán de todos los demás. Te aceptarán en sus corazones en un arranque de alegría. ¿Qué pasará conmigo? Me olvidarán de la noche a la mañana; el trabajo de catorce años será olvidado. El Senado te abrazará, te hará ciudadano romano y probablemente te obsequiará con el consulado al día siguiente. Gobernarías no sólo Egipto y Oriente, sino también Roma, sin duda, con la forma que tú escogieras, desde dictador perpetuo hasta rey. Divus Julius había comenzado a suavizar nuestro mos maiorum, luego nosotros, los tres triunviros, lo suavizamos todavía más y ahora que he eliminado a Antonio de cualquier esperanza de rivalidad soy el amo indiscutido de Roma. Siempre y cuando que mi Roma o Italia no te vean. Tengo la plena intención de gobernar Roma y sus posesiones como un autócrata, joven Ptolomeo César. Porque Roma, por fin, está en el camino correcto para aceptar el gobierno autocrático. Si el pueblo te ve en Roma te aceptarán. Pero tú gobernarías como te ha enseñado tu madre, como un rey, sentado en el Capitolio dispensando justicia, Minos en la puerta del Hades. Tú no verás nada de malo en eso, pese a todos tus programas liberales de reforma en Alejandría y Egipto. En contraposición a eso, mi gobierno será invisible. No llevaré diadema o tiara para que proclame mi condición, ni permitiré que mi querida esposa sea reina. Continuaremos habitando en nuestra actual casa y dejaremos que Roma crea que se gobierna democráticamente. Por eso debes morir. Para que Roma continúe siendo romana.

Las emociones se habían perseguido una tras otra en el rostro de Cesarión: asombro, dolor, reflexión, furia, tristeza, comprensión. Pero no desconcierto o confusión.

- Lo comprendo -dijo con voz pausada-. Lo comprendo, y no te puedo culpar.

- Eres el hijo del divino César y, por todo lo que me han dicho has heredado su brillantez intelectual. Lamento que nunca veré si también has heredado su genio militar, pero tengo algunos muy buenos generales y no temo al rey de los partos, con quien pienso establecer la paz y no atacar. Uno de los pilares de mi gobierno será la paz. La guerra es la más inútil de las actividades humanas, un desperdicio de vidas y dinero, y no permitiré que las regiones romanas dicten cómo ha de ser Roma o
quién la gobierne
.
Ahora él hablaba, comprendió Cesarión, con el fin de posponer la ejecución de una ejecución.

 

«Oh, mamá! ¿Por qué no confiaste en mí? ¿No sabías lo que el auténtico hijo romano de César acaba de decirme? Sin duda, Antonio lo sabía, pero Antonio era un títere. No porque lo drogases o por el vino, sino porque te amaba. Tendrías que habérmelo dicho. Pero de nuevo quizá no lo viste, y Antonio también quizá estuvo demasiado ocupado demostrándose digno de tu amor como para considerar importante mi situación.» Cesarión cerró los ojos y se obligó a sí mismo a pensar, a aplicar su formidable intelecto a su situación. ¿Había una mínima posibilidad de escapatoria? Sintió el vientre vacío de esperanza y exhaló un suspiro. No, no había ninguna posibilidad de escapatoria. Lo más que podía hacer era intentar poner trabas a la decisión de Octavio de matarlo, salir de la tienda y gritar a pleno pulmón que era el hijo de César. ¡No tenía nada de particular que Tauro lo hubiese mirado de una manera desorbitada! Pero ¿era eso lo que su padre hubiese querido de su hijo no romano? Sabía la respuesta y suspiró de nuevo. Octavio era el verdadero hijo de César por voluntad propia y dictado de César, sin ninguna otra mención a su hijo en Egipto. Cuando todo estuvo hecho, lo que César había valorado más que nada en su vida era la dignitas. Dignitas! La principal de todas las cualidades romanas, la participación personal en los logros y los triunfos y en la fuerza de un hombre. Incluso en sus últimos momentos, César había mantenido su dignitas intacta; en lugar de continuar luchando había utilizado aquella mínima fracción de tiempo que le quedaba para ponerse un pliegue de la toga por encima del rostro y otro por debajo de las rodillas. De forma tal que Bruto, Casio y el resto no viesen la expresión de su rostro
moribundo o atisbasen sus genitales.

«Sí -pensó Cesarión-, yo también preservaré mi dignitas. Moriré siendo mi propio dueño, mi rostro y mis genitales cubiertos. Seré digno de mi padre.»

- ¿Cuándo moriré? -preguntó Cesarion con la voz calma.

- Ahora, dentro de esta tienda. Tengo que hacer el trabajo yo mismo, porque no confío en nadie más para que lo haga. Si mi falta de experiencia hace tu muerte más dolorosa, lo siento.

- Mi padre dijo: «Que sea súbita.» Mientras tengas eso en mente, César Octavio, me daré por satisfecho.

- No puedo decapitarte. -Octavio estaba muy pálido, las fosas nasales dilatadas mientras intentaba controlar su boca. Le dedicó una sonrisa retorcida-. No tengo tanta fuerza muscular, ni tampoco tanto acero. Tampoco deseo ver tu rostro. Thyrso, dame esa tela y aquella cuerda.

- Entonces, ¿cómo? -preguntó Cesarión, de pie.

- Una espada por debajo de tus costillas hasta tu corazón. No intentes correr, no cambiará tu destino.

- Eso ya lo sé. Más público, pero mucho más engorroso. Sin embargo, correré a menos que aceptes mis condiciones.

- Nómbralas.

- Que seas amable con mi madre.

- Seré amable.

- ¿Y con mis hermanos pequeños y mi hermana?

- No se les tocará ni un pelo de sus cabezas.

- ¿Tengo tu palabra?

- La tienes.

- Entonces estoy preparado.

Octavio tapó la cabeza de Cesarión con la tela y anudó la cuerda alrededor de su cuello para mantener en su sitio la improvisada capucha. Thyrso le alcanzó una espada; Octavio probó el filo y lo encontró afilado como una navaja. Entonces miró el suelo de tierra de la tienda, frunció el entrecejo y le hizo un gesto a Epafrodito, que estaba blanco como una sábana.

- Échame una mano, Dito.

Octavio sujetó el brazo de Cesarión.

- Muévete con nosotros -dijo, y miró la tela blanca-. ¡Qué valiente eres! Tu respiración es profunda y firme.

Una voz que podía haber sido la de Marco Antonio salió de debajo de la capucha.

-¡Deja de charlar y acaba con esto, Octavio!

 

Cuatro pasos más allá había una alfombra persa de color rojo brillante; Epafrodito y Octavio hicieron que Cesarión se Parase sobre ella; ya no podía haber más demoras. «¡Acaba con esto, Octavio, acaba con esto!» Colocó la espada y la clavó por debajo y hacia arriba en un rápido movimiento con más fuerza de la que hubiese creído tener; Cesarión exhaló un suspiro y cayó de rodillas, Octavio lo siguió, con las manos alrededor de la empuñadura de marfil porque no podía soltarla.

- ¿Está muerto? -preguntó, con la cabeza torcida para mirar hacia arriba-. ¡No, no! ¡No descubras su cara, hagas lo que hagas!

- La arteria, en su cuello, no late, César -dijo Thyrso.

- Entonces lo hice bien. Envuélvelo en la alfombra.

- Suelta la espada, César.

Lo sacudió un temblor; sus dedos se relajaron, y por fin soltó la empuñadura.

- Ayúdame a levantarme.

Thyrso había envuelto el cadáver en la alfombra, pero era tan largo que sobresalían los pies. Pies grandes como los de César.

 

Octavio se desplomó sobre la silla más cercana y se sentó con la cabeza entre las rodillas, jadeante.

- ¡Oh, no quería hacerlo!

- Tenía que hacerse -dijo Proculeio-. ¿Ahora qué?

- Llama a seis no combatientes con palas. Pueden cavar su tumba aquí mismo.

- ¿Dentro de la tienda? -preguntó Thyrso, que parecía a plinto de vomitar.

- ¿Por qué no? ¡Venga, en marcha, Dito! No quiero tener que pasar la noche aquí, y no puedo dar órdenes hasta que el chico esté enterrado. ¿Tiene un anillo?

Thyrso se metió debajo de la alfombra y salió con él.

Lo tomó con una mano -bien, bien, no temblaba- y lo miró.



Aquello que los egipcios llamaban uraeus estaba tallado en el sello, una cobra erguida. La piedra era una esmeralda, y en su borde había algo en jeroglíficos: un pájaro, un ojo del que caía una lágrima, unas líneas onduladas, otro pájaro. Bien, tendría que servir. Si debía mostrarlo como prueba del destino de Cesarión, serviría. Lo guardó en su bolsa.


EL EMPERADOR LUCIO DOMICIO AURELIANO




Lucio Domicio Aureliano (c. 212-275), emperador romano (270-275), inició las reformas del Imperio que habría de completar poco más tarde Diocleciano. Nacido probablemente en Sirmium, en Panonia, inició su carrera militar como simple soldado pero llegó a desempeñar altos cargos en el Ejército bajo los emperadores romanos Valeriano y Claudio II.



 Después de la muerte de éste en el 270, el Ejército le eligió emperador. 



Derrotó a la tribu germana de los alamanes; entregó la provincia de Dacia a los godos, y convirtió el río Danubio en la frontera oriental del Imperio. 


LA MURALLA DE AURELIANO

En el 270, la agresividad de Zenobia, reina de Palmira, le llevó a Oriente. Derrotó a Zenobia en dos batallas y ocupó Palmira, su capital, en el 272. Hizo todo lo posible para restaurar la disciplina en el Ejército y aumentar el bienestar y la unidad del Imperio; el Senado le otorgó el título de restitutor orbis (restaurador del Imperio). 



Uno de sus oficiales le asesinó durante una expedición contra los persas. Construyó la mayor parte de la muralla de Aureliano, completada por el emperador Marco Aurelio Probo, gran parte de la cual todavía se encuentra en buenas condiciones. La muralla rodeaba la ciudad de Roma, tenía diecinueve kilómetros de largo y dieciséis metros de altura.





MONEDAS DEL EMPERADOR LUCIO DOMICIO AURELIANO: