La vida no regala nada a los mortales, sin un gran esfuerzo.
Pasión por los romanos. Un blog de divulgación creado por Xavier Valderas que es un largo paseo por el vasto Imperio Romano y la Antigüedad, en especial el mundo greco-romano.
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sábado, 24 de agosto de 2019
INSCRIPCIÓN EN LA LÁPIDA DE UN GLADIADOR
Yo, que rebosaba confianza en el estadio, ahora soy un cadáver,
caminante, un reciario de Tarso, miembro del segundo equipo, [de nombre]
Melanippos. Ya no oigo el sonido de la trompeta de bronce batido, ni provoco el
estruendo de las flautas en un desigual combate. Dicen que Hércules completó
doce trabajos, pero yo, tras completar el mismo número, llegué a mi fin en el decimotercero.
Thallos y Zoe erigieron a su costa este monumento en memoria de Melanippos.
MADRES DE PATRICIOS ROMANOS
En los buenos y viejos días, el
hijo de cada hombre, nacido del matrimonio, era criado no en la cámara de
alguna nodriza mercenaria, sino en el regazo de su madre, y en sus rodillas. Y
la madre no podía recibir mayor elogio que decir que se ocupaba de la casa y
que estaba dedicada a sus hijos […]. En presencia de una de ellas ninguna baja palabra
podía pronunciarse sin grave ofensa, y ninguna mala acción ser cometida.
Religiosamente y con la mayor de las diligencias regulaba no solo las tareas serias
de los jóvenes a su cargo, sino sus divertimientos y sus juegos. Era con este
espíritu, se nos dice, que Cornelia, la madre de los Gracos, dirigió su
crianza, Aurelia la de César, Atia la de Augusto: así es como estas mujeres
entrenaron a sus principescos hijos.
(Suetonio)
ELIA PETINA
Elia
Petina (en latín, Aelia Paetina) fue una dama romana del siglo I, segunda
esposa del emperador Claudio.
Petina
fue hija del consular Sexto Elio Cato. De su matrimonio con Claudio, fue madre
de Antonia.
El
emperador Claudio la repudió para casarse con Mesalina. Cuando esta murió, los libertos del emperador le propusieron
una candidata cada uno para volver a casarse, siendo Petina la seleccionada por
Narciso. El liberto alegaba en su favor que
ya estuvieron casados previamente y que respetaría a los hijos de Mesalina, no
deseándoles ningún mal.5 Claudio escogió finalmente a
Agripina la Menor.
BREVE REINADO DEL EMPERADOR DIOCLECIANO
El
Zeus Capitolino se apiadó por fin de la raza humana y le dio el dominio de toda
la tierra y el mar al divino rey Diocleciano. Él extinguió el recuerdo de los
antiguos sufrimientos en todos aquellos que aún padecían con penosas cadenas en
lugares sin luz.
(
Extracto de un discurso pronunciado en Oxyrhynchus, en Egipto, probablemente en
285 ).
MACROBIO DICE SOBRE OCTAVIO AUGUSTO
Augusto dijo a sus amigos que
tenía dos hijas malcriadas y que tenía que aguantarse con ellas… la res publica
y Julia.
BATALLA DE SOLICINIUM
La
Batalla de Solicinium se libró en el año 368 entre el ejército del Imperio
romano y los alamanes. El ejército romano fue dirigido por el emperador
Valentiniano I.
Sobre
la campaña del emperador Valentiniano I y la batalla contra los alamanes cerca
de Solicinium escribió el historiador romano Amiano Marcelino en su libro
"Res Gestae" (libro 27/10): "Hecho esto, el Emperador continuó
la marcha, aunque más despacio, hasta que llegó al punto llamado
Solicinium." En los alrededores de este lugar la
batalla comenzó y se prolongó por mucho tiempo. Al final, los romanos ganaron
la batalla y derrotaron estrepitosamente a los alamanes.
Amiano
Marcelino describió el paisaje exactamente. Sin embargo, no se sabe con certeza
dónde está este lugar llamado Solicinium. Posiblemente se trata de
Schwetzingen. Las desinencias -inium e -ingen
tienen la misma función y So - lic y Su - ez son semejantes. Además,
Schwetzingen tiene un barrio que se llama Schälzig.
Es una palabra alemana que significa pelada
(de verdura o fruta) y que es muy rara para un topónimo y que parezca
corresponder más bien a Solic-.
La presunción que se pueda tratar de la
latinización y alemanización de un topónimo antiguo es apoyada por el hecho que
se descubrieron las huellas de uno de los cementerios más grandes de la cultura
de la cerámica de bandas en el Suroeste de Alemania lo que significa que ahí ya
había un asentamiento hace más de 7000 años.
Escribió sobre ello Amiano Marcelino:
(...)
Allí se detuvo como ante una barriera, habiéndole advertido sus exploradores
que el enemigo estaba a la vista a cierta distancia. Habían comprendido los
bárbaros que su única esperanza de salvación consistía en tomar la
ofensiva; y de común acuerdo se situaron
en la parte culminante de un grupo de altas montañas compuestas de muchos picos
escarpados e inaccesibles, a excepción de las vertientes del Norte, donde el
declive era suave y fácil. Los soldados clavaron las enseñas y gritaron a las
armas: pero ante la orden del Emperador permanecieron inmóviles, esperando que,
levantado el estandarte, les diese la señal. Esta prueba de disciplina era ya
prenda de triunfo. Sin embargo, la impaciencia del soldado por una parte y los
horribles gritos de los alemanes por otra, soportaban mal o, mejor aún, no
soportaban en manera alguna las dilaciones.
Sebastián tuvo que ocupar apresuradamente la ladera septentrional de la
montaña, con cuya maniobra se apoderaría de los fugitivos en el caso de que los
alemanes quedasen derrotados. Graciano, demasiado joven todavía para las
fatigas y peligros de una batalla, tenía su puesto natural en la retaguardia,
cerca de las enseñas de los jovianos. Tomadas esta disposiciones, Valentiniano,
como general experimentado, con la cabeza descubierta, pasó revista á las
centurias y manípulos. En seguida, sin comunicar a los jefes su propósito,
despidió la escolta, no conservando a su lado más que algunos hombres decididos
y hábiles, marchando con ellos a reconocer la base de la montaña, porque
confiaba (dudando poco de sí mismo) en encontrar algún sendero que hubiese
escapado al examen de los exploradores. Extravióse en un terreno pantanoso y estuvo
a punto de perecer en una emboscada que le esperaba a la vuelta de un peñasco;
pero lanzando, como último recurso, su caballo por áspera y resbaladiza
pendiente, consiguió ponerse al abrigo de sus legiones. Tan difícilmente
escapó, que su cubiculario, que llevaba su casco adornado de oro y pedrería,
desapareció con él, sin que jamás pudiera averiguarse su paradero. En cuanto
descansó algo el ejército, desplegóse el estandarte dando la señal ordinaria,
acompañada con el sonido de las trompetas. En el acto dos guerreros jóvenes y
distinguidos, Salvio y Lupicino, escutario el uno y el otro del cuerpo de los
gentiles, se adelantan con rápido paso á la marcha de los suyos, invitándoles
con voz terrible a seguirles; llegando en seguida a las asperezas del monte,
blandiendo las lanzas y esforzándose, a despecho del enemigo, para salvar el
obstáculo. Llega el grueso del ejército, y con sobrehumanos esfuerzos consigue,
siguiendo sus huellas entre matorrales y peñascos, ganar al fin las alturas.
Entonces se cruzan los hierros y comienza la lucha entre la táctica y la
ferocidad brutal. Aturdidos por el sonido de las trompetas y los relinchos de
los caballos, los bárbaros se turban, viendo extenderse nuestro frente de
batalla y encerrarlos entre sus dos alas. Serénanse, sin embargo, y continúan
peleando a pie firme. Por un momento la matanza es igual y la victoria queda
indecisa; pero el ardor romano vence al fin, apodérase el miedo del enemigo y
la confusión que se introduce en sus filas le entrega sin defensa á los golpes.
Quieren huir, pero extenuados por la fatiga, los nuestros les alcanzan a casi
todos y no tienen más trabajo que el de matar. Quedan montones de cadáveres
sobre el campo de batalla; y de los que escaparon con vida, unos van a dar con
las tropas de Sebastián, que les esperaban, sin mostrarse, al pie de la montaña
y fueron destrozados: los demás corrieron a la desbandada a refugiarse en el
interior de los bosques. Nosotros experimentamos también en este combate
pérdidas muy sensibles. Entre los muertos quedó Valeriano, jefe de los
domésticos, así como también el escutario Natuspardo, soldado cuyo valor
solamente era comparable al de Sicinio y de Sergio. Después de esta victoria,
pagada a buen precio, volvió el ejército a invernar en sus cantones los dos Emperadores
a Tréveris.