(Aristóteles
en "Política" )
Pasión por los romanos. Un blog de divulgación creado por Xavier Valderas que es un largo paseo por el vasto Imperio Romano y la Antigüedad, en especial el mundo greco-romano.
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jueves, 31 de agosto de 2017
ARISTÓTELES DICE SOBRE LA EDUCACIÓN
HOMERO DICE SOBRE LA PATRIA
Nada hay tan dulce como la
patria y los padres propios, aunque uno tenga en tierra extraña y lejana la
mansión más opulenta.
ESTRABÓN NOS MUESTRA UN CASO DE PIRATAS BANDOLEROS EN LA ZONA DEL PONTO
Más
allá del territorio sindi y de Gorgipia, se llega por mar a la costa de los
achaei, los zygi y los heniochi, que, en su mayor parte, carece de puertos y es
montañosa y forma parte del Cáucaso. Esos pueblos viven de cometer robos en el
mar. Sus embarcaciones son estrechas y ligeras, y en ellas caben sólo unas 25
personas, si bien en casos excepcionales pueden transportar a 30 como máximo;
los griegos las llaman camarae […] las flotas de camarae a veces se enfrentan a
barcos mercantes y a veces a un país o a una ciudad, y ostentan el dominio del
mar. En ocasiones les ayudan los que dominan el Bósforo, los cuales les
proporcionan lugares donde atracar sus barcos, con mercados y lugares donde
emplear su botín… conocen bien las zonas boscosas en las que ocultan sus camarae
y luego merodean a pie día y noche para secuestrar a gente… el territorio se
encuentra bajo la protección de Roma, pero eso no es de gran ayuda a causa de
la negligencia de los gobernadores allí destinados.
( Estrabón
en "Geografía" )
ARTEMIDORO DICE SOBRE EMPRENDER LA "CARRERA DE LEGIONARIO"
Alistarse
como soldado o servir en el ejército augura la muerte para quienes padecen
cualquier clase de enfermedad, pues un hombre que se alista cambia de vida por
completo. Deja de ser un individuo que toma sus propias decisiones y emprende una vida nueva, dejando atrás la anterior.
(Artemidoro en "Sueños" )
LA FRUSTRACIÓN DE LOS POBRES ANTE EL DIOS CRONOS (SATURNO)
A
nosotros los pobres no se nos podría calificar ni siquiera de plomo, sino de
algo más bajo, si es que existe, y la mayoría de nosotros nos ganamos el pan
con el sudor de la frente; y la pobreza, la necesidad y la desesperación, y
exclamaciones como ¡Ay!, ¿qué voy a hacer?, y ¡Oh, qué mala suerte!, son
habituales, al menos entre nosotros los pobres. Puedes estar seguro de que
estaríamos menos angustiados si no viésemos a los ricos vivir con tanta dicha,
los cuales, a pesar de tener tanto oro y tanta plata en sus arcas, a pesar de tener
todas esas ropas, sus propios esclavos, carruajes, edificios y granjas, todo
ello en grandes cantidades, no sólo no lo han compartido nunca con nosotros,
sino que ni siquiera se han dignado jamás a fijarse en la gente corriente. Esto
es lo que más nos indigna, Cronos, y creemos que es intolerable que un hombre
se recueste vestido con ropajes púrpura y se atiborre de cosas buenas,
eructando y recibiendo las felicitaciones de sus invitados y celebrando
banquetes sin cesar, mientras yo y los de mi clase soñamos con conseguir cuatro
óbolos para poder dormir tras hartarnos de pan o cebada, con berros, tomillo o
cebolla como condimento.
( Luciano en su "Saturnalia")
miércoles, 30 de agosto de 2017
EL SACRILEGIO DE LA FIESTA DE LA DAMIA EN HONOR A LA DIOSA BONA DEA, POR PARTE DE PUBLIO CLODIO
Existía en
Roma una curiosa fiesta, llamada las Damia, de remotos orígenes,
probable pervivencia de cultos matriarcales paleolíticos a la Bonna Dea, que
reunía durante toda una noche a muchas matronas en la casa de un magistrado
cum imperio. Aquel año le había tocado a Julio César y por lo tanto su
esposa Pompeya oficiaba
como anfitriona. El culto era eminentemente femenino y
requería que todos los moradores masculinos abandonaran la casa.
El escándalo estalló cuando las celebrantes descubrieron que se había colado
un hombre disfrazado de tañedora de arpa. Al principio se pensó que se trataba
tan sólo de un curioso que pretendía asistir a sus ritos, pero después de las
primeras averiguaciones resultó que lo que el sacrilego pretendía era
encontrarse a solas con
una dama de la que estaba encaprichado. Una vez dentro de la
mansión no daba con la mujer que buscaba y tuvo que preguntar por ella a una
criada. Lo hizo atiplando la voz, pero a pesar de ello su interlocutora
sospechó que se trataba de
un hombre y lo delató.
Cuando se
extendió la noticia, las mujeres elevaron tal clamor que se
conmocionó todo el barrio. La madre de César, la prudente Aurelia, tomó las
disposiciones oportunas, como persona de más autoridad: suspendió la fiesta y
despidió a las celebrantes.
A la
mañana siguiente, en Roma no se hablaba de otra cosa. El intruso era un
tal Publio Clodio. Se rumoreaba que la dama que iba buscando era Pompeya, la
esposa de Julio César. Es posible que César hubiese querido echar tierra al
asunto y olvidarlo, pero
sus enemigos en el Senado se encargaron de airearlo cuanto les
fue posible. Después de discutirlo en solemne sesión, decidieron que se había
producido un sacrilegio y ordenaron una encuesta oficial. César, en vista del
cariz que tomaban los
acontecimientos, repudió a su esposa.
Publio Clodio fue procesado dos meses después.
Presentó testigos dispuestos a
jurar que cuando ocurrieron los hechos se hallaba con ellos, lejos de la
fiesta. Por otra parte las
mujeres no estaban seguras de que el hombre descubierto en la
fiesta fuera Clodio. Titubeaba el jurado cuando Cicerón desarmó la defensa del
acusado revelando que el día de autos el presunto culpable se había entrevistado
con él en Roma y por lo tanto mentía cuando aseguraba que se hallaba lejos de la
ciudad.
Nuevas
deliberaciones del jurado y finalmente compareció Julio César, al
que preguntaron: « ¿Por qué has repudiado a tu mujer?» .
Fue en esta ocasión cuando pronunció aquellas palabras tan repetidas por los
políticos de nuestro tiempo: « La esposa de César no sólo debe ser honesta, sino
que debe parecerlo» .
Deliberó
el jurado y emitió su voto. Veinticinco condenatorios; treinta y uno
absolutorios. « Éstos son los que se han dejado sobornar por el acusado» , observó
Cicerón, al que no se le escapaba un detalle en cuestiones legales. Pero con
soborno o sin él, Clodio resultó absuelto.
( Juan
Eslava Galán, en "Julio César, el hombre que pudo reinar" )