Las leyendas son carne y sueños
hechos pedazos, rotos con el duro sol de la realidad .
Pasión por los romanos. Un blog de divulgación creado por Xavier Valderas que es un largo paseo por el vasto Imperio Romano y la Antigüedad, en especial el mundo greco-romano.
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miércoles, 29 de marzo de 2017
EL ESCLAVO ENOMAO DICE SOBRE LA SUPERVIVENCIA
"Un hombre nunca está tan
débil ni tan herido para no pelear, si la causa es mas grande que su propia
vida".
PLUTARCO RELATA LA MUERTE DE CICERÓN
En Gaeta había una capilla no lejos del mar dedicada al dios
Apolo, y sobre la cual pasó chillando una bandada de grajos, dirigiéndose hacia
el bote de Cicerón cuando éste era remado hacia tierra y posándose sobre ambos
lados del peñol de la verga, comenzaron a graznar, mientras otros picoteaban
los extremos de las cuerdas. Los que iban a bordo tomaron esto como un mal
presagio.
Cicerón desembarcó y
entrando en su casa, fue a acostarse en la cama para descansar un poco. Algunos
de los grajos fueron a posarse sobre la ventana, graznando de un modo
desagradable. Uno de ellos incluso fue a posarse sobre la misma cama en que
Cicerón yacía tapado y con su pico trató poco a poco de apartar el cobertor que
le cubría la cara.
Los esclavos, al ver esto, se reprocharon unos a otros que
eran capaces de dejar que mataran a su amo sin hacer nada en su defensa,
mientras que aquellos animalejos habían venido en su ayuda y a librarle de
todas las penalidades que estaba sufriendo sin merecerlo. Por lo tanto, en
parte por las súplicas y en parte a la fuerza, lo hicieron levantarse, lo
metieron en su litera y lo llevaron a la orilla del mar.
Pero mientras tanto
llegaron los que habían sido enviados para asesinarle. Eran Herenio, el centurión
y Popilio, el tribuno, a los que Cicerón había defendido cuando fueron acusados
del asesinato de su padre. Con ellos venían algunos soldados. Al hallar
cerradas las puertas de la villa, las echaron abajo.
Como no encontraron a Cicerón y los que estaban en la casa
les dijeron que no sabían dónde estaba, preguntaron a un tal Filólogo, un
antiguo esclavo emancipado de su hermano Quinto, al que Cicerón había educado y
que informó al tribuno que la litera que conducía a éste iba de camino hacia el
mar a través de un espeso bosque. El tribuno, llevando consigo a unos cuantos
hombres, se precipitó hacia un lugar por donde la litera tenía que salir del
bosque, mientras que Herenio seguía el mismo camino recorrido por ésta. Cicerón
lo vio venir corriendo y ordenó a sus esclavos que soltaran la litera en el
suelo.
Entonces, mesándose
la barbilla con su mano izquierda, como él solía hacer, miró fijamente a sus
perseguidores. Su rostro estaba macilento, su cuerpo cubierto de polvo, sus
cabellos despeinados. Todos los presentes se cubrieron el rostro mientras
Herenio le daba muerte. Cicerón había asomado su cabeza fuera de la litera y
Herenio se la cortó. Luego le cortó las manos, tal como le había mandado
Antonio, pues con ellas había escrito sus Filípicas.
Estos miembros fueron llevados a Roma, y cuando se los
mostraron a Marco Antonio, éste se hallaba celebrando una asamblea para la
elección de funcionarios públicos. Al enterarse de la noticia y ver la cabeza y
las manos, gritó:
— ¡Ahora ya podemos
poner fin a nuestras proscripciones! »Mandó que la cabeza y las manos fueran
fijadas en la rostra donde hablaban los oradores, un horrible
espectáculo que hizo estremecer a los romanos al verlo, creyendo que veían
allí, no el rostro de Cicerón, sino la imagen de la propia alma de Marco
Antonio.
E1 mutilado cadáver de Cicerón fue apresuradamente enterrado
en el mismo lugar donde fue asesinado.
A Filólogo, el liberto, le arrojaron el amuleto de Aurelia,
la madre de César, viendo éste en seguida que era de oro y muy valioso, aunque
ignoraba quién era el donante. Se lo colgó, riendo, alrededor de su moreno
cuello. Pero cuando le dieron también la antigua cruz de plata que un egipcio
había regalado a Cicerón, se estremeció de horror y la arrojó lejos de sí con
una exclamación de aborrecimiento y desprecio. Un gesto que Cicerón habría
sabido apreciar con su fina ironía.
Se dice que Fulvia,
la viuda de Clodio, tuvo el refinamiento perverso de clavar un alfiler en la
lengua de Cicerón, aquella lengua heroica que había defendido a Roma con tanta
valentía y que se había esforzado en hablar de justicia, leyes, piedad, dioses
y patria.
Su fantasmal rostro muerto se quedó mirando fijamente a la
ciudad que tanto había amado, sin que sus ojos parpadearan. Contemplaron todo
lo que se había perdido hasta que la carne se desprendió de los huesos y sólo
quedó el cráneo. Finalmente un soldado derribó el cráneo del poste y le dio una
patada, destrozando sus huesos.
martes, 28 de marzo de 2017
SEXTO EMPÍRICO, AUTOR DE ESBOZOS PIRRÓNICOS
Sexto Empírico (en latín, Sextus Empiricus; ca. 160 -
ca. 210), médico y filósofo griego, es uno de los más importantes
representantes del escepticismo pirroniano y fuente de la mayoría de datos
referentes a esta corriente filosófica.
No se sabe de dónde era originario, aunque vivió en
Atenas, Alejandría y Roma. Recibió el sobrenombre de «Empírico» por sus
concepciones filosóficas pero, especialmente, por su práctica médica. Sus
escritos, muy influidos por los de Pirrón y Enesidemo, están dirigidos
en contra de la defensa dogmática de la pretensión de conocer la verdad
absoluta, tanto en la moral como en las ciencias.
En sus Esbozos pirrónicos (gr.: Πυῤῥώνειοι ὑποτύπωσεις Pyrrhōneioi hypotypōseis)
define el escepticismo de la manera siguiente: «El escepticismo es la facultad
de oponer de todas las maneras posibles las representaciones sensibles o
fenómenos y las concepciones inteligibles o noúmenos; y de ahí llegamos, por el
equilibrio de las cosas y de las razones opuestas (isostenía), primero a la
suspensión del juicio (epoché) y, después, a la imperturbabilidad (ataraxía)».
Defiende una posición relativista y fenomenista desde
una posición escéptica antimetafísica y empirista. Según él, hay cosas, pero lo
único que podemos saber y decir de ellas es de qué manera nos afectan, no lo
que son en sí mismas. No obstante, su epoché no es tan radical como la de
Pirrón. Defiende también una ética del sentido común y, aunque como pirroniano
acepta la indiferencia (adiaphora) respecto de todas las soluciones morales,
reivindica también la importancia de lo empírico, razón por la cual defiende
que la vida práctica debe regirse por cuatro guías: la experiencia de la vida,
las indicaciones que la naturaleza nos da a través de los sentidos, las
necesidades del cuerpo y las reglas de las artes. Hace una crítica del
silogismo, al que considera un círculo vicioso, y pone en entredicho la noción
de signo, especialmente tal como lo entendían los estoicos. Critica la teología
estoica señalando las contradicciones de la noción estoica de divinidad. Para
los estoicos todo cuanto existe es corpóreo, por tanto, señala Sexto, también
lo ha de ser la divinidad. Pero un cuerpo puede ser simple o compuesto. Si es
compuesto puede descomponerse y, por tanto, es mortal. Si es simple, es uno de
los elementos: tierra, aire, agua o fuego y, entonces, es inerte e inanimado. De
ahí se sigue que la divinidad, o bien es mortal, o bien es inanimada, lo cual
es, en ambos casos, absurdo. Además de este argumento, Sexto Empírico atacaba
la noción de divinidad apelando a otros razonamientos. En todos ellos reforzaba
la idea escéptica de la necesidad de la epoché o suspensión del juicio. Además,
atacó también la noción de causa.
En general, su obra es importante por cuanto es una
de las fuentes del conocimiento del pensamiento antiguo. Concretamente, su
Adversus mathematicos aporta datos importantes para el conocimiento de la
historia de la astronomía, la gramática y la ciencia antigua, así como de la
teología estoica.
Sus obras principales conservadas son, pues, la ya
citada Esbozos pirrónicos y Contra los matemáticos o Contra los profesores
(Adversus mathematicos, hoc est, adversus eos qui profitentur disciplinas),
tradicionalmente dividida en dos partes, con título latino: Adversus
mathematicos —también—, libros I–VI, y Adversus dogmaticos, libros VII–XI (si
bien esta división no es segura, ni puede establecerse si en realidad
pertenecían a la misma obra o se conservan siquiera completas).
Una influyente traducción latina de los Esbozos fue
publicada por Henricus Stephanus en Ginebra en 1562, seguida por una traducción
completa de la obra por Gentian Hervet en 1569. Petrus y Jacobus Chouet
publicaron el texto griego por primera vez en 1621. Stephanus no lo incluyó
junto con su traducción al latín ni en la edición de 1562 ni en la de 1569, ni
se publicó en la reedición de esta última en 1619. Los Esbozos fueron muy
leídos en Europa durante los siglos XVI, XVII y XVIII, y tuvieron un profundo
impacto en autores como Montaigne, Hume y Hegel.
AMINTAS III DE MACEDONIA
Amintas III (griego Ἀμύντας Amyntas) (?-369), hijo de Filipo I de Macedónia y nieto de
Alejandro I Filoheleno, fue rey de Macedonia en 393 a. C., y de nuevo entre los
años 392 a. C. y 370 a. C. Fue padre de Filipo II, de Pérdicas III y de
Alejandro II y abuelo de Alejandro III Magno.
Llegó al trono con la ayuda de los griegos a la
muerte de Filipo I, su padre, y tras ordenar el asesinato de Pausanias
en 393 a. C., pero al final del año se rebeló Argeo II, hermano de
Pausanias, con el apoyo del jefe ilirio Bardilis I, y expulsó a Amintas III,
que huyó a Tesalia, pero con ayuda de los tesalios y de Olinto recuperó el
trono al cabo de un mes.
No mucho después logró la paz con los ilirios,
posiblemente mediante el pago de un tributo. Restableció su poder sobre
Macedónide (la Alta Macedonia) gracias a su boda con una princesa elimea.
Filipo I era hermano de Pérdicas II de Macedonia según
Tucídides y en 454 a. C., a la muerte de Alejandro I de Macedonia había
recibido una parte del reino, la Alta Macedonia o Macedónide. A la muerte de
Filipo hacia el 430 a. C., su hijo Amintas le sucedió y su tío intentó tomarle
el reino. Sitalces, rey de los odrisios (rey hacia 460-424 a. C.) que hizo una
expedición contra Pérdicas (429 a. C.) y entre su comitiva Sitalces llevaba a
Amintas, hijo de Filipo, al que destinaba al trono de Macedonia; una de las
condiciones que se establecieron en la firma de la paz, fue que no ayudaría a
Filipo a ocupar el trono, pero Amintas pudo conservar los dominios paternos.
Justino y Claudio Eliano en cambio, dicen que Amintas
era hijo de Menelao, personaje desconocido, lo que lleva a pensar que allí pudo
haber dos reyes de nombre Amintas en los convulsos años 394 y 393 a. C., y que
éste era Amintas II, que habría reinado efímeramente poco antes.
Una de sus primeras decisiones fue dar a Olinto un
extenso territorio asegurándose así la ayuda de esta polis en caso de ser
derrocado.
Recuperó el dominio de la Baja Macedonia en el año
379 a. C. con la ayuda de Esparta. A su muerte estallaron luchas dinásticas por la sucesión.
Consolidado en el poder reclamó el territorio dado a
Olinto, alegando que había sido en depósito, y como no lo devolvieron pidió
ayuda a Esparta. Al mismo tiempo (382 a. C.) se alió con Acanto y Apolonia,
rivales de Olinto y que no habían querido entrar en la confederación o Liga
Calcídica.
Los espartanos enviaron un cuerpo expedicionario dirigido por
Eudamidas y su hermano Fébides (Phoebidas), al que después sustituyó Teleutias,
más tarde Agesipolis I, y finalmente Polibíades, que fue quien conquistó Olinto
en 379 a. C. conjuntamente con las fuerzas de Amintas III y de Derdas rey de
Elimia (vasallo de Amintas).
Pese a su alianza con Esparta, a la que Amintas fue
fiel el resto de su vida, fue también aliado de Jasón de Feras y estaba en
buenas relaciones con Atenas. Ifícrates fue adoptado como hijo por Amintas, y
el rey dio apoyo a la reclamación de Atenas sobre Anfípolis.
Estrabón parece indicar que la capital del reino se
trasladó bajo Amintas de Egas (o de Edesa) a Pela. En Edesa permaneció el lugar
de enterramiento real.
Juniano Justino habla de un complot de su mujer,
Eurídice, que quería situar en el trono a su yerno Ptolomeo Alorita, pero la
mujer de éste, reveló el plan a su padre. Diodoro Sículo en cambio, dice
que Ptolomeo era hijo de Amintas.
Amintas murió a la avanzada edad en 369 a. C. y dejó
tres hijos legítimos: Alejandro II de Macedonia, Pérdicas (Pérdicas III de
Macedonia) y Filipo (Filipo II de Macedonia), de los que el primero fue el
sucesor inmediato.