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miércoles, 31 de agosto de 2016

PLUTARCO DICE DE LOS IDUS DE MARZO



Todavía hay muchos de quienes se puede oír que un adivino le anunció aguardarle un gran peligro en el día del mes de marzo que los romanos llamaban los idus. Llegó el día y yendo César al Senado saludó al adivino y como por burla le dijo: «Ya han llegado los idus de marzo»; a lo que contestó con gran reposo: «Han llegado, sí; pero no han pasado»






EL PALATINO



En la Antigüedad ya se proponían diversas explicaciones del Palacio (Palatium), que era el nombre del monte Palatino. Quizá se llamará así por Palante, el abuelo de Evandro, colono griego que vivía en aquel lugar en tiempos de Eneas. Otras derivaciones aluden a los orígenes de los romanos como pueblo pastoril: procedería de balatus ( "balido"), o de pasco, verbo que significa "apacentar" y del que deriva nuestro "pasto". 





PRIVILEGIOS DE LAS VÍRGENES VESTALES

Las vírgenes vestales tenían la obligación de mantener el templo de Vesta y ejecutar los ritos de la diosa. Se encargaban de que no se apagara nunca el fuego sagrado, traído, según se decía, desde Troya. Las vírgenes vestales tenían importantes privilegios de los que no gozaba ninguna otra mujer en Roma:
 
- Vivían con lujo a expensas del pueblo.

-Estaban libres de autoridad paterna.

-Guardaban los testamentos y los tratados, y tenían potestad para otorgar testamento.

-Podían hacer negocios en su propio nombre.

-Podían actuar como testigos en los tribunales sin necesidad de prestar juramento.

-Podían circular por Roma en vehículos de ruedas.

-Hasta los más altos magistrados tenían que cederles el paso.


- Si por casualidad encontraban en su camino a un criminal que ibas a ser ejecutado, éste era perdonado. 



QUINTILIANO DICE SOBRE REFUTAR




A veces podemos refutar una afirmación fingiendo que estamos de acuerdo con ella. Cuando Fabia, la esposa de Dolabela, afirmó que tenía treinta años, Cicerón dijo: "Es verdad. Llevo oyéndoselo decir desde hace veinte años". 


EL CÓNSUL CAYO VALERIO FLACO


Cayo Valerio Flaco (en latín, Gaius Valerius Flaccus) fue un político y militar de la República Romana.
 
Cayo era hermano de Lucio Valerio Flaco. Fue elegido praetor urbanus en 98 a. C. Gracias a su influencia en el Senado, Flaco logró aprobar una ley que concedía la ciudadanía romana a la población de Calliphana, en Velia.
 
En 93 a. C. Flaco fue elegido cónsul junto a Marco Herenio y después sucedió a Tito Didio en el gobierno proconsular de Hispania. Debido a la dureza con la que los anteriores gobernadores habían tratado a los celtíberos, éstos se habían rebelado en la ciudad de Bélgida y mataron a todos los senadores locales al quemar la sede del Senado de la ciudad, debido a que los senadores habían rechazado instigar a la gente para que se rebelara.
 

Flaco tomó la población por sorpresa y asesinó a todos los que habían tomado parte en la quema del Senado, unos 20 000 locales.



AMIANO MARCELINO


Amiano Marcelino (en latín: Ammianus Marcellinus) fue el principal historiador romano que vivió y relató el proceso de decadencia y descomposición del Imperio romano durante el siglo IV.



Se cree que nació entre 330 y 335, en una acaudalada familia de ascendencia griega asentada en Antioquía. Se definía a sí mismo como «un soldado y un griego», pues estaba orgulloso de su origen y de su paso por el ejército en los aristocráticos Protectores Domestici. Como tal, estuvo bajo el mando de Ursicino en la fortaleza de Nísibis, junto a la frontera persa, desde el año 353. En el año 355 acompañó a Ursicino a una breve campaña en la Galia contra Claudio Silvano, que se había autoproclamado emperador. Esta campaña duró hasta el año siguiente, momento en que volvió a la frontera oriental. Allí escapó en el último momento del sitio de Amida (Diyarbakir) junto con su esposa, cuando la plaza fue tomada por las fuerzas de Sapor II. Amiano perdió el favor del emperador Constancio II cuando su superior Ursicino cayó en desgracia, pero recuperó su antiguo prestigio y posición tras la muerte de Constancio II y el acceso al trono de Juliano.



El gran número de elogios que Amiano Marcelino destina a Juliano en sus obras demuestran su gran admiración por este emperador. Marchó junto a él a las campañas contra los alamanes y en la expedición contra Persia de 363. Tras visitar Grecia y Egipto, Marcelino se asentó de nuevo en Antioquía en 371, donde permaneció los siete años siguientes. En 378 marchó a Roma y se instaló definitivamente allí, donde pasó el resto de su vida.



Comenzó a escribir su obra Rerum Gestarum Libri XXXI (llamada a menudo Historias) en la capital del Imperio, en principio como una continuación de las obras de Tácito, en prosa rítmica, algo notable teniendo en cuenta que el latín no era su lengua materna. Sus escritos concentran todos los acontecimientos ocurridos en el Imperio entre la ascensión al trono de Nerva en el año 96 y la muerte de Valente en la Batalla de Adrianópolis (378), recopilados en 31 volúmenes de los que se han perdido actualmente los 13 primeros. A resultas de ello, sólo se conocen los tomos finales, que narran la época comprendida entre 353 y 378.



La obra, escrita en latín para facilitar su difusión (Amiano Marcelino hablaba y escribía normalmente en griego), le reportó gran fama en todo el Imperio, especialmente en Roma y Antioquía. Su lugar como autor de referencia permaneció hasta el siglo VI, sumiéndose en el olvido durante la Edad Media. A pesar de las partes perdidas, se considera a las Historias de Marcelino como una obra de referencia obligada —por única casi— para entender los últimos años de gobierno de Constancio II, los mandatos de Juliano, Joviano, Valentiniano I y Valente y los primeros años de Graciano, además de que ofrece un retrato de la realidad política y social en el bajo Imperio romano, su decadencia y las causas de ésta (achacadas por el autor a la dejadez, deshonor y hedonismo de la población) y la organización política y militar de numerosos pueblos bárbaros (incluidos los hunos y los visigodos). Así mismo, Amiano Marcelino deja entrever en sus obras las funestas consecuencias que la situación del momento traerían a Roma, como el saqueo de Alarico I que sobrevino dos décadas después de la probable muerte del historiador, el cual fue visto por los contemporáneos como el fin del mundo hasta entonces conocido. Amiano Marcelino era pagano y no tenía en gran aprecio al Cristianismo, por lo que es probable que su postura influyera en quienes vieron más tarde a esa religión como la causante de la caída de Roma, una idea que puso en aprietos incluso a San Agustín.



Se ignora la fecha exacta de su muerte. El último año en el que se puede presuponer que seguía vivo es 391, pues nombra a Sexto Aurelio Víctor como prefecto de Roma, quien accedió ese año a dicho cargo. Posiblemente murió hacia el año 400 d. C.






VALERIO MÁXIMO MANIFIESTA SOBRE LA FELICIDAD DE QUINTO METELO Y DE GIGES


Diversos son los ejemplos que de la volubilidad de la fortuna hemos expuesto; muy pocos son, en cambio, los que pueden aducirse de su favor constante. De lo cual se infiere que de buen grado acarrea desgracias y sólo en contadas ocasiones concede alegrías. Esta misma fortuna, cuando se ha propuesto dejar a un lado su mezquindad, atesora bienes no sólo cuantiosos y espléndidos, sino también imperecederos.


Veamos, pues, por cuántos grados de beneficios la fortuna, sin perder jamás su magnanimidad, llevó a Quinto Metelo  a las más altas cotas de felicidad, desde el primer día de su vida hasta el instante mismo de su muerte. Quiso la fortuna que Metelo naciese en la capital del mundo; le otorgó los padres más nobles; le confirió, además, unas excepcionales cualidades espirituales y una fortaleza física capaz de soportar las fatigas; le procuró una esposa célebre por su honestidad y fecundidad; le brindó el honor del consulado, la potestad generalicia y el lustre de un grandioso triunfo; le permitió ver al mismo tiempo a tres de sus hijos cónsules (uno de ellos incluso había sido censor y había recibido los honores del triunfo) y a un cuarto pretor; hizo que entregara en matrimonio a sus tres hijas y acogiera en su mismo regazo a la descendencia de éstas. Tantos partos, tantas cunas, tantas togas viriles, tan gran número de teas nupciales, tantos cargos civiles y militares; en definitiva, tantos y tantos motivos de alegría; y en todo este tiempo, ningún duelo, ningún llanto, ningún motivo de tristeza. Contempla las moradas celestiales y difícilmente podrás encontrar allí un estado de dicha semejante, pues vemos que los más insignes poetas atribuyen penas y dolor también a los corazones de los dioses. Y a este género de vida correspondió un final acorde con él: en efecto, Metelo falleció a una edad muy avanzada y de muerte natural, entre los besos y abrazos de sus seres más queridos, y fue llevado por toda la Ciudad a hombros de sus hijos y yernos hasta ser depositado sobre la pira funeraria.



 Si renombrada fue aquella felicidad, más desconocida fue, en cambio, esta otra, aunque preferida al esplendor de los dioses. Pues cuando Giges, ensoberbecido por el trono de Lidia y tan plagado de armas y riquezas, había recurrido a Apolo Pitio  para preguntarle si había algún mortal más feliz que él, la divinidad, emitiendo sus palabras desde lo más oculto de la gruta, prefirió a Aglao de Psófide  antes que a él. Era éste el más pobre de los arcadios, y aun a pesar de su avanzada edad, nunca había salido de los límites de su pequeña heredad, feliz como era con el fruto de su exigua parcela. Y no cabía duda de que, con la agudeza de su oráculo, Apolo daba a entender el fin último y sin sombras de una vida feliz. Y por esta razón respondió a Giges, que se vanagloriaba insolentemente del oropel de su fortuna, que apreciaba más una choza sonriente de calma que un palacio atormentado por cuidados e inquietudes; un puñado de tierra libre de temores que los riquísimos campos de Lidia, repletos de angustias; una o dos yuntas de bueyes fáciles de sustentar que los ejércitos, las armas y la caballería, tan ruinosos por sus excesivos gastos; y un pequeño granero que nadie ansíe, para lo imprescindible, antes que tesoros expuestos a las insidias y la codicia de todo el mundo. Y así fue como Giges, que deseaba contar con la aquiescencia de la divinidad a propósito de su vana convicción, aprendió dónde radica la estable y auténtica felicidad.



OVIDIO DICE SOBRE LA RELIGIÓN




Conviene que existan dioses y, como conviene, supongamos que existen.









PETICIÓN ERÓTICA DEL POETA CÁTULO A IPSITILA



Por favor, mi dulce Ipsitilia, objeto de mis delicias y de mis pasatiempos, invítame a que vaya a tu casa a pasar la siesta. Y si lo haces hazme este favor: que nadie eche el cerrojo de la puerta y a ti que no se te ocurra salir. Quédate en casa y prepárate para echar nueve polvos seguidos. Pero si piensas hacerlo, invítame ya de una vez. Pues estoy recién comido tumbado aquí boca arriba y soy capaz de atravesar la túnica y el manto.