Pasión por los romanos. Un blog de divulgación creado por Xavier Valderas que es un largo paseo por el vasto Imperio Romano y la Antigüedad, en especial el mundo greco-romano.
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martes, 30 de junio de 2015
COSAS QUE DICE MARCO TULIO CICERÓN SOBRE LA JUSTICIA Y LOS TRIBUNALES:
(...) El agraviado no olvida nunca la
injusticia y lleva siempre delante su resentimiento.
(...) El magistrado es la ley hablando,
y la ley es un magistrado mudo.
(...) El que seduce a un juez con el
prestigio de su elocuencia, me parece más culpable que el que lo corrompe con
dinero.
(...) ¿En qué consiste la sabiduría del juez?. En estimar
bien no sólo lo que puede, sino lo que debe hacer; en recordar no sólo lo que
le está permitido, sino también los límites de sus facultades.
(...) Esta máxima nos legaron nuestros
mayores como garantía de la equidad en los juicios: si el delito existe,
castigarlo sin odio; si no existe, no sospecharlo.
(...) No puede juzgar con severidad
quien no quiera para sí jueces severos.
(...) Quien no impide el mal, lo
favorece
LA TOTALIDAD DEL EJÉRCITO DE MARCO ANTONIO DESERTA ABANDONANDO A SU GENERAL
Antonio
y sus generales cabalgaron en dirección a Canopus, con grandes sonrisas de
satisfacción ante la perspectiva de la batalla. La zona había estado poblada
desde hacía muchos años, tradicionalmente por los ricos mercaderes extranjeros,
aunque sus casas no estaban ubicadas entre las tumbas, como las casas al oeste
de la ciudad, donde se encontraba la necrópolis. Allí había jardines,
plantaciones, mansiones de piedra con estanques y fuentes, bosquecillos de
roble negro y palmeras. Más allá del hipódromo, en las bajas dunas cerca del
mar -menos deseables que practicaban los hombres ricos-, estaba el campamento
romano, dos millas en línea recta de vallas y trincheras.
«¡Bien!»,
pensó Antonio mientras se acercaban al ver que los soldados ya estaban en el
exterior y formados. Entre las primeras filas y la vanguardia de Octavio había
un espacio de media milla. Centellaban las águilas, las banderas multicolores
de las cohortes ondeaban al viento, el vexillum proponere escarlata destacaba
junto al
Caballo Público de Octavio, donde estaba sentado, rodeado por sus generales, a
la espera. «¡Oh, adoro este momento! -continuó la mente de Antonio mientras se
abría
paso entre sus tropas, la caballería haciendo sus habituales ruidos y
estrépitos en los flancos-. Me encanta la siniestra sensación del aire, los
rostros de mis hombres, la fuerza de tanto poder.»
Luego,
en un instante, se acabó. Su propio vexillarius bajó la bandera y caminó hacia
el ejército de Octavio. Todos los aquilifer con sus águilas hicieron lo mismo,
así como todos los vexillarius de cada cohorte, mientras sus soldados, que
pedían guerra sin cuartel a gritos, los siguieron, las espadas a la funerala y
los pañuelos blancos atados alrededor de sus pila.
Antonio
no supo cuánto tiempo estuvo sentado en su nervioso caballo, pero cuando su
mente se aclaró lo suficiente para mirar a los lados en busca de sus generales
se habían marchado. No sabía adonde habían ido. Con los movimientos bruscos de
una marioneta hizo girar a su caballo y galopó de regreso a Alejandría, las
lágrimas rodando por su rostro y volando como gotas de lluvia en una tempestad.
( C.
McC. )
CARTA DE CLEOPATRA A CÉSAR OCTAVIO SUPLICANDO LA PAZ
Octavio:
Estoy
seguro de que no quieres más muertes romanas y por la manera como has tratado
al ejército de mi esposa tampoco quieres más muertes enemigas.
Supongo
que para el momento que mi hijo mayor llegue a ti estarás en Menfis. Lleva esta
carta porque sé que llegará a tu mesa y no ala de algún legado. El chico está
ansioso por hacerme este servicio, y a mí me complace dejarlo.
Octavio,
no continuemos esta farsa. Admito libremente que fui el agresor en nuestra
guerra, si guerra se puede llamar. Marco Antonio no ha brillado demasiado, eso
está claro, y ahora desea un final.
Si
permites que la reina Cleopatra reine en su reino como faraón y reina, me
dejaré caer sobre mi espada. Un buen final para una lucha patética. Envía tu
respuesta con mi chico. La esperaré durante tres nundinae. Si para entonces no
he recibido ninguna respuesta, sé que me rechazas.
( C.
McC. )
CLEOPATRA PREPARA SU PROPIA TUMBA Y LAS TUMBAS DE MARCO ANTONIO Y CESARIÓN
Entre
intentar que Antonio saliese de su tristeza y mantenerse atenta a los tres
jóvenes: Cesarión, Curio y Antillo, Cleopatra estaba muy ocupada acabando su tumba,
que había comenzado cuando subió al trono a la edad de diecisiete años, como
era la costumbre y la tradición.
Estaba en el Sema, un gran terreno dentro del recinto
real donde estaban enterrados todos los Ptolomeo y donde yacía Alejandro Magno
en un sarcófago de cristal transparente.
Uno de sus dos hermano-marido estaba
allí (ella lo había asesinado para que Cesarión ocupase el trono); el otro,
ahogado, permanecía bajo las aguas del brazo Pelusíaco del Nilo. Cada Ptolomeo
tenía su propia tumba, como también las varias Berenice, Arsinoé y Cleopatra
que habían reinado.
Ninguna de estas tumbas era un edificio gigantesco, aunque
eran faraónicos en su forma: una cámara interior para el sarcófago, jarros
canópicos y estatuas guardianas, además de tres pequeñas habitaciones exteriores
con comida, bebida, muebles y una preciosa barca de juncos para navegar por el
Río de la Noche.
Como
la tumba de Cleopatra también debía contener a Antonio, era el doble de grande
que las otras. Su propio lecho estaba acabado; era en el de Antonio donde los
obreros trabajaban frenéticamente. Hecha de granito nubio rojo oscuro pulido
como un espejo, era de forma rectangular, sus puertas exteriores sin ningún adorno
salvo sus cartuchos y los de Antonio.
Dos enormes puertas de bronce con
símbolos sagrados cerraban los dos grupos de habitaciones, que daban a una antecámara
que tenía dos puertas, una a cada lado. Un tubo de comunicación en la izquierda
de las puertas exteriores atravesaba los muros de un metro y medio de grosor.
Hasta
que ella y Antonio fuesen totalmente embalsamados en su interior habría una abertura
en la pared de la puerta, a la que se llegaba por un andamio hecho de bambú,
con una grúa y un amplio cesto que permitían subir a las personas -con sus herramientas-
para entrar y salir del interior.
El proceso de embalsamamiento tardaba noventa
días, así que transcurrirían tres meses entre la muerte y el sellado de la
abertura en la pared de la puerta; los sacerdotes embalsamadores entrarían y saldrían
con sus instrumentos y el natrón, las sales acres que obtenían del lago
Tritonis, en el margen de la provincia africana de Roma. Cuando eso estuviese
acabado, los sacerdotes se albergarían en un edificio especial junto con sus
equipos.
La
cámara interior de Antonio estaba comunicada con la de ella a través de una
puerta; ambas eran hermosas, decoradas con murales, oro, gemas y todo el
esplendor que el faraón y su consorte pudiesen desear en el Reino de los
Muertos.
Libros para leer, escenas de sus vidas para sonreír, todos los dioses
egipcios, un maravilloso mural del Nilo. La comida, el mobiliario, la bebida y
la barca ya estaban instalados; Cleopatra sabía que no tardaría mucho en
ocuparla.
En
las habitaciones reservadas para Antonio habían instalado ya su escritorio y su
silla curul de marfil, sus mejores armaduras, un surtido de togas y túnicas,
mesas hechas
con madera de limonero sobre pedestales de marfil con incrustaciones de oro.
Incluso
los templos en miniatura con las imágenes de cera de todos los antepasados que
habían alcanzado el cargo de pretor estaban allí, y un busto de sí mismo en un
pilar que a él le gustaba especialmente; el escultor griego había metido su
cabeza en las fauces de una piel de león, sus garras anudadas en su pecho y los
dos ojos rojos resplandecientes por encima de su cráneo. Las únicas cosas que faltaban
en su sección eran una armadura y una toga con ribetes púrpura, todo lo que
necesitarían desde entonces hasta el final.
Por
supuesto, Cesarión sabía lo que ella estaba haciendo, había comprendido que su
madre pensaba que Antonio y ella muy pronto estarían muertos, pero no dijo nada,
y tampoco intentó disuadirla. Sólo el más tonto de los faraones no hubiese
tenido en cuenta la muerte; no significaba que su madre y su padrastro
estuviesen pensando en el suicidio, sólo que estarían preparados para entrar en
el Reino de los Muertos debidamente preparados y equipados, ya fuese que sus
muertes se produjesen como resultado de la invasión de Octavio o no ocurriese
durante otros cuarenta años. También se estaba construyendo su propia tumba,
como era lo adecuado y lo correcto. Su madre la había puesto junto a Alejandro
Magno, pero él la había trasladado a un rincón pequeño y discreto.
Una
parte de él estaba entusiasmada con la perspectiva de la batalla, pero otra
sufría y rumiaba sobre el destino de su gente si se quedaban sin faraón. Con la
edad suficiente para recordar la hambruna y la pestilencia de aquellos años que
iban desde la muerte de su padre hasta el nacimiento de los mellizos, él tenía
un enorme sentido de la responsabilidad, y sabía que debía vivir, no importaba
lo que le ocurriese a su madre, su consorte.
Estaba seguro de que se le
permitiría vivir si él llevaba las negociaciones con habilidad y estaba
preparado para darle a Octavio los tesoros que reclamase. Un faraón vivo era
mucho más importante para Egipto que los túneles abarrotados con oro. Sus ideas
y opiniones respecto a Octavio eran privadas, y nunca las había comentado con
Cleopatra, que no estaría de acuerdo con ellas ni pensaría bien de él por tenerlas.
Pero él comprendía el dilema de Octavio, y no podía culparlo por sus acciones.
«¡Oh, mamá, mamá! Tanta codicia, tanta ambición.» Porque ella había desafiado
el poder de Roma, Roma venía. Una nueva era estaba a punto de comenzar para
Egipto, una era que él debía controlar. Nada en la conducta de Octavio decía
que fuese un tirano; era, intuía Cesarión, un hombre con una misión: la de
preservar a Roma de sus enemigos y la de proveer a su gente con prosperidad.
Con aquellas metas en la mente haría todo lo que fuese necesario, pero no más.
Un hombre razonable, un hombre con quien se podía hablar y hacerle ver con buen
criterio que un Egipto estable bajo un gobernador estable nunca sería un
peligro. Egipto, amigo y aliado del pueblo romano, el más leal reino cliente de
Roma.
( C.
McC. )
CLEOPATRA REPROCHA A MARCO ANTONIO HABER DESERTADO EN LA BATALLA DE ACCIO
Accio
ha sido considerada la más colosal batalla naval jamás librada .Muchos miles
de tus tropas romanas murieron, Antonio, ¿lo sabías? Tantos que sólo un puñado
sobrevivieron y acabaron prisioneros. Tú mismo, sin embargo, luchaste incluso
después de que el Antonia se incendiase. Luego tú viste a la reina que
desertaba para huir a Egipto, saltaste a una barca y la perseguiste frenéticamente, abandonando a tus hombres. Te abriste paso a través de
centenares de soldados romanos moribundos sin hacer caso de sus súplicas para
que te quedases, sólo con la intención de alcanzar a Cleopatra. Cuando lo
hiciste y ella te vio a bordo de su barco, aullaste como un perro empalado, te
sentaste en la cubierta, te cubriste la cabeza y te negaste a moverte durante
tres días. La reina te quitó la espada y la daga, porque tú estabas loco por la
culpa de abandonar a tus hombres. Por supuesto, Roma e Italia están ahora
absolutamente convencidas de que tú, en el mejor de los casos, eres un esclavo
de Cleopatra. Tus más fieles partidarios te han abandonado. Incluso Pollio,
aunque él no luchará contra ti.