Pasión por los romanos. Un blog de divulgación creado por Xavier Valderas que es un largo paseo por el vasto Imperio Romano y la Antigüedad, en especial el mundo greco-romano.
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domingo, 30 de noviembre de 2014
CARTA DE CAYO MARIO A PUBLIO RUTILIO RUFO
Asisto a todas las reuniones del
Senado y de la plebe, y parece ser que por fin pronto habrá elecciones. Ya era
hora. Como tú dijiste: cuatro días antes de los idus de diciembre. Publio Licinio Lúculo
y Lucio Annio empiezan a derrumbarse: no creo que logren un segundo mandato
como tribunos de la plebe. De hecho, la impresión general es que se las arreglaron para difundir el
rumor y que sus nombres cobraran mayor relieve ante los electores. Ambos son consulables, pero
ninguno de los dos ha conseguido causar impresión y no es de extrañar que los tribunos de la
plebe no los consideren reformadores. Así que, ¿qué mejor modo de causar impresión que
entorpecer el voto popular por Roma? Debo estar volviéndome cínico.
¿Es posible eso en el caso de un palurdo itálico que no habla griego?
Como sabes, las cosas siguen muy
tranquilas en África, aunque nuestros espías comunican que Yugurta está
reclutando y preparando un ejército muy numeroso ¡y al estilo romano! No obstante, las cosas
dejaron de estar tranquilas cuando Espurio Albino llegó aquí hace más de un mes para celebrar
las elecciones. Hizo su informe al Senado, incluido el hecho de que ha reducido su ejército a
tres legiones, una de fuerzas auxiliares locales, otra de tropas romanas ya estacionadas en Afríca
y otra que se llevó consigo de Italia la pasada primavera. Aún no han hecho el bautismo de
sangre. Por lo visto, Espurio Albino no siente mucha inclinación
por el arte de la guerra. No puedo decir lo mismo de Metelo.
Lo que sacó de quicio a nuestros
venerables colegas del Senado fue la noticia de que a Espurio Albino le ha
parecido conveniente nombrar a su hermanito Aulo Albino gobernador de la provincia
africana ¡y comandante del ejército de allí durante su ausencia! ¡Imagínate! Supongo que si Aulo
Albino hubiese sido su cuestor, el Senado no habría objetado nada, pero imagínate -aunque te
lo digo, de todos modos-: el cargo de cuestor no era suficiente para Aulo Albino, así que su
hermano le nombró legado mayor. ¡Sin aprobación del Senado! Así que ahí tienes a nuestra
provincia de Africa, administrada en ausencia del gobernador por un exaltado de treinta años sin
ninguna experiencia ni descollante inteligencia. Marco Escauro estaba rabioso y dirigió al cónsul
una diatriba que tardará en olvidar, te lo aseguro. Pero ya está hecho. Lo único que cabe
esperar es que el gobernador Aulo Albino Se comporte como es debido.
Escauro lo duda. Y yo también, Publio Rutilio.
No tenías ninguna duda de que al
Meneitos le eligieran cónsul, y tenías razón. Sin embargo, el pueblo y los
tribunos de la plebe sacaron tajada en las elecciones antes de que votasen las centurias y no hubo
sorpresas en ninguno de ambos casos. Por lo que los cuestores asumieron el cargo el
quinto día de diciembre y los nuevos tribunos de la plebe el décimo día. El único nuevo
tribuno de la plebe que parece interesante es Cayo Mamilio Limetano. Ah, y tres
de los nuevos cuestores prometen. Los famosos oradores noveles y figuras del foro, Lucio Licinio
Craso y su buen amigo Quinto Mucio Escévola, son dos de ellos, pero para mí es aún más
interesante el tercero: un tipo muy impetuoso y enérgico, de una familia plebeya reciente,
llamado Cayo Servilio Glaucia, a quien estoy seguro recordarás de cuando actuaba ante los tribunales;
ahora se dice que es el mejor legalista que ha tenido Roma. A mí no me gusta. Metelo
salió elegido en el primer puesto en los comicios de las centurias, así que será cónsul
mayor el año que viene. Marco Junio Silano le anduvo a la zaga, pero el voto fue muy
conservador, de todos modos. No hay hombres nuevos entre los pretores. De los seis, dos son patricios y
un patricio adoptado por una familia plebeya, que es nada menos que Quinto Lucio Catulo César.
Por lo que respecta al Senado, la votación fue excepcional
y el nuevo año se presenta prometedor.
Y luego, mi querido Publio
Rutilio, estalló el trueno. Parece que a Aulo Albino le tentaron los rumores de que había
un gran tesoro oculto en la ciudad númida de Suzul. Así que esperó a que su hermano el cónsul
estuviera camino de Roma para celebrar las elecciones e... ¡invadió Numidia! ¿Te imaginas? ¡A
la cabeza de tres miserables legiones sin experiencia! El asedio de Suzul fue un fracaso,
por supuesto. Los númidas cerraron las puertas y se rieron de él desde los adarves de las
murallas. Pero, en vez de admitir su incapacidad para llevar a cabo un asedio, y no digamos una
campaña, ¿qué hizo nuestro Aulo Albino? ¿Regresar a la provincia romana?, es como si te
lo estuviera oyendo preguntar a ti, que eres un hombre razonable. Pues sí, eso podría
haber sido lo que tú hubieras optado por hacer de haber estado en la situación de Aulo Albino,
pero no fue lo que él hizo. ¡El levantó el sitio y marchó a la Numidia occidental! A la cabeza
de sus tres miserables legiones sin experiencia. Yugurta le atacó en plena noche cerca de la
ciudad de Calama y le infligió tal derrota que el hermanito del cónsul tuvo que rendirse sin
condiciones. ¡Y Yugurta hizo pasar bajo el yugo a todas las tropas romanas y auxiliares de Aulo
Albino y, a continuación, le obligó a poner su firma en un tratado, en el
que se otorga todo lo que no había podido conseguir del Senado!
La noticia llegó a Roma no a
través de Aulo Albino, sino de Yugurta, quien envió al Senado una copia del tratado acompañada
de una carta en la que se queja duramente de nuestra traición por haber
invadido un país con ansias de paz que no había levantado ni un dedo contra Roma. Cuando digo
que Yugurta ha escrito al Senado, quiero decir que tuvo arrestos para dirigirse a su
irredento enemigo Marco Emilio Escauro, dado su cargo de prínceps senatus. Una expresa
afrenta a los cónsules, naturalmente, el dirigir la carta al primero entre los senadores. ¡Si
hubieras visto lo furioso que estaba Escauro! Convocó inmediatamente una reunión del
Senado y obligó a Espurio Albino a divulgar muchos hechos que hábilmente se habían
ocultado, incluido el de que no era tan ajeno a los planes de su hermanito como había pretendido
en principio. La cámara estaba atónita. Luego las cosas se pusieron feas y la facción de
Albino se apresuró a cambiar de bando, dejando solo a Espurio, que tuvo que confesar que había
sabido la noticia del propio Aulo por una carta que había recibido días antes. Por Espurio
nos hemos enterado de que Yugurta ha ordenado regresar a Aulo al Africa romana,
prohibiéndole pisar la frontera de Numidia. Así que ahí ha quedado el codicioso
Aulo Albino, pidiendo instrucciones a su hermano.
Naturalmente, lo que más ha
dolido ha sido que Yugurta haya obligado al ejército romano a pasar bajo el yugo.
Sucede raras veces, pero siempre causa profunda conmoción en la ciudad, sin distinción de
clases; yo, que es la primera vez que soy testigo de ello, me siento tan conmovido, humillado y
hundido como el romano que más. Me atrevería a decir que a ti te habrá sido igualmente doloroso,
por lo que me alegro de que no estuvieses aquí y vieras las escenas de la gente de luto,
llorando y mesándose los cabellos, muchos caballeros se quitaron la franja estrecha de la túnica,
los senadores se pusieron una franja estrecha en vez de ancha, y todo el territorio enemigo
delante del templo de Belona estaba lleno de ofrendas pidiendo castigo para Yugurta. La fortuna
le ha dado al Meneitos una preciosa campaña para el año que viene,
y tú y yo nos lo pasaremos muy bien, siempre que nos entendamos con él.
El nuevo tribuno de la plebe
Cayo Mamilio pide la cabeza de Postumio Albino y exige que su hermano Aulo Albino sea
ejecutado por traición y que a Espurio Albino se le juzgue también por traición, aunque sólo
sea por la estupidez de dejar de gobernador a su hermano durante su ausencia. De hecho,
Mamilio reclama que se constituya un tribunal especial y pretende juzgar nada menos que ¡a
todos los romanos que hayan tenido tratos dudosos con Yugurta desde la epoca de Lucio
Opimio! Y tal como están los ánimos en el Senado, es posible que lo consiga. Todos pasarán
bajo el yugo. Porque todos coinciden en decir que el ejército y su comandante deberían haber
muerto luchando antes que someter a su país a tan abyecta humillación. En eso no estoy de
acuerdo, por supuesto, como supongo no lo estarás tú. Un ejército
vale lo que su comandante, independientemente de su fuerza.
El Senado redactó y despachó una
dura carta para Yugurta, diciéndole que Roma no puede ni quiere reconocer un
tratado firmado a la juerza por un hombre sin imperium y, por consiguiente, sin autoridad del
Senado del pueblo romano para mandar un ejército, gobernar una
provincia y concertar tratados.
Y para concluir, y no menos
importante, Publio Rutilio, te diré que Cayo Mamilio ha recibido mandato de la Asamblea
de la plebe para formar un tribunal especial y juzgar por traición a todos los que hayan
tenido o se sospeche que han tenido tratos con Yugurta. Esto te lo añado en el último día del año
viejo. Por una vez, el Senado aceptó con entusiasmo la legislación plebeya y Escauro ya
está confeccionando una lista de los que van a ser juzgados. A ello contribuye con júbilo
Cayo Memio, que por fin obtiene la revancha. Y lo que es más, en ese tribunal especial de Mamilio
las posibilidades de salir convicto de traición son mayores que por el sistema tradicional en
juicios realizados por la Asamblea de centurias. Hasta el momento se han sabido los nombres de
Lucio Opimio, Lucio Calpurnio Bestia, Cayo Porcio Catón, Cayo Sulpicio Galba, Espurio Postumio
Albino y de su hermano. Pero, como es natural Espurio Albino está reuniendo un
equipo impresionante de abogados para defender ante el Senado que, independientemente de lo
que haya o no hecho su hermanito, no se le puede someter legalmente a juicio porque nunca
ha tenido imperium legal. De lo que se deduce que Espurio Albino va a asumir la
culpabilidad de Aulo, e indudablemente le declararán culpable. Me extrañaría que, si las cosas van
como yo sinceramente espero, el promotor de todo esto, Aulo Albino,
salga indemne de su paso bajo el yugo.
Ah, y Escauro va ser uno de los
tres presidentes de la Comisión Mamilia, como se llama a
este nuevo tribunal. Ha aceptado sin pensárselo dos veces.
Y eso es todo lo de este año
viejo, Publio Rutilio. Un año trascendental, dicen todos. Yo, que ya había perdido la
esperanza, logré sacar la cabeza por encima de las aguas políticas de Roma, gracias a mi casamiento
con Julia. El Meneitos ahora me hace la corte y otros que en el pasado ni advertían mi
presencia comienzan a hablarme como a un igual. Cuídate en el viaje
de vuelta y empréndelo pronto.
BODA DE MARCO ANTONIO CON OCTAVIA, HERMANA DE CÉSAR OCTAVIO
No era nada extraño que Octavia,
todavía adolescente, se casara con Marco Antonio, un hombre ya en la flor de la
madurez. En Roma, por lo menos la mitad de las casaderas matrimoniaban con hombres
que pueden ser sus padres.
Y no es que se considerara algo
extraño o repugnante, porque en lo que atañe a una chica joven, se consideraba
que era preferible, y con mucho casarse con un hombre mayor.
Incluso las jóvenes estaban
mentalizadas en que los hombres más viejos saben ser más considerados y
razonables, y sabían que los peores amantes que habían tenido eran todos
menores de veinticinco años. Comprobaban que los jóvenes se creían que lo saben
todo, y en realidad no saben nada. Cuando intervenían en los juegos sexuales se
sentían como si les embistiera un toro, y se acabó cuando apenas ha empezado.
Pero con un hombre mayor se sentían más cómodas. Y en ese sentido se las
preparaba en saber ver la parte positiva que representaba lo de casarse con un
hombre mayor.
ASESINATO DE CNEO POMPEYO MAGNO, POR PARTE DEL TRAIDOR ROMANO CENTURIÓN LUCIO SÉPTIMIO, EN COMPLICIDAD CON EL EGIPCIO GENERAL ACHILLAS
Llegó
el alba. Pompeyo, Sexto y Cornelia comieron pan rancio con esa falta de entusiasmo
que una dieta monótona hace inevitable y bebieron agua que tenía un sabor algo
salobre.
-Esperemos
que por lo menos podamos abastecer nuestros barcos en Pelusio -comentó Cornelia.
Felipe,
el esclavo liberto, apareció muy sonriente.
-¡Cneo
Pompeyo, ha llegado una carta del rey de Egipto! ¡Hermoso papel!
Pompeyo
rompió el sello, extendió la única hoja de caro papiro (sí, desde luego era un
papel hermoso) murmurando algo entre dientes mientras recorría el breve texto
en griego y luego levantó la vista.
-Bueno,
van a concederme audiencia. Un bote me recogerá dentro de una hora. -Pareció sobresaltado-.
¡Oh, dioses, necesito un afeitado y mi toga praetexta! Felipe, envíame a
mi criado, por favor.
Estaba
de pie, adecuadamente vestido con la túnica de procónsul del Senado y el pueblo
de Roma; Cornelia Metela y Sexto estaban uno a cada lado. Todos esperaban a que
alguna barca maravillosamente decorada con oro y con la vela de color púrpura
acudiera desde la costa.
-Sexto
-dijo Pompeyo de pronto.
-¿Sí,
padre?
-¿Y
si te buscas algo que hacer durante unos momentos?
-¿Qué?
-¡Vete
a orinar por la borda al otro lado, Sexto! ¡O a hurgarte la nariz! ¡Cualquier
cosa que me permita quedarme a solas con tu madrastra un rato!
-¡Ah!
-exclamó Sexto sonriendo-. Sí, padre, claro. Por supuesto, padre.
-Sexto
es un buen muchacho, aunque un poco espeso -observó Pompeyo.
Tres
meses atrás Cornelia hubiera encontrado aquella conversación pueril, pero aquel
día se echó a reír.
-Anoche me hiciste un hombre muy feliz,
Cornelia -le dijo Pompeyo mientras se acercaba a ella lo suficiente como para
tocarle el costado.
-Tú
me hiciste a mí una mujer muy feliz, Magno.
-Quizás,
amor mío, deberíamos hacer más viajes por mar juntos. No sé qué habría hecho
sin ti desde Mitilene.
-Y
sin Sexto -puntualizó ella rápidamente-. Es un muchacho maravilloso.
-¡Y
más de tu edad que yo! Mañana cumpliré cincuenta y ocho años.
-Lo
quiero mucho, pero Sexto es un muchacho. Me gustan los hombres mayores. En realidad
he llegado a la conclusión de que tú tienes exactamente la edad adecuada para
mí.
-¡En
Serica será maravilloso!
-Eso
creo.
Se
apoyaron el uno en el otro con afecto hasta que regresó Sexto con el ceño
fruncido.
-Ha
pasado ya más de una hora, padre, pero no veo ninguna barcaza real. Sólo ese
bote.
-Pues
se dirige hacia nosotros -indicó Cornelia Metela.
-Entonces,
a lo mejor es ésa -observó Pompeyo.
-¿Para recogerte a ti? ¡Ni hablar! -sentenció su esposa en
tono helado.
-Debes
recordar que ya no soy el primer hombre de Roma. Sólo un viejo procónsul romano
cansado.
-¡Pues
para mí no eres eso! -le aseguró Sexto hablando entre dientes.
La
barca de remos, en realidad poco mayor que un bote, estaba ya al lado del
barco; el hombre con coraza que iba en la popa levantó la cabeza.
-¡Busco
a Cneo Pompeyo Magno! -gritó.
-¿Quién
pregunta por él? -preguntó Sexto.
-El
general Achillas, comandante en jefe del ejército del rey de Egipto.
-¡Sube
a bordo! -gritó Pompeyo señalando hacia la escalera de cuerda.
Cornelia
Metela apretaba con ambas manos el antebrazo de Pompeyo. Éste la miró sorprendido.
-¿Qué
te pasa?
-¡Magno,
esto no me gusta! ¡Sea lo que sea lo que quiera ese hombre, dile que se vaya!
¡Por favor, levemos el ancla y vayámonos! ¡Prefiero vivir a base de pan rancio
todo el trayecto hasta Utica que quedarme aquí!
-Sssh,
no pasa nada -la tranquilizó Pompeyo desprendiéndose de las manos de su esposa mientras
Achillas subía fácilmente por la escala y saltaba por la barandilla. Se
adelantó hacia ellos con una sonrisa en los labios-. Bienvenido, general
Achillas. Soy Cneo Pompeyo Magno.
-Eso
veo. Un rostro que todo el mundo reconoce. ¡Tus estatuas y bustos están por
todo el mundo! Incluso en Ecbatana, según dicen los rumores.
-No
por mucho tiempo. Yo diría que ahora mismo estarán derribándome a mí y poniendo
a César.
-No en
Egipto, Cneo Pompeyo. Tú eres el héroe de nuestro pequeño rey, él siempre sigue
tus andanzas con avidez. Está tan nervioso con la perspectiva de conocerte que
anoche no consiguió dormir.
-¿No
podías haber traído nada mejor que un bote? -le preguntó Sexto en tono de
sentirse
desairado.
-Ah,
bueno, eso se debe al caos que hay en el puerto -les informó Achillas con amabilidad-.
Hay barcos de guerra por todas partes. Uno de ellos chocó contra la barcaza del
rey por accidente y desgraciadamente la agujereó. ¿Y cuál ha sido el resultado?
Pues éste.
-No
me mojaré la toga, ¿verdad? No puedo reunirme con el rey de Egipto con pinta de harapiento
-le indicó Pompeyo, que comenzó a hablar con jovialidad.
-Llegarás
seco como un hueso viejo -le aseguró Achillas.
-¡Magno,
por favor, no! -le susurró Cornelia Metela.
-Yo
estoy de acuerdo con ella, padre. ¡No vayas en este insulto!
-Verdaderamente
han sido las circunstancias las que han dictado el medio de transporte, nada
más -les aseguró Achillas revelando al sonreír que había perdido dos de los
dientes delanteros- . Pero mira, he traído conmigo un rostro que te es familiar
para calmar así cualquier temor que puedas tener. ¿Ves a ese tipo de ahí
vestido de centurión?
Pompeyo
no tenía muy buena vista últimamente, pero había aprendido que si cerraba uno
de ellos en sus tres cuartas partes, el otro enfocaba debidamente. Llevó a cabo
ese truco y lanzó un enorme alarido picentino de júbilo; un alarido galo, lo
habría llamado César.
-¡Oh,
no me lo puedo creer! -Se dio la vuelta hacia Cornelia Metela y Sexto con el
rostro iluminado-. ¿Sabéis quién es ése que está ahí abajo en la barca? ¡Lucio
Septimio! ¡Un primus pilus fimbriano de los viejos tiempos de Ponto y
Armenia! Lo condecoré varias veces, y luego él y yo fuimos caminando hasta
llegar casi al mar Caspio. Pero nos volvimos porque no nos gustaron los reptiles.
¡Vaya! ¡Lucio Septimio!
Después
de aquello parecía una vergüenza echarle a perder el júbilo. Cornelia Metela se contentó
con advertirle que tuviera cuidado, mientras Sexto tenía una conversación con los
dos centuriones de la primera legión que habían insistido en ir con él cuando encontraron
a Pompeyo en Pafos.
-No
lo perdáis de vista -les susurró Sexto.
-¡Venga,
Felipe, date prisa! -le pidió Pompeyo mientras saltaba por la barandilla sin
hacerse un lío a pesar de la toga con los ribetes de púrpura.
Achillas,
que había bajado el primero, acompañó a Pompeyo al único asiento que había en la
proa.
-Es
el lugar más seco -le dijo.
-¡Septimio,
sinvergüenza, ven a sentarte aquí, justo detrás de mí! -le pidió Pompeyo mientras
se colocaba pulcramente-. ¡Oh, qué placer verte! Pero ¿qué haces tú en Pelusio?
Felipe
y el esclavo de Pompeyo se sentaron en la parte central del barco, entre dos de
los seis remeros, con los dos centuriones de Pompeyo detrás de ellos y Achillas
en la popa.
-Me
retiré aquí después de que Aulo Gabinio dejó una guarnición en Alejandría -le explicó
Septimio, un veterano muy canoso y ciego de un ojo-. Todo se hizo añicos después
de un roce con los hijos de Bíbulo... bueno, tú ya sabes eso. A los soldados
rasos los enviaron a Antioquía y a los cabecillas los ejecutaron a todos, pero
al general Achillas se le antojó quedarse con los centuriones. Así que aquí
estoy, de primus pilus en una legión llena de judíos.
Pompeyo
estuvo charlando con él durante un buen rato, pero la travesía era muy lenta y
estaba un poco preocupado con el discurso que
tenía que hacer; redactar un discurso florido en griego para pronunciarlo ante
un muchacho de doce años le había resultado bastante difícil. Se dio la vuelta
en el asiento que ocupaba en la proa y llamó a Felipe.
-Pásame
el discurso, ¿quieres?
Felipe
le pasó el discurso. Pompeyo lo desenrolló, se encorvó y empezó a repasarlo de nuevo.
La playa apareció de pronto; había estado tan absorto en el discurso que no se
percató de su proximidad.
-¡Espero
que alejemos esta cosa del agua lo bastante para que no me enfangue los
zapatos! - comentó, y se echó a reír mirando a Septimio mientras se sujetaba a
causa de la sacudida.
Los
remeros lo hicieron bien, la barca subió por la playa sucia y enfangada más
allá de la línea del agua y se detuvo en terreno llano. ¡Arriba!, se dijo
Pompeyo a si mismo, curiosamente feliz. La noche con Cornelia había sido sensual,
seguro que vendrían más noches sensuales y tenía ilusión por llegar a Serica y
empezar una nueva vida en un lugar donde un viejo soldado podía enseñar a un
pueblo exótico los trucos romanos. Decían que allí había hombres a quienes la
cabeza les crecía en el pecho, hombres con dos
cabezas, hombres con un ojo, serpientes marinas... Oh, ¿qué no podría encontrar
él más allá del sol naciente? ¡Puedes quedarte con el Oeste, César! ¡Yo me voy
al Este! ¡A Serica y a la libertad! ¿Qué saben o qué les importa a los de
Serica el Piceno, qué saben o qué les importa Roma? ¡A los habitantes de Serica
un advenedizo picentino como yo les parecerá lo mismo que cualquiera de los julios
o de los cornelios!
Entonces
algo se rasgó, crujió y se rompió. Pompeyo, que ya tenía medio cuerpo fuera del
bote, volvió la cabeza y vio a Lucio Septimio justo detrás de él. Un líquido
caliente le chorreaba por las piernas y, durante unos instantes, Pompeyo pensó
que debía de haberse orinado, pero luego el olor inconfundible le llegó a la
nariz. Era sangre. ¿Suya? ¡Pero no sentía dolor alguno! Las piernas le cedieron
y cayó cuan largo era en el barro sucio y seco. ¿Qué es esto? ¿Qué me está pasando?
Más que verlo, sintió que Septimio le daba la vuelta, notó una espada que se
alzaba por encima de su pecho. Soy un noble romano. No deben verme la cara
mientras muero. ¡Debo morir como un noble romano!
Pompeyo
hizo un último esfuerzo convulsivo. Con una mano se tiró de la toga púdicamente
hacia abajo para cubrirse los muslos, con la otra se tapó la cara con uno de
los pliegues. La punta de la espada penetró en su pecho con fuerza y destreza.
Pompeyo no se movió más.
Achillas
intentó apuñalar a los dos centuriones por la espalda, pero es difícil matar a
dos hombres
a la vez. Comenzaron a pelear y los remeros de la parte posterior se acercaron
para ayudar.
Todavía
pegados a sus asientos, Felipe y el esclavo se dieron cuenta de pronto de que
iban a morir. Se levantaron de un salto, salieron del bote y huyeron.
-Yo
iré tras ellos -dijo Septimio con un gruñido.
-¿Por
dos griegos tontos? -le preguntó Achillas-. ¿Qué pueden hacer?
Un
pequeño grupo de esclavos esperaba cerca de allí con una gran vasija de barro a
los pies. Achillas levantó la mano y los esclavos cogieron la vasija, que
parecía muy pesada, y se acercaron.
Mientras
tanto Septimio apartó la toga del rostro de Pompeyo y dejó al descubierto sus facciones:
pacíficas, sin estropear. Puso la punta de la espada ensangrentada debajo del
cuello de la túnica con la ancha franja granate en el hombro derecho y la rasgó
hasta la cintura. El segundo golpe había sido certero, la herida estaba en el
corazón.
-Es
un poco difícil cortar una cabeza si tiene el cuerpo asi -observó Septimio- Que
alguien se encargue de traerme un tajo de madera.
Encontraron
el tajo de madera. Septimio lo colocó bajo el cuello de Pompeyo, levantó la espada
y dio un tajo. Pulcro y limpio. La cabeza rodó un poco y el cuerpo cayó en el
barro.
-Nunca
pensé que sería yo quien lo matara. Es extraño, eso... un buen general, tal
como están los generales... pero vivo no me sirve de nada. ¿Queréis la cabeza
en esa tinaja?
Achillas
asintió, más conmovido que aquel centurión romano. Cuando Septimio levantó la cabeza
sujetándola por el abundante cabello plateado, Achillas notó que los ojos se le
iban hacia ella. Soñando... pero ¿con qué?
La
vasija estaba llena casi hasta el borde de carbonato sódico, el líquido en el
que los embalsamadores
sumergían los cuerpos sin vísceras durante meses como parte del proceso de momificación.
Uno de los esclavos le quitó el tapón de madera; Septimío dejó caer la cabeza
dentro y se echó hacia atrás rápidamente para evitar el súbito desbordamiento.
Achillas
asintió. Los esclavos levantaron la tinaja por las asas de cuerda y comenzaron
a caminar
delante de su amo llevándola a cuestas. Los remeros habían empujado el bote al
agua y estaban muy atareados remando para alejarlo de allí, Lucio Septimio
clavó la espada en el barro seco para limpiarla, volvió a meterla en la vaina y
echó a andar detrás de los demás.
( Relato de Colleen McCullough, en su libro
"César" )
INTERVENCIÓN DEL ABOGADO DEFENSOR MARCO LIVIO DRUSO EN UN TRIBUNAL ROMANO PRESIDIDO POR EL PRETOR
En ningún sitio está escrito que
por el hecho de que un hombre sea romano tenga taxativamente el derecho de su
parte . No hablo en nombre de Lucio Frauco, el acusado, ¡hablo en nombre de
Roma! ¡Hablo en nombre del honor! ¡Hablo en nombre de la integridad! ¡Hablo en
nombre de la justicia! No la clase de justicia de pacotilla que interpreta una
ley en su sentido más literal, sino de la justicia que interpreta la ley en su
sentido más lógico. La ley no debe ser una pesada y enorme losa que cae sobre
el hombre, convirtiéndole en algo uniforme, porque los hombres no son
uniformes. La ley debe ser una suave sábana que caiga sobre el individuo y bajo
su amparo igualitario muestre la peculiaridad del mismo. No debemos olvidar que
nosotros, ciudadanos de Roma, somos ejemplo para el resto del mundo, y en
particular por nuestras leyes y nuestros tribunales. ¿Se ha visto nunca
semejante meticulosidad en otra parte? ¿Semejante preparación? ¿Semejante
clarividencia? ¿Semejante cuidado? ¿Semejante prudencia? ¿No lo admiten hasta
los griegos de Atenas? ¿Los de Alejandría? ¿Los de Pérgamo?
Lucio Frauco, un itálico de
Marruvio , es la última víctima, y no el culpable. Nadie, incluido Lucio
Frauco, niega el hecho de que falte esa gran suma de dinero entregada por Cayo
Opio. Ni se cuestiona que esa gran suma de dinero deba ser reintegrada a Cayo
Opio, junto con los intereses habidos por el préstamo. De una forma u otra,
será reembolsada. Si hace falta,
Lucio Frauco está dispuesto a vender sus casas, sus tierras, sus inversiones,
sus esclavos, sus muebles... ¡todo lo que posee! ¡Bienes de sobra para
conformar la restitución!
Habéis escuchado a los testigos.
Habéis escuchado a mi docto colega el acusador. Lucio Frauco fue el
prestatario. Pero no un ladrón. Por consiguiente, afirmo que Lucio Frauco es la
verdadera víctima de este fraude, no Cayo Opio, su banquero. Si condenáis a
Lucio Frauco, miembros del jurado, le
sometéis al pleno castigo de la ley que se aplica a quien no es ciudadano de
nuestra gran ciudad, ni poseedor de los derechos latinos. Todas las propiedades
de Lucio Frauco serán puestas a la venta, y ya sabéis lo que eso significa. No
alcanzarán ni con mucho su valor real e incluso puede que no lleguen ni para restituir
la suma en cuestión. ¡Bien! ¡Ni con mucho su valor real! Tras lo cual, miembros
del jurado, Lucio Frauco será vendido a cuenta de su deuda hasta que cubra la
diferencia entre la suma demandada y la suma obtenida por la venta forzosa de
sus propiedades. Bien; puede que Lucio Frauco haya sido poco acertado en la
elección de sus administradores, pero en el desenvolvimiento de sus negocios,
Lucio Frauco es muy dispuesto y obtiene buenos resultados. Pero ¿cómo podrá
pagar su deuda si, privado y desposeído de sus propiedades, se le vende como
esclavo? ¿Le serviría acaso a Cayo Opio de escribano?
Para quien no es ciudadano
romano, ser convicto de un cargo delictivo significa antes que nada ser
azotado. No castigado con la vara, como los ciudadanos romanos, que sufren
algo, aunque sobre todo en su dignidad. ¡No! ¡A él se le azota! Se le golpea a
diestro y siniestro con el látigo de púas hasta que no le quede piel ni
músculos y quede tullido para el resto de sus días, con cicatrices peores que
las de los esclavos de las minas.
¡Somos romanos! . Italia y sus ciudadanos están bajo nuestra protección.
¿Vamos a comportarnos como propietarios de minas con los que miran hacia
nosotros como ejemplo? ¿Vamos a condenar a un hombre inocente por un
tecnicismo, por el simple hecho de que sea suya la firma del documento de préstamo?
¿Vamos a ignorar el hecho de que está dispuesto a llevar a
cabo la total restitución? ¿Es que vamos a concederle menos justicia que a un
ciudadano de Roma? ¿Vamos a azotar a un hombre que antes bien merecería llevar
un gorro de zopenco por su necedad al confiar en un ladrón? ¿Vamos a hacer
viuda a una esposa? ¿Dejar a unos niños huérfanos de su querido padre? ¡Claro
que no, miembros del jurado! Somos romanos: ¡el mejor linaje humano!
Gracias,
praetor peregrinus
sábado, 29 de noviembre de 2014
AGAMENÓN
Agamenón, en la mitología griega,
rey de Micenas y jefe de las fuerzas griegas en la guerra de Troya. Era hijo de
Atreo y padeció la maldición lanzada sobre su casa. Cuando los griegos se
reunieron en Áulide para su viaje a Troya, se vieron obligados a retroceder por
los vientos adversos.
Para calmar los vientos, Agamenón sacrificó a su hija
Ifigenia a la diosa Ártemis. Su disputa con Aquiles sobre la princesa cautiva
Briseida y las consecuencias de esa cólera forman buena parte del argumento de
la Iliada de Homero.
Después de un sitio de diez años, cayó Troya y
Agamenón volvió victorioso a Micenas. Con él fue la princesa troyana Casandra,
que le había sido concedida por el ejército griego triunfante.
Clitemnestra, mujer de Agamenón,
lo recibió con expresiones de amor, pero mientras él estaba en el baño, ella le
tendió una trampa. Egisto, el amante de ella, golpeó a Agamenón con una espada
y, mientras estaba inconsciente por el golpe, Clitemnestra lo decapitó con un hacha.
Su muerte fue vengada siete años más tarde por su hijo Orestes. La
historia de la muerte de Agamenón es contada en la primera pieza de la trilogía
Orestíada, del poeta griego antiguo Esquilo.